¿Contamos
con maneras no narrativas de representar y comunicar el orden social
y las señas de identidad que de él se derivan? ¿Hay alternativas a
las estructuras mítico-rituales con sus ceremonias y narraciones
secuenciales? Las habría si dispusiéramos de formas de comunicación
que funcionasen a simultáneo, en las que las relaciones entre los
objetos significativos pudiesen ser apercibidas de manera no
secuencial. Aunque esto es factible, de hecho, es el dominio
comunicativo de las artes plásticas y la arquitectura, no es viable
a partir de ellas una comunicación independiente de la
secuencialidad y la temporalidad comunicativa, condicionada por la
dimensión secuencial de los protocolos emocionales, y la
secuencialidad general de la experiencia biológica, a partir de la
cual reconstruimos los escenarios de la experiencia espacial. La
comunicaciones complejas que realiza el ser humano son factibles
debido no sólo a que compartimos códigos emocionales y biológicos
en general con quien nos comunicamos, sino a que, además, gran parte
de la información que se transmite en lo comunicado ya está en la
memoria de quien la recibe, quien sólo tiene que actualizar y
contextualizar parte del mensaje. Por ello, la comunicación a
simultáneo de la plástica tiene más contenido del que se deriva de
sus meras representaciones, contenido de origen mítico y secuencial.
Tomemos por ejemplo la arquitectura del santuario de la ciudad de
Catal Huyuk (6500-5700 a.c.). Con la excepción de la figura central,
que representa a una mujer dando a luz, es difícil comprender, en
ausencia de una narración mitológica, qué representan el resto de
los objetos de la sala o la misma morfología arquitectónica
interior1.
La escena maternal expresa una emoción básica y es inmediatamente
comprensible, sin embargo, el resto de los símbolos requiere la
explicitación de la axiología del grupo humano que construyó el
santuario, y tales símbolos serán comprensibles en la medida que
tengan referentes emocionales (básicos o enarios), pero siempre tal
comprensión se hará en procesos secuenciales en los que narramos un
escenario y sus objetos en relación a otros que nos son familiares.
Esta necesidad de referenciar escenarios y objetos a un conjunto
mítico-ritual con estructuras secuenciales, no es exclusiva de una
cultura como la de Catal Huyuk, no es un problema de extrañamiento
con respecto a una cultura antigua, sino que es común a cualquier
representación de plástica o arquitectónica, como vemos también
en relación a la arquitectura y pintura de siglo XX. Una cúpula
geodésica de Buckminster Fuller, por ejemplo, alcanza todo su
sentido cuando se la examina a la luz de los mitos de la vanguardia
del siglo XX y de la arquitectura sostenible, y cuando inscribimos
sus principios técnicos de tensegridad (tensegrity o integridad
tensional) en un relato de experimentación arquitectónica con
formas que subyacen en la composición de moléculas y células2.
La capacidad comunicativa de estos objetos y escenarios es
proporcional a la información previa que se tiene sobre estas
narraciones no plásticas. Por su parte, la pintura abstracta3
puede funcionar de manera narrativa per se, como en la obra de
Kandinski, Klee o Motherwell, narración que puede ir desde
emociones políticas más o menos vagas, y apoyadas en un título
poético o descriptivo, a narraciones codificadas esotéricas cuyo
contenido psicológico depende de alguna semántica emocional más
restringida. En ambos casos, se trata de narrativa emocional, que
ahora utiliza el lenguaje de la forma y el color, y es, entonces,
mítica. En el caso de Kandinski, el mito es el de una forma
transcendental de la sensibilidad de corte teosófico4,
en Klee es el mito vanguardista de la Bauhaus, en Motherwell es el
mito del arte revolucionario para la transformación social5.
En todos estos casos, a la percepción estética plástica no
secuencial, instantánea, de la primera impresión, hay que añadir
la secuencial de la lectura mítica citada, que en cada caso nos
remite a una estructura mítico-ritual. La primera impresión se
mueve en la línea liminal que marcan la percepción y la información
memorística secuencial. Se podría argumentar, no obstante, que hay
un tipo de pintura moderna abstracta cuya comunicatividad se asemeja
a la de la poesía lírica, como es el caso de las obras de Rothko,
Pollock, Newman o Kline. Esta lírica pictórica, que surge tras la
Segunda Guerra Mundial, está a mitad de camino entre la esfera de la
emoción privada, de un diálogo emocional íntimo y casi onírico, y
la experiencia liminal mística más radical no verbalizable. Su
relación con el mito no se da por sus contenidos, sino por la
tensión liminal lingüística entre emoción básica y forma, como
ocurre asimismo en el caso de la poesía lírica6.
Pero incluso la pintura lírica no puede darse fuera de un mito, como
no lo hace tampoco la experiencia mística, que fuera de una
interpretación mitológica no es más que locura. En el caso del
expresionismo abstracto, la interpretación mitológica es la de la
estética crítica de la vanguardia y está teñida de un intenso
historicismo en el que se examinan las relaciones pictóricas de
otros siglos7.
En este sentido, el lirismo abstracto ocupa una posición intermedia
entre la reflexión y la experiencia mística hedonista, y nos abre a
un relato social que continua el proyecto romántico de sustitución
de la religión por el arte. De hecho, desde el momento que una
acción humana u obra es reconocida como arte, incluso simplemente
como cosa, quiere decir que tiene una identidad, y no hay identidad
sin una narración, sin un sistema emocional que la haga relevante
para nosotros.
Cualquier
comunicación no narrativa requiere de estructuras narrativas
mítico-rituales para su viabilidad, pero además, cualquier
manipulación simbólica es secuencial. Según la experimentación
neurocientífica, desde el momento en que manipulamos símbolos
realizamos una actividad neural que es equivalente a cualquier
acción cognitiva secuencial, es decir, una acción como la
interpretación de un símbolo en las artes plásticas o la
arquitectura, tiene una estructura cognitiva secuencial análoga a la
del lenguaje ordinario, la de la lógica matemática, o la de la
música8,
lo que supone que cualquier forma de pensamiento lingüístico (en el
sentido más general) es secuencial, ya sean manipulaciones
simbólicas más o menos vagas con referencias privadas de contenido
emocional liminal, o teoremas. El pensamiento requiere la
transformación de estructuras, es más, desde un punto de vista
meramente sintáctico, es precisamente eso: transformación de
estructuras conforme a unas reglas, pero todas estas reglas están
condicionadas por el obvio hecho de la secuencialidad en su
aplicación. Esto no implica que nuestro pensamiento no pueda tener
un contenido polifónico, que podamos percibir y procesar
conscientemente a simultáneo más de un input, como muestra la
experimentación neurocientífica con la percepción de texto y
melodía en el canto9,
o la posibilidad de percibir a simultáneo y seguir secuencialmente
el desarrollo de más de una voz musical10.
