El
“yo soy” (Atman), aquello que me da presencia o identidad en el
aquí y ahora, no es ninguna de las personas sociales que actúa mi
memoria psicológica, memoria que va vinculada a mi cuerpo. Una
persona es una narración de identidad, es decir, una función grupal
de comunicación que estructura orgánicamente la identidad de un
grupo a partir de entes pseudo-individuales, cuya unicidad (su “ser
-unicos”) es un espejismo mental. Nuestros sistemas emocionales
tienen una función grupal (las emociones básicas de la ira y el
miedo no sólo tienen una dimensión grupal), por lo que tiene
sentido decir que los sistemas emocionales están más tiempo activos
en acciones grupales que individuales, y que por eso, la focalización
del ego se desarrolla y fortalece en la comunicación emocional
grupal. Es en este contexto de la unidad de acción comunicativa en
el que una función egoica tiene ventajas vitales, pues permite la
formación de estructuras orgánicas más complejas a partir de
estructuras individuales más simples que se unen entre sí mediante
la comunicación de emociones, integrando estrategias de diferentes
campos de la experiencia vital. El ego como motor de la acción
social, a partir de la dimensión jurídica alcanzada a partir del
derecho romano, pero sobre todo, a partir de la dimensión jurídica
alcanzada en la narración de identidad de los derechos del ser
humano, es la condición de posibilidad de la complejidad de la
sociedad contemporánea.
El
ego parece tener su origen en la acción integrada de las respuestas
emocionales básicas, desarrollándose posteriormente en los procesos
comunicativos de tales respuestas de manera progresiva. Entre los
animales, las comunicaciones son secuencias de emociones básicas,
que regulan de manera reafirmativa el comportamiento estabilizando el
organismo individual dentro de un grupo, generando a la vez una
identidad individual y grupal. Las emociones proporcionaron el léxico
básico para la construcción de protocolos conductuales que son
comunicados con fines homeostáticos dentro de un colectivo, a la vez
que regulan el equilibrio homeostático individual en torno a la
memoria indexativa del ego, como reafirmación de las memorias
exitosas de la supervivencia. En términos del grupo, los protocolos
emocionales dan el acervo memorístico común, determinando algo así
como un ego colectivo que es actuado en las relaciones emocionales e
indexado en términos de experiencias individuales. Pero, por muy
sofisticadas que estas relaciones lleguen a ser, están fundamentadas
en la fantasmagoría del ego, y son inestables, están a la merced de las
emociones animales más básicas sobre las que están fundamentadas.
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