Los rituales humanos hunden sus raíces en el comportamiento animal, y la pauta animal lo hace en la necesidad de repetición de los organismos vivos, en la estructura cíclica de las acciones fisiológicas.
A nivel humano, la conducta ritual conlleva una acotación del espacio y del tiempo, así como una significación distinta de ambos con respecto a la de los espacios y tiempos de la experiencia cotidiana. Ya desde las ceremonias rituales de las sociedades frías, observamos el cuidado y minuciosidad del chamán para determinar con precisión los espacios, los tiempos y los elementos que intervienen en el rito.
El espacio sagrado delimita el mundo, no sólo como lugar de la acción, sino el ámbito de significado de las cosas contenidas en ese espacio. Es un espacio cargado de significado: hay un orden en las cosas. El tiempo mismo adquiere su sentido en relación a este orden de las cosas, y cierra cíclicamente el espacio en el “tempo" del rito, un tempo que es símbolo del tempo del Mundo. Lo que no está en el rito o no es referible al rito no tiene realidad. Y la realidad de las acciones del rito se fundamentan en su ser actuadas en ese entorno y ser observadas por sus participantes. Los rituales, complementados y extendidos por las narrativas de identidad, los mitos, se integran en una unidad de acciones interpretativas que dan valor a las acciones vitales del grupo.
Es interesante observar, que la palabra “rito" es una palabra latina de origen indoeuropeo emparentada con la palabra sánscrita “rta” que quiere decir “verdad", pero que también significa en esa lengua “sacrificio”, “ley” o “fe”. El sánscrito es una maravillosa caja de fósiles conceptuales, como también lo son el propio latín o el griego, y nos permiten ver cómo fluyeron en la fuente, en su origen, impulsos de acciones humanas que luego tuvieron distintos desarrollos, como es el caso del experimento científico.
Nuestros científicos y filósofos son evoluciones de la máscara psicológica de la casta sacerdotal. La ontología científica implica todo un sistema de creencias, fundamentalmente de orden epistemológico: hay una creencia incuestionable en el método científico, que en su forma última es algo bastante reciente que culmina con la necesidad autoimpuesta de que las teorías sean falsables, es decir, que sean contrastables experimentalmente, una propuesta de hace 90 años del filósofo austriaco Karl Popper que ha gozado de una acogida fervorosa, y que es la culminación del desarrollo del pensamiento científico del Mundo Moderno (mundo Occidental de los últimos 500 años). Obviamente las teorías cosmológicas sobre el origen del Universo, difícilmente pueden ser falsables, pues el Universo en su conjunto no cabe en un laboratorio experimental, y los aceleradores de partículas funcionan como pobres escenarios de cómo fue aquel momento inicial, "en aquel tempo" del ritual que reproduce el origen del Universo, "in ille tempore”.
Sin embargo, los aceleradores de partículas, los más caros juguetes construidos por los físicos, si son el epítome del fenómeno experimental y son claramente, formas contemporáneas de los grandes rituales del pasado en los que “Rta", la Verdad, era actuada y observada, pensada y vivida con pasión como la reproducción del orden de las cosas, “in ille tempore”.
Los experimentos cierran el tiempo y el espacio, como hace todo ritual, y como hacen los juegos. En esta prístina atmósfera, se declara real lo que ocurre allí y sólo aquello que ocurre allí, todo lo que actúa en un tempo cíclico y puede ser reproducido a voluntad. Al igual que hacen los ritos, la minuciosidad está en el centro de la acción ritual. Una repetición en la que algún factor sea distinto puede suponer que el rito no sea efectivo. Las religiones están llenas de ejemplos de la obsesiva actitud al respecto de los rituales, y nuestra historia tiene anécdotas sobre estas compulsiones de corte tragicómico. Podríamos mencionar muchos ejemplos. Baste recordar el llamado Ritual de la Veneración de la tradición Jainita, en el que se contemplan como faltas capaces de arruinar la efectividad del ritual, minucias en cuanto a la postura o el movimiento, o el ritual cristiano de la comunión, inefectivo si no se hace en ayunas; y no olvidemos el caso del cisma dentro de la Iglesia rusa del siglo XVII causado por las diferencias de opinión ritual acerca de si lo correcto era la persignación con dos dedos o con tres, como nos cuenta Max Weber en su Sociología de la religión.
