De
manera provisional, adoptaré las tesis de Durkheim y Habermas que
definen el mito a partir de su funcionalidad comunicativa como
narraciones fundadoras de la identidad social. Los mitos son acciones
comunicativas humanas, y su comprensión supone la elucidación de la
funcionalidad del lenguaje humano, aclaración que a su vez remite a
algunos otros temas relacionados. Desde una perspectiva
antropológica, la problemática sobre el origen del lenguaje
requiere una aproximación psicobiológica que incluya un análisis
del proceso de comunicación animal y no una mera discusión
metafísica, ya sea hecha esta desde los supuestos de alguna
ontoteología o de la psicología racional1
que utilizó la filosofía hasta el siglo XIX. No obstante, considero
relevante hacer un boceto, aunque sea rápido, de las tesis más
importantes que sobre la relación entre mito y lenguaje se han
pensado, ya que ayudará a perfilar mejor la posterior teoría
psicolingüística, además de mostrarnos los condicionamientos
teóricos de los que partió la mitología.
La
obvia dimensión lingüística del mito no está exenta de problemas
filosóficos. La primera aproximación a la relación entre lenguaje
y mito nos haría pensar que el segundo es una especie del primero,
pues hay formas comunicativas, como una constitución política, o un
razonamiento matemático, que, en principio, no crean escenarios con
las categorías de los mitos tradicionales. Sin embargo, si
examinamos una constitución política con más detenimiento,
observamos escenarios que de forma directa o derivada, hacen
referencia a escenarios mitológicos. Así por ejemplo, en la
Constitución de Atenas2,
a los comentarios sobre los procedimientos administrativos de la
propia democracia y sobre las leyes que hace Aristóteles, subyacen
conceptos como el de Diké, justicia, o Eunomía, orden, que aparecen
en el poema de Hesíodo como consortes de Zeus3,
y que remiten a un mundo mitológico concreto. De hecho, en el texto
aristotélico aparecen los poemas de Solón, cargados de conceptos
míticos para hacer inteligibles las acciones democráticas que en
ellos se describen a partir de propósitos, utilizando como referente
final el Lebenswelt de Atenas. El caso ateniense es extensible a
otras constituciones, pues los conceptos en ellas manejados
pertenecen al mundo de la vida de la comunidad, inevitablemente
vinculado con alguna mitología. Y con la matemática, en cuanto que
forma lingüística comunicativa, pasa algo similar. Los pitagóricos
identificaban los números con los dioses, como los platónicos,
quienes no sólo compartían con aquellos el carácter sagrado de los
números, sino que también usaban los mitos de la tradición griega
como símbolos para tratar intuitivamente asuntos de filosofía. El
tratamiento sagrado de la matemática dista mucho de ser una
característica del mundo antiguo. Con el surgimiento de la ciencia
moderna, Galileo, y una larga lista de matemáticos, consideró que
la matemática era el lenguaje de Dios4,
y en pleno siglo XX autores platónicos como Kurt Gödel creían que
un procedimiento lógico matemático aportaba prueba de la existencia
de Dios5,
lo que equivale a creer en la congruencia del concepto de Dios (de la
tradición judeo-cristiana leibniziana) con los del sistema de la
lógica. La misma idea de la necesidad de la prueba lógico-ontológica
implica que el concepto de un ser supremo no es algo a lo que se
pueda llegar de forma intuitiva, sino que se trata de una categoría
transcendental, como las que aparecen en los mitos. Como vimos más
arriba, la estructura categórica transcendental de los escenarios
mitológicos no es suficiente para definir los mitos, pero es
interesante observar que tampoco lo sería la definición provisional
de mito que hemos adoptado a partir de su funcionalidad comunicativa,
ya que hay procesos de formación de identidad que no se conforman a
las ideas tradicionales de lo que puedan ser los mitos: una
constitución política no es menos fundadora de identidad grupal de
lo que pueda ser un mito arcaico. Y algo similar podríamos decir de
la matemática, pues el grado de su desarrollo en diferentes culturas
ha determinado la vida económica del grupo humano, lo que a su vez
determina la propia identidad del grupo, es decir, también es un
proceso comunicativo del que se derivan acciones para fundar
identidad. Parece entonces que no es tan sencillo separar formas
lingüísticas comunicativas que no consideramos míticas de las que
reconocemos abiertamente como tales.
Igualmente,
encontramos dificultades acerca de una caracterización lingüística
del mito a partir de su funcionalidad social comunicativa. Así,
desde la definición de Durkheim-Habermas, en la medida que los mitos
son formas de comunicación, no pueden preceder al uso del lenguaje.
Sin embargo, no es esto lo que encontramos en las tradiciones
mítológicas. En el caso australiano, en el que, al principio, los
antepasados crean simbólicamente el mundo en un paseo mítico-ritual,
se supone que alguna forma de presimbolización tuvo que preceder al
walk about, pero para que hubiera tal estadio presimbólico, debía
existir una comunicación social previa. Como no había nada en el
mundo, tal comunicación no podría existir, luego no podría crearse
nada en un paseo. Aquí hipostasiamos un antepasado totémico acabado
y completo que produce una paradoja. Por su parte, en los mitos
ontoteológicos que sostienen la creación por el Logos (o el Om,
etc.) el lenguaje, como atributo divino, precede al propio hecho de
la narración. La solución teológica fue hacer del Logos algo más
que un acto comunicativo, que un instrumento a través del cual se
implementa la creación, por lo que, expresado en términos
aristotélicos, en el concepto se identifican el creador y la
herramienta, la causa eficiente y la causa material6.
