Las
formas más simples de personas sociales son las que aparecen en las
narraciones de las sociedades frías, como las del mito Blackfoot,
cuyos tres personajes, el hombre viejo, la mujer y el niño,
delimitan la población por género y edad. La doble oposición entre
hombres-mujeres y jóvenes-viejos (oposición esta última que puede
darse por la categorización en tres edades, niño, joven viejo)
opera tanto en las comunidades humanas como (en su variante
macho-hembra) entre los grandes simios y los mamíferos grupales. La
distinción es completamente relevante desde el punto de vista
emocional. En los grupos humanos arcaicos, la oposición entre
hombres y mujeres se objetiva en sociedades secretas de contenido
iniciático, en las que se rinde culto a las acciones biológicas más
básicas, y se desarrollan los primeros modelos epistemológicos
basados en la reproducción. En estos escenarios mítico-rituales, la
separación entre los géneros es radical, y se ejercen distintas
formas de violencia contra quienes traspasan los límites
ceremoniales, un sistema de castigos por el que la valoración del
ritual queda perfectamente explicitada. Los ritos iniciáticos de las
sociedades frías, los llamados ritos de paso, no implican tan sólo
una actuación de los elementos fisiológicos reproductivos (en el
caso de las mujeres) o de los correspondientes al sistema dopamínico
para la caza (en los varones), sino que se construye una persona
psicológica nueva: los niños, abandonan una persona social, mueren
a su niñez, para convertirse en adultos, con emociones distintas1.
La nueva persona social tiene unas responsabilidades, un conjunto de
acciones funcionales que están tipificadas en los relatos generales
del grupo y, en particular, en las acciones mítico-rituales que se
actúan en la ceremonia de paso. La oposición hombre-mujer es fija,
de hecho, estas son las dos personas sociales fundamentales, mientras
que las otras personas (adulto y viejo) son las que surgen en el
desarrollo temporal, y como tal son motores de autoconciencia vital,
especialmente al ser actuadas en un escenario ritual iniciático. La
línea de las transformaciones temporales personales para hombres y
mujeres lleva a la proyección de una persona para los muertos. Las
mismas iniciaciones anteriores son una forma de muerte, y la
continuidad está garantizada por las características particulares
que tiene el fenómeno lingüístico. En un grupo con un número
reducido de personas sociales, lo que caracteriza a un individuo,
salvo por algunos rasgos fenotípicos, es equivalente a lo que
caracteriza a otro. La diferencia entre padres e hijos sólo tiene
sentido en cuanto que representan diferentes personas sociales,
jóvenes y viejos, pero que una vez las nuevas generaciones acceden a
la persona temporalmente siguiente, son identificables, e incluso
sustituibles a nivel grupal. En estas estructuras míticas, los
antepasados retienen el carácter personal que alcanzaron antes de la
muerte: el anciano será siempre un anciano varón en la memoria
grupal, la joven siempre una joven, y como tal viven en forma de
tipos narrativos en la memoria del grupo. La supervivencia de los
antepasados en las narraciones y las ceremonias mítico-rituales
extiende la comunidad personal activa al mundo de los muertos,
presentes en la vida social, explícitamente recordados o
implícitamente incorporados a la memoria del grupo a través de las
narraciones y rituales que pasaron a las nuevas generaciones. Los
antepasados se hacen también presentes a través de los sueños, y
con el mundo de los sueños, las narraciones adquieren un campo
adicional indefinido protolingüístico, que reifica un tipo de
persona social fundamental para explicar la vida como una comunidad
de vivos y muertos: el alma. El alma es una persona social general
que abarca todas las otras: incluye humanos y animales, de ambos
géneros y todas las edades, vivos y muertos. Como concepto general,
no es resultado de una determinación económica, sino que es un
proceso de interpretación primitiva, una explicación autoreflexiva
de la propia vida como un fenómeno que incluye en su seno el
fenómeno de la muerte, un concepto producido por la reiterada
observación de ciclos y acciones, y la permanencia de elementos
lingüísticos intangibles en la experiencia del grupo. El alma es
una hipótesis sencilla que explica de una vez la persistencia de la
memoria de los muertos, el mundo de los sueños, y un elemento
intangible, o mejor, mal verbalizable, una valoración
Unterlebenswelt sobre la naturaleza, mediante la cual la entendemos y
nos sentimos como parte de ella. Una vez aceptada el alma en esa
triple dimensión, la distinción entre seres naturales y
sobrenaturales es una clasificación superflua, pues la persona ánima
establece el puente y la continuidad entre los escenarios donde
actúa, una triple topología, supramundo, submundo y mundo de los
vivos, que va unida por el concepto y tiene una aplicación efectiva
en la acción vital.
