Si conceptualizamos el “yo soy” ya no estamos
hablando del “yo soy”, pues no es un objeto. Al no ser
conceptualizable no puede ser una sustancia, entendida esta comointuición pura. El “yo” apunta hacia la unidad, pero no es la
unidad. El yo no es cuantitativo, no se repite. Tampoco admite
determinaciones, pues no podemos incluir un objeto como parte del
sujeto. Sin embargo, el “soy” ya es una cualificación del “yo”,
la más inherente, aunque también le es ajena. La diferencia entre
el “yo” y el “soy”, como comprendió Platón en el
Parménides, hace posible la multiplicidad. Es el juego entre
la identidad y la diferencia que polariza el apeiron como cosmos. En
este sentido, el “yo soy” es la luz de la creación, no una luz
visible, sino la luz que hace posible el ver, el pensar unido a la
intuición que caracteriza la vida-inteligencia en su juego
interminable.
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