En los mitos de Ptah, esta divinidad que es equivalente al Logos,
acaba asimilándose a Ra. En los del vedanta hinduista, Om se acaba
identificando con Brahman, El Corán con Allah, etc. En los mitos
australianos también se encuentra este contenido seminal de la
palabra, el logos spermatikos: la palabra es la luz de la
individuación que hace posible la creación7,
naturaleza seminal que ha sido causa de una paradoja recurrente en
relación al origen del lenguaje. Un lenguaje divino, o totémico
ancestral, en los términos mitológicos de cualquiera de estas
tradiciones, es algo tan completo y terminado como la divinidad o
tótem a los que representa o con los que se identifica. El origen
del lenguaje va unido al origen del mundo, es parte de algún relato
cosmogónico. Las primeras explicaciones sobre el origen del
lenguaje, ya sean las antropomórficas o las teológicas, toman la
forma de mitos que operan con categorías transcendentales, siendo el
lenguaje mismo otra idea transcendental, asimilada a un concepto
transcendental del ser humano o de lo divino.
El
carácter transcendental del lenguaje en las mitologías arcaicas
hace de su origen un mito. Pero los mitos sobre el origen del
lenguaje utilizan el propio lenguaje para la comunicación de su
contenido, o sea, presuponen el lenguaje, y pensamos en círculos sin
establecer una determinación de partida. Incluso si intentamos dar
una explicación del origen del lenguaje no ya desde los mitos, sino
desde la relación del lenguaje con los objetos, nos encontramos con
razonamientos circulares, pues estamos intentando definir un
sistema, el lenguaje, con sus propios elementos, lo que no es
posible, ya que tiene que haber un punto de referencia externo al
sistema para que la definición no sea circular. La primera propuesta
que la filosofía hizo para evitar la circularidad la encontramos en
Platón, en el Crátilo, libro en el que se expresa una doctrina
mimética para la comunicación entre el Logos y los objetos del
mundo que el Logos nombra. La paradoja, tal como la formula Platón,
consiste en que el que nombra, tiene que conocer las cosas que
nombra, y para conocer las cosas tenemos que saber sus nombres antes,
lo que implica que el primer hombre que nombró ya conocía los
nombres de lo que nombraba8.
La discusión está dirigida no tanto a dar una respuesta definitiva
sobre los mecanismos de la generación del lenguaje y el vínculo
entre la palabra y el objeto, como a mostrar la incoherencia de las
teorías sofistas que pretendían resolver el problema a partir de
supuestos de convención humana. Claramente, el argumento de Platón
muestra la paradoja de una posible primera convención. La propuesta
positiva es mimética, y se apoya en su teoría de las ideas, las
cuales tienen una acción paradigmática sobre el intelecto humano y
sobre las cosas. Las ideas están fijadas en la naturaleza, y por
ello, en el humano y en los objetos, los cuales están hechos
miméticamente a partir de estas ideas9.
Según esto, los primeros humanos en utilizar el lenguaje formaron
una imagen del objeto que se correspondía con su correspondiente
ideal de manera espontánea. La teoría mimética está proponiendo
como elemento ajeno al sistema, y referente para el lenguaje, una
forma de comunicación prelógica, es decir, establece por definición
las condiciones de posibilidad de la comunicación verbal, que de
hecho no es sino una forma de comunicación de un rango inferior. La
propuesta no es muy distinta a la del vedanta, en la que se postula
una realidad, que está a la vez dentro y fuera del mundo, fuera como
condición de posibilidad y fundamento para la palabra sagrada, el
Om. Bajo estos postulados, las ideas están a la vez dentro y fuera
del mundo y crean las condiciones de posibilidad de la mímesis para
la creación.
Aristóteles
naturalizará la mímesis platónica separando la convencionalidad de
los signos, del componente psicológico universal que tienen los
referentes: el lenguaje expresa afectos del alma que son comunes a
todos los humanos10.
De este sencillo planteamiento se deriva que el origen del lenguaje
es una cuestión de la psicología, y en particular de los procesos
que llevan al organismo vivo a percibir y a pensar, situando el
origen del lenguaje en la esfera de la psicología racional. La
mímesis tiene función cognitiva, y en cuanto que toda la vida es
inteligencia, operará tanto en el plano natural11como
en el de lo universal12.
El lenguaje, en cuanto sistema de signos del pensamiento, se
comprende a partir de los objetos pensados, y estos remiten o al
mundo sensible o al inteligible, lo que en términos aristotélicos
es equivalente a remitirnos al proceso anímico13,
entendido como proceso vital. Si la actualidad (como concepto opuesto
a posibilidad) del pensamiento es la vida14,
el origen del lenguaje no puede sino estar en el propio proceso de la
vida, una idea que no será desarrollada hasta el siglo XIX a partir
de los logros de las ciencias biológicas. La dimensión vital del
lenguaje alcanza en el humano un grado que no se alcanza en los
animales debido a la vida social compleja de la ciudad. El lenguaje
es así, en términos prácticos, una herramienta del pensamiento
para comunicar socialmente y determinar la vida racional15.
La
solución que Aristóteles da a la paradoja del Crátilo, poniendo un
referente externo a la acción puramente lingüística, servirá de
guía para el tomismo medieval16,
mientras que los platonismos optarán por las explicaciones
miméticas17.
