Monday, June 30, 2014

La ópera europea y la formación del sujeto moderno

 
 La culminación musical de la imitación del ideal griego en música durante el Renacimiento se da en la creación de la ópera. Las exigencias de Vincenzo Galilei -y de los demás miembros de la Camerata del Conde Bardi- de simplicidad matemática para la música, como oposición a la complejidad contrapuntística de la música polifónica precedente, pretende, entre otras cosas, ajustar la música a la palabra,  y así fundar un estilo intermedio entre el canto que melismáticamente distorsiona sílabas y el hablar ordinario. Así surge el llamado stile-representativo o stile-recitativo, que se va a convertir en el vehículo para el drama musical nuevo. La intención expresa de reproducir el drama musical clásico está bien documentada, así como la conciencia de que el intento de revitalizarlo era una tarea totalmente nueva[1], a la que poetas y músicos se lanzaron con el desarrollado sentido de historicidad que recorrió todo el Renacimiento. El punto de partida práctico se encuentra en las comedias madrigalescas de finales del Siglo XVI en las obras de Vecchi, Croce y Bachini, de técnica sencilla y textura predominante de acordes, melodías pegadizas y simples, y texto con frecuencia  cómico en el que la mímesis se da con respecto a situaciones de la vida cotidiana[2].
     La relación de la ópera con el drama musical clásico es la que guarda un modelo incompleto con una copia que reproduce y completa, con la imaginación, las partes que faltan.En este sentido la ópera se inicia como arqueología musical, y como técnica museística que supervisan y fomentan las noblezas de las cortes de Florencia, Mantua, Ferrara, Venecia, Roma y las ciudades francesas más italianizadas. El suelo religioso de la tragedia ática ha sido sustituido por otro estético, pero no sólo eso, sino que las condiciones históricas son tan distintas que a partir del modelo griego surge un arte totalmente nuevo.

Mímesis y repetición


  

Por debajo de todos los conceptos que delimitan el campo de la mímesis -posesión, participación, imitación, variación, expresión, etc.- encontramos de una forma u otra el concepto básico de la repetición. Este concepto ha sido estudiado con detalle por Giles Deleuze, para quien el arte no imita, sino repite, por medio de un poder interno[1]. Una imitación es una copia -argumenta Deleuze- mientras que el arte es simulación, revierte las copias en simulacros[2]. Detrás de esta afirmación hallamos  una clara voluntad de acabar con el concepto mimético de modelo-copia, el modelo básico platónico, y con los modos de pensamiento mimético que ha inspirado. En este sentido está continuando el proyecto nietzscheano de transmutación de los valores de la filosofía occidental. El marco establecido por Platón presenta el escollo teórico de la oposición entre las nociones de la identidad y la diferencia, es decir, se trata de la solución de la dificultad que Schopenhauer destapó para la filosofía y que Nietzsche formuló como el problema de lo dionisíaco.


    Para Deleuze, la repetición es un forma de comportamiento, pero en relación a algo único o singular que no tiene equivalente, y tal repetición a nivel de la conducta externa es eco de una vibración más secreta e interna que anima a lo singular[3]. Esto podría verse como una inversión del principio aurático de Benjamin. Allí donde Benjamin hablaba -en relación a la originalidad, autenciticidad o singularidad de una obra- de la manifestación irrepetible de una lejanía, de su condición singular en el aquí y ahora[4], Deleuze va a decir que hay precisamente un impulso que anima a eso singular y único a repetirse. Como la repetición es una actividad o comportamiento, la pregunta adecuada, según Deleuze, al observar los elementos que se repiten es: ¿qué sujeto se repite? ¿Cuál es el ser de tal repetición?, pues no hay repetición sin un repetidor, nada repetido sin un alma repetitiva[5]. Se trata de la estrategia epistemológica nietzscheana que reduce toda inquisición al ¿quién?[6], y que llevada a su término desvela antes que nada dos tipos diferentes de repetición:


La primera repetición es la repetición de lo mismo, explicada por la identidad del concepto o la representación; la segunda incluye la diferencia y se incluye a sí misma en la alteridad de la idea, en la heterogeneidad de una a-presentación[7].


   Las dos clases de repetición pueden ser caracterizadas por pares de opuestos. Una es la del sujeto y la otra produce objetos, una es estática y la otra dinámica, una es repetición en el efecto y la otra en la causa, una revolvente y otra evolvente, una está enrollada y necesita explicación mientras que la otra está desarrollada y explicada, una es espiritual y la otra material, etc.[8]. La repetición interna sería la base del principio de identidad, del apolinismo. Mientras que la repetición externa supone la intersección de las fuerzas del devenir con las de la identidad sobre el eje de la extensión, del espacio, la repetición interna puede ser pensada como la confluencia de estas mismas fuerzas en la intensión temporal. La repetición externa produce algo así como la cancelación de la diferencia en la identidad, mientras que la interna cancela la identidad en la diferencia. Pero la misma noción de repetición depende de la identidad de la representación, es decir, de la repetición de lo mismo en el seno de la representación, lo que produce no sólo un círculo vicioso, sino una ilusión insoslayable en toda representación.