No está tan claro que podamos desarrollar un pensamiento semántico
polifónico, pues la semántica requiere contrastes ya
multidimensionales que, llevados secuencialmente, como en el caso de
voces musicales, produce ruido11.
Otra cuestión es que la memoria pizarra produzca resonancias
semánticas, y los significados tengan una cierta mezcla polifónica,
más parecida, en todo caso, a la percepción e interpretación de
los armónicos de un acorde musical.
Debido
al carácter secuencial del pensamiento, el proceso narrativo se
encuentra en el centro de la actividad mental humana, tanto a nivel
individual como colectivo. Las estructuras mítico-rituales recogen
los sedimentos históricos de esta actividad autoformativa, así como
las configuraciones del presente y las condiciones (ya que la memoria
condiciona) para las futuras. Los mitos no tienen las claves de
nuestra identidad personal y social, sino que son esa identidad, no
expresan algo distinto e independiente en forma lingüística, una
pretendida esencia que precede a la expresión, sino que hay
identidad porque hay narración, y hay narración porque hubo una
conciencia primaria animal emocional. La síntesis de procedimientos
de interés homeostático que se da en la emociones, dota de
contenido a las secuencias de nuestra actividad mental. Narrar es
producir una secuencia racional continua en la que se expresa -de
maneras más o menos explícita- escenarios, objetos y sujetos
ausentes, cuyos referentes vienen dados por una estructura
mítico-ritual. Las narraciones ofrecen ejemplos protocolizados para
modos de acción, estandarización que hace la comunicación social
más eficiente, al reducir la ambigüedad semántica. A través de
Ulises, cuando vuelve a Ítaca, aprendemos a diferir la ira que
despierta el enemigo, para aprovechar astutamente el momento oportuno
que lleve a la victoria, de la misma manera que a través de
Penélope se protocolizan los tiempos de luto, y se da un contenido
específico a la emoción enaria de la fidelidad conyugal. La
narración, que se inició como momento reflexivo de la acción,
funciona después como modelo mimético de ella, y semantiza el
conjunto de la vida social.
Como
ya se trató en la filosofía y el arte del siglo XIX, en los
procesos de creación de identidades nacionales, y después, a nivel
individual, en la obra de Nietzsche, Freud o William James, entre
otros, los procesos de autonarración son necesarios para integrar la
personalidad, ya sea del grupo o del individuo. La psicología
contemporánea confirma estas tesis: la narración y la autonarración
comienzan en el ser humano a partir de los dos años de edad12,
y le acompañan el resto de sus días. La literatura lo ha sabido de
manera más o menos consciente, y lo ha practicado desde sus
comienzos. El estilo llamado stream of consciousness de James Joyce,
Virginia Wolf o William Faulkner, no es sino la forma experimental
que adoptó este hecho en la primera parte del siglo XX, la
simulación del pensamiento desordenado de un sujeto que salta de un
asunto a otro, técnica que se ha extendido, fuera de la literatura,
al cine y a la técnica teatral. Ya que el lenguaje es comunitario,
la autonarración supone una forma de integración personal y social.
La figura de un narrador objetiva las acciones propias a partir de
símbolos culturales, símbolos que determinan escenarios emocionales
que vinculan la vida del individuo con la de su comunidad, a la vez
que le ofrecen una perspectiva de sí mismo, de sus procesos
psicobiológicos, en términos de procesos más abarcantes y
generales. La tensión liminal entre narración y autonarración está
en la base de la creación de la personalidad, y tiene su origen en
la tensión que a nivel individual se da entre sistema emocional
individual, en el que el grupo tiene ya una configuración neural
condicionante, y las acciones lingüísticas comunitarias, en las que
las prevaloraciones de aquel sistema individual se convierten en
Lebenswelt. La formación de la persona individual se hace con
material comunitario, con las narraciones y rituales que son
patrimonio de su grupo, con las que objetiva el mundo y a sí mismo
como la personificación de un conjunto de relatos estereotipados
acerca de ciertas actividades económicas y emocionales en general.
Se ha comprobado que, bajo condiciones de hipnosis o en estados de
trance, la mayor parte de los seres humanos disponen de la capacidad
de producir una personalidad disociada de la que está despierta, a
la que se ha llamado ego observante, que hace comentarios en tercera
persona sobre el propio sujeto13.
Es más, el ego observante no es un fenómeno exclusivo de
situaciones de trance o hipnóticas, sino que también es
característico de la infancia y en caso de los llamados de
trastornos disociativos, pero en general, es un fenómeno psicológico
que parece ser una propiedad del proceso general memorístico, pues
se recuerda mejor lo observado cuando uno se recuerda a sí mismo
dentro de una perspectiva distante, de tercera persona14.
A nivel grupal, la autonarración es el mito que crea la comunidad a
la par que el mundo. El grupo precede al mito, como el niño precede
a su personalidad individual, pero ni comunidad ni individuo surgen
hasta que no se autonarran y narran el mundo. Este paso desde las
emociones básicas a su estructuración en emociones enarias
narrativas, es el paso hacia una racionalidad compleja mediante las
primeras objetivaciones simbólicas específicas de nuestra
neurofisiología. Por ello, la narración no puede dar cuenta del
estado protolingüístico en el que los sistemas emocionales operan
sin estrategias cognitivas secundarias15,
como meras rutinas de respuestas a estímulos del mundo a partir de
pautas genéticamente condicionadas. Y no puede hacerlo porque la
semántica emocional de este protolenguaje utiliza contextos arcaicos
en términos evolutivos, y nos sume en las profundidades del cerebro
mamífero, fuera de las estructuras simbólicas de la narración. No
obstante, como observamos en los mitos, la narración se vuelve
incesantemente sobre los orígenes, un proceso de desvelamiento en el
que la distancia del narrador permite enfocar escenarios y objetos
liminalmente lingüísticos, trayéndolos a la conciencia.
Estos
procesos de reentrada, de autoexamen, han ocurrido de forma
espontánea a partir de unas necesidades prácticas de funcionamiento
vital, una individuación iniciada en los procesos de conciencia
primaria, cuyos mecanismos emocionales de regulación homeostática
están condicionados por un doble funcionamiento neural: vigilia y
sueño. De hecho, el sueño parece ser un mecanismo de
autoobservación automática que ayuda a la integración emocional
del individuo. Según Panksepp, puede que al evolucionar los
mecanismos cognitivos tálamo-corticales, el viejo sistema de
activación emocional asumiera el papel subsidiario de procesar las
relaciones del organismo con el entorno a través del modo de
actividad del sueño REM16,
acción que serviría para integrar las formas de procesamiento más
arcaicas con las nuevas17,
consolidando el contenido emocional de las memorias18.
