Monday, July 4, 2016

Minotáuricos Relojes

Minotáuricos relojes

1.1. Introducción

De los muchos temas de la literatura universal con los que Jorge Luis Borges entretuvo su leída imaginación, es quizá el laberinto el más recurrente dentro de sus páginas. Dos son sus favoritos, dos escollos que, al retorcerse uno entorno a otro y sobre sí mismos, generan trabajosas construcciones en cuya maraña florecen paradojas y contradicciones, vueltas atrás y angustias reflexivas, que parecen reproducir en su esplendor lingüístico la trama de lo real. El primero de ellos es el laberinto del espacio, la complejidad de lo que Borges presiente como la persistente infinitud de la materia. La obstinada repetición de recintos en los que proliferan las estancias, los corredores y las escaleras no es menos laberíntica que el vacío de los desiertos que amenazan al humano. El espacio, desnudo o lleno, en su vasta simplicidad o en su mayor retruécano, sumerge al hombre en la angustia vital de lo que no tiene medida. El segundo laberinto es temporal, se teje con los impenetrables instantes, y se extiende hasta agotar las series y rendir el pensamiento. La doctrina del retorno es la forma verbal de este laberinto.
La pretensión de este escrito es reflexionar la teoría del eterno retorno en relación a Borges, y lo haré en dos pasos. Primero examinaré el análisis directo y específico que dedicó a la doctrina en dos de sus ensayos del libro Historia de la eternidad, a saber, La doctrina de Los ciclos (D.C.) y El tiempo circular (T.C.). Caracterizaré la exposición de Borges y analizaré sus refutaciones. En segundo lugar, examinaré el uso literario que Borges hizo de este zahir de filósofos que es la teoría del retorno, e intentaré una hipótesis sobre cuál es la forma de la teoría que acepta, si es que acepta alguna en absoluto.

1.2. Tres modos cíclicos

Borges expone los tres modos fundamentales de la teoría en T.C. El primero de ellos es el platónico tal como lo leemos en el Timeo: los planetas volverán al punto de partida de sus órbitas, la danza estelar se repite y su Da Capo hace que la historia universal vuelva una vez más, si bien, la repetición alcanza tan solo a lo general y no a lo particular[1]. El argumento, como señala Borges, es astrológico, o mejor, macrocósmico, es la repetición del marco general, pero no de los detalles: el presente permanece abierto y el fatalismo oriental de la teoría queda minimizado. La vieja noción de anagke subyace a la teoría del retorno. Hay una necesidad que ordena las cosas del universo, una pesada e insoslayable cadena que ata cuanto hay de una precisa manera que excluye las otras. Una vez que todo ha sido hecho, ha de volver a repetirse igual, por la ley de la necesidad. El modo platónico presenta una anagke sólo del diseño general, las diferencias en minucias son irrelevantes.
En la segunda formulación, el retorno no es solo macrocósmico sino también microcósmico, de hecho, es la repetición que ocurre en el mundo de lo pequeño. La inexorable combinatoria de los átomos determina la repetición del marco general y de todas y cada una de las particularidades. Borges cita los precedentes de la atomística de Demócrito y la mas reciente formulación de David Hume[2], o la de Louis Auguste Blanqui[3]. También llama la atención acerca del comentario de Russell sobre la identidad numérica de los estados del cosmos; aunque tal identidad pertenece mas a la teoría de conjuntos que al postulado físico que, como veremos, pretende Nietzsche.
Por último, la tercera manera de exposición pasa por la concepción de ciclos similares y no idénticos: las cosas se repiten infinitamente en la historia, pero siempre con variaciones, siempre hay un lugar para la aparición de lo nuevo. Como Borges afirma[4], el catálogo de autoridades que sostienen este modo de la doctrina es muy numeroso, desde la cosmología hindú hasta los ciclos de Hesíodo, el mundo fluyente y variacional de Heráclito, el mundo de Séneca o de Francis Bacon, la historia de Spengler, y tantos otros. Borges se detiene en la formulación de Marco Aurelio con una larga cita que invita al estoicismo: el espectáculo del mundo se repite, aunque la actitud del espectador pueda ser diferente. Se trata entonces de un mismo libro que leemos siempre de forma diferente. Este paradigma es, de hecho, la forma más común de comprender el desarrollo humano. Tales repeticiones serían las diferentes composiciones temporales de unos cuantos temas.
Los tres modos pueden comprenderse como tres casos del concepto de repetición. Si imaginamos un continuo cuyos extremos sean repetición exacta y diferencia total, no sólo acomodaríamos las tres opciones borgeanas sino todas las posibles del problema. En sentido estricto, solemos hablar de la teoría del eterno retorno sólo en el caso de la inquietante repetición idéntica, la única que preocupó a Borges e intentó refutar.


1.3. Las comunicaciones nietzscheanas.

Hay tres lugares en los que Nietzsche publica sus pensamientos de retorno del tipo segundo. La primera formulación es la que se da en La Gaya Ciencia:

El peso formidable. ¿Qué ocurriría si día y noche te persiguiese un demonio en la más solitaria de las soledades, diciéndote: "Esta vida, tal como al presente la vives, tal como la has vivido, tendrás que vivirla otra vez y otras innumerables veces, y en ellas nada habrá de nuevo; al contrario, cada dolor y cada alegría, cada pensamiento y cada suspiro, lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño de toda vida se reproducirán para ti, por el mismo orden y en la misma sucesión; también aquella araña y aquel rayo de luna, también este instante, también yo. El eterno reloj de arena de la existencia será vuelto de nuevo y con él tú, polvo del polvo?" ¿O habrás vivido el prodigioso instante en que podrías contestarle: "¡Eres un dios! ¡Jamás oí lenguaje más divino!" Si este pensamiento arraigase en ti, tal como eres, tal vez lo transformaría, pero acaso te aniquilara: la pregunta, ¿quieres que esto se repita una e innumerables veces?", ¡pesaría con formidable peso sobre tus actos, en todo y por todo! ¡Cuánto necesitarías amar entonces la vida y amarte a ti mismo para no desear otra cosa que esta suprema y eterna confirmación![5].

El segundo lugar en el que el más terrible de los pensamientos aparece es el Zaratustra. Se discute especialmente en Sobre la redención, y en Sobre la visión y el enigma, o es cantado en Los siete sellos, pero los símbolos del retorno están por todas partes. Los mismos animales de Zaratustra, la serpiente uroboros y el águila circunvoladora son símbolos del anillo del retorno, y no solo esta serpiente emplumada habla enigmáticamente sobre lo innombrable, sino que el enano descarado en De la visión y el enigma, o el propio Zaratustra en sus discursos, pasan sobre el eterno retorno con la oscuridad del oráculo.