    Tanto las nociones de repetición como de diferencia vienen distorsionadas por las limitaciones que produce la ilusión de la representación. La distorsión fundamental viene dada por el hecho de que la representación invoca la identidad del concepto para poder explicar la repetición no menos que para comprender la diferencia; la repetición necesita del concepto: incluso si se sitúa fuera de él necesita presuponer su identidad[9]. Esto nos lleva a que la repetición sólo pueda ser comprendida de manera negativa, como una limitación del concepto[10]. Por otro lado, la repetición pone el concepto fuera de sí mismo y lo fragmenta en una multitud, lo fuerza a existir en un montón de casos hic et nunc[11]. La multiplicación de cosas con un mismo concepto lleva a la división del concepto en un alto número de cosas, lleva no sólo a la repetición de lo que tiene un mismo concepto, sino en última instancia a la repetición de lo mismo, pues los modelos y las copias son indistinguibles de manera sensible.  Cada vez que encontremos una variante, diremos que es una cuestión de repetición en sentido derivativo, la repetición con respecto a un modelo extrínseco material, pero una repetición analógica[12] , una repetición de estructura, de las relaciones constituyentes - que no son otras que las de la determinación del concepto al que se le fija una identidad.

    La experiencia de la ilusión de la repetición es especialmente intensa en el arte sonoro. Las obras de Morton Feldman o de Steve Reich son una muestra de ello. La secuencialidad de la percepción musicalidad hace que lo mismo suene siempre diferente, y que una repetición de una estructura rítmica o de alturas quede disuelta en la potencia deviniente de la conciencia del auditor. De hecho, la llamada música minimal o repetitiva acaba por destacar las diferencias de una forma más obvia que ninguna otra forma de composición: la espacial noción de la identidad se deshace en la temporalidad musical, pues fuera de la representación, en el ámbito de la música, la identidad no es más que un referente epistemológico, una pequeña ayuda para la navegación en el turbulento océano de la existencia.En For Philip Guston[13], Feldman crea una atmósfera minimal en la que la tensión entre la identidad de las estructuras de las alturas y los ritmos se desbarata en el ámbito de la diferencia que supone su expresión en el lienzo temporal, llevando al oyente durante casi cinco horas de audición a una forma de trance mimético: la conciencia adopta poco a poco la configuración ligera de la obra y reverbera con ella en una intensa experiencia musical análoga a la chamánico-religiosa. En Tehillim[14] de Steve Reich, la propuesta repetitiva es directamente chamánica.En esta obra el ritmo de la música se deriva de la métrica del texto hebreo de los Salmos, métrica de gran flexibilidad que se repite en ciclos más o menos largos. En Tehillim se nos propone una experiencia musical que se encuentra fuera de la experiencia ordinaria de nuestra analítica tradición occidental, los elementos formales se desbaratan en un trance favorecido por el uso a gran escala de las diferentes técnicas compositivas basadas en la imitación, especialmente la repetición, o mejor, la imposible repetición musical.

      El arte manifiesta en toda su pontencia esta tensión entre la diferencia y la identidad - tensión que define el ámbito de la mímesis- y juega con ella de forma consciente. En el arte quedan plasmadas estéticamente las mistificaciones e ilusiones de nuestra civilización para que la diferencia pueda ser finalmente expresada con una fuerza airada que es ella misma repetición[15]. La distinción entre mímesis y repetición que hace Deleuze obedece a la intención de precisar la noción de simulacro, materia del arte, con respecto a la noción de copia. Un simulacro es un sistema en el que lo diferente se relaciona con lo diferente a través de la diferencia misma[16], y el objetivo de todo arte es la producción de simulacros.


Tales sistemas son intensivos; descansan en última instancia sobre la naturaleza de cantidades intesivas, que precisamente se comunican a través de sus diferencias. El hecho de que sean necesarias ciertas condiciones para tal comunicación (pequeña diferencia, proximidad, etc.) debería conducirnos a creer no en una condición de semejanza anterior, sino sólo en las propiedades particulares de cantidades intesivas que se pueden dividir, pero lo hacen sólo cambiando su naturaleza de acuerdo con su propio orden particular.[17]


Deleuze nos está hablando de una especial organización de la diferencia que determina algo así como un espacio de cantidades infinitamente próximas e infinítamente divisibles que forman una constelación de entidades con comunicación no basada en conceptos, y en general, que no utiliza las categorías de la representación. Según Deleuze, un sistema de simulacros así puede ser caracterizado a partir de:

1.-La profundidad o espacio en el que las intensidades están organizadas.

2.- Las series dispares que éstas forman, y los campos de individuación que subrayan (factores de individuación).

3.-El precursor oscuro que causa su comunicación.

4.-Los vínculos, resonancias internas y movimientos forzados que resultan.

5.-La constitución de seres pasivos y sujetos larvales en el sistema, y la formación de dinamismos espacio-temporales puros.

6.-Las cualidades y extensiones, especies y partes que forman la doble diferenciación del sistema y cubren los actores precedentes.

7.- Los centros de envolvimiento que no obstante testifican la persistencia de estos factores en el mundo desarrollado de cualidades y extensiones. Los sistemas  de simulacro afirman divergencia y descentramiento: la única unidad, la única convergencia de todas estas series, es un caos informal en el que están todas incluidas[18].

Deleuze esta definiendo, con el menor aparato conceptual posible, un marco capaz de dar cuenta teórica de cualquier obra de arte. Si observamos los siete puntos con algo de detalle salta a la vista que se trata de una cosmogonía artística completa en la que se ha tenido en cuenta  hasta el precursor oscuro, que como precursor es responsable de las cualidades y extensiones, o si se prefiere, de las reglas internas de la obra de arte, y toda una serie de vínculos que garantizan el carácter cerrado del sistema. El sistema de la obra surge del caos primigenio y se autoorganiza a partir de las propias intensidades, a partir de la infinita división que favorece la creación de centros locales, de núcleos, o mejor, de racimos de simulacros dotados de su propia fundamentación ontológica. Dicha fundamentación surge de la nebulosa del precursor oscuro.