La hipótesis evolutiva propuesta considera el sueño como una
exapción cerebral de autoajuste, la transformación de la función
de un sistema neural arcaico en otra cosa, algo así como un viejo
procesador emocional extra que selecciona algunas experiencias
emocionales de la vigilia y las narra desde otro punto de vista, e
incluso con una combinatoria de los hechos completamente distinta,
cuyo proceder es la tensión lingüística entre los movimientos de
conciencia primaria y las formas más desarrolladas de la
racionalidad que correspondan al sujeto.
Sea
cual sea la función fisiológica que cumplen los sueños19,
el hecho de que su contenido representacional sea emocional extiende
el mundo de nuestras emociones más allá de procesos neurales de los
que tenemos una imagen precisa, y que están de forma inambigua
recogidos en memorias a las que podemos acceder a voluntad, lo que
implica que nuestras estructuras narrativas tienen un componente
liminal irreducible, condicionante de todas nuestras construcciones
simbólicas. Desde el punto de vista de la racionalidad continua, la
acción permanente de los sueños supone un anclaje a nuestra
naturaleza emocional más básica a nivel individual, un
condicionamiento que a nivel colectivo encuentra eco en la vida
emocional que se expresa en la religión y en el arte,
contrapartidas grupales de los sueños individuales para las
consolidaciones de identidad social, a la par que genuinos procesos
autoconscientes para este mismo fin. Como ha sido ya expresado y
utilizado por la escuela psicoanalítica, hasta la saciedad, los
sueños recogen elementos de la vida emocional del individuo, pero
además, epitomizan la génesis de los procesos narrativos en
general, conscientes e inconscientes. Las primeras narraciones
míticas, las de las sociedades totémicas, o las que encontramos en
los cuentos de hadas, son más parecidas a los sueños en lo que se
refiere a las imprecisiones y difusión de las primeras memorias, y
en el tipo de relación secuencial de los acontecimientos, que no
siguen una causación espacio-temporal continua, sino que las
agrupaciones de objetos y fenómenos se construyen y suceden a partir
de principios emocionales, de manera más o menos intermitente, con
cambios bruscos entre escenarios de experiencia. Si leemos casos de
sueños como los que aparecen en los escritos de la escuela
psicoanalítica, o en las diferentes tradiciones mitológicas y
literarias tradicionales, observamos que en ellos no es rara la
yuxtaposición de escenas sin más, sin un hilo secuencial narrativo.
La continuidad es una propiedad de la narración causal de vigilia,
como lo es la identidad que se deriva de ella. Cuando narramos los
sueños propios los fijamos en la memoria a partir del relato,
estructuramos una experiencia liminal haciéndola entrar en las
estructuras objetivas de relatos similares o de experiencias de
vigilia similares ordenadas según patrones lingüísticos fijados
por el grupo a partir de las acciones vitales de supervivencia; pero
esta ganancia de foco conlleva la difuminación del contenido
emocional básico (prelingüístico) del sueño en cadenas
emocionales que se enarizan semánticamente ya en ideas del
Lebenswelt.
Se
ha intentado vincular las narraciones míticas más arcaicas, que
presentan cosmovisiones animistas, próximas al mundo de los sueños,
con estadios infantiles de desarrollo20
dentro de nuestra especie, relación que implicaría que los pueblos
primitivos tienen una identidad psicológica infantil. Con este
postulado, estamos confundiendo una forma de narración más onírica
con inmadurez psicológica: los mitos arcaicos nos muestran formas
más simples de racionalidad, pero racionalidad humana adulta. Este
tipo de paralelismos entre la vida individual y el desarrollo de la
especie es una falacia. Para poder aplicarlo, deberíamos tener a la
vista toda la historia del homo sapiens, lo que implica observar al
ser humano desde un punto de vista posterior a su existencia, algo
que no tiene sentido. Los mitos arcaicos, con sus características
animistas, no corresponden a culturas con psicología infantil, ni
nuestro momento presente se corresponde con ninguna madurez, y si así
fuese, no podríamos saberlo. Toda cultura humana, desde el momento
en el que se ve sometida al estrés de la supervivencia y es capaz de
responder a sus desafíos, supone un despliegue de los sistemas
emocionales que dista de ser la actuación de psiques inexpertas. La
infancia no es más que un momento del desarrollo individual, nunca
el de una especie, pues la evolución biológica implica que el
comienzo de una especie es la época final de otra anterior, con toda
la madurez vital que ello supone. Además, si razonamos en esta línea
argumental, nos encontraríamos con el sinsentido de admitir que los
relatos más viejos (animistas) son los más jóvenes (infantiles), y
que los más jóvenes (científicos) son los más maduros (o viejos).
El mito de las infancias culturales, o su complementario de la
madurez intelectual, ha sido mantenido bajo condiciones de
explotación humana perfectamente trazables, en un paternalismo
dominador que tan sólo muestra superioridades de tecnología
militar, y no la estructura del desarrollo evolutivo. El animismo se
hace plenamente inteligible si consideramos la relevancia que los
objetos tienen en la determinación de escenarios de supervivencia en
los que operan los sistemas emocionales. Todo objeto que se mueve es
importante en el mundo animal, y considerarlo como vivo no es más
que una estrategia epistemológica que tiene sentido dentro de
determinados marcos de conocimiento. La frontera entre lo vivo y lo
que no lo es no es tan clara como parecería. ¿Están vivos los
virus? ¿Y el RNA? No debe sorprendernos que el pensamiento animista
persista hoy más de lo que debe sorprendernos que lo haga también
el pensamiento teológico. De hecho, ambos prosperan en nuevas
formulaciones, incluso en sociedades que tenderíamos a considerar
contemporáneas en su producción mitológica21.
Así por ejemplo, el animismo tradicional japonés ha encontrado un
desarrollo nuevo en la robótica –ciencia en la que han
desarrollado investigación puntera-, como comprobamos en la
producción de diversos tipos de robot que luego son nombrados y
tratados como si fueran seres vivos por sus compradores22.
La misma idea de una inteligencia artificial es una forma de animismo
que a nadie ya parece infantil, pues hay todo un sector económico
que se beneficia de este tipo de metafísica. Otra cuestión es la
consistencia de los mitos animistas con las teorías de la materia de
la física actual, en el caso japonés, por ejemplo, la consistencia
entre el animismo en el trato de los robots, y las teorías
utilizadas para la construcción de esos robots.