No obstante, se da una explicación a la funcionalidad más que al
origen, que en última instancia se adscribe a la esfera de lo
divino, soslayándose así el problema, al disolverlo en la
inescrutabilidad de un dios omnipotente. No es sino hasta la
Ilustración europea que el problema vuelve a ser retomado,
fundamentalmente por las contradicciones que la experiencia
colonizadora mostraba en relación a las doctrinas aceptadas sobre el
lenguaje. Las divergencias observadas en el grado de desarrollo de
los lenguajes, las diferencias de conocimiento científico y de
desarrollo simbólico general, contradecían la idea de un Ursprache
ya acabado. Es interesante notar cómo se intenta ignorar esta
experiencia en los textos que sobre el origen del lenguaje escribe
Nicolas Bauzée en la Enciclopédie18,
quien seguirá manteniendo la postura eclesiástica, a pesar incluso
de que otros autores como Condillac y Rousseau, habían hecho ya
propuestas no dogmáticas para la explicación del origen. El tomismo
había separado la dimensión divina de la humana en relación al
lenguaje, adoptando la postura aristotélica en lo referente a la
capacidad lingüística humana, y la bíblica en cuanto a la creación
por la palabra, en la que se asimilaba Yaveh, y luego el Cristo, al
Logos. La dimensión humana del lenguaje reabría la vieja disputa de
la arbitrariedad del signo, incluyendo nuevamente en ella la cuestión
semántica de forma inadvertida, y reproduciendo la vieja paradoja.
Condillac dirá que los signos son necesarios para cualquier
reflexión razonante, y que para establecer convencionalmente un
sistema de signos hay que reflexionar19.
Aquí la dimensión semántica de la convención humana presupone una
sociedad y un lenguaje, y ya que la sociedad humana ha sido
caracterizada por el lenguaje, estamos utilizando referentes internos
al sistema. Condillac y Rousseau se enfrentan ambos al viejo problema
del Crátilo, y lo resuelven también miméticamente20,
a pesar de las diferencias que hay entre ambos en cuanto al concurso
de la actividad divina en el proceso21.
Tanto las tesis naturalistas imitativas de Condillac para el
desarrollo del signo, como las propuestas de Rousseau, se inscriben
dentro de la tradición aristotélica más que en la de una
filosofía natural, si bien, en ninguno de los dos casos se parte de
una psicología racional, ni de la base empírica simple de la
observación de la naturaleza. La orientación naturalista, que en
Historia de los animales22
había llevado a Aristóteles a reconocer las emociones de estos, no
es precisamente el punto de partida que Rousseau adopta con su teoría
emocional del origen del lenguaje. El naturalismo mimético
aristotélico sigue los postulados de una psicología racional
fundada en la necesidad de la ley natural, algo que no se encuentra
en Rousseau, para quien el lenguaje no obedece al concepto filosófico
de necesidad, sino al propio desarrollo pasional: no fue la obra de
los geómetras, sino de los poetas23.
Las pasiones, para Rousseau, son necesidades24
que hablan de una realidad más profunda que la que muestra la
racionalidad, y la mímesis del lenguaje toma esa realidad como
modelo para la imitación. La palabra así entendida, está plena de
significado, y el lenguaje poético es una especie de revelación
natural, concepto que posteriormente desarrollará Kant en la teoría
del genio.
Herder,
partiendo de una crítica a Condillac y Rousseau, vuelve a enmarcar
la cuestión del origen en una psicología racional, y sostiene que
el lenguaje es creado cuando el humano pone en práctica su
reflexión, aislando un elemento de los múltiples que se ofrecen a
la percepción, hasta crear una Wort der Seele25.
El lenguaje está entonces vinculado a una dimensión transcendente,
como ya ocurría en Platón, pero no miméticamente, sino mediante un
acto intelectivo que en el humano es inevitable y espontáneo, es
parte de su naturaleza. Herder resuelve la paradoja del origen del
lenguaje -que en la versión de Süssmilch utilizada por él toma la
forma de la necesidad de la razón para inventar el lenguaje, y del
lenguaje para desarrollar las formas más elaboradas de la razón-
con la propuesta de que el lenguaje humano es algo tan originario
como la razón, de hecho, que el lenguaje se sigue de forma natural
del primer uso razonante de un signo externo26.
Al colocar el referente en la razón como algo precedente al
lenguaje, Herder consigue una determinación externa al sistema
lingüístico, y, a la vez, directamente vinculado con él, aunque
para ello tiene que utilizar como indefinible el alma humana que
lleva a cabo el proceso de raciocinio.
Herder
acompaña su psicología racional con los datos empíricos que
comienza a recoger la ciencia antropológica, en particular con los
mitos de los pueblos americanos, para perfilar sus tesis. Apoyado en
la evidencia animista de las religiones arcaicas, y en sus estudios
sobre las mitologías del Mundo Antiguo, Herder desarrolló la
hipótesis de un despliegue progresivo y natural del lenguaje humano
a través del entendimiento, proceso que habría sido paralelo al
desarrollo de las ideas acerca de los dioses. El animismo, que en
cada objeto y en cada ser vivo ve una fuerza sobrenatural que se
funde con la natural, muestra, según Herder, cómo la razón
construye signos con cada percepción, como interioriza la naturaleza
y la interpreta. Por eso, el lenguaje, y su organización en mitos,
es un registro de la evolución del alma humana, una historia de su
desarrollo, y nuestros diccionarios son panteones antiguos, ya que
nuestras primeras interiorizaciones fueron las animaciones
teológicas27:
los mitos plasman un lenguaje primordial del alma humana.