"Todas las cosas derechas mienten”, murmuró con desprecio el enano. “Toda verdad es curva, el tiempo mismo es un circulo". "Tú, espíritu de la pesadez", dije encolerizándome, "¡no tomes las cosas tan a la ligera! (...)”[6]

Por otro lado, en Los siete sellos, se nos anuncia en ese número de enigmáticos poemas que el retorno es la idea de eternidad de Zaratustra, y en el numero tres se asocia al lanzamiento de dados de los dioses[7], al afán redentor, al espíritu del danzarín (asociado con Apolo), y a un buen numero de adivinanzas metafísicas. La exposición dista mucho de ser sistemática y su análisis es complejo.
El tercer lugar lo encontramos en Más allá del bien y del mal, en la sección 56: La quintaesencia de la Religión.

Quien se ha dedicado por mucho tiempo a penetrar sus últimas consecuencias en el pesimismo y a liberarlo de la estrechez de espíritu, y ha llegado hasta el fondo del pensamiento más negativo que haya existido (más allá del bien y del mal y no ya como Buda y Schopenhauer, bajo el afán y la ilusión moral), abrirá los ojos para el ideal opuesto, es decir, al ideal del hombre más impetuoso, más vivo, más afirmador del universo; del hombre que, además de haber aprendido a adaptarse por completo a todo lo que ha sido y lo que es y a soportarlo, desea volver a ver todas las cosas tal como han sido y tal como son, para toda la eternidad.[8]

El planteamiento es aterradoramente ético: se trata de una salida del mundo de la moral, tal como ha sido creado por los sacerdotes, para aceptar el mundo violentamente desnudo. No obstante, no es una formulación clara de la hipótesis, aunque los elementos fundamentales están presentes. El eterno retorno se ofrece como una filosofía para fuertes, como una filosofía antisacerdotal de quien acepta el mundo tal y como es porque se encarga de hacerlo a su propia imagen.
Las tres comunicaciones publicadas en vida de Nietzsche, no son, sin embargo, su únicos escritos al respecto. En ese extraño proyecto de libro de miniaturas filosóficas que es la Voluntad de poder, encontramos una sección completa dedicada al retorno. Se trata de escritos que abarcan desde el año 1884 -tres años después de aquel verano memorable de 1881 en el que Nietzsche tuvo su visión del retorno- hasta 1888, es decir, contiene muchas de las últimas opiniones sanas que Nietzsche elaboró sobre la teoría de los ciclos. Destaca en ellas, además de la preocupación por una adecuada formulación lógica del principio, el hincapié que se hace en la dimensión moral de la teoría.

Para soportar la idea de la recurrencia, uno necesita: libertad con respecto a la moralidad; nuevos medios contra el hecho del dolor (el dolor concebido como un instrumento, como el padre del placer, no hay conciencia cumulativa de 1a falta de placer); el disfrute de todos los tipos de incertidumbre, experimentalismo, como contrapeso a este extremo fatalismo; abolición del concepto de necesidad; abolición de la voluntad; abolición del conocimiento en sí mismo.[9]

Nietzsche veía en la doctrina del eterno retorno un motor para la transformación de todos los valores humanos, y no sin buenos motivos, pues de confirmarse la hipótesis, la historia pasada y el propio presente cambiarían su sentido de forma radical, hasta el punto de que ninguna de las ideologías mantenidas por el hombre tendrían fundamento. Bajo el punto de vista del eterno retorno, cada acción queda cargada con el peso completo de la eternidad. Lo grande y lo pequeño gozan del mismo valor: ¿cuál es la diferencia entre la eternidad de un gesto mínimo que se repite infinitas veces y un imperio de dos mil años que se repite infinitas veces? Ninguna, el infinito absorbe todas esas menudencias numéricas en su seno, y las iguala. Al desaparecer las proporciones se disuelven, entre otras cosas, las nociones de bien y mal.

1.4. La formulación de la hipótesis.
El alcance de las implicaciones de la recurrencia es ciertamente inquietante. Borges lo sintió así y manifestó claramente el horror que le producía.
Nietzsche quería ser Walt Whitman, quería minuciosamente enamorase de sí mismo, minuciosamente enamorarse de su destino. Siguió un método heroico: desenterró la intolerable hipótesis griega de la eterna repetición y procuró deducir de esa pesadilla mental una ocasión de júbilo. Buscó la idea más horrible del universo y la propuso a la delectación de los hombres.[10]
El paralelo con Whitman es muy acertado. En no pocas ocasiones Zaratustra habla como un Whitman enojado, parece el otro del Emperador de Manhattan -e1 otro cascarrabias-, pero es frívola la hipótesis borgeana sobre una génesis así de la idea del retorno en el pensamiento de Nietzsche. Lo que si parece inferirse de toda la exposición en D.C. es la familiaridad de Borges con las tres comunicaciones nietzscheanas.
La doctrina que estamos examinando tiene muy antiguos precedentes. En un apunte rápido sobre la historia de su instauración en el pensamiento occidental, hay que decir que probablemente el antecesor reconocible más antiguo de la doctrina se encuentra en el hinduismo -que en este particular influenció al budismo- religión que a su vez la recogió de la noción del Gran Año de las religiones agrícolas[11], y la sistematizó metafísicamente. En Grecia, fue una teoría muy difundida, y en Anaximandro leemos la noción de una generación y destrucción sucesiva de mundos innumerables. Sostenida por pitagóricos y estoicos durante el helenismo llegó a entrar en los Evangelios, y se habla de paso sobre ella en los Hechos de los Apóstoles cuando se menciona el momento de la restauración o vuelta de la constelación de todas las cosas[12]. Más tarde fue ampliamente atacada por San Agustín en el Libro XII de Civitas Dei, cuando refuta la postura de aquellos filósofos que creen en la revuelta permanente de los siglos, en un incesante tornar al mismo orden y a la misma especie[13].
En la crítica refutativa que ensaya Borges, establece una controlada lista de alusiones a diversos autores de muy distintos períodos históricos, mostrando especial predilección por filósofos y poetas. La erudita mención que da Borges es elocuente: Nietzsche, Platón, Rutherford, Cantor, Eudemo, Aristóteles, Evangelios, San Agustín, Stuart Mill, Virgilio, Pitágoras, Ritter y Preller, Unamuno, Robert Burton, Walt Whitman y Mauthner para D.C.; Lucilio Vanini, Thomas Browne, Le Bon, Blanqui, Demócrito, Cicerón, David Hume, Bertrand Russell, Hesíodo, Heráclito, Séneca, Crisipo, Shelley, Condorcet, Francis Bacon, Ouspenski[14], Gerald Heard, Spengler, Vico, Schopenhauer, Emerson, Marco Aurelio, Edgar Allan Poe, León Bloy, en T.C.). Este prolijo coro de autores en los que la idea del retorno se repitió alguna vez de una u otra manera, es utilizado por Borges como una manera breve de sugerir las muy diversas posibles variaciones sobre el tema. Al procederse así, muchas de las opiniones del propio Borges quedan fuera de la obra, insinuadas en las palabras de éste o aquél autor, sugeridas en el entorno cultural de una u otra época. La ramificación es laberíntica, una extensión de su idea de una biblioteca de Babel, pero también produce un efecto iceberg: sólo vemos impreso una mínima parte de un problema cuya subacuática raíz compromete toda la historia del pensamiento. El hipertexto borgeano no anda demasiado lejos del architexto deconstruccionista, si bien, el primero surge de la lectura como gozo, y el segundo de la escritura como metáfora del universo. En este sentido, la aproximación borgeana es genuinamente estética, mientras que la derridiana no consigue salir de un ámbito sacerdotal. No obstante, el escritor fundamental sobre el que la refutación bascula es Nietzsche. La lista que he ofrecido -y que mantiene el orden de aparición en el texto (quitando los repetidos)- refleja en cierta medida el estilo de los ensayos: los saltos cronológicos, los pasos adelante y atrás con los que opera Borges en la exposición, nos hablan de un proceder deliberadamente más rapsódico que sistemático. En este sentido, Borges mismo es nietzscheano, filosofando literariamente, cumpliendo el ideal del filósofo-artista. El modelo dista mucho de ser nuevo, y podemos trazar su origen en la misma tragedia griega, especialmente en Eurípides, por mucho que el propio Nietzsche o las diferentes tendencias que originó (incluido el Deconstrucionismo) nos lo presenten como la forma del pensar final. La transgresión del método filosófico sistemático, sentido como una amenaza por la filosofía -y no sin motivos, pues abre la puerta no sólo a la vieja metafísica sino a la filosofía de bar y a la filosofía escolástica del mundo académico- no es sino la reivindicación del modo de pensamiento estético, al que no sólo la literatura, sino la música y las artes pertenecerían. Se trata de la vieja disputa entre poesía y filosofía iniciada por Platón.
Veamos la formulación nietzscheana que da Borges del eterno retorno:

El número de todos los átomos que componen el mundo es, aunque desmesurado, finito, y sólo capaz como tal de un número finito (aunque desmesurado también) de permutaciones. En un tiempo infinito, el número de permutaciones posibles debe ser alcanzado, y el universo tiene que repetirse. De nuevo nacerás de un vientre, de nuevo crecerá tu esqueleto, de nuevo arribará esta misma página a tus manos iguales, de nuevo cursarás todas las horas hasta la de tu muerte increíble.[15]

Las cosas retornan eternamente y nosotros con ellas; ya hemos existido una infinidad de veces, y con nosotros, la materia entera del universo. Borges le da una dimensión personalista con la que transmite a la perfección el desasosiego de la idea, al implicar al lector directamente en las consecuencias. Consigue así una focalización de la conciencia en el instante mismo de la lectura que juega un papel análogo a la revelación con la que Nietzsche viviera la idea de retorno: si la doctrina es correcta, nos encontramos atrapados en ella, y este es el instante primero en el que nos damos cuenta.
Conviene conocer también exactamente la formulación final nietzscheana sobre el retorno, para poder así comprender las diferentes refutaciones que Borges ensaya con la teoría.

Si el mundo puede ser pensado como una cierta definida cantidad de fuerza y como un cierto y definido número de centros de fuerza -y cualquier otra representación permanece indefinida y por tanto inútil- se sigue que, en el gran juego de dados de la existencia, aquél debe pasar a través de un número incalculable de combinaciones. En un tiempo infinito, toda combinación posible se realizará en un momento u otro; es más: se realizará un número infinito de veces. Y desde que entre cada combinación y su ocurrencia siguiente todas las combinaciones posibles tendrían que ocurrir, y cada una de estas combinaciones condiciona la secuencia entera de combinaciones en la misma serie, un movimiento circular de series absolutamente idénticas queda entonces demostrado: el mundo, como un movimiento circular que ya se ha repetido a sí mismo infinitamente y juega su juego "in infinitum”.[16]

La hipótesis nietzscheana es una adaptación al lenguaje de la época, azar, combinatoria de átomos, series causales... de la formulación general de los ciclos; eso sí, con un remanente a desconsolada pesadilla como sólo la ciencia positivista le podía otorgar.

1.5. Refutaciones, rechazos y recelos.

La primera refutación utilizada por Borges acude a un argumento matemático.

Cantor destruye el fundamento de la tesis de Nietzsche. Afirma la perfecta infinitud del número de puntos del universo, y hasta de un metro de universo, o de una fracción de ese metro.[17]