La
idea de alma es la condición de posibilidad de las narraciones
comunicativas de las sociedades arcaicas, un concepto de
determinación primitiva que convierte las acciones económicas o
funcionales del grupo en un todo con sentido: la acción del cazador
y de la parturienta tienen sentido, la muerte en las fauces de
animales y por vejez, tiene sentido, la incomprensible naturaleza
propia, el cuerpo, y los escenarios que nos rodean, forman parte de
un entramado emocional vital que las emociones interpretan de manera
automática, pero que con la ayuda del concepto de alma parecen
desvelar un sustrato más fundamental, una representación unitaria
de sentido. Con la idea de persona anima, toma forma la primera
autoimagen de la vida, y lo hace como persona general desde su propia
experiencia emocional, desde las acciones de integración de grupo,
desde el programa reproductivo y de sustento, hacia la síntesis de
un principio personal regulativo. Con el ánima, se objetivan las
acciones naturales en un relato unificado que permite integrar las
narraciones económicas en una síntesis abstractiva de gran potencia
epistemológica: por primera vez se construye un símbolo que da
cuenta de las apariencias como un todo, de hecho, es en ese momento y
a partir de la generalidad de una persona ánima que la narra, que el
mundo aparece ante el ser humano como una representación.
La
investigación antropológica que se ha llevado sobre los tótems en
las sociedades frías corrobora estas hipótesis. Los tótems son
emblemas de identidad de grupos humanos que aglutinan narraciones de
determinación económica y primitiva, e interactúan de manera
jerárquica para formar estructuras mítico-rituales. La mayor parte
de los tótems tienen nombre de animal o planta, siendo el resto
nombres climatológicos, las estaciones, orográficos o celestiales2.
Además de la función de identidad, el sistema de los tótem permite
una ordenación de las relaciones sociales bastante compleja que
evita, mediante un sistema de reglas de pertenencia, perfectamente
comprensible de manera intuitiva, incestos y sistemas de enlaces
demasiado próximos genéticamente. El sistema de tótems puede ser
entendido como una extensión de las personas sociales generales a
comunidades más numerosas, sistema que ab initio incorpora el
concepto de la persona ánima como vínculo con el resto de los seres
vivos y los antepasados, lo que supone que es un desarrollo posterior
de una forma de organización más simple. Una sociedad regida por
este sistema explicita un rango de personas que un mismo individuo
puede actuar según la ocasión. Así por ejemplo, entre los
australianos totémicos, a la persona varón, se le añade la de
viejo, pero también la del clan del canguro, que pertenece a una
fratría con otro tótem, y la de la clase matrimonial X de esa
fratría3.
La continuidad de personas humanas y animales, no es aún, como pueda
ser en formas mitológicas posteriores más elaboradas, una zoolatría
relativa4,
sino que se trata de lazos del mismo nivel, una hermandad que permite
el concepto de ánima. Lo más relevante del sistema totémico, como
comprendiera Durkheim, es que permite una clasificación sistemática
de toda la naturaleza, y se ha hecho en culturas tan distantes como
la tribu de los Port-Mackey en Queensland, o los Zuñi de Nuevo
México, o los Omaha de Nebraska5.
