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Antorcha en la Frontera de la Noche


 Desde el punto de vista de la transpersonalidad psicológica humana, nosotros mismos somos las generaciones del futuro. Nuestro linaje humano es un continuo de expresiones anímicas de la Danza del Cosmos. Pasar la antorcha del Fuego Sagrado es como hacer marcas en el camino para que podamos verlas y recordar, ya siendo otros, en tiempos que hoy consideramos futuro, pero que son parte de este mismo Trikala, esta esfera de temporalidad en la que se mueve nuestra civilización, recreadora de los significados del pasado y del futuro.


El proceso general mitopoético de nuestra humanidad ha seguido una línea ascendente de simbolización que ha recorrido los caminos del Anima Mundi, el Rey-Dios, la Ley Universal y la Ley Humana. Este último estadio mitopoético no ha sido realizado nunca de manera completa. Hemos identificado el humano con una forma específica de pensar que ha sido declarada absoluta por nosotros mismos: la racionalidad. Primero como racionalidad filosófica y después como racionalidad técnica en la que expresar las formas de control de la Naturaleza. La Ley Humana es hoy una Ley de la Racionalidad Técnica, la razón instrumental aplicada a todos los ámbitos de la vida, la ingeniería y protocolización simplona y minuciosa de cada institución social, de cada comportamiento individual, de cada pensamiento, sentimiento y volición, la maquinización general de nuestra existencia y del planeta, y la extensión de esta manera de entender la Realidad a la forma de ser del propio Universo.


La Ley de la Racionalidad Técnica es una  Ley de Subhumanización. Se acepta y se sostiene por su anclaje en nuestras necesidades más básicas emocionales e instintivas, de sustento y cohesión grupal, necesidades que van más allá del ámbito humano y anclan sus raíces en la vida animal. 


La tecnología computacional ha arrastrado nuestro pensar en una dirección repetitiva obsesiva de acumulación simbólica. Nuestro pensamiento común cotidiano naufraga en una obsesiva y repetitiva trivialidad emocional, aplicada al ámbito privado, pero también a la política y al espectáculo general mediático. A nivel cognitivo, es una repetición desquiciada de símbolos que giran alrededor de los propios media, alejados ya de los ciclos de la vida y del contacto con la temporalidad natural; estos símbolos se encuentran desprovistos de significado fuera de su corto entorno cultural. La Naturaleza entra en la experiencia como un símbolo vacío más, y tan sólo en cuanto que imagen digital al servicio de cualquier despliegue egoico. El exceso de esta repetición obsesiva de símbolos vacíos o castrados, genera una forma de nihilismo doble: por exceso de materialidad repetitiva, y por la devastadora vanidad de los contenidos. Esa materialidad es virtual en su núcleo, es un constructo de la mente colectiva, si bien es justificada en la exuberancia (de orden menor) de una producción industrial salvajemente descerebrada, que se plasma en materiales de síntesis química que sofocan y envenenan nuestras vidas.  


Esta subhumanización ejerce un hechizo burdo sobre todas nuestras carencias psicológicas y fisiológicas. Ha tomado forma en las narrativas de empoderamiento, es decir, de la cruda Voluntad de Poder, que ya no es tan sólo la locura de líderes políticos y religiosos -iluminados Dios sabe por qué demonio- sino un impulso general de una población que se siente más fuerte, más grande, más sabia, más capaz… Sin embargo, la supercapacidad de estas nuevas masas de mujeres y hombres, con sus fugaces destellos de autosatisfacción, no resuelve la raíz de las carencias de sentido en la vida común e individual, y simplemente reprime con fervor neoreligioso cualquier fuerza que le sea adversa en su camino de empoderamiento, creando monstruos psicológicos que se agazapan aguardando el momento de salir a la luz y destrozarlo todo con una violencia medieval.


En el centro de este vacío hay una verdad que da un contenido trágico a esta feria de la aldea global. La racionalidad instrumental oculta a las masas un terrible secreto: el orden sobre el que se basa, sus fundamentos, colapsaron hace años. No se trata de un colapso técnico: es un colapso de fundamentos, de la misma estructura del pensamiento lógico. Hay una desharmonización fundamental entre la sintaxis de los lenguajes formales humanos y su semántica. Hay un problema insalvable en la fundamentación de significados, de la semántica, y por tanto, en todo el edificio que se ha construido por la ciencia en los últimos 500 años. La ciencia, y la mente humana, tienen su fundamento en algo que no se rige por el pensamiento dual. La ciencia no puede dar el conocimiento de la realidad humana fundamental, ni de la realidad Universal, tan sólo puede producir sus propios fantasmas. La ciencia tampoco puede dar el sentido para las cosas, como ninguna estructura mental basada en un pensar como el que se expresa en nuestras ciencias y nuestras leyes puede generar sentido, individual y colectivo. 


El sentido no sólo es una acción mental, es también una acción vital. Es más, el sentido no sólo es la acción de la mente y la vida, sino una acción general del Universo.

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