En la tesis de Nietzsche la materia es finita y el tiempo infinito, pero Borges, apelando a su propia interpretación de la teoría de conjuntos de Cantor, extiende la infinitud a la materia para solucionar el problema, y afirma que las infinitudes[18]numéricas de la materia compensan el hecho de que el tiempo sea infinito: hay infinitas combinaciones materiales que toman un tiempo infinito para realizarse, ergo, nada puede volver a ser igual.
Una objeción epistemológica a la refutación borgeana, que refuta también el planteamiento nietzscheano, es que se está considerando que el tiempo es un conjunto numerable. Un conjunto es numerable (o enumerable) cuando puede ser puesto en correspondencia biunívoca con el conjunto de los números naturales. Pero, ¿qué es exactamente lo que estamos poniendo en correspondencia con la serie de los números naturales? Una serie numérica a la que hemos llamado tiempo, que a su vez está en correspondencia con los movimientos de un determinado marco de referencia. ¿Y qué son esos movimientos? Vectores, agregados cuantitativos ordenados que tienen valor con respecto a dicho marco y no a otro. Es decir, la numerabilidad del tiempo no es más que una asignación, uno a uno, entre los números naturales y agregados numéricos, una especie de proyección que no afirma más que la misma definición de numerabilidad, es una tautología sin significado empírico. Cuando decimos que el tiempo es un conjunto enumerable no estamos conectando tal proposición con ninguna evidencia empírica. Las series enumerativas que el ser humano ha vinculado con fenómenos físicos han ido cambiando a lo largo de la historia. Nuestros segundos, no han sido siempre iguales. De 1889 a 1967, la unidad la daba una fracción del día solar medio. A partir de entonces, utilizamos el reloj atómico del átomo de cesio 133 en reposo a cero grados Kelvin y campo magnético cero[19], condiciones puramente teóricas, es decir, nuestra unidad temporal no tiene sentido sino dentro del entramado teórico de la física: la validez objetiva de nuestras series temporales viene determinada por un sistema de ideas estructurado conforme a principios lógicos. Por otro lado, la validez subjetiva de nuestra experiencia temporal, tiene una determinación biológica compleja en la que además intervienen otros factores cognitivos y emocionales. En suma, nuestras determinaciones temporales, objetivas y subjetivas son, en el mejor de los casos, meras proyecciones tautológicas de una serie numérica teórica, relacionada con la experiencia a través de una teoría con validez meramente histórica y cultural, sobre la serie de los números naturales.
Es más, el tiempo no es ni siquiera un conjunto, ya sea finito o infinito. Un conjunto es una colección bien definida de objetos, pero para obtener algo así en relación al tiempo tendría que haber un tiempo absoluto, es decir, una unidad sintética conceptual para el todo y para sus elementos. Las teorías de la física evidencian lo contrario. La teoría de la relatividad establece que espacio y tiempo, el espacio-tiempo, viene determinado por la materia. Por otro lado, la teoría cuántica afirma que el momento de una partícula y su posición (espacio-temporal) no son determinables a la vez. Estos dos principios (fundamentales en la física contemporánea) tomados juntos implican una indeterminación radical de base en el espacio-tiempo. Una indeterminación así implica que el espacio-tiempo no es un conjunto. Ni el eterno retorno, ni su refutación borgeana tienen sentido.
Algo más sobre numerabilidad. La enumerabilidad de la materia es algo problemático en cuanto salimos del mesocosmos de la experiencia ordinaria, como prueban todas las paradojas de la física cuántica, especialmente toda la teoría de las partículas virtuales que se forman espontáneamente en el vacío en fragmentos temporales infinitesimales. Ni siquiera aplicaría a conjuntos de partículas en un sistema dinámico a nivel macro. El recuento del número de moléculas de agua del planeta, por ejemplo, es un conjunto de estas características. La complejidad del sistema impide el recuento numerable de algo que está en movimiento. Cualquier número natural que asignemos al conjunto es una aproximación en un momento dado, pues la numerabilidad depende de la individuación, y la individuación, o es una síntesis espontánea de nuestra percepción o bien es un entramado conceptual-perceptivo, una teoría científica, como en el caso de las moléculas, y asignar números a tales fenómenos no tiene sentido sino dentro de un modelo teórico.
Es interesante observar que Nietzsche mismo era consciente de esta limitación de la numerabilidad, aunque no parece que tales dificultades le persuadieran de la existencia final de un ladrillo atómico sobre el que edificar su teoría. En La voluntad de poder, leemos sus objeciones a la numerabilidad y a la noción de identidad o unidad en general:

La transición continua nos impide hablar de individuos, etc; el número de seres está él mismo en flujo. No sabríamos nada del mundo y del movimiento, si, por una costumbre errónea, no creyésemos que lo que creemos está inmutable frente a lo que se mueve. Lo mismo aplica a la causa y al efecto, y sin la concepción errónea de espacio vacío no habríamos ciertamente adquirido la concepción de espacio. El principio de identidad tiene detrás suyo el hecho aparente de que las cosas son iguales. Un mundo en estado de devenir no puede ser comprehendido, en sentido estricto, o conocido.[20] 

El segundo intento borgeano de refutación es moral. Borges se apoya en el argumento agustiniano doble:

Uno, la aparatosa inutilidad de esa rueda; otro, la irrisión de que el Logos muera como un pruebista en la cruz, en funciones interminables. Las despedidas y el suicidio pierden su dignidad cuando las menudean; San Agustín debió pensar lo mismo de la crucifixión[21].

Más que una refutación se trata de la noticia sobre la objeción agustiniana. No hay una construcción argumental como en el caso de la refutación cantoriana en la que se apela a las series numéricas infinitas. La objeción de San Agustín supone una cosmología lineal, no circular: Jesús es la línea recta que permite la salida del laberinto[22], nos dice Borges. No obstante, si tenemos en cuanta la falta de memoria desde un ciclo a otro, esta objeción queda bastante disminuida. Por otro lado, la dignidad de una acción en la teoría del retorno, si hemos de mantener el suelo nietzscheano de la doctrina, no queda disminuida por su repetición infinita. En efecto, la acción individual adquiere un peso mayor que en ninguna otra cosmología, pues la ley moral ahora ya no es la regla de oro: actúa en el mundo y con los demás como te gustaría que el mundo y los humanos actuaran contigo, sino que se ha convertido en: haz lo que quieras que se repita eternamente, pero haz aquello cuyo valor pueda ser repetido eternamente, lo que sea capaz de aguantar tal prueba. Dudo que haya algo en el universo que pase el test como no sea la idea de evolución continua, precisamente, el hilo de Ariadna en el laberinto del retorno. En última instancia, la refutación moral que ensaya Borges no funciona porque el marco histórico moral de Nietzsche y San Agustín no son congruentes, pues se fundamentan en diferentes principios ontológicos: en San Agustín hay una progresión histórica ascendente desde la oscuridad a la claridad del Dios único, señor infinito; en Nietzsche no hay tal progresión sino oscilaciones periódicas de materia finita. Si el mundo tuviera una meta, piensa Nietzsche, ya habría sido alcanzada[23].
En la tercera refutación, Borges utiliza como arma las leyes de la termodinámica:

Nietzsche recurre a la energía; la segunda ley de la ternnodinámira declara que hay procesos energéticos que son irreversibles. El calor y la luz no son más que formas de la energía. Basta proyectar una luz sobre una superficie negra para que se convierta en calor. El calor, en cambio, ya no volverá a la forma de luz. Esa comprobación, de aspecto inofensivo o insípido, anula el laberinto circular del retorno.[24]

El argumento habla de procesos irreversibles. Borges advierte que frente a la cuantitatividad de la combinatoria nietzscheana hay una cualitatividad entrópica. De todas formas, el enfriamiento no es incompatible con una repetición cíclica a gran escala: puede que al enfriamiento le acompañe una gran contracción, todo depende -aplicando el modelo de la física al que Borges apela- de que la densidad cósmica sea menor o mayor que un cierto valor crítico. La física contemporánea no conoce el valor de la densidad cósmica[25], por lo que la refutación borgeana es una conjetura, es decir, no es una refutación en absoluto, sino una hipótesis que intenta salir al paso de otra, la del retorno.
La cuarta objeción borgeana es presentada como de orden metafísico, pero con más propiedad tendría que ser inscrita en el plano epistemológico.