    Lo que es interesante en el planteamiento de Deleuze es el intento de crear una atmósfera cosmológica de la diferencia. En el arte sonoro vemos operar este tipo de cosmología en las Improvisations sur Mallarmé de Pierre Boulez. El compositor intenta crear en esta obra un continuo de diferencias tímbricas a partir de una cuidadosa orquestación. El arpa, las campanas tubulares, el vibráfono, el piano y la celesta -todos de alturas fijas- se funden entre sí y con un grupo de instrumentos de percusión de altura no claramente definida, gongs, tam-tam y otros, consiguiéndose un borrado tímbrico en el que las identidades se funden a partir de la cuidada organización de la simultaneidad de los parciales armónicos[19].(Véase el fragmento de orquestación al final de la sección, figura 15).

   Estos sistemas de simulacros son los lugares de actuación de las ideas, entendiéndose por ideas no la unidad, o lo múltiple, sino una multiplicidad constituída por elementos diferenciales, relaciones diferenciales entre esos elementos, y singularidades[20]. Se afirma entonces para las ideas tanto la individuación como la multiplicidad, es decir, las ideas son distinguibles entre sí a pesar de su carácter múltiple, mantienen una fuerza de cohesión dada por la diferencia de elementos. Las ideas, así definidas, no tienen actualidad, sino que son pura virtualidad y encarnan en campos de individuación, actualización que no ocurre en base a la semejanza sino a la propia lógica de las intensidades. Cuál sea la dinámica de estos campos es tan oscuro como el propio precursor que establece Deleuze, aunque en el caso de la composición de Boulez, es decir, en la praxis artística, la dinámica es clara: la voluntad del compositor de evitar toda identidad fuerte[21]. Las intensidades que producen la diferencia son trabajadas por Pierre Boulez a partir de las intensidades relativas de los instrumentos (p,mf,f,etc.) y la orquestación de los parciales. El sonido de piano, el más común en las salas de conciertos de todos los timbres instrumentales utilizados en la obra por Boulez, pierde su identidad, es más, se transforma en una cámara de resonancia para el despliegue de toda la virtualidad del espectro armónico: todos los timbres tienen una identidad larval, todos los fraseos posibles son virtualidades como las ideas. Deleuze, a su vez, está reconstruyendo todo un entramado ontológico que pueda funcionar a nivel pre-individuación, al nivel de la virtualidad de la idea, pero esto solo puede hacerse desde la práctica artística (como por ejemplo en Improvisations), y no a partir de un sistema analítico que mantiene las ilusiones trascendentales de la representación.

    Las ideas para Deleuze son dionisíacas, distintas y oscuras, por contraposición a las distintas y claras de la representación apolínea, y existen en una indiferenciación que es no obstante diferenciada, en una pre-individualidad que es no obstante singular; es la zona oscura de una intoxicación que nunca sería calmada, la zona distinta y oscura en la que la  filosofía construye el mundo con todas las fuerzas de un inconsciente diferencial[22]. Esto es paradójico, pue la construcción cosmológica deleuziana se hace desde la individuación del yo filosófico pensante, conceptual. En efecto, la individuación maneja para la construcción cosmológica las ilusiones de la representación, hay un encadenamiento final al concepto que el discurso filosófico no podría romper sino abandonando sus pretensiones-ilusiones de coherencia, desarrolándose plenamente en la zona de lo oscuro y distinto de lo dionisíaco. Pero esto es una contradición con respecto a la estructura del lenguaje, con respecto a su carácter repetitivo fundamental, y sólo tiene sentido si se piensa como tensión de lo oscuro hacia la identidad del concepto.

            El lenguaje es obviamente un hecho de la repetición, una limitación representacional de conceptos. El arte utiliza de manera estructurada las repeticiones poniéndolas unas junto a otras, estableciendo relaciones entre ellas, y el arte está sujeto a la condición de que una diferencia pueda ser extraída a partir de esas repeticiones. Por eso el arte convierte copias en simulacros, lleva desde la repetición hasta crear sistemas de diferencias. Las copias funcionan como materia prima para el sistema de simulación, que bajo las condiciones descritas va ser el campo de encarnación de las ideas más allá de la representación conceptual que necesita de la repetición. El juego cósmico, va a decir Deleuze, no es un juego representacional a pesar de que se represente en la ilusión de la identidad, sino que es el juego entre lo problemático de la idea y el imperativo de la identidad[23]. Se trata de la tensión entre lo oscuro-diferenciado y lo claro-diferenciado, entre Dioniso y Apolo, tensión que el arte pone en juego, como cualquier pensamiento que no reprima lo inconsciente es capaz de poner en juego.

   Desde el punto de vista de la identidad, es decir, aceptando la ilusión del concepto y construyendo, a la nietzscheana, un discurso artístico basado en la ficticia representación, podría reprocharse a la teoría de Deleluze  que si bien el arte como simulación es un sistema en el que lo diferente  se relaciona con lo diferente a través de la diferencia, la cosmología del simulacro no parece dejar claro cuál es la diferencia estética, es decir, por qué una simulación artística es capaz de despertar sensaciones y actitudes que otras simulaciones son incapaces. Se trata de nuevo de la pequeña objeción de Schopenhauer a Leibniz, ahora en una nueva fórmula: si el arte es el sistema de simulación que Deleuze dice que es, ¿por qué entonces hay simulacros capaces de emocionar y otros no, ¿por qué determinados campos de individuación alteran la ilusoria identidad propia y otros la dejan impasible? Debido al contenido más o menos liminal de los escenarios de la experiencia individuatoria.