Las primeras clasificaciones genéricas han sido, entonces,
producidas miméticamente a partir de la organización social. Según
Durkheim, es muy probable que no hubiéramos reunido los seres del
mundo en grupos homogéneos, llamados géneros, si no hubiésemos
tenido ante nuestros ojos el ejemplo de las sociedades humanas6,
lo que desde el punto de vista de la racionalidad continua se
reinterpretaría en términos de la vinculación de nuestras
categorías lingüísticas con las formas de los sistemas neurales
emocionales: el lenguaje humano ha surgido de la comunicación social
dentro de los grupos de mamíferos, y se ha desarrollado en procesos
que incorporan la adaptación al medio. Pero la organización social
no ha servido de ejemplo para nuestras abstracciones epistemológicas,
como sostenía Durkheim. Más bien, nuestros pensamientos son
procesos biológicos de pertenencia y secuencialidad, son las mismas
estructuras dinámicas que jerarquizan las células en órganos, y
estos en un organismo, y el organismo individual en un grupo. Lo
interesante de las clasificaciones totémicas no es sólo el juego de
pertenencias, que per se ni implica ni requiere una unidad del mundo
y del humano, sino la creación de una superclase a la que pertenecen
todas las demás y que no pertenece a ninguna otra, una determinación
primitiva que permite aglutinar, en torno suyo, los diferentes grupos
que formamos a partir de las distintas propiedades que nos muestra
nuestra percepción y que interpreta nuestro sistema emocional. Y
para que esta superclase, la persona ánima, y su generalización, el
anima mundi, puedan construirse, se hace necesaria la continuidad con
la muerte, algo que la experiencia de la pervivencia de los
antepasados en la memoria y las narraciones mostraba como una
evidencia, pero que hasta que no se creó el concepto, impedía la
creación de una representación para el mundo como unidad. Poco
importa que la conquista de la muerte haya provenido de la
reificación de las características del lenguaje humano para
representar escenarios, objetos o personas ausentes: la determinación
lingüística primitiva de la unidad del ánima da una
representación cero de referencia sobre la que otras narraciones
económicas y primitivas (sobre orígenes espacio-temporales) se
podrán construir. La categoría de la persona ánima es el resultado
de largos procesos de experiencia inferencial en relación a la vida
de las personas generales (hombre-mujer, joven-viejo), en la
prolongación iniciática más allá de la vida. Como tal, comienza
siendo una persona social más, pero después, debido precisamente a
su origen lingüístico, permea los procesos narrativos, incluidos
los protolingüísticos de los sueños, en cuya naturaleza liminal
emocional se abre paso hacia el origen común de la vida.
Desde
el punto de vista de la racionalidad continua, no tiene sentido la
tesis freudiana de que el tótem es una figura paternal, pues las
fuerzas reproductivas en el proceso lingüístico, como hemos visto,
son un componente emocional más que se subordina al conjunto de las
emociones sociales. De hecho, si el grupo y el lenguaje mismo se
aglutinan en torno a la emoción de más duración, la maternal, y si
el tótem supone una organización que en su forma más arcaica
parece ser matrilineal7,
la ordenación totémica ni es una figura ni es paternal, sino más
bien un principio de orden, que obedece a criterios de homeostasis
social, basado en las unidades grupales mínimas de los mamíferos:
madres e hijos. Es más, la relación de pertenencia a un tótem,
como la relación de pertenencia a un grupo, tiene más que ver con
las relaciones de inclusión matriciales y maternales que con las
pretendidas formas paternales de un logos spermatikos. Bien es
cierto, que hay casos de líneas totémicas transmitidas por el
antepasado varón, el cual fecunda a la madre de forma mágica8,
pero la propiedad que transmite al niño (que equivaldría al logos
spermatikos), y que caracteriza a un tótem con respecto a otro, es
ontológicamente dependiente de la idea de ánima, persona social que
incluye a las personas hombre-mujer (y macho-hembra en general) y las
subsume en un movimiento reproductivo de más alcance que el sexual,
como observamos en los relatos de narraciones partenogénicas con
gigantes antropomórficos. Por otro lado, la pretendida individuación
del antepasado fundador del tótem, a la que la psicología
psicoanalítica ha dotado de carácter masculino9,
no es sino la formación de una persona social que, de hecho, precede
al sistema totémico, la figura del chamán, quien, como hemos visto,
narra el rito y crea con su acción ritual la figura de un narrador
ausente, pero en ningún caso asistimos a la creación de un