Aceptada la tesis de Zarathustra, no acabo de entender cómo dos procesos idénticos dejan de aglomerarse en uno. ¿Basta la mera sucesión, no verificada por nadie? A falta de un arcángel especial que lleve la cuenta, ¿qué significa el hecho de que atravesemos el ciclo trece mil quinientos catorce, y no el primero de la serie o el número trescientos veintidós con el exponente dos mil? Nada para la práctica - lo cual no daña al pensador. Nada para la inteligencia, lo cual ya es grave.[26]

El argumento es fuerte: se proclama la unidad de lo idéntico, lo que es el complemento a la identidad de los indiscernibles leibniziana. Si nadie cuenta, si no hay memoria externa al ciclo, es como si todo ocurriese una sola vez. Lo más sorprendente es que Borges apenas utilice esta refutación, que no la lleve más lejos, cuando es precisamente la que cuenta con más sólido suelo argumentativo de las que practica. En efecto, la hipótesis de Nietzsche implica que los dados atómicos tienen una memoria que los lleva a agotar las combinaciones, pues nada nos impide pensar que un kalpa pueda terminar relativamente antes que otro al no realizar alguna combinación específica por mero azar. Esta memoria sería análoga al Parabrahman que encontramos en la filosofía del Vedanta, un principio divino que está a la vez dentro y fuera del universo, si bien, no es la intención de Nietzsche dar a su doctrina un marco teológico de ese tipo, por lo que no sólo es necesario proponer el agotamiento de las combinaciones en cada ciclo, sino que también la memoria de los dados debe ser borrada de un kalpa a otro. Nos encontramos aquí con los absurdos ontológicos a los que conduce la idea de infinitud cuando es aplicada acríticamente. En nuestro caso, al dotar de un elemento infinito (tiempo) a un marco finito (universo material) sobre el que se pretende una definición finita, como es la hipótesis del retorno. In infinitum, cualquier cosa. La introducción de un tiempo infinito hace que las otras variables del sistema cambien de significado: los ciclos de ciclos se hacen recurrentes y las intuiciones que tenemos sobre el azar son inservibles. Este tiempo ilimitado se vuelve contra el sistema que pretendía Nietzsche, pues el tiempo infinito se convierte en un Dios que está dentro y fuera del Universo. Borges nota esta triquiñuela cuando subraya que, para fundar su tesis, Nietzsche habló de una fuerza limitada[27]. Claro que si Nietzsche no proclamara un tiempo infinito, y externo a la vez que interno, sino que el tiempo viniera definido a partir del cambio de la materia, es decir, a partir de las combinaciones alcanzadas, el tiempo se agotaría con la realización de la última combinación que, al ser el tiempo finito, en sentido estricto no se desarrolla más que una vez. Curiosamente, este universo que nada más ocurre una vez es indistinguible del que retorna infinitas veces, siempre que aceptemos la hipótesis de la determinación de la totalidad universal a partir de la primera combinación material del universo, y si suponemos que de un kalpa a otro tal combinación inicial es siempre la misma (sin tales hipótesis son completamente diferentes, obviamente).
Borges intenta también una cuasi-refutación alegando el carácter de pesadilla que la tesis supone, y trayendo como prueba la falta de sanidad mental en su autor. Según Borges, la hipótesis goza de la lucidez atroz del insomnio, lo que crucificó a Nietzsche y le obligó a buscar el salvamento en el amargo hidrato de clora1[28]. El alegato no se presenta exactamente como una refutación, si bien la información biográfica drogadicta y patológica de Nietzsche pretende un descrédito general de la figura que elaboró la última versión de la monstruosa hipótesis. La fuerza refutativa es, no obstante, mínima. La patología del hombre Friedrich Nietzsche es secundaria con respecto a una hipótesis que ni siquiera le pertenece históricamente en exclusiva. Debería ser extendida, a quienes como él la formularon en la antigüedad -o a todos los que lo han hecho en épocas más recientes-, pero por mucho que uno se sienta tentado a descartar todo el arsenal de ideas peregrinas que han circulado y circulan en las culturas humanas como mera patología, un proceder así no es menos delirante, y ni siquiera aclara los motivos que pueden conducir a alguien a pensar lo que piensa. Por otro lado, la alteración por insomnio o por drogas de la conciencia no implica el carácter erróneo de las concepciones sostenidas bajo dichos marcos de conciencia.
Aunque a nivel combinatorio material pudiera haber un anillo de retorno y la materia fuera estadísticamente enumerable[29], la virtualidad de lo que llamamos tiempo haría que cada retorno fuese no sólo potencialmente diferente, sino actualmente diferente. Por la virtualidad de la idea (o forma) del tiempo entiendo no tanto su potencialidad (aunque en parte la virtualidad es comprendida a partir de la potencialidad) como su naturaleza indefinida e indefinible unívocamente, su cualidad de apeiron o flujo virtual, un dominio en el que la identidad y el número no son sino posibles configuraciones. Se trata de una variación en la que no tiene mucho sentido hablar de tema, pues las identidades temporales son indefinibles, y algunos elementos pueden ser considerados a la vez como idénticos y diferentes por su relación múltiple con dos o más formas temporales (dos determinaciones o más cualesquiera del flujo virtual). En suma, una hipótesis como la planteada por Nietzsche, suponiendo que la numerabilidad estadística de la materia llegase a tener sentido macrocósmico, cosa que la física cuántica está muy lejos de obtener, y que tal numerabilidad fuese integrable favorablemente en la experiencia de la existencia humana, sólo tendría sentido si el tiempo tuviese tanto validez objetiva como subjetiva, y ambas fuesen armonizables entre sí. Sin embargo, el tiempo, que no admite ni la numerabilidad ni la cuantificación estadística, es incapaz de obtener ni una validez objetiva, ni una subjetiva, pues se encuentra siempre en un marco empírico-conceptual tipo apeiron, que sólo admite definiciones provisionales y parciales.
Por último, me gustaría mencionar de paso, una refutación que no está incluida en los planteamientos tradicionales de la teoría del retorno. Se trata de la refutación semántica de la teoría. Tal como ha sido planteada, la combinatoria sólo hace referencia al aspecto sintáctico del problema. Con las mismas piedras que se construyeron las pirámides, con la misma materia, hubiera sido posible hacer otras construcciones, cuadrangulares, irregulares, o de otro tipo, capaces de producir niveles de significado que no están en el nivel físico. Incluso, las mismas piedras con las mismas pirámides ocupando el mismo espacio-tiempo, podrían haber sido templos, u otra clase de habitáculos, con una interpretación diferente. De un ciclo a otro podrían volver los mismos elementos materiales, pero no necesariamente su configuración significativa.
En conjunto, la exposición refutativa borgeana de la doctrina clásica del retorno, la del segundo modo, no es demasiado sólida, si bien es capaz de transmitirnos la sensación de que hay algo que no funciona en la teoría del retorno tal como la formula Nietzsche, y que hay un buen número de autores que secundan el desagrado por la noción del retorno de lo idéntico. ¿Cuál es el interés de Borges en refutar la teoría del retorno? ¿No es precisamente esta la más borgeana de las teorías? ¿No la ha utilizado el mismo Borges un buen número de veces en sus poemas y relatos con un efecto de gran intensidad en la trama? ¿Dónde inscribiríamos a Borges dentro de las tres grandes tendencias o grupos que aglutinan las posibles doctrinas de la recurrencia temporal?