La
autoimagen desarrollada a partir de las estructuras mítico-rituales,
de la identidad del grupo y de las personas sociales individuales que
produce, es indisociable de la imagen que se genera de la realidad.
Según sea la narración que hacemos de cuanto nos rodea, así será
nuestra identidad. Si somos hijos de los dioses, el mundo será una
casa paternal o maternal en la que desarrollamos nuestras emociones
básicas en patrones de conducta familiares; si somos esclavos de los
dioses, nos encontraremos viviendo en un campo de concentración,
sirviendo a las élites semidivinas que interpretan la voluntad de
los inmortales; si somos el resultado evolutivo más complejo de la
vida en la tierra, seremos dueños de nuestras actos, y la realidad
será un proyecto abierto a nuestras habilidades y torpezas. Incluso
un examen superficial de las mitologías mundiales muestra que hemos
basado nuestras identidades más en nuestro funcionamiento onírico
que en nuestra capacidad cerebral de vigilia. Parece como si el paso
a la conciencia enaria requiriera un esfuerzo demasiado grande, como
si las conclusiones que se derivan del uso pleno de nuestras
capacidades intelectuales y nuestra emancipación como seres vivos,
fueran demasiado duras de aceptar, y prefiriésemos pasar la
responsabilidad a los sistemas automáticos emocionales que nos han
traído hasta aquí, y vivir la vida como un sueño semiconsciente.
Sin embargo, una conjetura así, análoga a la que Kant planteara en
¿Qué es la Ilustración?23
al responder esta pregunta, acusando al ser humano de falta de
determinación y coraje para utilizar su inteligencia, olvida la
precariedad general de las narraciones de identidad humanas, no
condicionadas meramente por la voluntad (la cual no es sino otro de
los sistemas emocionales en su desarrollo enario correspondiente),
sino por estructuras evolutivas que responden a principios de
homeostasis, no transcendentales. Nuestras cosmovisiones, los
conceptos de realidad y de identidad que aparecen en las distintas
mitologías humanas, tienen como referente final un grupo de
valoraciones emocionales que incluyen tanto las acciones y protocolos
de vigilia como los procesamientos que estas sufren durante el sueño
REM. Es más, gran parte de nuestra vigilia es movida por un
automatismo emocional -ya sea a nivel activo o meramente
imaginativo-, especialmente en las acciones rituales (que entendidas
en su forma más general de actuación social ocupan de una forma u
otra una porción importante de nuestras vidas24),
que no se diferencia demasiado del mundo de los sueños.
En
los mitos, la identidad real de mundo y humano viene dada a partir de
la continuidad ontológica que se da entre vigilia y sueño. Para los
aborígenes australianos, cuya mitología sea probablemente la más
antigua, el tiempo del comienzo es el de los sueños, y los mitos del
origen son indistinguibles de las narraciones oníricas. La
dependencia de nuestra identidad con respecto a la actividad onírica,
y por ello, con respecto a la misma forma de los procesos narrativos
más automáticos, se encuentra en todas las mitologías
tradicionales, y desde estas ha condicionado un buen número de
postulados ontoepistemológicos de la filosofía y la ciencia. En la
Biblia, leemos cómo José interpretó los sueños del faraón, o
cómo Daniel hizo lo mismo con el sueño de Nabucodonosor, en una
muestra inequívoca de la importancia adjudicada a los sueños como
vehículos de un significado más allá de los propios símbolos que
aparecen en su contenido. De hecho, hay mitos que quitan todo
contenido de realidad al mundo y la vigilia y ponen todo el peso
ontológico del lado del sueño, como en el poema azteca anónimo que
afirma que no venimos a este mundo a vivir sino a soñar25.
En los casos extremos, como el de Vishnu, que sueña el mundo humano
y el celestial con todos sus personajes y escenarios, el contenido
del mito sobre los orígenes es el sueño de un dios, y el sueño del
dios es otro de los mitos, siendo a la vez el sueño de Vishnu el
mito total y uno de sus mitos integrantes, sinsentido irrelevante
desde el momento que partimos de que no hay mundo ni posible
experiencia de él, sino un mero juego combinatorio representacional
contenido en una mente cósmica.
La
identidad onírica ha sido desarrollada espontáneamente siguiendo
los modelos determinados por los mismos sistemas emocionales, es
decir, la creación de escenarios de experiencia que en su repetición
fijan la información relevante para la supervivencia. La doble
acción de narración y actuación, al fundir la presencia del actor
con la ausencia de parte de los escenarios y objetos que se narran,
es ya un proceso pseudo-onírico o de trance. Si los relatos del
chamán que recogen sus ascensiones al cielo y descensos al infierno
son el prototipo de la narración mítica -como propone Eliade-
podemos ver una raíz común en épica y teatro que es interesante
desde el punto de vista de las relaciones miméticas que se producen
en las acciones mítico-rituales. El chamán es a la vez el actor y
el narrador de la historia que pone en escena. Su presencia media la
de diversos personajes sobrenaturales que aparecen y desaparecen
coordinadamente, en un relato cuyo narrador es siempre ambiguo. El
chamán entra y sale de la escena ceremonial para perderse en el
relato que interpreta, y después volver al rito. La psicología
moderna consideraría este tipo de actuaciones como muestra de un
trastorno de la personalidad, si el chamán no fuese capaz de hacer
una metarepresentación26
en la que pudiese narrarse a sí mismo interpretando su drama de un
actor. Y esto es precisamente lo que supone el ritual, una acotación
de los fenómenos miméticos en un espacio-tiempo definido de
antemano: el chamán hablará como Erlik Khan o como Bai Ulgan dentro
de unos límites. El chamán provoca el trastorno de su personalidad
con danzas, cantos, drogas y diversas técnicas de éxtasis, pero lo
hace en un ámbito liminoide, se trata de una locura simulada, ya que
el grupo que asiste a la ceremonia participa de la capacidad
metarepresentativa del chamán: no ven frente a ellos a un
esquizofrénico con personalidad múltiple, sino a un personaje
sagrado por el que hablan otros. El público participante hace, pues,
una mímesis de segundo orden, se mimetiza con la acción en la que
se representan otros mundos, mientras que el chamán tiene que hacer
una nueva de tercer orden para poder controlar el ritual, simulando,
si es necesario, el propio éxtasis, como un actor que interpreta un
personaje27,
para no perder la continuidad de la ceremonia.