individuo. Las tesis de la formación del individuo a partir de
grupos masculinos de iniciación de origen totémico, no sólo da
demasiado crédito a la idea de individuación en las sociedades
primitivas, ya sea entre hombres o mujeres, sino que proyecta
jerarquías cuyo origen lingüístico se encuentra en las creaciones
de las personas de los dioses masculinos que se corresponde con
estadios de desarrollo mitológico posterior, en los que las
necesidades económicas de la ciudad requieren estructuras guerreras
permanentes y profesionales. El mismo concepto de individuación es
complejo y relativo. En cualquier caso, se trata de la creación de
una persona posterior a la persona funcional o de casta, que
determina el plano mítico siguiente al que ahora tratamos, que
comienza como vinculación de responsabilidad ante la ley, hasta que
se hace jurídica en la figura del ciudadano libre. El individuo es
el extremo opuesto de la persona ánima, la persona más general, y
más allá de los rasgos ontogenéticos es una narración que no
depende de él mismo. Cuando Esquilo hace la primera gran
proclamación de la individuación: Yo tengo mi propia mente,
separada de los otros10,
su arrebato apolíneo no es sino una propuesta ideal que expresa una
paradoja, pues el lenguaje en el que el individuo habla no es su
invención, es más, hunde sus raíces en la animalidad emocional. El
hecho de que entendamos la frase de Esquilo muestra que es falso su
contenido, porque una mente aislada de los otros no podría hacerse
entender. Si yo me proclamo como individuo, distinto a los otros, es
porque creo conocerme como algo distinto de los otros, y puedo
pensarme así. Conocerme como algo distinto quiere decir que puedo
elaborar una narración en la que muestro mi diferencia, pero tal
narración está hecha en el lenguaje común, el de los otros, con
unas herramientas que no me pertenecen: me pienso de una manera que
no es individual en absoluto. Por ello, cuanto más individuo soy,
cuando me conozco mejor, soy menos individuo11.
El problema ha sido resuelto de manera metafísica, diluyendo la
paradoja en un conjunto mayor de paradojas cuya referencia de sentido
es un objeto lingüístico al que se le ha dado carácter
sobrenatural. Tal objeto ha sido el concepto de ánima individual,
que sirve como persona de referencia final en los planos míticos en
los que la responsabilidad en relación a la propiedad es exigible.
El concepto junta en una representación la idea de un sujeto de la
acción económica, el individuo, con la idea de algo que es
precisamente lo que no actúa, pues es común a todos los sujetos sin
ser ninguno de ellos, lo que produce una representación de acción
primitiva o identidad.
El
ánima individual es básicamente una contradicción en términos,
ya que sintetiza en un solo concepto lo más general y lo más
particular, contradicción que algunos sistemas metafísicos como
vedanta y budismo, a diferencia de la más arcaica psicología del
cristianismo, resuelve diferenciando entre la persona individual, el
Jiva, que actúa económicamente, y la universal, el Atman, que vive
eternamente de manera bienaventurada una existencia no biológica.
Pero en los planos míticos de anima mundi que se dan en las
sociedades frías, la idea de inmortalidad personal, de la
pervivencia de una individuación con unas características
psicobiológicas específicas y únicas, no es lo más común. Las
representaciones de la inmortalidad del alma más extendidas de estos
grupos narran bien una existencia postmortem universal, sin
individuación, o simplemente prolongan la comunidad de los vivos en
una de los muertos, en algún lugar geográfico simbólico (islas de
los bienaventurados y paraísos similares), en el que repiten las
acciones de la vida social eternamente, o proponen un alma mortal y
otra inmortal que vive por la eternidad de manera impersonal. Para
los Navaho, con la muerte, el individuo se vuelve universal12:
se disuelven las subcategorías vitales vinculadas a sus actividades
económicas dentro del grupo, en la superclase del anima mundi, como
también ocurre con las comunidades de Australia Central13,
o los Tonga del Pacífico Sur, o algunas de las versiones mitológicas
de los samoanos14.
No obstante, como bajo el concepto de plano mítico del anima mundi
abarcamos un rango amplio de comunidades frías, desde las más
básicas formadas por grupos nómadas de cazadores recolectores hasta
comunidades de aldeas con división del trabajo y protopersonas
funcionales o castas, no es sorprendente que encontremos diferentes
variantes de estructuras metafísicas basadas en la idea de un alma
universal, que es la superclase que abarca todas las formas de vida.