1.6. El retorno borgeano.

Borges tuvo constantes tratos a lo largo de su dilatada producción literaria con la doctrina del retorno y sus ideas derivadas. Además de en los dos ensayos citados de la Historia de la eternidad, nos da noticia detallada de la teoría en una de las conferencias que componen sus Siete noches, en la intitulada El budismo. Allí recurren de nuevo estoicos y pitagóricos, ahora explícitamente ligados a la filosofía hindú, y en particular a la compleja noción de karma que Borges intenta dilucidar[30]. La relación de ambos conceptos no es nueva en el poeta argentino. Especialmente impactante es la exposición que leemos en el contexto de la revelación del troglodita Homero en El inmortal:

Sabía que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. Por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición por sus infamias del pasado o del porvenir.[31]

El humano se encuentra en la Gran Rueda de la existencia, y en ella tiene que interpretar todos los papeles antes o después. A veces, la toma de conciencia del lugar que uno ocupa en la Gran Representación, el recuerdo, puede venir por el beso de una mujer[32], otras en el instante final de la muerte.
La unión entre las ideas de eternidad y repetición ocurre en la obra borgeana desde muy temprano. La encontramos en el afilado Evaristo Carriego.

Yo pienso que la sucesión cronológica es inaplicable a Carriego, hombre de conversada vida y paseada. Enumerarlo, seguir el orden de sus días, me parece imposible; mejor buscar su eternidad, sus repeticiones.[33]
En este texto, se encuentra la idea de la imposibilidad de enumerar la vida de una persona, argumento que, curiosamente no utilizaría luego Borges en la Historia de la eternidad para refutar a Nietzsche. Expresa la idea de que ser es repetirse. En la inquieta corriente de la historia sólo es lo que se repite, lo que se eleva hasta la existencia desde el indiferenciado torbellino. Por eso, Carriego fue y es sólo comprensible en las repeticiones que constituyeron su personalidad. En algunas ocasiones, esta eternidad de la repetición será considerada como algo horroroso, incluso como la raíz del horror, como la esencia del tormento del infierno: un castigo impensable por el mismo hecho de ser continuo, por no conocer en modo alguno el intervalo[34]. La eterna repetición llega a convertirse en  uno de los artefactos literarios favorito de Borges, una especie de ser imaginario que es utilizado siempre que la sensación de angustia o incomodidad que la idea transmite -la angustia de lo que desborda la escala humana- quiere ser expresada.

Temí que el porvenir (que ya declina)
Sería un profundo corredor de espejos
Indistintos, ociosos y menguantes,
Una repetición de vanidades[35]

Es interesante observar que también sirve para expresar la idea contraria, por la incertidumbre de que las cosas puedan realmente llegar a ser tan absurdamente repetitivas, o porque en última instancia la disparatada continuidad de la repetición implica un orden benefactor, aunque su comprensión total nos escape.

La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: El Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.[36]

La postura general borgeana que impera con respecto a la noción de repetición, ya desde Luna de enfrente, es el platónico anhelo de comprender el mundo a partir de un grupo básico de formas primeras o arquetipos. Así nos dice que el mundo no es otra cosa que unas cuantas tiernas imprecisiones[37] en las que la diferencia o la virtualidad permite funcionar al arquetipo.

Sean bajo la luna de las tiernas
Tardes tu humilde ejemplo las cisternas,
En cuyo espejo de agua se repiten
Unas pocas imágenes eternas[38]

El espejo repetidor de esencias se convierte en herramienta básica del universo. El mundo entero es visto a través de un espejo: la catedral es la sombra de otra celeste[39], y el gato es el eterno felino[40] que representa el ademán cruel y elegante, atrapado para siempre en sus hábitos de animal semidoméstico. El mismo fundamento arquetípico nos lleva a concebir las historias literarias como una sola en múltiples variantes: el protagonista es uno sólo y bajo los disfraces que se obtienen en la guardarropía del tiempo, no hacemos sino contemplar las eternas especies de los elementos literarios[41]. Borges ensaya la formulación de los arquetipos temáticos literarios en Los cuatro ciclos[42]. Allí leemos que cuatro son las posibilidades de lo narrado. La primera es la que muestra una ciudad que defienden hombres valientes, y que es acosada también por valientes. La segunda, vinculada a la primera, es la historia de un regreso. La tercera, variación de la segunda, es la historia de una busca. La cuarta, por último, es el sacrificio de un dios. IIíada, Odisea, la historia de Jasón y la del sacrificio de Attis en Frigia son algunas de las configuraciones posibles de la tetratópica épica[43]. De estos tres o cuatro modelos épicos se derivan todas las variaciones que son el cuerpo de la literatura mundial. Es interesante observar que bajo este punto de vista, gran parte de la literatura moderna no es más que una nota a pie de página de los grandes motivos, lo que me parece no sólo exagerado, sino extremadamente impreciso, pues hay patrones foráneos a estos cuatro tipos en Don Quijote y en el Fausto, sin ir más lejos.
La entonación de unas cuantas metáforas que Borges postula está fundamentada en la idea de que sólo hay un sujeto de la historia, un humano al que le ocurren todas las cosas y que en su interacción con los demás arquetipos da lugar a la variedad. Este hombre transpersonal es equiparable a los dioses.

Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en pobreza y en riqueza a las de Dios y a las de todos los hombres[44].

Por eso tiene tan poco sentido la búsqueda de inmortalidad como la angustia ante la muerte: no podemos sino vivir y morir eternamente.

Ciegamente reclama duración el alma arbitraria
cuando la tiene asegurada en vidas ajenas,
cuando tú mismo eres el espejo y la réplica
de quienes no alcanzaron tu tiempo
y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra[45].