La
propuesta de Herder vincula por primera vez la reflexión sobre el
origen del lenguaje a los mitos, relación que en diferentes
interpretaciones ha recorrido la filosofía de la mitología desde
entonces. Herder elabora una interpretación teológica sin necesidad
de hacer de la lengua una invención divina, simplemente proclamando
la vinculación indisociable que hay entre lenguaje y razón, y
considerando que es la razón la que tiene el origen transcendental
como facultad del alma humana. Para Herder, al igual que el lenguaje
es la diferencia externa de nuestra especie, la razón es la
diferencia interna28,
y por interna hemos de entender aquí un sentido transcendental. Lo
sobrenatural es simplemente la proyección externa del alma humana,
cuyo principio razonante es anterior a la naturaleza. No obstante, su
teoría presenta algunas dificultades en relación al desarrollo del
lenguaje de los animales ya que, de acuerdo con sus postulados,
también entre los animales debería haber surgido un lenguaje
animista, y esto no es así. Si el lenguaje y la razón tienen un
mismo contenido originario, no hay ningún motivo que explique por
qué en los humanos coexisten ambas y en los animales tan sólo la
capacidad lingüística. Si el lenguaje fuese algo natural y fuese
asociado a la razón, como sostenía Herder, los animales tendrían
que estar comunicándose de alguna manera en lenguajes o
protolenguajes similares al nuestro. Herder, consciente del problema,
había declarado una distancia insalvable entre el lenguaje humano y
el de los animales apelando a la racionalidad, que ha sido una
especie de regalo divino que no tienen los animales y que hace que
nuestros lenguajes no sean congruentes con los de los demás seres
vivos. Para Herder, los animales tienen un lenguaje vinculado a la
sensibilidad29,
pero no a la reflexión razonante, que constituye el rasgo distintivo
de nuestra lengua humana. Pero esto supone que no toda la naturaleza
opera con las mismas leyes: hay una arbitraria separación entre
hombres y animales, ab initio, que impide que podamos considerar el
desarrollo de la lengua y la mitología en los humanos como un
fenómeno natural, como pretende la propia tesis de Herder. De hecho,
al dejar fuera los lenguajes del reino animal, creamos una
discontinuidad que equivale a proclamar un origen único e
independiente de nuestro lenguaje, cuyo referente no puede ser sino
transcendental. La tesis de Herder es inconsistente con sus propios
planteamientos. Se trata de una propuesta ontoteológica basada en
una psicología racional, similar a la de Aristóteles, a la que ha
incorporado una explicación para el proceso histórico de formación
de los signos del lenguaje, sin caer en las paradojas que en la
teoría aristotélica se producían entorno a la idea de la
convencionalidad del signo. Con Herder, la reflexión sobre el mito
se asienta firmemente en una discusión lingüística que, aunque no
completada por la dimensión comunicativa que requeriría un enfoque
psicológico y sociológico, saca la discusión mitológica del eje
humano-divino y sus contradicciones.
La
tesis de Herder tuvo un lento proceso de maduración en el primer
romanticismo alemán, proceso en el que la mitología fue ganando
poco a poco credibilidad filosófica. El impulso le vino desde la
teología y desde el kantismo. Desde la perspectiva kantiana,
Gottfried Hermann consideraba los símbolos de los mitos como un mero
disfraz de conceptos e ideas filosóficas, lo que los hacía aptos
para una investigación crítica, más allá del mero análisis
histórico, en la que se estableciera tanto su origen como su
significado, y las contradicciones que plantean. Aunque Kant no había
prestado especial atención a los mitos, de su teoría del genio se
derivaba que si la poesía era arte del genio, y el mito se presenta
en la forma de la poesía, los mitos presentan un esquema
suprasensible30,
hacen referencia a una realidad moral que no muestra la experiencia
de manera directa. Desde un punto de vista kantiano, la razón humana
exige que las apariencias y sus principios tengan alguna relación
con el sustrato suprasensible31,
por lo que las representaciones de la mitología, en la medida que
expresan modos de organización cultural, obedecen a fines, y son
susceptibles del examen filosófico que propone Herman. Por otro
lado, desde terreno exclusivamente teológico, Friedrich Creuzer
sostendría la tesis de que la mitología ofrece en su conjunto un
panorama completo de las intuiciones religiosas del ser humano,
debido a que en la mitología se daba una revelación divina completa
eternamente válida en su mensaje32.
Schelling
será el primero que establezca unas bases propias para el estudio
mitológico. La contradicción naturalista herdiana, que necesitaba
un artífice divino para la razón, aunque no para el lenguaje,
desaparece al declarar Schelling directamente que la naturaleza es
espiritual, la manifestación de una voluntad sobrenatural, algo
latente en el tratamiento kantiano de la naturaleza. La materia
inanimada tanto como la animada, dirá Schelling, tiende a
configuraciones ordenadas que forman parte del reino de los
conceptos, cumpliendo acciones de manera ciega, impulsada por un
espíritu ultrapoderoso que brilla con especial intensidad en el
hombre33.