Es interesante observar que, en muchos casos, conviven varias
narraciones de determinación primitiva dentro de un mismo grupo,
como entre los Tonga, quienes mantienen ideas de inmortalidad
aristocrática, pues sólo los jefes son inmortales (y luego
dioses), mientras que los tooas, la persona común, tiene un alma
perecedera15.
Por su parte, los mitos de las Islas de la Sociedad (así como en el
Pacífico Sur) incluyen dos relatos aparentemente contradictorios
entre sí para la vida de ultratumba: uno en el que las almas de los
muertos entran en unos muñecos de madera masculinos y femeninos
(manteniendo las personas sociales del varón y la mujer), escapando
de ellos por la noche para aterrorizar y devorar a los vivos, y otro
que reproduce la idea de un paraíso para el grupo, donde viven vidas
de ultratumba con los familiares16.
La contradicción, sin embargo, es sólo aparente. Ambos relatos son
consistentes con un estadio temprano de la idea del anima mundi o
persona ánima, en el que aún las almas se imaginan como extensiones
de las personas sociales básicas de hombre y mujer. El más allá en
el que los muertos se comen a los vivos, no es sino una proyección
simétrica de la experiencia vital, en la que el alma no puede
imaginarse sino como una continuación de la vida tribal, y lo mismo
ocurre con el paraíso del grupo, que simplemente muestra un
escenario mitológico en el que se da una mayor independencia entre
los dos grupos de los vivos y los muertos. La pervivencia de más de
una narración evidencia la existencia de más de un eje
mítico-ritual, lo que indica un proceso de complejificación social,
aunque no necesariamente un cambio de plano mítico. Los planos
míticos, en cuanto que cortes conceptuales que muestran una
estructura mítico-ritual en un momento dado de complejidad
simbólica, no pueden ser entendidos sino como simplificaciones de
las intrincadas relaciones narrativas que se producen en comunidades
humanas históricas. El plano mítico del anima mundi se encuentra en
diferentes estadios de complejificación simbólica, que se
corresponden con diferentes momentos de creación de nuevas personas
sociales según la creciente diversificación de las acciones
económicas, condicionada por los límites que a la idea de alma
universal imponen las emociones básicas, y por las modulaciones y
variaciones que un grupo específico encuentra en su interacción
narrativa con otros ejes mítico-rituales. Así por ejemplo, en las
comunidades de la costa australiana de Queensland y Victoria, se
incorpora la creencia en la reencarnación, lo que hacer sospechar
influencias del hinduismo, especialmente cuando hay mitos que cuentan
la llegada de héroes civilizadores desde Indonesia17.
Lo interesante de este caso es que, si fuera el resultado de la
influencia hinduista, mostraría que la aceptación de la creencia en
la rencarnación es un paso simple desde la idea de una persona ánima
(no individual), pues no es inconsistente con ella.
La
persona del antepasado y la vida postmortem, expresan la emoción
enaria de la inmortalidad, cuyo fundamento se encuentra en el impulso
más básico de la vida a autoperpetuarse, impulso que nuestros
sistemas emocionales básicos recogen ya como una elaboración de
algo que en sus estadios más simples es el proceso de
autoreplicación del A.D.N. A nivel humano, es decir, añadiendo el
plano simbólico o lingüístico, la inmortalidad depende de la
concepción del tiempo. El tiempo no es meramente una intuición pura
en el sentido kantiano, sino que a la intuición fisiológica (basada
en el carácter cíclico de los procesos orgánicos) que mapea los
ciclos homeostáticos internos con ciclos externos, hay que añadirle
una dimensión mitológica, narrativa, la cual envuelve la intuición
general en representaciones conceptuales más complejas y,
obviamente, socialmente condicionadas. Debido a esto, las
representaciones sobre la inmortalidad del plano mítico de la
persona ánima, estarán condicionadas por la representación del
tiempo que hace una sociedad en particular, ligada inevitablemente a
sus actividades económicas. El pueblo Latuka de Sudán nombra sus
meses a partir de la actividad económica agrícola que corresponde
en esa parte del año. Febrero es llamado ¡Que caben!, pues es el
momento en el que se preparan los campos, y el mes de agosto, Dulce
grano18.