El tipo de hombre que Borges sostiene presenta semejanzas con aquél metamorfoseador arquetípico que los griegos conocieron como Proteo50, cuya mutabilidad esencial (podía ser todos los hombres y todas las cosas) sintoniza perfectamente con la variación eterna de unas cuantas formas básicas. Por otro lado, es conveniente destacar que la lista de autores que ha sostenido la noción de un hombre arquetípico que utiliza diferentes máscaras, nos llevaría a recorrer demasiados nombres de la literatura mundial, la mayoría de ellos conocidos por Borges en íntima lectura. En sus obras, Borges no está sino dando testimonio de una de las opiniones más difundidas a lo largo de la historia del pensamiento humano. Conviene hacer notar que lo que anima la literatura, y la hace interesante, no es tanto la constatación de la recurrencia de los temas como la experiencia del escritor de la particularidad de su variación.
Un arquetipo[46] que Borges utiliza como símbolo refutador del eterno retorno es el del río, paradigma de lo que no vuelve, en el que uno no se puede bañar dos veces en la misma agua, como decía Heráclito, incluso ni una vez siquiera, si somos radicales y negamos toda forma posible de identidad, viendo en el mundo un flujo incesante en cuyo torbellino nada llega a ser nada. En el mitologema del río, se da la tensión del retorno en toda su complejidad, Borges la usa consciente de su fuerza.

¿Fluye en el cielo el Rhin? ¿Hay una forma
universal del Rhin, un arquetipo,
que invulnerable a ese otro Rhin, el tiempo,
dura y perdura en un eterno Ahora (...)?[47]

¿Es el río un anillo que vuelve sobre sí mismo como pretendía Nietzsche, es la totalidad la repetición de un arquetípico todo?, es decir, ¿es el todo una repetición de sí mismo, o el río está incomprensiblemente abierto? Se repite la especulación en un fatigoso discurrir por la obra de Borges. En algún momento, lúcidamente espantado y sintiendo la náusea de tanto espejo intenta salir por la puerta del instante, y conseguir allí una irreversibilidad radical.
Un instante cualquiera es más profundo
Y diverso que el mar. La vida es corta[48].

En un instante todo puede ser distinto, nuevo; en el instante se puede respirar la fragancia de una rosa recién creada. Todo sucede por primera vez, y no porque lo parezca sino porque sólo existe el ahora, pasado y futuro son sólo sombras:

No hay otro tiempo que el ahora, este ápice
Del ya será y del fue, de aquel instante
En el que la gota cae en la clepsidra[49].

La opción es la refutación del tiempo con un solo golpe de ilusión sobre pasado y futuro. Si lo único real es el presente, este no queda determinado en la serie temporal ni por delante ni por detrás. La irreducible apertura del instante a lo distinto, la intuición borgeana de aquello que radicalmente escapa al dominio de la identidad, de cualquier identidad, aquello incomprensible e inefable, lleva a Borges a formular una doctrina que burla al retorno. La encontramos en una de las cumbres narrativas borgeanas: El jardín de los senderos que se bifurcan, relato en el que convergen todos sus temas favoritos.

El jardín de los senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts'ui Pén. A diferencia de Newton y Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de los tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar mi jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma[50].

El que así habla es Albert, y está exponiendo un nuevo entorno para la teoría. Es sorprendente que Borges anticipase en su relato diez años la formulación física de la teoría cuántica de los universos paralelos, si bien, hay precedentes de ideas análogas en la tradición del Vedanta que proclama que el mundo no es más que una imagen mental, como en el laberíntico Maharamayana o Yoga Vashista. Traducida al inglés en 1948, seis años antes de que Hugh Everett III expusiese en Princeton su controvertida deducción de los muchos mundos que componen la realidad, la obra borgeana se ha convertido en texto obligado tanto para físicos que estudian las perplejidades del mundo microcósmico como para los teóricos de la narración posmoderna. Uno se siente tentado a aplicar la no-linealidad de las bifurcaciones para resolver esta pregunta: ¿por qué Borges se atormentó con posterioridad a El Jardín con la hipótesis del retorno durante más de cuarenta años, si la perpetua divergencia soluciona la pesadilla? La respuesta no-lineal es que la solución al laberinto del retorno iniciado con la Historia de la eternidad de 1933 se le presenta en el año 1944, pero el que la encuentra es otro, un Borges bifurcado, mientras que el autor de la D.C. y T.C. sigue su fatigosa senda de eternos regresos. Otra posible respuesta es que el rendimiento literario del ser imaginario del retorno le pareció más interesante a Borges que el de los mundos paralelos[51]. También podríamos responder diciendo que la posibilidad de infinitos mundos, unos convergentes, otros divergentes, y muchos paralelos, no inquietase menos al escritor que la versión sucesiva. La hipótesis de los mundos paralelos sustituye el laberinto sucesivo del universo construido por el eterno retorno, en un laberinto a simultáneo. La ganancia es mínima. Desde un punto de vista moral, el que realmente puede interesar a la estética creativa, el menudeante multiverso reduce nuestra acción y nuestra evolución a la nada, si bien permite un juego de tramas al que se le puede sacar partido literario. Tendríamos entonces un nuevo ser imaginario, el multiverso, que puede entrar a formar parte de nuestro catálogo en el mismo grupo del eterno retorno, y que, a juzgar por la duración de su hermano en los anales, nos va a acompañar un buen tramo de nuestro futuro. Sin embargo, desde un punto de vista epistemológico, el multiverso cuenta con las mismas objeciones de numerabilidad expuestas antes, pues sigue presente el componente apeiron o virtual del espacio-tiempo. Sería un error, altamente repetido (aunque no retorne), confundir las especulaciones metafísicas de la ciencia contemporánea con la pretendida realidad del universo.
Una última respuesta a la pregunta esbozada más arriba acerca del porqué de la insistencia de Borges en el retorno una vez que podría haberlo sustituido por el perpetuo bifurcar de caminos sería la que recalca y reclama un método propio para la crítica y la escritura literaria. Borges no siente la necesidad del filósofo de crear un sistema cerrado, y no por ello la consistencia y la coherencia de su obra deja de ajustarse al propósito estético perseguido. Así, hay días, o meses, o años del poeta, en que la gran losa del retorno gravita con especial pesantez, y hace fútil cualquier pretensión: la repetición estrangula toda disposición a la acción. La inacción es la rebelión silenciosa contra eso que se hace de todas maneras sin nosotros, aquello que nos vive y nos muere en una tortura que se repite un número infinito de veces. Otras temporadas, la misma cosa, la idea de una repetición fidedigna partícula a partícula parece que libera a Borges de cualquier preocupación: hay un orden en el desorden, en cuanto que éste se repite. Curiosamente, el hecho de este cambio de ánimo con respecto a los mismos planteamientos, ya refuta la teoría del retorno. Incluso, otras veces, en alguna de las primaveras del ánimo, el poeta levanta con ligereza la carga del retorno, y con un gozoso pensamiento comprende que lo idéntico no vuelve, sino que el tiempo procura caóticamente siempre una apertura variacional, y no tan sólo del marco general como pensaba Platón. Cuando el entusiasmo de un noviembre bonaerense le lleva a imaginar la serena belleza laberíntica de un jardín oriental bibliográfico, entonces Borges llega a la conclusión de que nuestra teoría más abarcante, la más completa, no es más que una parcialidad, un modelo local, para andar por casa, que se va haciendo crecientemente más complejo, de la relación que el humano mantiene con  el universo.