Podemos
distinguir, entonces, tres tipos de mímesis en las ceremonias. La de
primer orden se da entre el chamán y los diversos espíritus que
entran en el relato, interpretación que genera un escenario
sobrenatural vinculado a la acción que el chamán oficia. Esta
mímesis se produce en el mundo liminal de la experiencia psíquica
del chamán, un espacio de automatismos psicológicos emocionales,
cargado de elementos oníricos, en el que toman forma los escenarios
más básicos de la experiencia: la búsqueda de sustento y
nutrición, el orden del grupo, las vidas y las muertes individuales.
La persona del chamán participa de otras personas sobrenaturales,
animales, antepasados, dioses, con los que establece un enlace
comunicativo escindiendo su personalidad. Esta mímesis es, en su
expresión individual, la experiencia mística, y alcanza su
dimensión social en cuanto que es narrada, objetivada en el lenguaje
de la comunidad, ya sea gestual, fonético, o simbólico de cualquier
tipo. La mímesis de segundo orden es la mímesis de primer orden en
su dimensión comunicativa, puesta en el contexto de una
representación social oficiada por el chamán ante el grupo. Se
trata de la relación mimética de los asistentes a la ceremonia con
respecto a lo que está representando el chamán, básicamente, una
interpretación o contraste del rito con respecto al escenario de la
experiencia general económica tal y como esta es filtrada a partir
de la estructura mítico-ritual. Los participantes contrastan la
ceremonia específica con el resto de su experiencia vital, y como
espectadores, se distancian del trance del chamán, pero para vivir
el suyo propio a partir de las representaciones del ritual. Quien
asiste al rito genera una metarepresentación que engloba la de la
escena, y es en esta conjunción, que repite en un orden más
complejo y colectivo la acción específica ritual (mediante una
narración actuada), donde se forma la identidad del grupo. Por
último, el chamán, si ha de estar en control de la
meta-representación del grupo, debe incorporar el punto de vista de
la mímesis segunda, es decir, tiene que incorporar la experiencia
ordinaria en la que se inscribe la estructura mítico-ritual, pero no
como un mero asistente, sino como el actor-compositor del año
ceremonial, haciendo del desarrollo ritual una experiencia temporal,
en una acción mimética de tercer orden. La mímesis primera
conlleva un tiempo exclusivamente cíclico, la segunda un contraste
entre tiempos cíclicos y lineales, y esta tercera es puramente
lineal, en la que el ciclo ha sido sustituido por una secuencia
infinita. Podríamos decir que la primera mímesis supone un sueño
radical, un trance automático animal vehiculado en representaciones
lingüísticas, y que la segunda es el sueño del grupo en los
escenarios de su experiencia vital específica, mientras que la
tercera es el sueño apolíneo del chamán. En las sociedades más
complejas, el chamán individual es sustituido por una casta
sacerdotal que funciona como un organismo complejo, pero los
mecanismos de la mímesis son equivalentes.
Estas
diversas metarepresentaciones tienen distintos narradores. La de
primer orden, que sólo alcanza su dimensión ritual al ser
objetivada en un lenguaje, es narrada por el chamán-sacerdote como
actor, y comienza con la invocación de los espíritus de los
espíritus guardianes, con los que el chamán tiene comunicación
fuera de la ceremonia a través de sueños o con prácticas extáticas
diversas28.
Aquí hay un primer narrador que impersona, escenifica y describe,
que está involucrado en la historia dando un punto de vista que es a
la vez personal y colectivo, a través de la comunidad del lenguaje
en el que se representan las acciones. Una fórmula así la
encontramos, como resto arqueológico, en la narración mítica
escrita de la Antigüedad. Lo leemos en los primeros versos del mito
acadio de Zu29,
o en la épica griega, desde Homero a Apolonio de Rodas30.
Los primeros versos de la historia convocan a los dioses en conjuros
protocolizados: Ilíada y Odisea, comienzan con la invocación a la
Musa, y a ella se le pide que elabore el canto, como en la
Argonáuticas se hace con Apolo. En el Mahabharata, el poeta cuenta
la historia que narró Vyasa, mientras que el texto del Rigveda,
comienza con una exaltación de Agni, el inspirador de los poetas
videntes, texto que en su conjunto es Sruti, revelación, un ritmo no
compuesto intelectivamente por un individuo, sino oído en un proceso
de inspiración cuya fuente está en otra parte. Las fórmulas pueden
variar, como cuando en el relato chino de la Gran Norma31,
el vizconde Chi dice: He oído que antiguamente…, o como cuando El
Corán inicia su revelación con Bishmillah, o el libro del Génesis
con el Bereshit. La mímesis de primer orden es observada por la
congregación que participa en el rito, o por el lector, generando
una metarepresentación o mímesis de segundo orden, en la que el
narrador es la comunidad, pero no limitada a los presentes, sino
extendida al grupo como unidad lingüística vinculada a una
estructura mítico-ritual, en el que se incluyen las generaciones
precedentes, ya desaparecidas, que fueron responsables de la
construcción mítica. En este sentido, la unidad lingüística
vinculada a una estructura mítico-ritual desborda las fronteras de
una lengua aislada tal y como se define en la ciencia lingüística.
Tampoco se trata de que abarque una familia de lenguas, pues esta
forma de unidad puede incluir lenguajes de orígenes distintos,
naturales y simbólicos32.