  La expresión de la diferencia choca con el lenguaje, nido de repeticiones, y con la experiencia, lecho de ilusiones representacionales, lo que nos devuelve al arte como escenario para que la diferencia florezca de manera más libre que con respecto a la filosofía del arte. Pero la diferencia choca también con la experiencia, que nos habla de diferentes grados de simulación que no se relacionan entre sí a partir de la identidad aunque tampoco pueden prescindir de ella: la pre-individuación de la que Deleuze dota a la virtualidad de las ideas, podría extenderse a una casi-identidad de los conceptos, una tensión diluyente en el que las representaciones, como los simulacros de las nubes, tienen una casi identidad, o si se prefiere una identidad deviniente, como la que Pierre Boulez intenta crear en sus Improvisations. Si hablamos sobre esta obra, la pre-individuación y la casi identidad de los conceptos es imposible: el resultado es una operación de análisis armónico. Pero si experimentamos la obra, si la escuchamos, la pre-individuación y la casi-identidad tímbrica es un hecho que se consuma en una atmósfera de diferencias.

    Deleuze es consciente de los límites de su esquema de la repetición y la diferencia, los limites que marca la broncínea cadena del lenguaje, e intenta adaptar el pensamiento de la diferencia a la noción de devenir. Propone lo deviniente como categoría fundamental para pensar la diferencia, categoría que aspira sustituir a la mímesis como pilar constructivo del pensamineto estético musical. En la obra (escrita de manera conjunta con Félix Guattari) Mil Mesetas, Deleuze expone su teoría del deviniente como resultado de la insatisfacción con todas las previas teorías sobre mímesis[24]. La teoría es introducida como una creencia, la creencia en un cierto tipo de entidades, los devinientes-animales, que se desarrollan a través de los humanos y los hacen cambiar afectando tanto al animal como al humano[25]. Deviniendo animal,según Deleuze y Guattari,  no consiste en la imitación del animal, no es ni que el humano se convierte en el animal ni que el animal se convierte en otra cosa específica:


El devenir no produce nada distinto a sí mismo. Caemos en una falsa alternativa cuando decimos que o se imita o se es. Lo que es real es el propio devenir, el bloque del devenir, no los supuestamente términos fijos a través de los que aquello deviniente pasa. El devenir puede y debe ser cualificado como animal-deviniente incluso en la ausencia de un término que sería el animal devenido. El animal-deviniente del ser humano es real, incluso si el animal en el que el humano deviene no lo es. Este es el punto a clarificar: que un deviniente no tiene un sujeto distinto a sí mismo; y además que no tiene término, pues su término existe a su vez como lo tomado de otro deviniente del cual es sujeto, y que coexiste , forma un bloque, con el primero[26].


Lo que antes se comprendía como proceso mimético, estos autores lo explican como un bloque deviniente,relación tan íntima entre individualidades que la misma individuación hace sitio al proceso de cambio, éste sí, idéntico consigo mismo. Lo deviniente pretende funcionar como una categoría que ha incluido en su seno la dimensión temporal y que por ello es capaz de dar cuenta de la metamorfosis que impera en los organismos vivos. No obstante pretende distanciarse de la evolución, pues no incluye de ninguna forma las nociones de filiación y proveniencia [27] como tampoco la noción de especie animal mejor adaptada: la noción de finalidad es ajena al planteamiento de Deleuze y Guattari. Los devinientes son observables en la simbiosis de los diferentes organismos vivos, la abeja y la orquídea forman un bloque deviniente, el gato y el babuino forman un bloque deviniente cuya alianza es efectuada por un virus C, etc.[28].

     La teoría es sugerente, pero sigue planteando problemas lógicos: la indviduación de los bloques en espacio y tiempo no dependen sino de representaciones, una representación nos lleva a formar un bloque abeja y orquídea simplificando unas relaciones devinientes que incluyen un grupo muy superior de seres vivos que forman lo que podríamos llamar el bloque más estrecho. Pero es que los bloques admiten un juego representacional muy diverso y no hay nada que impida, una vez establecida la dinámica de los devinientes, extender la escala a todo lo que vive, pensar en un gran bloque deviniente. Deleuze y Guattari pretenden resolver esta dificultad estableciendo un nivel molecular base para todos los devinientes de tal forma que por grados de proximidad  -aplicando implícitamente la teoría del cálculo infinitesimal como ya estaba implícita en el sistema de los simulacros- los bloques queden definidos de forma difusa y siempre sea posible extender en un grado la composición del bloque sin necesidad de romper su identidad en favor de un gran bloque deviniente[29]. Con un espacio nebuloso, o si se prefiere oscuro-distinto, dionisíaco, en el que la diferencia da las relaciones, la noción de bloque deviniente vence algunas dificultades lógicas, aunque sólo relativamente pues ni siquiera en tal espacio la noción de devenir escapa a lo que escapa la de bloque. En efecto, la noción de devenir, o es una intuición o es un concepto. Pero si es una intuición, entonces no es inteligible sino asociada a un concepto, y en ningún caso su sensibilidad pura permite la diferenciación de un bloque. Y si es un concepto cuya extensión es todas las cosas, pues todo lo que está en el mundo deviene, entonces su comprehensión es cero, o sea, decir que algo deviene es como no dar ninguna información acerca de esa cosa. Claro que el devenir podría ser también una idea en el sentido deleuziano, y sólo así evitaría las contradicciones lógicas por su inscripción a priori  en un espacio virtual, pero lo deviniente tiene una dimensión temporal espiral a corto plazo que no tiene lo virtual. Lo deviniente no es reversible, establece unas relaciones de orden temporal características de lo real que no se corresponden en manera alguna con las de lo virtual pues implican la representación de cambio como movimiento.