[1] Véase . El tiempo Circular. En Obras Completas. 3.Vol. Emecé. Barcelona 1989. Vol.1. p.393.
[2] En Dialogues Concerning Natural Religion. Part VIII. Donde se adjudica la doctrina a Epicuro y se presenta como un gran absurdo. Véase en Gutenberg Project, o en cualquier edición a mano.
[3] L’Eternité par les Astres (1872). La idea de una multitud de sosias en cada uno de nosotros.
[4] T.C. Vol.1. Ed. Cit.p.394
[5] Friedrich Nietzsche. Gaya Ciencia. #341. Traducción de Enrique Eidelstein, Miguel Ángel Garrido y Ángel Palazón. En, Nietzsche, Obras Inmortales. Ed. Teorema. Barcelona 1985. p.1085.
[6] Nietzsche. Así habló Zaratustra. Alianza Editorial. Madrid 1987. p.226. Las comunicaciones de este libro abarcan el dilatado período que media entre la edición de sus diferentes partes.
[7]Véase Ibid. p.p. 314-318.
[8]Nietzsche. Más allá del bien y del mal. Obras Inmortales. Ed. Cit. p. 1310.
[9] Nietzsche. The Will to Power. #1060. Trad. (al inglés) Walter Kaufman. Vintage Books. New York.
[10] Borges. D.C. p.389.
[11] Sobre este punto véanse las obras de Mircea Eliade.
[12] Véase Evangelios. Hechos de los Apóstoles 3.21. Nuevo Testamento interlineal griego-español. CLIE Madrid 1984. p. 474.
[13] Cf. San Agustín. Ciudad de Dios. Libro XII. Capítulos 13-20. B.A.C. Madrid 1958, p.p. 815-836.
[14] La extraña historia de Ivan Osokin.
[15] Borges. D.C. p.385.
[16] Nietzsche. The Will to Power. #1066.Ed. Cit. p.549.
[17] Borges. D.C. p.386.
[18] Transfinitudes, si hemos de ser fieles a la denominación cantoriana. Véase George Cantor Contributions to the founding of the theory of transfinite numbers. Dover Publications. New York 1955.
[19]En concreto, la transición bajo esas condiciones entre los dos niveles más bajos de energía del átomo de cesio.
[20] Nietzsche. The Will to Power. Ed. Kaufmann Vintage Books.New York. 1968 # 520. p. 281.
[21]Borges. D.C. p.388.
[22] Borges repetirá exactamente la misma afirmación en Los teólogos. El Aleph. Ed. Cit.  Vol.1. p.551.
[23] Cf. Nietzsche. The Will to Power. #1062. Ed. Cit. p.546.
[24] Borges. D.C. p.391.
[25] De hecho, tiene serios problemas intentando ajustar el papel de la llamada energía oscura en los modelos cosmológicos, energía que sería casi tres cuartas partes del modelo total.
[26] Borges. D.C. p.391.
[27] Cf. Borges. D.C. p.390.
[28] Cf. Borges. D.C. p.389.
[29] Es decir, que nos quedásemos satisfechos con el sentido de las proposiciones cuantitativas estadísticas en el ámbito de una teoría física que fuese armonizable con el resto de la ciencia y la experiencia humana, cosa que considero absurda.
[30] Cf. Borges. El budismo. En Siete noches. (1980) Ed.Cit. Vol.3. p.249.
[31] Borges. El inmortal. El Aleph (1949). Ed. Cit. Vol.1. p.p. 540-541.
[32] Cf. Borges. Himno. La cifra. (1981). Ed. Cit. Vol.3 p.307.
[33] Borges. Una vida de Evaristo Carriego. Evaristo Carriego (1930). Ed. Cit. Vol.1. p.115.
[34] Cf. Borges. La duración del infierno. En Discusión. (1932). Ed.Cit. Vol.I p.236.
[35] Borges. 1972. La rosa profunda. Ed. Cit. Vol. 3. p.104.
[36] Borges. La biblioteca de Babel. Ficciones (1944). Ed. Cit. Vol.1. p.471.
[37] Cf. Borges. Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad. Luna de enfrente. (1925). Ed Cit. Vol.1 p.64.
[38] Borges. Rubaiyat. Elogio de la sombra. (1969). Ed. Cit. Vol.2. p.372.
[39] Cf. Borges. Las dos catedrales. La cifra (1981). Ed Cit. Vol.3. p.296.
[40] Cf. Borges. Beppo. La cifra. Ibid. p.297.
[41] Cf. Borges. Historia de jinetes. Evaristo Carriego. Ed. Cit. Vol.1. p.154. En este caso, las especies de las que habla Borges son las de jinete y ciudad, de las que conocemos por la literatura un buen número de variaciones.
[42] En El oro de los tigres. Ed. Cit. Vol.2. p.506.
[43]Cf. Ibid.
[44] Borges. Mi vida entera. Fervor de Buenos Aires. Ed. Cit. Vol.1.p.70.
[45] Borges. Inscripción en cualquier sepulcro. Fervor de Buenos Aires (1923) Ed. Cit. Vol.1.p.35.
[46] Podríamos llamarlos mitologemas, utilizando el término de Karl Kerenyi. Llamo mitologema a un motivo mitológico que se presenta en diferentes formulaciones pero cuya unidad es reconocible a pesar de sus variaciones. Pertenece a más de un entramado mítico específico, es decir, es intercultural, y su estatus ontológico es antropológico.
[47] Borges. Correr o ser. La cifra. (1981). Ed. Cit. Vol.3.p.324.
[48] Borges. 1964. El otro, el mismo. (1964). Ed. Cit. Vol.2.p.298.
[49] Borges. El pasado. El oro de los tigres. (1972). Ed. Cit. Vol.2.p.465.
[50] Borges. El jardín de los senderos que se bifurcan. Ficciones (1944) Ed.Cit. Vol.1. p.479.
[51] Si bien el uso literario de los muchos mundos es una herramienta tan fecunda como la de la teoría del retorno, si no más, como prueban los cientos de libros de ciencia ficción y las películas en las que se juega con estas conjeturas.