Tuesday, August 13, 2019

La persona es una fantasmagoría


El “yo soy” (Atman), aquello que me da presencia o identidad en el aquí y ahora, no es ninguna de las personas sociales que actúa mi memoria psicológica, memoria que va vinculada a mi cuerpo. Una persona es una narración de identidad, es decir, una función grupal de comunicación que estructura orgánicamente la identidad de un grupo a partir de entes pseudo-individuales, cuya unicidad (su “ser -unicos”) es un espejismo mental. Nuestros sistemas emocionales tienen una función grupal (las emociones básicas de la ira y el miedo no sólo tienen una dimensión grupal), por lo que tiene sentido decir que los sistemas emocionales están más tiempo activos en acciones grupales que individuales, y que por eso, la focalización del ego se desarrolla y fortalece en la comunicación emocional grupal. Es en este contexto de la unidad de acción comunicativa en el que una función egoica tiene ventajas vitales, pues permite la formación de estructuras orgánicas más complejas a partir de estructuras individuales más simples que se unen entre sí mediante la comunicación de emociones, integrando estrategias de diferentes campos de la experiencia vital. El ego como motor de la acción social, a partir de la dimensión jurídica alcanzada a partir del derecho romano, pero sobre todo, a partir de la dimensión jurídica alcanzada en la narración de identidad de los derechos del ser humano, es la condición de posibilidad de la complejidad de la sociedad contemporánea.
El ego parece tener su origen en la acción integrada de las respuestas emocionales básicas, desarrollándose posteriormente en los procesos comunicativos de tales respuestas de manera progresiva. Entre los animales, las comunicaciones son secuencias de emociones básicas, que regulan de manera reafirmativa el comportamiento estabilizando el organismo individual dentro de un grupo, generando a la vez una identidad individual y grupal. Las emociones proporcionaron el léxico básico para la construcción de protocolos conductuales que son comunicados con fines homeostáticos dentro de un colectivo, a la vez que regulan el equilibrio homeostático individual en torno a la memoria indexativa del ego, como reafirmación de las memorias exitosas de la supervivencia. En términos del grupo, los protocolos emocionales dan el acervo memorístico común, determinando algo así como un ego colectivo que es actuado en las relaciones emocionales e indexado en términos de experiencias individuales. Pero, por muy sofisticadas que estas relaciones lleguen a ser, están fundamentadas en la fantasmagoría del ego, y son inestables, están a la merced de las emociones animales más básicas sobre las que están fundamentadas.

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