   No obstante, a pesar de que lo deviniente se ofrece como sustitución teórica de la mímesis por Deleuze y Guattari, ésta permanece imprescindible como negatividad en lo deviniente, y así lo determina:


Ningún arte es imitativo, ningún arte puede ser imitativo o figurativo. Supóngase que un pintor representa un pájaro; éste es de hecho un pájaro-deviniente que puede ocurrir tan sólo en la medida que el pájaro mismo está en el proceso de devenir otra cosa, una pura línea y un puro color. Por tanto, la imitación autodestruye, desde el momento en el que el imitador, sin saberlo, entra en un deviniente que conjuga el desconocimineto con el proceso de devenir eso que él o ella imita. Uno imita sólo si falla, cuando uno falla[30].


Lo que no quiere decir que no haya algo de imitación en los aciertos, en los procesos de entrada en bloques devinientes. La imitación autodestruye  desde el punto de vista de lo deviniente, supone el fin del devenir, la fijación, pero la cerrazón del bloque sobre sí mismo es mimética y necesaria como gesto lingüístico y como notación de lo infinitesimal. Deleuze y Guattari conscientes de ello completan su teoría afirmando que en el proceso de constitución de un bloque deviniente la imitación entra, aunque sólo sea como ajuste del bloque, como un toque final, un guiño o una forma, aunque todo lo importante pase en otro lugar, en lo deviniente[31]. La imitación sería entonces lo externo mínimo de la mímesis mientras que lo deviniente es el proceso interno de diferenciación. Esta noción guarda relación con lo que más arriba he llamado mímesis expresiva, la mímesis en el tercer sentido aristotélico, salvo que la naturaleza de Aristóteles ha sido sustituida por la diferencia, si bien en sentidos no demasiado diferentes. En ambos casos se observa cierta inexorabilidad instintiva, como la expresión de una voluntad última de imitar, en un caso, y de formar devinientes, en el otro.

   Es interesante observar que la posesión plantea los mismos problemas que hemos visto para la diferencia: sin una participación mínima de la identidad, sin una gota apolínea, es ininteligible y como experiencia está fuera de la determinación de la memoria el reconocimiento y la autoconciencia. Por otro lado, las teorías de Deleuze y de Guattari se anclan en la tradición de las teorías miméticas por las pretensiones epistemológicas que albergan: el arte - y la música o arte del devenir como polarizador fundamental de los procesos estéticos- representa la forma más completa y de mayor potencia para el conocimiento del mundo y del humano, ya sea por ser el vehículo del logos, en unos casos, o por ser precisamente la única manera otorgarle los límites y mostrar lo que hay fuera de él.

Sunday, June 29, 2014

Una sociedad sin dinero

El dinero es energía potencial metafísica, y como tal, es un generador de acciones económicas. En este sentido, es una narración que interpreta los intercambios de energía potencial metafísica en energía económica. Funciona como aglutinante de las acciones económicas diversas de la ciudad, algo que consigue gracias a su contenido simbólico puente, gracias al vínculo que establece entre las determinaciones primitivas y las determinaciones económicas de la ciudad. A través del mito del dinero, cuantificamos y cualificamos la homeostasis social valorando el conjunto de nuestras experiencias, reduciendo a la semántica emocional común las diferentes acciones económicas y los objetos determinados por ellas, relacionando acciones y objetos a partir de su valor en el conjunto energético del organismo, de manera análoga a cómo operan los protocolos emocionales.
¿Por qué deshacernos de un mito tan ingenioso que ha permitido una complejificación social tan variada y un desarrollo como el que hemos experimentado de la inteligencia? Porque la metafísica monetaria perpetúa la patología psicológica de la acumulación y condiciona la vida humana a estratificaciones sociales que operan contra el desarrollo de capacidades críticas y creativas. El dinero impide el desarrollo de la narración de la libertad jurídica, pues impide la igualdad, ya que su funcionalidad y utilidad se basa en diferencias cuantitativas (termodinámicas) de energía y acceso a la energía. Mientras haya dinero habrá esclavismo, como explica perfectamente la teoría de la plusvalía de Marx, y mientras haya esclavismo nuestro pensamiento estará encadenado a las formas más básicas de las emociones y a la mera supervivencia.
¿Podríamos quitar sin más la narración del dinero? ¿No habría algo equivalente que lo sustituiría, es más, algo que funcionaría exactamente igual que el dinero y lo haría indistinguible de este? La respuesta a la segunda pregunta es afirmativa. Somos seres simbólicos y las valoraciones que proporciona un mito dado son ya acciones económicas muy concretas de las que depende la homeostasis y supervivencia general del grupo. El dinero, como los dioses, sólo puede ser sustituido por un mito más amplio que cubra las funciones del mito antiguo y genere alguna nueva, deseable y beneficiosa para el grupo, de lo contrario, volveremos a reproducir un patrón simbólico equivalente, con sus acciones económicas asociadas.
No creo que se trate de volver a sociedades pre-monetarias, sino más bien de desarrollar sociedades post-monetarias, con un mito del plano de la ley humana aún más complejo que el del dinero (mito de la ley universal), que lo absorba y lo disuelva. Un mito así sólo puede provenir de una nueva revaloración del trabajo humano a partir de los horizontes que abre la robótica, unida a una aritmética básica poblacional.