Así por ejemplo, la estructura mitológica cristiana aglutina un
buen número de ejes mítico-rituales de Oriente Medio, que formaban
parte ya de las mitologías sumerio-acadias, egipcias, iranias,
hititas, cananitas, etc., y en esos mitos y ritos se encuentran
presentes los antepasados de muy distintas tradiciones que a lo largo
de milenios dieron forma a los mitos y el ritual que después han
sido usados y transformados por el cristianismo. Este tipo de unidad
lingüística (mítico-ritual) produce una diferencia
individuo-grupo tan enorme que el individuo no puede sino
experimentar la propia comunidad como algo radicalmente distinto (un
otro radical), una forma de conciencia que no es individual a la que
califica de numinosa y sobrenatural. El narrador de esta mímesis
está ausente, aunque se presenta de forma parcial como la comunidad
histórica heredera de la unidad mítico-ritual, y su dimensión
sobrenatural tiene un doble aspecto lingüístico, en el sentido
tratado, y protolingüístico, como tensión liminal de las
emociones y los automatismos fisiológicos con la identidad
autonarrativa. Esta segunda mímesis está a su vez estructurada en
otra meta-representación, que es ya un mímesis de tercer orden, a
cargo del chamán (o la casta sacerdotal) que lidera el rito, el cual
es el narrador general efectivo que utiliza las otras dos formas de
mímesis en una meta-representación final. El oficiante (o la casta
oficiante) es la única persona social consciente de los tres niveles
miméticos de la representación, y debe conjugar la idea del
narrador ausente sobrenatural con la práctica mítico-ritual tal
como se inscribe en la vida económica del grupo, sujeta a deterioros
que los ciclos míticos ignoran en sus circunvoluciones anuales
regenerativas. La mímesis de tercer orden es la que observamos, por
ejemplo, en los procedimientos teológico-políticos de la Iglesia
Católica, en las estructuraciones racionales que se hacen en sus
cónclaves y órganos dirigentes de la experiencia sobrenatural y
milagrosa que da el contenido emocional básico a sus experiencias
mítico-rituales, o también, en las estructuras ceremoniales del
protocolo imperial chino antiguo, en las que la imagen inefable del
Hijo del Cielo atiende las necesidades litúrgicas del año pero
desde el punto de vista de las necesidades específicas del orden
social general. Cada una de estas mímesis conduce a una forma de
control más abarcante de las emociones que son observadas en el
grado más bajo. El chamán se mueve en diferentes niveles miméticos
para conseguir cuidadosamente el propósito de la ceremonia, por lo
que debe calcular tanto como entusiasmarse, en un difícil
equilibrio. Cuando elaboramos una nueva metarepresentación de la
mímesis tres, como es el caso de este análisis, salimos del ámbito
mítico-ritual y entramos en el mitopoético, cuya diferencia con
respecto a los anteriores es su ontoepistemología crítica o
metateórica, que manipula los objetos mitológicos dentro de un
contexto antropológico general, obviamente (ineludiblemente)
vinculado con sus propios mitos, pero que no define ni acepta
exomorfismos definitivos.
El
fenómeno del narrador ausente genera unas condiciones
epistemológicas características de los mitos arcaicos. Supongamos
que la narración da cuenta de la acción de ver una puerta en el
cielo, como la que ocurre en el Apocalipsis de San Juan. El texto
establece unas condiciones iniciales: Yo, Juan, vuestro hermano, que
hacen partícipes de la primera meta-representación mimética a los
lectores-auditores. El chamán-narrador declara ser como el resto de
la comunidad, no reclama ningún título especial, y lo que le ha
ocurrido a él, la visión, le podía haber ocurrido a cualquiera, es
un hermano más, un miembro más del grupo. De esta manera se
proclama como pública una representación privada, y se suprime el
juicio sobre la primera forma de mímesis, o sea, se abole la segunda
mímesis. En efecto, no se trata ya de que yo leo u oigo cómo Juan
creyó ver algo por una circunstancia excepcional que le era propia y
única, y le observo en una metarepresentación crítica de su libro,
sino que Juan me introduce directamente en su visión al compartir su
capacidad para lo sobrenatural conmigo, llamándome igual, o hermano.
En mi experiencia narrativa cotidiana, tiene sentido decir yo vi una
puerta en el cielo, lo que es un representación privada, sólo mía,
válida para mí independientemente de que donde yo vi una puerta en
el cielo, otros la vieran o no. Si alguien dice: Juan vio una puerta
en el cielo, la representación se hace pública, y a no ser que en
vez de decir esa frase digamos, Juan pensó que había visto una
puerta en el cielo, la representación pública está asumiendo como
propia la representación privada, y la inscribe en un escenario
epistemológico distinto, el de los hechos tal como se procesan en
una hipotética experiencia perceptiva común. En otras palabras,
estamos haciendo público e intersubjetivo lo que sólo es una
experiencia individual. Pero estamos haciendo también algo más:
estamos aceptando, en relación a la frase Juan vio una puerta en el
cielo, un principio de bivalencia. Implícitamente, estamos asumiendo
que hay un narrador ausente, ya sea una divinidad o una hipóstasis
de una persona social o de otro tipo, o lo que es equivalente, un
principio de bivalencia, un modo de ser de las cosas por el que toda
proferencia lingüística bien construida es verdadera o falsa.
Conforme a este principio, Juan vio o no vio la puerta en el cielo, y
su afirmación es verdadera o falsa según hubiera o no hubiera una
puerta en el cielo, lo que puede ser determinado mediante la
verificación del caso por un observador independiente y público.
Para ello, debemos suponer que hay algún tipo de entidad creadora o
narrativa que pone puertas en el cielo, un referente que permite la
bivalencia veritativa de cuanto decimos o pensamos. Según esto, se
supone que una narración pública tiene siempre un referente
público, ya sea platónico o formalista, es decir, ya se corresponda
con un modo objetivo de ser de las cosas, o simplemente se trate de
un acuerdo formal aceptado por la mayoría del grupo, y a partir de
tal referente es decidible si la afirmación es verdadera o falsa. La
objetivación del referente público ha hipostasiado una realidad
extra grupal que contiene los códigos donde contrastar lo verdadero
y lo falso, y lo ha hecho a partir de una experiencia individual
liminal y ajena a la vida cotidiana, que de hecho nadie comparte con
el que la experimentó. La aceptación de una representación privada
como pública, que está en las bases de todas las religiones
reveladas (y de la aceptación de las experiencias místicas
individuales como válidas en el ámbito público), no es más que la
creación de una convención mediante un procedimiento primario de
mímesis en el que se define un referente público y se acepta un
principio de bivalencia. Lo que es interesante es que en este ejemplo
se anula la capacidad crítica de mímesis secundaria que corresponde
a la observación de la representación de la ceremonia chamánica
(en este caso el escrito de Juan), lo que contrastaba la experiencia
liminal con la cotidiana, y equilibraba la representación onírica y
estática con la más sobria representación económica del ritual.
La mímesis ritual de segundo orden parte de la necesidad de
comunicación social que establecen los sistemas emocionales, pero al
estar vehiculada en términos lingüísticos conscientes, en el
lenguaje del grupo, supone una relativización de la experiencia
alucinada del chamán, una puesta en contexto económico, de su
vuelo, lo que supone una forma rudimentaria de crítica, de
valoración con respecto a los registros de la memoria de identidad
grupal, de la actuación que el chamán oficiante hace de su mímesis
de primer orden. Pero en el caso de la escritura revelada, se salta
por encima de esta valoración grupal de segundo orden y se acepta
directamente el trance perceptivo, al que se le da dimensión
transcendental, en una forma de éxtasis comunitario en el que se
sale del tiempo lineal y se entra en el mítico. Se deriva, de lo
contingente de la experiencia individual la necesidad de su
contenido, lo que no sólo apela a una base común constitutiva del
sujeto humano, como hace la propia teoría emocional, sino que
también apela a la universalidad simbólica de toda la experiencia
(sea del tipo que sea), a un orden oculto que hace significativo
cualquier signo, a una causalidad mágica. El escenario creado es
puramente metafísico, o mejor dicho, esquizofrénico, debido a
excesos de dopamina en los circuitos subcorticales que lleva a
establecer vinculaciones cognitivas donde simplemente hay
simultaneidad espacio-temporal de objetos, o a percibir objetos y
escenarios que sólo tienen un alcance individual.