Entre los Ankore de Uganda, las referencias del tiempo diario las da
la actividad ganadera, y entre los seres humanos de todo el mundo hay
una forma de experiencia económica del tiempo que viene dada por la
actividad que realiza el grupo humano. El tiempo económico,
básicamente cíclico por motivos biológicos y medioambientales
evidentes, ha producido narraciones de determinación primitiva cuyo
carácter es también circular. Los rituales, y la propia narración
mítica, recogen y enfatizan este carácter cíclico hasta
protocolizarlo. No todos los rituales, sin embargo tratan cuestiones
de tiempo cíclico. Por ejemplo, las ceremonias de iniciación siguen
un modelo lineal, la idea de un tiempo irreversible que afecta a las
personas sociales de manera inmediata, y al grupo en una escala
temporal más amplia. El hecho de que nuestra intuición del tiempo
sigue una línea de cambio irreversible se entiende a nivel
individual en los protocolos que llevan desde una persona a la
siguiente, desde el niño al adulto, desde el anciano al antepasado,
y a nivel grupal, como un deterioro desde tiempos fundacionales
plenos de sentido, desde las edades de oro que recogen distintas
tradiciones. Estas edades de oro son restauradas en las ceremonias
rituales, y volvemos al Dreamtime de los antepasados australianos, o
al momento en el que Tawa (Hopi), el espíritu del sol, crea el mundo
desde el vacío, o Yowa (Cherokee) crea la vida.
Las
acciones económicas tienen una doble dimensión lineal y cíclica.
Son lineales en cuanto que cada acción humana tiene un principio y
un final, y cíclicas en cuanto que la vida se compone de
repeticiones rítmicas de grupos de acciones lineales. La tensión
entre estas dos dimensiones da forma a la intuición del tiempo, y
determina las narraciones de las que obtenemos los marcos simbólicos
de interpretación para nuestra experiencia temporal. La tensión
lineal del corto plazo y cíclica del largo, es resuelta en las
sociedades frías con un peso específico mayor del pasado. Como
expresó John Mbiti en su análisis del concepto del tiempo en las
culturas frías de África, en el pensamiento tradicional africano,
no existe la idea de que el tiempo se mueve hacia delante, hacia un
climax futuro o un fin del mundo19.
Según Mbiti, el tiempo presente, al que llama Sasa, utilizando
terminología Swahili para designar algo así como un microtiempo,
desaparece en el tiempo Zamani, el macrotiempo. Los hechos se mueven
hacia atrás, desde Sasa hacia Zamani, concepto que no es
literalmente el de pasado, pues el Zamani incluye ya su pasado,
presente y futuro. Bajo este esquema conceptual, la experiencia vital
gravita continuamente hacia la narrativa, lo que supone que el peso
específico del antepasado sea mayor que el de la persona viva.
Curiosamente, una situación inversa se produce en el plano mítico
de nuestro presente, el de la ley humana, cuya actividad económica
más característica, el mercado financiero, está arropado por toda
una narrativa de futuro. Los mercados financieros valoran
continuamente expectativas de futuro más que la situación del
presente, a favor de una persona económica virtual futura, que, como
el antepasado, sólo existe en los relatos, y tiene más peso que
cualquiera de las personas vivas. El Zamani de las sociedades frías
supone un alto final de las acciones vitales en la atemporalidad, en
una forma de existencia que no es ni antes ni después20,
una disolución última en algo impersonal como el anima mundi. Los
progresivos estadios de complejificación, de calentamiento de la
sociedad, más que un cambio hacia el Sasa, introducen más
relevancia en la dimensión de futuro del Zamani, que pasa a ser
narrado más activamente, y según esta narración tenga componentes
más o menos cíclicos, habrá relatos más relacionados con
reencarnaciones, resurrecciones y repeticiones, los cuales tuvieron
su momento de máximo esplendor en las economías agrarias.