(Capítulo 23 de A solas con el universo. Oscar E. Muñoz. 2014)

Saturday, June 21, 2014

Process of Divinization-Mythologization

Mythopoetics Review: Process of Divinization-Mythologization More on Mythologization
and History.

Process of Divinization-Mythologization


  We can represent the transformations of the different social personae (Totem Ancestor, Shaman, Sangu, Lugal, Ugula, Ensi, Titan, God, Universal Law, etc.) according to the temporal increase of mythopoetical complexity in the different mythical planes (Plane of the Anima Mundi, Plane of the King-God, Plane of the Universal Law and Plane of the Human Law).


This figure is Apendix B of Volume I of Mythopoetics: The Symbolic Construction of Human Identity. 


Friday, June 20, 2014

On the Definition of the Concept of System

It took two hundred years for the concept of system to make its way into a science of its own. Curiously enough, if we compare Condillac’s [1798] definition[1] to that of Ackoff [1973],[2] we observe that the general understanding of the concept as a set of interrelated parts is basically the same, furthermore, if we filter out the different precisions made from a wide scope of ontoepistemological stand points, we might conclude that most definitions of system since Condillac share a common conceptual core that since the 1960’s has been formalized in set theoretic terms as:
S x {Vi | i I}       [Mesarovic, 1972]
Where “x” is a Cartesian product, “I” an index set, and V is a set of Vi relations. The concept of system grew before Condillac linked to epistemological intuitions in natural philosophy, as we can see en the works of Galileo[3] and Newton[4] in relation to astronomical order and the unity of that order. In this sense, we can trace its origins to the concepts of wholes and parts as treated by Plato in Parmenides or Aristotle in Metaphysiscs[5]. Nonetheless, following Buck [1956], we could postulate a valid objection to this basic core definition as an orderly relation of  whole and parts, since it is hard to think of anything which cannot be regarded as such, rendering the concept rather useless. However, the use of very general concepts is central to the epistemological strength of a science, as we see in the development of mathematics (with variable, function, set), physics (matter, transformation, order), or even in everyday language (thing, whole, part, situation).The fact that system is a peculiarly ample concept does not disqualify its epistemological validity, although it complicates its definition.

Saturday, June 14, 2014

Sequential time, mathematics and narrative

First Act of Intuitionism. Completely separating mathematics from mathematical language and hence from the phenomena of language described by theoretical logic, recognizing that intuitionistic mathematics is an essentially languageless activity of the mind having its origin in the perception of a move of time. This perception of a move of time may be described as the falling apart of a life moment into two distinct things, one of which gives way to the other, but is retained in memory. If the twoity thus born is divested of all quality, it passes into the empty form of the common substratum of all twoities. And it is this common substratum, this empty form, which is the basic intuition of mathematics. [Brouwer. 2011, 44]

If we understand Brouwer’s first act of intuitionism devoid of its mystical overtones, propositions such as a basic mind’s intuition of the passage of time, or the passing of twoities into the empty form of the common substratum of all twoities, his distinction of a life moving into two separate things, gives us all the psychological foundation that mathematics needs to start its conceptual edifice. The proposal is rather simple, as it could be expected from such a foundational question: cognitive acts are based on a intuitional pre-logical distinction, a condition of possibility for thinking, the intuition of sequentiality However, if we do not ground the act of distinction on biological basis, we run the risk of ascribing to the twoity or foundation of sequentiality thus defined -as Brouwer himself does- to a transcendental content. His understanding of language uniquely on human terms justifies his separation between language and mathematics, but it does not make any psycho-biological sense. The act of distinction which characterizes the intuition of time in Brouwer’s sense precedes the use of our human languages but not of languages in general, i.e., of communication among living creatures. A twoity, therefore, precedes also the linguistic construction that we call number -even the concept of numerosity- and denotes an action of separation, giving the condition of possibility for any verbal communication and narrative.
Contemporary neuroscience has confirmed the sequential character of the linking of two mental operations. Despite previous suppositions about the essentially parallel processing mode of the human brain, Sackur and Dehaene [2009] have shown that the linking of two conscious processes of the brain have an almost-sequential character, and can be accurately described by the model of a Von-Neuman like machine (or a Turing machine as well). Curiously, according to the experience gathered by their tests with basic arithmetic operations, there is a parallel functioning of the brain for computation at an unconscious level, but such workings would produce stochastic nodes of data that would be further processed and composed in a sequential manner. Expressed in musical terms: the unconscious processes would give the vertical or harmonic, the multidimensional aspects of the procedure, a complex way for the checking out of information and data of a multiprocessor architecture in which the same information is processed through different channels at the same time. On the other hand, conscious processes are given by the horizontal or contrapuntal passing of one chord (object) to the next according to a set of rules different to the vertical ones. Brouwer’s twoity would refer to this concatenation, the syntactic monoid structure of language, but says nothing about the vertical multiplicity of the objects of the monoid, the semantic memory checking in which the past is recombined to produce a synthetic image for the conscious syntactic process. The interpretation given by Sackur and Dehaene suggests a continuous semi-stochastic filtering out of the plurality of the unconscious processing of information into a single line of consciousness and determination whose performance is conditioned by the new data entering the system, i.e., by the action of the human being in a cultural and natural milieu. The experiments performed have little semantic content, and it would be interesting to carry out further experimentation with narrative verbal processing in order to ascertain the mechanisms of the stochastic vertical processing of communication. However, if there is a general constraint of sequentiality in the conscious chaining of mental operations, as Sackur and Dehaene’s experiments seem to prove, narrative constructions (and mathematical ones) would be conditioned by such biological constraints, reflecting general epistemological strategies for survival and adaptation rooted in the unconscious addition and complexification of numerous simple neural processes, but not by Brouwer’s substratum of twoities, or by any other transcendental condition of possibility for human thinking.