Las
narraciones privadas, las formadas por objetos y escenarios que,
aunque vinculados con la experiencia común, han sido redefinidas a
partir de percepciones e interpretaciones emocionales no
contrastables con las del grupo, no son verdaderas ni falsas mientras
no entren en relación con las representaciones mítico-rituales del
grupo. Si quitamos la figura del narrador ausente, la experiencia de
Juan es privada, válida para él, y se corresponde con la
representación que formó en su mente, y esta validez tiene carácter
relativo. Pero incluso manteniendo al narrador ausente, podemos
encontrar dos sistemas de interpretación distintos en los que la
afirmación privada de Juan se hace relativa. Si proyectamos su
contenido semántico sobre el sistema interpretativo mitológico de
los videntes, es, como otras muchas, válida en su contexto (lo que
contradice su pretensión de universalidad revelada), mientras que si
lo proyectamos sobre el sistema interpretativo de la física, es
inválido, pues para que hubiera una puerta suspendida en el cielo
tendría que haber también una estructura que la sostuviera o se
violaría la ley de la gravedad. En ambos casos, los sistemas
interpretativos escogidos, el mitológico y el físico, son sistemas
públicos de interpretación, pero en uno de ellos su contenido
semántico es válido, consistente con el contenido de otras
experiencias similares, mientras que en el otro, no lo es. Y algo
semejante se puede decir de las narraciones públicas que no entran
en contacto con otras narraciones públicas: no son verdaderas ni
falsas, sino en relación a un eje mítico-ritual específico.
El
texto de vi una puerta… es ya un texto mítico-ritual, público,
que asume el principio de bivalencia, y cuyo contenido pretende tener
valor cognitivo absoluto. La introducción de un escenario de
referencia relativo, como cuando decimos Juan pensó que había visto
una puerta en el cielo, circunscribe la narración a unos principios
epistemológicos incompatibles con la validez del contenido del mito
público, en el que se está expresando una acción de repercusión
universal, con la que se forma una identidad universal para el grupo
y el individuo. Por otro lado, esta universalización no es sino la
estructura lingüística en la que se expresan las emociones de la
voluntad de poder de los seres vivos, el impulso de la vida a
expandirse y permanecer, como muestra el hecho de que sea
reformulable en cualquier eje mítico-ritual. Así, cuando decimos
Dios no juega a los dados33,
ocurre algo similar al caso de Juan vio... La representación privada
de Albert Einstein se hace pública de manera análoga. El sentido de
la metáfora es que las leyes del universo no son azarosas, sino que
pueden ser determinadas de una manera precisa si conseguimos
explicitar su estructura geométrica. Einstein manifiesta su
oposición a la primera teoría cuántica en base a la idea latente
de un narrador ausente, o una estructura desconocida pero operante y
objetiva. En su sentido más amplio, la afirmación epistemológica
sostiene el principio de bivalencia, o lo que es lo mismo, que hay un
orden universal que no depende de nuestros condicionamientos
intelectuales (conceptuales y perceptuales) para ser tal orden, que
el concepto de orden es independiente del ser humano que lo piensa,
que las representaciones exomórficas no deben su representabilidad
ni su forma simbólica a ninguno de nuestros condicionamientos. Este
supuesto ha sido mantenido asimismo por la física cuántica, que ha
restringido la incertidumbre a la formulación del modelo teórico,
pero nunca la extendió a la imposibilidad de que el universo sea
inteligible como tal, asunción que destruiría el objetivo de la
física de comprender el mundo y la reduciría a una mera herramienta
de la ingeniería. Si yo digo que Einstein pensaba que el universo es
inteligible, o que los físicos de la actualidad piensan que el
universo es inteligible, estoy deshaciendo el principio de bivalencia
que supone afirmar que el universo es inteligible, y reduzco la
afirmación a una representación que, aunque pública, es relativa
al campo de la ciencia física, y no, por ejemplo, al de los mitos
ontoteológicos religiosos del presente. No menos que la mitología
tradicional, la ciencia ha adoptado el modelo narrativo
metarepresentacional del narrador ausente para forjar su identidad y
la del universo, modelo que establece como centro de la
representación mítico-ritual la estructura social hipostasiada, en
una forma autoidealizada y deshumanizada, en este sentido no muy
distinta a las de los viejos mitos de los dioses, y que de manera
análoga a estos, utiliza tal estructura como principio regulativo
epistemológico.
Las
narraciones de identidad social conllevan estos diferentes procesos
miméticos de valoración de las acciones vitales y de las propias
acciones mítico-rituales. Los distintos grados de valoración
producen procesos de complejidad semántica en el que surgen
emociones enarias y formas metalingüísticas en las que los objetos
y acciones de los escenarios de la experiencia son hipostasiados e
incorporados a estructuras narrativas cada vez más intrincadas.
Antes de analizar estas relaciones que se producen entre las
narraciones en sus dimensiones de identidad y de acción económica,
quiero aclarar un par de conceptos sobre el contenido
semántico-sintáctico de las narraciones. Los mitos comunican
secuencias emocionales en unidades de sentido superiores, sobre las
que se aplican los procesos miméticos de narración descritos.
Estudiaremos primero en qué consiste esta unidad de identidad, para
después examinar un tipo de relación básica entre estas unidades,
la congruencia semántica.
(Fragmento del libro Mitopoética, la construccioón simbólica de la identidad humana, de Oscar E. Muñoz
1Cf.
Fazio, Michael; Moffet, Marian; Wodehouse, Lawrence. A
World History of Architecture.
Laurence King Publishing. London 2008. p.10.
2Véase
el artículo de Donald E. Ingber en The
Arquitecture of Life.
Scientific American. Enero 1998. Web. Véase también el Blog sobre
tensegrity
del mismo autor.
3En
la figurativa es más sencillo determinar sus componentes
narrativos.
4Las
ideas de la Sociedad Teosófica, fundada por Blavatsky, reúnen de
forma ecléctica una pretendida sabiduría esotérica de la
Antigüedad en la que operan principios sobrenaturales.