El problema que se venía arrastrando desde Platón para la
explicación de la acción de la esfera de lo ideal sobre el mundo
material (problema que contenía el del origen del lenguaje dentro de
cualquier filosofía idealista), cuya resolución carece de
sistematicidad en Platón, pues la mímesis cósmica que se postula
en el Timeo34
y en Las Leyes35
se limita a una presentación ontológica sin dar cuenta de los
mecanismos miméticos, es retomado por Schelling a partir de una
epistemología transcendental más fuerte que la de Herder o Kant. La
Crítica de la Razón Pura, aunque suavizada en sus postulados por
las Críticas siguientes, destronaba la metafísica a favor de la
epistemología, poniendo al edificio filosófico al borde del colapso
en medio de antinomias y paralogismos, y con ello no sólo la
legitimidad de los poderes constituidos sobre tales metafísicas,
sino que al hundirse la metafísica la historia misma podía ser
interpretada como un error. Kant se apresuró a manifestar un
propósito para la historia y las sociedades humanas que estaba
conforme a la naturaleza, pero sus refutaciones del idealismo y la
demolición que hace del uso de pruebas ontológicas para probar la
existencia de Dios suponen implícitamente la declaración de que
durante siglos los europeos cristianos han estado viviendo una
falacia. Kant se da cuenta que la vida humana está entretejida de
estupidez, vanidad infantil y afán de destrucción, y que uno no
sabe a qué atenerse a la hora de elaborar una concepción sobre
nuestra especie36,
si bien postula, en contra de cualquier experiencia, que hay un fin
en la historia humana, un plan oculto que se realizará en un momento
futuro.
Schelling
funda la filosofía de la mitología al intentar salvar el pasado
metafísico de la humanidad, empresa emprendida igualmente por
Herder y luego por Hegel. Para ello, tiene que postular, como Kant,
que hay un propósito oculto que va más allá del discurrir
histórico. La mitología le sirve como vínculo con este estadio
anterior a la historia, y para ello, los mitos tienen que formar
también parte de un proceso de desarrollo, cuya dinámica tiene
carácter necesario, que tiene su origen en un ámbito
suprahistórico37.
Los mitos marcan entonces los estratos del desarrollo milenario del
espíritu humano, desarrollo que es una analogía espiritual de la
filogénesis biológica38.
Como este espíritu que se despliega en la historia tiene una
necesidad interna o ley en su proceso, los conceptos de dioses falsos
y falsas religiones dejan de tener sentido: el pasado metafísico no
es un error. Para Schelling, los dioses no son sólo signos en los
que podemos leer un desarrollo de más alcance que el que como meros
dioses de religiones particulares representan, no son alegóricos,
sino tautegóricos, son movimientos reales de la conciencia humana en
su proceso teogónico39.
Esta tesis estaba asimismo implícita en las Lecciones sobre
filosofía de la religión de Hegel. Las diferentes formas de la
religión se correspondían con estadios progresivamente más
perfectos del desarrollo del Espíritu Absoluto, lo que implica que
los dioses son determinaciones parciales del concepto de tal
Espíritu40.
La tesis de Schelling propone una metareligión que se despliega
históricamente de manera causal y culmina en el cristianismo, lo que
implica que el principio cristiano tenía que estar contenido ya, de
alguna manera, en las religiones anteriores. Tal cristianización de
la mitología y de las otras religiones41,
destruye a la vez el cristianismo como práctica religiosa a la par
que las diferentes mitologías anteriores, pues pasan a ser meramente
contenidos parciales –contradiciendo las pretensiones de
universalidad con la que operan todos los mitos- y sólo encuentran
su expresión adecuada bajo la interpretación ontológica idealista,
que es algo así como una última revelación, o una revelación
moderna de un Cristo universal, ya no vinculado a un único tiempo y
espacio. Esta tesis, que será responsable del desarrollo del
cristianismo esotérico que va desde Rudolf Steiner a Jung, ha sido
refutada por la experiencia histórica posterior a su formulación,
si bien fue absorbida, en términos sociológicos, por la doctrina
del desarrollo histórico que plantea el positivismo.
Fuera
del ámbito del idealismo alemán, las tesis de Schelling sobre
mitología despertaron poco interés. Las objeciones más fuertes
provinieron del terreno moral, que no veía manera de conciliar la
idea de un plan teogónico histórico común con las prácticas
morales que se mostraban en las mitologías arcaicas, consideradas
como amorales. La mitología era una bagatela intelectual en la que
se presentaban relatos de perversión moral42.
En una sociedad como la europea del siglo XIX, asentada tanto sobre
el cristianismo como sobre los valores materialistas de una ciencia
incipiente, los dioses sólo podían ofrecer el interés de signos
que apuntan hacia otra cosa, como elementos superficiales de una
realidad más profunda que era digna de ser investigada, es decir,
como alegoría, y no como historia teogónica, algo tan carente de
sentido para la teología cristiana como para la ciencia. Sin
embargo, la filosofía de Schelling supone la síntesis ontoteológica
más ambiciosa llevada a cabo por la filosofía, una construcción
metafísica que crea un sistema en el que se acomodan las nociones
más básicas de los mitos arcaicos, como la de anima mundi, junto a
los principios teologizados de la física de principios del siglo
XIX43.
El dualismo transcendental schellingiano parte de la concepción de
un dualismo natural que se encuentra integrado bajo el principio
organizativo al que llama Weltseele44,
en el que se aglutinan el mundo transcendental de las ideas y el de
la materia, fuerzas fundidas ab initio en el fenómeno de la vida45.
Este esquema conceptual da las condiciones de posibilidad del proceso
mítico-histórico, o transhistórico, el cual, en cuanto que proceso
de la vida, no deja margen para el error y la contingencia, ya que
procede conforme al principio organizativo universal del Weltseele.
Al proponer un referente mítico-histórico que subyace al propio
tiempo histórico, Schelling integra los diferentes estadios de la
evolución de la humanidad y de la vida en una unidad conceptual, si
bien al precio de la creación arbitraria de un orden ontoteológico
omniabarcante que no se corresponde ni con los principios de la
intuición ni los de la razón (pues las antinomias y paralogismos no
quedan resueltos, sino meramente ignorados), y que al estar fuera de
la experiencia humana (de hecho, se postula que el ser humano no es
consciente del proceso en su conjunto) deja de tener interés para
cualquier antropología filosófica.
