La narración creció en el proceso de ser narrada. El Blog se ha ido haciendo más laberíntico con los años. Contiene mi libro de Mitopoética y unas cuantas cosas más. Para aquellos que acceden a estos textos sin saber nada sobre la Mitopoética, voy a colgar aquí la introducción de la primera parte, y así podrán decidir si quieren ocupar su precioso y único tiempo en pensar sobre las narraciones de identidad que hemos desarrollado los humanos a lo largo de nuestra azarosa existencia como especie.
"Las narraciones mitológicas
son la única actividad intelectual que hemos practicado de manera continuada
desde que somos humanos, lo que las convierte en una herramienta única para
poder pensar de manera sintética nuestra evolución como especie
homo sapiens. En este sentido, son las
primeras fijaciones valorativas que el ser humano ha hecho
sobre sí mismo y su entorno, y como tal, han sido condicionantes de las que han
venido después, tanto en su forma como en su contenido. Su función comunicativa
las coloca en la base de las acciones sociales, de hecho, pocas acciones
humanas son tan ubicuas y cotidianas como la narración, ya sea en la forma de las historias tradicionales
que recogen los relatos sobre los orígenes y las
identidades grupales, o en la de las narraciones simples de la vida cotidiana que
constituyen la comunicación ordinaria, las que dan cuenta ordenada del decurso
del día, o los proyectos de acción para mañana. Estamos acostumbrados a pensar
narrativamente, generando escenarios, más o menos cerrados, con personajes y objetos,
materiales o conceptuales, que guardan un conjunto de relaciones organizadas
partiendo de la secuencialidad de nuestra intuición. Los modelos con los que
comenzamos pensando son los de la tradición particular a la que pertenecemos, y
con ellos heredamos un cúmulo de conceptos, densamente interpretados dentro de
procesos culturales, cuyos contenidos metafóricos no hacen sino mostrar su
pertenencia a algún mito. Incluso en ámbitos donde de
forma deliberada se ha intentado dejar atrás cualquier vínculo mitológico, nos
encontramos con pensamiento permeado por
nociones cuyo origen es mítico. Tal es el caso, por ejemplo, de los sistemas
jurídicos occidentales basados en la idea del derecho positivo, que a pesar de
desarrollar un sistema de
pensamiento estructurado según cadenas de razonamientos silogísticos, contienen
como elementos del sistema conceptos cuyo origen es mitológico, como el de igualdad ante la ley, cuyo origen está en la teología
cristiana, en la igualdad formal de todos los hombres en relación a la voluntad soberana de Dios[1]. La
genealogía no es sólo conceptual, sino también ritual a un nivel psicológico
más básico, ya que las mismas representaciones de los
juicios se remontan a antiguas ceremonias de las viejas mitologías. La raíz
mítica de la mayor parte de nuestros conceptos y sistemas de orden social no puede
resultarnos una sorpresa, pues nuestras construcciones simbólicas se originan
en el proceso vital, pertenecen de una u otra manera a la vida social, y tienen
una interpretación en relación a la vida pasada del grupo, formando una trama
narrativa que conlleva una visión específica del mundo.
Los mitos están unidos a la
formación psicológica de nuestra persona. De manera imperceptible los relatos
de la comunidad dieron forma a los rasgos que consideramos nuestros valores.
Descubrimos nuestra individuación pensando un relato, identificándonos con alguno
de los personajes, inventando una identidad personal a partir de alguna de las
narraciones que nos ofrece el grupo, en una acción imitativa que
nos da forma de manera espontánea. El mito lo canta el chamán, el poeta, el profeta, el sabio, pero asimismo lo transmite la madre y el maestro,
en un proceso de enculturación continuada en la totalidad de los ámbitos de la
vida social. La mayoría de las tradiciones mitológicas del mundo relatan los
orígenes como la aparición de los dioses o de los
antepasados a partir de estados caóticos precedentes, como si a partir de un
instante dado se hubiera focalizado el pensamiento haciendo
aparecer el mundo. Análogamente al niño, el grupo despertó en el relato de su
propia identidad, un relato que fue primero acción animal y automática,
para después avanzar hacia procesos más reflexivos. Sin embargo, su despertar
no fue como el del niño, en un entorno cerrado y de juego, sino que ocurrió de
lleno en la incertidumbre de la vida. Fue un despertar activo, implicado en una
humanidad que ya estaba en marcha, viviendo y muriendo, que interpretaba las
acciones en narraciones conforme a sus medios limitados, pensando a partir de
sus pequeños escenarios lo que le
mostraba su experiencia, y proyectando esta sobre el horizonte de su
ignorancia. Los relatos que permanecieron, que aguantaron el contraste del
tiempo, se fijaron: si habían servido
para interpretar la existencia hasta ese punto y sobrevivir conforme a tales
valores, la conformidad con el mundo probaba su validez, y como un ADN extracelular se protocolizaba su repetición en
las costumbres grupales por todos los medios posibles, universalizando su
contenido como el modo de ser de las cosas.
La cotidianidad de nuestro contacto
con los mitos hace de ellos objetos culturales aproblemáticos, si bien, la
transparencia se pierde en cuanto examinamos de cerca las denotaciones y
connotaciones del término, por lo que se hace imprescindible establecer una
terminología básica y un contexto histórico para la mitología como problema
filosófico. Comenzaré por delimitar el dominio mítico desde los puntos de vista
que ha sido tratado en la filosofía de la
religión y en la antropología. Para ello examinaré la dimensión ontológica de las
distintas tradiciones mitológicas y las jerarquías que se establecen entre las
entidades de los mitos. En segundo lugar, trataré del mito desde un punto de vista lingüístico, revisando
las tesis más relevantes que se han propuesto sobre el pensamiento metafórico en
relación a los mitos, y proponiendo un modelo simple sobre la función lingüístico-epistemológica
de determinación de la experiencia que recogen los mitos. Pasaré después a
considerar las relaciones entre mito e historia, examinando la extensión del domino tradicional del
mito dentro de campos que son considerados como históricos. Acabaré tratando
los mitos en relación a su composición, es decir, desde el punto de vista de la
mímesis, proceso en el que, a partir de la acción narrativa se
determinan tanto el sujeto como los objetos y escenarios de su
experiencia. El propósito de esta línea argumentativa es la obtención de una
definición preliminar del dominio mítico, así como de los distintos conceptos
que incluye en la definición."
[1] Escribiré Dios, en mayúscula,
con el sentido de un nombre propio para la divinidad cristiana, como Allah para la musulmana, Brahman para la hindú, etc. En minúscula designa el
concepto general.
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