Según la ontología platónica de Hilary Putnam, la realidad no es
parte de la mente humana, sino que, más bien, la mente humana es una parte
–y una parte pequeña, precisamente- de la
realidad. La afirmación tiene ya casi cincuenta años, pero el realismo
sigue plenamente vigente como ontología de dominación. Es fascinante observar cómo
las antiguas proclamaciones de una ley universal y transcendental mantienen todo su dinamismo
en nuestros días. Los puntos de partida ontológicos no pueden ser discutidos en términos de la
lógica formal, pues son los fundamentos de cualquier
posible discusión. Es más, las nociones comunes básicas del pensar, como en la
frase de Putnam serían todo,
parte, realidad, se encuentran prevaloradas en nuestra forma social de
pensamiento acrítico, el Lebenswelt, e incluso a un nivel neurofisiológico
más básico. Es obvio que desde un punto de vista espacio-temporal somos una pieza pequeña
en un gran escenario, pero una apreciación así ignora que las representaciones que hacemos del cosmos no son independientes de nuestro pensamiento:
si lo fueran no podríamos establecer ninguna relación con él. Cuando leemos las
palabras de Putnam, es fácil confundir la concepción
de universo basada en la experiencia de nuestra vida (dentro de una comunidad histórica con un
conocimiento específico) con la concepción de una realidad externa y objetiva que nuestros mitos ontoepistemológicos reflejan de manera más o menos precisa,
haciendo una identificación de ambas. De hecho, su propuesta pretende ser una
declaración de lo que constituye una mente cabal que reconoce su pequeñez: ¿no
es acaso evidente que somos una parte muy pequeña? Sin embargo, la mente humana
no es una parte de un todo, sino la condición de posibilidad para los conceptos de parte,
todo, realidad, y otros muchos. El platonismo es definitivamente
nihilista y aporético, pues si nuestra mente fuera una
parte tan pequeña, nuestros conceptos no podrían nunca aprehender la realidad. Expresado en los términos
platónicos de la teoría cantoriana de conjuntos: cualquier conjunto finito de frases verdaderas que pudiésemos llega a
pensar, sería una minucia (equivalente a cero) dentro del conjunto infinito de frases verdaderas que expresan la sabiduría transcendental. ¿Para qué molestarse entonces
en pensar nada, o querer explicar nuestra vida y el universo?
No necesitamos ahogarnos por más tiempo en océanos cósmicos que ha sido construidos
por el ser humano, no necesitamos vivir en una continua autoproclamación de
pequeñez: ya hemos vivido conforme a esos mitos y sólo produjeron miserias. No necesitamos más
filosofías de la ley universal que sigan confundiendo las operaciones epistémicas,
como la construcción de conceptos generales (cosmos, realidad, dios, etc.) con seres mitológicos independientes de nuestro
pensamiento.
El cosmos entero cabe un uno solo de nuestros pensamientos, y necesita nuestros
pensamientos para poder ser un cosmos.
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