La persona es
discontinua, es una narración de la memoria psicológica, ni
siquiera una narración de los estados del cuerpo, salvo aquellos
liminales en los que precisamente la persona desaparece: momentos de
gran gozo o dolor. El hecho de que yo pueda estar aquí y ahora
siendo sin necesidad de apelar a ninguna memoria ni hacer ninguna
narración, muestra la hoja en blanco sobre la que la persona escribe
su narración de identidad. Esa hoja es el Atman, el “yo soy”.
Cuando vivimos en la persona sólo prestamos atención al texto que
escribe tal persona. Cuando la persona desaparece, que da el Atman a
la vista y somos eso. Cuando somos Atman sin persona vivimos en la
plenitud. Todos los días estamos ahí inadvertidamente, como cuando
hemos cumplido un deseo y aún no hemos proyectado el siguiente, o
entre dos pensamientos, o cuando la percepción nos toma y absorbe
por completo. La continuidad que experimentamos en nuestra existencia
se debe al soporte sobre el que construimos nuestras narraciones de
identidad. Esa continuidad es la que da unidad a lo que de manera
contradictoria llamo mi vida, pues es una continuidad que no
está fundamentada en ninguna de las personas sociales que han ido
apareciendo a lo largo de la existencia de este organismo
neurofisiológico que he identificado equivocadamente con su soporte, el Atman.
Mi fundamento como ser individual no es nada individual. Sobre esa
forma de energía no-individual, no-personal, el Atman, se han
superpuesto narraciones cuya factura corresponde al funcionamiento
autónomo del cerebro de mi cuerpo, que ha ido ordenando memorias
conforme a propósitos de supervivencia de las distintas personas
psicológicas.
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