La
propuesta de una filosofía de la mitología de Schelling, de una
reflexión general sobre las narraciones de identidad que ha
elaborado el ser humano, no necesita partir de supuestos metafísicos
fuertes46,
como de hecho había hecho la propuesta de Herder. Max Müller,
alumno de Schelling, consigue fundar una ciencia de la mitología
independiente de la teología vinculando aquella al lenguaje. El
interés de la mitología reside ahora en abrirnos un nuevo
conocimiento del pasado de las lenguas y de los pueblos de la
Antigüedad, no en lo referente a la cultura material, como va a
estudiar la antropología, sino directamente en sus formas de
pensamiento, en su psicología. Los mitos no son la realidad
teológica que plantea Schelling desde su metareligión, no tienen
existencia fuera de la mente humana, por eso la ciencia del mito es
ante todo una ciencia del lenguaje arcaico, lenguaje que ha ido más
allá de su primera intención, que no era otra que la de expresar de
manera alegórica los fenómenos naturales47.
Al igual que Herder, Müller da una explicación natural al lenguaje
humano y lo separa del lenguaje de los animales uniéndolo de manera
indisociable a la racionalidad humana. Todo lo que es formal en el
lenguaje, dirá, es el resultado de una combinación racional,
mientras que todo lo que es material, es el resultado de un instinto
mental48.
Por instinto mental Müller parece entender una forma de pensamiento
espontánea e inevitable en la que se recogen las primeras
explicaciones metafóricas de los fenómenos naturales. Así por
ejemplo, los mitos como el de Helios y su carro, no son más que
relatos usados para explicar el fenómeno natural de la rotación de
la tierra que produce la percepción de días y de noches. Bajo este
punto de vista, la mitología sería algo así como un dialecto
antiguo que ha sobrevivido por su contenido sagrado, pero que está
cargado de interpretaciones erróneas de los fenómenos y de falsas
ideas morales. Para Müller, la metáfora mitológica, al permitir
interpretaciones literales de las acciones de los dioses, que sólo
tienen sentido figurado, se convierte en enfermedad mental del
lenguaje, y acaba por afectar al mismo pensamiento humano49.
Müller puede hacer estas consideraciones sin que colapse el sentido
de la historia al partir de una ontología cristiana, a la que no da
entidad mitológica, sino de verdad revelada, y superior a la de
cualquiera de las otras religiones, pues sus preceptos morales son
más firmes y universales, lo que la hacen referente para determinar
la validez de los preceptos de cualquier otra religión50.
Su psicología se apoya, como en el caso de Schelling, en una moral
transcendental cristiana, la cual le hace sentirse incómodo con la
moral de los antiguos, los primitivos, y los contemporáneos que se
desvíen de la norma cristiana. Este punto de vista parece ignorar
que civilizaciones51
enteras fueron organizadas durante miles de años a partir de estas
metáforas, lo que prueba que hay algo en tales relatos que sirve
como aglutinador social y generador de sentido. Müller no investiga
lo que esto pueda ser, y rechaza el fenómeno mitológico arcaico en
base a una patología moral diagnosticada bajo principios éticos
universales. La idea de una pretendida sanidad de un código
axiológico frente a otro ignora la genealogía de la moral humana y
sus condicionamientos psicobiológicos, además de presuponer que hay
un código metamoral, concepto que es indisociable de la idea de un
único ser sobrenatural y de una ordenación moral del cosmos, lo que
supone algunas hipóstasis y no menos antinomias que surgen a partir
de las diferencias entre acción social y acción física52.
En este sentido, la pretendida fundamentación psico-lingüística
del mito que hace Müller remite a los postulados metafísicos de una
psicología racional cristiana.
Por
otro lado, la explicación que Müller ofrece de los mitos a partir
de las alegorías de fenómenos naturales es insuficiente. Es cierto
que hay un buen número de mitos que explican, de manera ingenua para
una perspectiva científica, un amplio catálogo de fenómenos
naturales, pero no podemos reducir todos los mitos a este único tipo
de relatos. Los mitos que tienen que ver con cuestiones sociales,
desde los que hablan sobre las fundaciones de comunidades a los que
dan las leyes, o relatan cuál es el origen de alguna actividad
económica, no son necesariamente alegóricos, por mucho que puedan
contener metáforas o imágenes simbólicas religiosas. La fundación
de Roma, por ejemplo, o cualquiera de los mitos que encontramos
acerca de las fundaciones de ciudades físicas53
no pretende ser la explicación de ningún fenómeno natural, y junto
a algunas imágenes alegóricas, como la lactancia de los gemelos con
la loba –animal consagrado al dios itálico Marte-, que sirven para
basar el linaje divino de los reyes del Lacio, el mito simplemente
funda la ciudad, y esta ciudad no es símbolo de ninguna otra ciudad,
ni signo de ninguna otra cosa.