5Véase
Robert Motherwell y Harold Rosenberg. The
Question of What Will Emerge is Left Open
(1947). En Theories
of Modern Art.
Editor, Herschel B. Chipp. University of California Press. Berkeley,
Los Angeles and London. 1968.
p.p. 489-490.
6Como
ejemplo véase la poesía de Federico García Lorca, especialmente
El
rey de Harlem.
Poeta
en Nueva York.
Ed. Cit. Ibid.
7Véase
sobre estas ideas el escrito de Mark Rothko. Modern
Art.
En el libro de Rothko, The
Artist´s Reality. Philosophies of Art.
Yale University Press. New Haven and London. 2004. p.p. 109-112.
8Cf.
Peter F. Dominey, et al. Neurological
basis of language and sequential cognition: Evidence fromsimulation,
aphasia, and ERP studies.
Brain and Language. # 86. Academic Press. (2003) p.p. 207-225. Web.
Véase también Lelekov-Boissard, Taïssia; Dominey, Peter F. Human
brain potentials reveal similar processing of non-linguistic
abstract structure and linguistic syntactic structure.
Neurophysiol Clin 2002 ; 32 : p.p.72-84. Éditions scientifiques
et médicales Elsevier SAS . 2002. Web.
9Véase
-Schön, Daniell; Leigh Gordon, Reyna; Besson, Mireille. Musical
and Linguistic Processing in Song Perception.
Ann.
N.Y. Academy of Sciences. 1060: p.p.71-81. 2005. Web.
10Voz
musical
hace referencia a una línea sonora monofónica, sea producida por
voz humana o instrumento musical.
11Podríamos
pensar polifónicamente en un discurso semántico en la medida que
alguna de sus líneas sea trivial y mecanizable, y podríamos
diseñar estrategias para hacer saltos secuenciales entre voces una
vez un texto fuese bien conocido (como es el caso de los intérpretes
de música), por ejemplo, que nos permitiese tal pensamiento
polifónico, si bien en caso de comunicaciones desconocidas parece
más complicado. En cualquier caso, la experimentación apoya las
tesis que niegan pensamiento polifónico para discursos semánticos,
como sugiere en Voice
Denumerability in Polyphonic Music of Homogeneous Timbres, de
David Huron.
Music
Perception: An Interdisciplinary Journal,
Vol. 6, No. 4 (Summer, 1989), pp. 361-382.
p.
378. Web.
12Cf.
Siegel. La
mente en desarrollo.
Ed. Cit. p. 453. Véase
támbién sobre narración y conciencia Narrative
and Consciousness: Literature, Psychology, and the Brain.
Oxford
University Press.
2003.
Fireman,
Gary D.; McVay, Ted E. Jr. and Flanagan, Owen J.;
Editors.
13Cf.
Siegel. Op. Cit. p.454.
14Ibid.
p.455.
15Inducciones
más complejas via control de anticipaciones y retardos sobre las
urgencias emocionales primarias, así como abstracciones que
reduzcan los datos de los sentidos lo suficiente como para crear
modelos deductivos.
16El
sueño REM (Rapid Eye Movement), o sueño con imágenes, se da en
mamíferos y algunas aves, pero no en otras especies.
17Nuestro
cerebro recoge en sus diversos estratos funcionales la historia de
la evolución de los mamíferos, de unos cien millones de años, el
cual, en su forma moderna, tiene la misma estructura que la que ya
desarrolló en el Pleistoceno, hace cien mil años, en las
sociedades cazadoras-recolectoras. Cf.Michael
Gazzaniga, Richard B. Ivry y George R. Mangun. Cognitive
Neuroscience.
Ed. Cit. p.650.
18Cf.
Panksepp. Affective
Neuroscience.
Ed.Cit. p. 135.
19Algunas
teorías sobre su función neurofisiológica mantienen que el sueño
REM no sólo no ayuda a consolidar memorias, sino que sirve para
destruir memorias que no tienen uso.(Cf. Panksepp. Ibid. p.126).
20Los
estudios psicológicos sobre la infancia parecen mostrar que los
niños tienen cosmovisión animista, y que como dice Bruno
Bettelheim, necesitan de la magia para encontrar sentido en el
mundo.(Cf. Bruno Bettelheim. Psicoanálisis
de los cuentos de hadas.
Editorial Crítica. Barcelona. 1990. p.p. 65-76).
21En
el sentido de que producen mitología científica.
22El
tema de la vinculación del animismo tradicional del Shinto japonés
con el interés que esta nación muestra por la robótica ya ha fue
tratado por Mitsukhuni Yoshida, The
Culture of Anima.
Mazda
Motor Corporation. 1985. Web. Véase también, Naho Kitano, Animism,
Rinri, Modernization; the Base of Japanese Robotics.
Roboethics.org.
Web. Hace unos años la industria tecnológica japonesa puso a la
venta un tipo de máquina de bolsillo que era vendida como si se
tratase de un ser vivo, y a la que el comprador debía someter a
diversos cuidados. Es también interesante mencionar el uso de
robots que se hace en Japón por parte de futuros padres, para
practicar y comprobar empíricamente las dificultades y compromisos
que requiere la paternidad.
23Kant,
What
is Enlightment?
(1784). En Moral
and Political Writings.
Translation: Karl J. Friedrich. The Modern Library. New York. 1993.
p.p. 145-153.
24Así
por ejemplo, en 2010, los norteamericanos pasaron una media semanal
de 34 horas y 39 minutos frente al televisor (crece dos minutos por
año), y no es mayor porque las generaciones más jóvenes se
ensimisman emocionalmente con los videojuegos. Estudio
de Nielsen Company. Web.
25Citado
por Joseph Campbell en The
Mythic Image.
Princeton University Press. Princeton.
1990. p. 3.
26Representación
de segundo orden.
27Cf.
Mircea Eliade. Shamanism.
Ed. Cit. p. 200.
28Véase
Eliade, Shamanism.
Capítulo 3. Obtaining
Shamanic Powers.
Ed. Cit.
29En
la que hay un yo narrador que dice: Siempre
ensalzaré al hijo del rey…
Myth
of Zu. Ancient Near East.
Vol.II. Ed. Cit. p.17.
30Hasta
bien entrado el S.III.a.c.
31Perteneciente
al Libro
de la Historia.
32Piénsese
en el uso precristiano del símbolo de la cruz.
33La
cita einsteniana, fragmento de una carta a Max Born (4 de diciembre
de 1926), ya es un proverbio popular, hipostasiado en su contenido,
sea verdadero o falso, a partir de la ratio
et auctoritas
einsteniana, análoga a la de San Juan.
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