La maquinización del ritual es la maquinización del experimento, la comprensión mecánica de la Realidad, y por desgracia, la extensión del celo intolerante del sacerdote con respecto a la norma a los ámbitos del fabuloso mundo de la burocracia y la vida en general. La maquinización del ritual, ya sea religioso o científico obedece a un fundamento común: la reducción de la liminalidad vital, la subsanación de la fragilidad que la vida tiene ante lo desconocido. La repetición de un fenómeno es su doma, la aniquilación de su raíz fundamental de orden enigmático y oculto tras las apariencias, y la sustitución de la experiencia general vital por una representación liminoide, controlable, un simulacro. A través del ritual, la liminalidad, ya sea la humana o la animal subyacente, se convierte en un fenómeno liminoide, una simulación controlada (o por lo menos se produce esa impresión) al subsumirse un orden más simple bajo el control del orden más complejo de un pensamiento neocortical lingüístico, racional y previsor, plenamente desarrollado. Lo liminal en relación a la naturaleza es lo que permanece abierto, sin acabar, lo que no puede asirse y controlarse, y conlleva una carga de “anomia", o más precisamente dicho, de un orden no-humano. El control sobre esta liminalidad se consigue mediante una estricta plasmación de los rituales en términos lingüísticos, es decir, su explicitación en una narrativa metaritual. El paso desde lo liminal a lo liminoide se da cuando mecanizamos un escenario de la experiencia, e introducimos elementos ajenos a tal escenario mecánico de forma consciente, o sea, representamos en conceptos bien conocidos (o aceptados como bien conocidos y "finales”) lo inesperado y sorprendente de la ley natural que invocamos para el rito cognitivo, pero desarmado de todo su contenido anómico, al otorgarle un espacio-tiempo bien preciso para su ocurrencia, y unos protocolos básicos de posible desarrollo.
Tanto en el ritual religioso-social como en el experimento científico, hay una creencia ciega en la efectividad del ritual mismo. Para la ciencia, cualquier hipótesis que no sea falsable en el proceder experimental, no tiene cabida en el ritual. Sin embargo en los rituales tradicionales todo lo que aparece en el contexto del ritual tiene un significado por el mero hecho de aparecer en el ritual. Por su parte, los enunciados científicos falsados ritualmente son condenados al infierno de la irrealidad, expulsados para siempre del saber y de la vida cotidiana, y se persigue a aquellos que contravengan las directrices de verdad establecidas en el ritual. Los enunciados falsos de los ritos tradicionales, es decir, la falsedad, el mal y la mentira, son también expulsados, pero la acción de su significado transforma todo el rito, sus elementos, contienen una enseñanza de vida y se incorporan en una simbolización más compleja en el nuevo ritual.
El ritual comenzó aspirando a ser un presente eterno, pero después fue presa de su propia maquinización, del dragón vital que busca repetir para alcanzar la identidad y cerrar la anomia liminal. Si lo observamos en su desarrollo como acción antropológica desde un punto de vista mitopoético, si aplicamos una perspectiva cíclica a ese desarrollo, haciendo de toda la historia de la humanidad un único ciclo (si lo pensamos como Trikala), obtenemos una interesante perspectiva acerca de la naturaleza de lo que hemos llamado y llamamos “verdad”.
La verdad se nos muestra como voluntad de hacer real la existencia, como voluntad de identidad y de permanencia de identidades que establezcan firmemente la vida, pero que no se detengan en la vida. Su obstáculo no es la falsedad ni el error, sino la maquinización, la acción liminoide, la repetición ciega en la que abandonamos el sentido del momento presente. La verdad del ritual se presenta cuando ya no se repite una acción dada sino cuando se hace aparecer de nuevo en el aquí y ahora del Espacio de Significado (el espacio del ritual) el impulso fundamental de esa Voluntad de Realidad. En ese momento, el rito, ya sea científico, religioso, artístico o social desvela un modo de ser de lo humano en la presencia que siempre quedará velado por cualquier experiencia repetitiva. En el momento del “ille tempore”, no observamos ya ninguna máscara particular, tan sólo la luz humana viendo más allá de sí misma, nutriéndose con más Luz.
Pero nuestra experimentación científica, acrítica con respecto a su ontología y su epistemología, intolerante, prepotente y mecanizada, fría y vacía del fuego que sostiene la vida y hace que merezca la pena, nuestra ciencia contemporánea, como tantos otros rituales sociales de nuestra humanidad, no buscan otra voluntad de realidad que la Voluntad de Poder.
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