Los
intentos por comprender el origen del lenguaje supusieron el punto de
partida para la reflexión filosófica sobre los mitos, mostrando
tanto la validez del enfoque lingüístico para aproximarse al
fenómeno de los mitos como las limitaciones y paradojas asociadas a
la psicología racional. El origen del lenguaje, primer punto a
dilucidar para comprender la construcción lingüística de los
mitos, remitía al campo de la zoología, ya desde Condillac y
Rousseau, si bien, al tratarse en todos los casos de psicologías
racionales, transcendentales acerca del referente final para la
razón, los postulados que separaban el lenguaje humano del animal
cerraban de partida cualquier consideración empírica que fuese más
allá del análisis filológico de la formación del sistema
lingüístico natural y su contenido metafórico. Por otro lado, la
psicología racional tomaba como dada la estructura social, sin
examinar la función de la comunicación mítica en los procesos
sociales, algo que no se iniciará hasta que, desde puntos de vista
naturalistas, la sociología examine el valor antropológico de los
mitos, en la obra de Durkheim y Mauss, y posteriormente, en la línea
de pensamiento estructuralista. No obstante, el análisis filológico
de la metáfora mítica, tiene interés para establecer un marco
epistemológico básico del mito, como mostró la propuesta
herderiana, y requiere un poco más de atención.
1Por
psicología racional me refiero a la psicología transcendental,
como opuesta a la empírica. Se trata de psicología que parte de
postulados transcendentales para el origen de la razón humana.
2De
Aristóteles o de algún alumno suyo. Véase traducción de F.G.
Kenyon en The
Complete Works of Aristotle.
Vol. II. Ed. Cit. p.p.2341-2383.
3Véase
Hesíodo. Teogonía.
V.902. Translated by Hugh G. Evelyn-Whyte.Harvard University Press
and William Heinemann. Cambridge (Mass.) and London. 1982. p.144.
4Véase
Galileo. Opere.
4.171. Fragmento en Morris Kline Mathematical
Thought : from ancient to modern times.
Oxford University Press. Vol. 1 New York and Oxford. 1990.
p.p328-329.
5Véase
la prueba en Kurt Gödel, Ontological
Proof.
Collected
Works.
Vol.3. Edited by Solomon Feferman; John W. Dawson, Jr. ; Warren
Goldfarb; Charles Parsons; Robert N. Solovay. Oxford University
Press. New York. 1995 .p.403. La prueba de la existencia de Dios
utiliza los conceptos de la lógica modal aplicados a la
argumentación de Leibniz. Leibniz basa su prueba en el concepto de
un Ens
perfectissimum,
cuyas cualidades son todas perfecciones, o cualidades simples
positivas que no pueden ser limitadas. Al no estar limitadas por
ninguna cualidad, si son posibles, deben ser actuales.
6Recordemos
que para Aristóteles (Metafísica.
Libro Delta. 1013 a.24) hay cuatro formas de relación causal:
material, eficiente, formal y final. En el conocido ejemplo de la
estatua, la causa material es el bronce, la eficiente es el cincel,
la formal, la idea que el escultor quiere expresar, y la final es la
producción de un objeto bello.
7Esto
está también expresado en los primeros versos del Prólogo
del Evangelio
de San Juan.
8Véase
Crátilo.
438.a-b. En The
Collected Dialogues.
Princeton University Press. Princeton. 1989. Mis referencias a
Platón están tomadas siempre de esta edición, y en ellas daré la
numeración tradicional de su obra sin la paginación.
9Cf.
Platón. Parménides.
132. d.
10Como
hace en De
Interpretatione.
(16. a.) y en De
Anima
(431.a.1)
11Como
el que manifiesta en la Poética (1448 b.5 y s.s.)
12Véase
el capítulo 4 sobre mímesis de esta Primera Parte.
13Pues
todas las cosas existentes son sensibles o inteligibles, y el alma
es, de alguna manera todas las cosas exitentes. (Cf. Aristóteles.
De
Anima.
431 b.31.)
14Cf.
Aristóteles. Metafísica.
1027 b. 27.
15Como
propone Aristótles en Política.
1253 a. 10-18.
16Véase
el Comentario
a Perihermeneias de Aristóteles,
de Tomás de Aquino. Libro I. Lección 2. #2.628. Traducción en
Los
filósofos medievales.
Vol.II. B.A.C. Madrid. 1979.
17Como
la doctrina de las emanaciones de Plotino. El cambio fundamental con
respecto a Platón es la noción de emanación:
a partir del Uno que es todo, se generan las cosas, que proceden de
su sustancia. El Uno es inmanente, y a partir de él se genera el
noûs,
del que a su vez emana el alma, en cuyo seno ocurre la naturaleza, a
quien el alma ordena manifestándose de manera invisible como
comunicadora de todo movimiento. La emanación es así una forma de
comunicación prelingüística. Véase Plotino Eneadas.
Libro V.Tratados 2-5. Plotinus. The
Enneads.
Faber and Faber Limited.London.1966.p.p.369-414.
18Nicolas
Beauzée, Langue,
(1765) en Enciclopédie.
Diderot et D’Alembert. 1751-1765, vol. IX, p.p. 249-265.
Enciclopédie.
Web.
19Cf.
Étienne Bonnot de Condillac. Essai
sur l’Origine des Connaissances Humanines.
Édition Électronique. Chicoutimi, Québec. Selon l’edition de
Ch. Houel, Paris. 1798. p.55. Web.
20Véase
el ensayo de Luca Nobile, La
Grammaire de Condillac face au paradoxe de l’origine naturelle du
langage.
En Vers
une histoire générale de la grammaire française. Honoré
Champion. Paris. 2012. Web.
21Para
Rousseau el origen del lenguaje no puede explicarse a partir de
hipótesis meramente humanas. Cf. Rousseau, Discours
sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les
hommes.
(1754). Une édition électronique réalisée à Chicoutimi, Québec.
p.30. Web.
22Aristóteles.
Historia
de los animales.
Libro VIII. 588b. 1-3.