References
Brouwer, L.E.J.  Brouwer’s Cambridge Lectures on Intuitionism. Cambridge University Press. Cambridge. 2011.

Sackur, Jérôme and Dehaene, Stanislas. The cognitive architecture for chaining of two mental operations. Cognition 111 (2009) 187–211.

Wednesday, June 11, 2014

Isomorphisms of Land, Money and Kings

As noticed by Locke and later on by Keynes, one of the values of money, the value of use, given by the rate of interest, has the same nature as land, for land -once is rented- generates an income. Such an isomorphism gave the first modern metaphysical translation of land into money and vice versa. The high liquidity premiums attached in the past to the ownership of land and in modern times to money, show perfectly that the relation is invariantly isomorphic. During liminal times, i.e., economic crisis, the liquidity premium detaches itself from money and goes back to land (or gold). The isomorphism is an old inheritance from the myths of the King-God, the synthetical unity of his four personae, in this case of the Ensi (Landlord) and the Ugula (Merchant). However, Locke’s equivalence, by leaving outside the metaphysical component of economical valuation gave the ius naturale support to colonization which the manifest destiny politics lacked. The isomorphism land-money in relation to the mercantilist economic praxis produced a substantialization of both money and land. The monetary image of the land reduced British colonization to a monetary enterprise, giving it the strength of economic quantitative methods not at the disposal of any previous empire, but it also gave a quantitative image of monarchy, the beginning of its institutional limits in modern times. Kings had to bow under the universal law of reason, and at the same time, they were forced to fall back to their strongholds as representatives of the narrative of identity for the community, their Sangu (Spiritual Leader) persona. With their retreat from the Lugal (Military Leader) persona they increased the strength of the narrative of nation, a tale which soared above the economic actions with the supernatural scents inherited from the old idea of community expressed in the myths of the King-God.

The isomorphism land-money shows something interesting in relation to economic valuations. Neither land nor money are commodities, but narratives of valuation. The narrative of monarchy, linked to land (and to money through the isomorphism), is as stable as we want it to be, but only insofar as we believe in its transcendental dimension. We do not really need transcendentalism in modern politics, neither in the form of myths of King-Gods nor in the form of transcendental republics which fulfill some teleological ideal, either materialist or not. It would suffice with economical actions based on human laws, making the best of our finitude, intelligence and good will.

Monday, June 9, 2014

The Four Personae of the Kings

The genesis of monarchies in Ancient Mesopotamia offers a clarifying picture of the different economical and ideological narrative forces which form the social persona of the King-God. The King-God is the synthesis of the Sangu, or spiritual leader, the Lugal, or military leader, the Ensi, or landlord, and the Ugula or great merchant.
The Sangu is the evolution of the personae of the Shaman and the priest. It is the mediator with the ancestors and the unknown forces of life. It is the royal persona with higher prestige and the unquestionable figure which controls the basic narratives of life and death, the giver of the referential valuation for social action, a valuation which has its roots in successful economic actions of the past.
The persona of the Lugal emerges out of the needs of war. It is an active extension of the Sangu, and only the Sangu can justify and support ideologically his performance. Lugal and Sangu represent also two different ways of ascension to power. The occurrence of one or the other is conditioned by the limitation of resources. Limited resources lead to land expansion and quickens the appearance of the military leader, the Lugal, while a lower population pressure (in simpler societies) allows scenarios of political control by mere ideological prestige. Once cities reached a critical dimension, both Sangu and Lugal where needed, either synthesized in one single persona (the most stable solution), as Marduk himself does, or in two personae working closely together, a posterior solution demanded by the complexification of society which led to the development of the closely related institution of priesthood.
The Ensi is the owner (consort) of the land, a key persona in agrarian economies. It has a religious dimension through the myths which identify the King as the consort of the Goddess, i.e., the Land. For instance, the god Dumuzi, the shepherd, is an Ensi, but Ensis are also the storm gods, Enlil, Marduk, the Hittite Teshub, the Canaanite Baal, Zeus, the Mayan Hurakan and so many others. In the Babylonian Akitu, as in all harvest festivals around the world, the King-God enacted the bond of fertility as the Ensi of the land.
Finally, the Ugula, the great merchant, is the complementary figure of the Ensi, the economical action of the city beyond its frontiers. The Ugula is closely linked also to the Lugal for war and city’s commerce are but a small step apart. It is a persona whose development is posterior to others, closely related to the Ensi, for the control of trade and commerce is grounded in the property of the fruits of the land.
The King-God is the synthesis of these four figures. In some cases, all synthesized in one, but also available in different combinations of the four. Depressingly enough, the model works even today. Saudi Arabia, Qatar or Swaziland are examples of states where there is a total unity of the four personae. The British monarchy synthesizes the Sangu and the Ensi figures, for it symbolically owns 6.600 million acres around the world, the biggest land owner of the planet. Of course, the very same idea of owning the land is metaphysical, half-way between childish selfishness and deep psychological delusion, but it works, sadly, as a narrative of domination which, enforced by arms, is today exploited by the kings of Kuwait, Lesotho, Bhutan, Jordan, Nepal, Oman, Thailand or Morocco, the landlords of their countries. Land fetishism is deeply grounded in our myths, which, in turn, have their roots in subsistence actions. In modern times, in republican countries, is not strange to see Ugula figures avidly buying land to incorporate the prestige of the Ensi, like Ted Turner (CNN) or the Canadian Irving Brothers, climbing the kingly scale through a marriage with the Goddess which promises extra-immortality.