23Cf.
Rousseau, Essai
sur l’origine des langues.
(1781). Édition électronique réalisée à Chicoutimi, Québec. A
partir de l’édition A. Belin, Paris, 1817. p.11. Web.
24Ibid.
25Cf.
Johan Gottfried Herder, Abhandlung
über den Ursprung der Sprache.
Christian Friedrich Boss. Berlin . 1770. p.31.
26Ibid.
p.34. la argumentación de Süssmilch iba dirigida a probar que el
lenguaje humano proviene de Dios.
27Ibid.
p.44.
28Ibid.39.
29Ibid.
p.74.
30Según
Kant, la poesía presenta ese esquema. Critique
of the Power of Judgement.
5:327. Cambridge University Press. New York 2000.p.204. Mis
referencias a la Crítica
del juicio
serán a esta edición, y me limitaré a dar la numeración
tradicional que aparece en ella, sin las páginas.
31Véase
la formulación de esta exigencia en Kant. Op.Cit. 5:429.
32Véase
Ernst Benz, Theogony
and the Transformation of Man in Friedrich Wilhelm Joseph
Schelling.
p.p. 206. Man
and Transformation. Papers from the Eranos Year Books.
Princeton University Press. Princeton (N.J.). 1980.
33Friedrich
Wilhelm Joseph Schelling. Sobre
las relaciones del arte con la naturaleza.
(Über
das Verhältniss der bildenden Künste zur Natur).
Traducción Alfonso Castaño Piñán. Sarpe. Madrid. 1985. p.67.
34Timeo.
29.e y s.s.
35Las
Leyes.
896. e. y s.s.
36Cf.
Kant. Idea
for a Universal History with Cosmopolitan Content.
En Moral
and Political Writings.
Translation: Karl J. Friedrich. The Modern Library. New York. 1993.
p.129.
37Cf.
Schelling. Historical-critical
Introduction to the Philosophy of Mythology.
Lecture 9. Translated by Mason Richey. Sate University of New York
Press. Albany. 2007. p.p.139-148.
38Cf.
Ernst Benz. Op.Cit. . p.210.
39Cf.
Schelling. Historical-critical
Introduction to the Philosophy of Mythology.
Lecture 8. Ed. Cit. p.136.
40Véase
por ejemplo el tratamiento que hace Hegel de los dioses del
hinduismo en Las religiones de la naturaleza, en Lecciones
de la filosofía de la religión
. Vol.2. Trad. Ricardo Ferrara. Alianza Editorial. Madrid. 1984.
p.p.204-226.
41Véase
Schelling. Philosophy
of Mythology.
Lecture 9. Ed. Cit.
42En
una conferencia de 1871, Max Müller, alumno de Schelling, tenía
aún que justificar el interés del estudio mitológico ante una
audiencia inglesa, venciendo los prejuicios que consideraban la
reflexión mitológica como algo meramente tonto y salvaje. Véase
Max Müller. Chips
from a German Workshop.
Charles Scribner´s Sons. New York. 1881. Vol. V. p. 54.
43Véanse
la doctrina metafísica desde la que se interpretan los procesos
físiológicos en Von
der Weltseele.
Amazon Kindle. 2011. p.p. 147 y s.s.
44Cf.
Ibid. p.13.
45Cf.
Ibid. p.153. La vida es la unidad de Licht
y Schwere,
la luz y la gravedad, del espíritu y la corporeidad, como
manifiesta en Von
der Weltseele,
un principio cuya dualidad sirve como justificación del fenómeno
mimético entre lo ideal y lo material.
46Siempre
necesitamos un punto ontológico de partida. Por fuerte
me refiero a las propuestas en las que la construcción ontológica
es central, como en el uso de la categoría de das
Heilige.
47Max
Müller. On
the Philosophy of Mythology.
En, Chips
from a German Workshop.
Ed. Cit. p.80.
48Cf.
Max Müller. The
theoretical stage and the origin of language.
En, Lectures
on language.
IX. Chips
from a German Workshop.
Ed. Cit. p.391.
49Cf.
Max Müller. Contributions
to the Science of Mythology.
Longmans, Green & Co. London. 1897. I, 68 s. Citado en Ernst
Cassirer. Antropología
Filosófica.
Ed. Cit. p.p.166-167.
50Estas
ideas se leen a lo largo de sus Lectures
on the Science Language
(Lectures
on Science of Language.
Charles Scribner´s Sons. New York. 1862.) y On
the Philosophy of Mythology (Chips
from a German…Ed.Cit.)
51De
momento, hasta disponer de conceptos mitopoéticos, utilizaré el
concepto de civilización, de manera un tanto vaga para
designar cualquier forma de orden social humano organizado
urbanamente.
52Kant
resuelve la antinomia de la razón práctica, la diferencia de
causación en el mundo físico y el mundo moral, entre necesidad
natural y libertad, declarando que el ser humano es a la vez
apariencia
con respecto al mundo natural y noumenon
con respecto al moral, y por consiguiente como un ser capaz de vivir
en estos mundos y mantenerlos separados o juntarlos según su
voluntad, deteniendo los condicionamientos de las causaciones
físicas, o convirtiéndose en causa primera del mundo físico a
partir de principios morales. Véase The
Antinomy of Practical Reason,
en Critique
of Practical Reason.
5:114.
Cambridge
University Press. Cambridge. 2006.
53Me
refiero a las ciudades históricas, no a ciudades imaginarias, como
la Jerusalén celeste, o a las que se han considerado como
residencia de los dioses y los muertos.
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