There are monarchies even in cases where there are not traditional kings, for there is a monarchy as long as there is a separate Sangu, Lugal, Ensi or Ugula persona or a combination of them. There are plenty of examples of republics all around (some democratic) where the president acts as both Sangu and Lugal with the approval of the majority of the population. It is definitely not a question of mere inheritance (it never was), but of dominance and social order through metaphysics. In this sense, traditional European monarchies play still today a religious role of prestige which is inconsistent with the political human proposals of the Enlightenment, exercising a limiting force for the development of free and mature political thinking. Furthermore, they produce a curious and unfortunate phenomenon. Let us think for a moment in the King of Spain or the Queen of Britain. Nowadays, their major social action is the one of the traditional Sangu, performing at festivals, funerals, memorials, inaugurations, conventions, diplomatic delegations, etc., actions which in the opinion of some render the institution innocuous, even beneficial. But since their role as spiritual leaders is a narrative untenable today -not only because their moral actions could hardly inspire anyone but mainly because the Christian ideology is developed independently of the will of the monarchy by the priestly caste- they just contribute to the mystic narrative of the concept of nation, a very badly ventilated political construction which by believing in the transcendentality of the land and the institutions, only helps to perpetuate old and unjust distributions of property and social stratifications.

Saturday, June 7, 2014

Monarchies

  
 In Ancient Mesopotamia, monarchy was one of the Mes contained in the bronze Tablets of Destiny which the god Marduk wore as a symbol of his power. The Mes included abstract concepts as well as physical objects. Me is lordship, kingship, truth, the shepherd like care of the elite for their masses, the legal language, sexuality, prostitution, art, musical instruments, and several other actions and symbols which somehow function as civilizing tools, the knowledge needed to organize a city. The Mes represent the universal law, or better, the universal law is an induction from the Mes, the way things are on a cosmological scale which includes the order of the city. The unstable homeostasis of social order unveiled the divine pretenses of the King-Gods: both Isis and her divine royal family were exposed. Naked to the eye of the intellect, kings could only maintain their prestige bowing themselves to the law which they were supposed to represent. Their role as divine officials and mediators was never questioned, for the Me was the institution, and not the particular king. In liminal times, the myths of the plane of the King-God revert to their more basic configurations. The king falls back to his role as spiritual leader, as the shaman which brings order, as the civilizing ancestor hero which acts as ambassador of the higher powers, always mysterious, unknown, strange, ineffable, out of logos and discussion, accepted by the masses in fear and awe.
   The prestige of monarchies is grounded on this control over civilization, on the safety provided by the myth which gives form to the city, an emanation from the divine source. Their mystic reputation is in fact their technique of domination, a self-narrative of identity embedded in the mist of superstition and ignorance, a set of patronizing narratives for the implementation of paternal social actions which exploit the more rudimentary versions of our basic emotions. The benefits of civilization are thus capitalized not only by its founders but also by the elites which inherited the control over the myth, the collectors of an ancient endless revenue that can never be completely paid by the masses. Part of the myth is the continuous threat of a chaotic monster which will raise and devour the godly perfection of the social order, the universal law reflected upon the human structures of stratification. Any menace to the monarchy is presented as a threat to society at large, for the land itself will collapse if the Mes are disturbed.
   A relatively recent example of the myth was enacted in Spain with the failed coup d’état of 1981. The Spanish King calmed down the monster of chaos, and the waters of conflict receded under his control. We know that kings are linked to storm-gods. The myth is conveniently reenacted today in 2014 with the proclamation of a new king. The process is not innocuous: it revitalizes myths which are contradictory with a social contract based on the human law, and it also leaves the citizen in a perennial state of political infancy.
   Narratives of domination are based on the basic emotion of fear, the fear we feel for the uncertainty of the future of our sons, engraved by the fire of evolution in the mammal’s neural systems long before we appeared in the drama. In liminal situations, like the proclamation of a king, or in the Babylonian Akitu ceremony, when the king was annually publically humiliated in order to be reinstated afterwards with honors, reason gives way to more basic protocols of survival.
I hear in my head the forgotten verses of the White Bard of Manhattan, like an Athenian echo over the uneasiness of my internal exile:

Spain
Out of the murk of heaviest clouds,
Out of the feudal wrecks, and heap’d-up skeletons of kings,
Out of that old entire European debris—the shatter’d mummeries,
Ruin’d cathedrals, crumble of palaces, tombs of priests,
Lo! Freedom’s features, fresh, undimm’d, look forth—the same immortal face looks forth;
(A glimpse as of thy mother’s face, Columbia,
A flash significant as of a sword,
Beaming towards thee.)

Nor think we forget thee, Maternal;
Lag’d’st thou so long? Shall the clouds close again upon thee?
Ah, but thou hast Thyself now appear’d to us—we know thee;
Thou hast given us a sure proof, the glimpse of Thyself;

Thou waitest there, as everywhere, thy time.
(W. Whitman)