Es
interesante observar que las operaciones de clasificación totémica
utilizan como herramienta epistemológica una teoría de conjuntos
intuitiva, obviamente sin la idea del conjunto vacío, pero con una
comprensión clara de la relación de pertenencia. Será más tarde,
con los sumerios, cuando se produzca un desarrollo clasificatorio más
completo a partir de las ciencias de las listas que se desarrolló
con la escritura. Las listas sumerias enumeraban distintos grupos de
objetos, plantas, animales, partes del cuerpo humano, estrellas,
nombres de dioses, pero también, en su desarrollo posterior,
mediante la construcción de listas de dos, tres, y cuatro columnas,
fueron los primeros diccionarios21.
Las clasificaciones totémicas, a diferencia de las listas
babilónicas, cuentan con las limitaciones de la memoria pizarra que
superará la técnica de la escritura, pero suponen el uso informal
del concepto de conjunto, además del asociado de función, con los
que establecen una base cognitiva completa para la coordinación y
subordinación conceptual desde la que desarrollar teorías de
determinación primitiva sobre el mundo y el hombre. En los mitos
Zuñi, por ejemplo, se vinculan siete regiones del espacio con clanes
específicos22,
emparejamientos que usan de forma práctica el concepto de función23,
y ya no sólo entre conjuntos cuyos dominios son personas ánima,
sino entre estas, representadas por los diferentes tótems, y el
espacio, lo que supone una endomorfización de los escenarios de la
experiencia espacial, una limitación que produce identidad donde
antes sólo había apeiron. Estos emparejamientos se dan asimismo en
un gran número de grupos de nativos americanos, así como entre los
melanesios o los australianos. Por lo que muestran los estudios
antropológicos, todas estas formas de pensamiento sistemático han
surgido de proyecciones de orden social, o sea, de orden emocional,
lo que corrobora la teoría de la racionalidad continua. Así, entre
los Wotjoballuk australianos, las correspondencias que establecen
entre los tótems y las regiones del espacio, exigen que dos clanes
emparentados guarden una relación espacial de vecindad24,
un axioma que da forma al mundo a partir de una construcción
emocional enaria: la de la identificación social con ciertas
personas animales que intervienen directamente en las acciones
económicas, y que son recogidas en narraciones de identidad.
El
tótem y su generalización, el anima mundi, han producido el primer
sistema epistemológico general a partir de la evolución de las
estructuras propiciadas por las emociones básicas, parentesco y
pertenencia al grupo. La relación de pertenencia, hecha dinámica
por el paso del tiempo, en conjunción con la persistencia en la
memoria de las personas de los antepasados, reificó la imagen del
ánima como superclase bajo la que el conjunto de los seres vivos
quedaba subsumida, conjunto al que se añadió el de los objetos
inanimados naturales, la climatología, la orografía, los objetos
celestiales, cuyo cambio y movimiento, pero sobre todo, cuya
propiedad lingüística de ser sometibles a la acción de la
clasificación y pensamiento, como parte de los escenarios vitales,
les incluía en una misma síntesis epistemológica. Del tótem
provienen las primeras acciones clasificatorias que permitieron la
síntesis conceptual de la experiencia de la que obtuvimos nuestra
primera representación del mundo. Es más, la causalidad mágica o
formal que opera en este plano mítico es posible a partir de la
persona ánima que, como referente omniabarcante, da el vínculo
entre los diferentes escenarios de la experiencia, de manera análoga
a como la causalidad formal de la ciencia moderna es posible a partir
de un concepto metafísico de realidad objetiva sostenido por la
teoría atómica.
Las
discusiones habidas en la antropología del siglo pasado, entre
Malinowski, Lévy-Bruhl y Lévi-Straus25
en relación al grado evolutivo del pensamiento de las sociedades
frías, se han debatido entre los retazos de la nostalgia europea del
buen salvaje y la prepotencia de la ciencia moderna, ambas tendencias
resultado del estrés de la Ilustración. El buen salvaje, que vive
en unas condiciones idílicas de solidaridad con la vida y el
entorno, expresa como mito poco más que la carencia social europea
de una determinación primitiva armonizada con las determinaciones
económicas de la época, la esquizofrenia de diferentes narraciones
inconsistentes entre sí, como las de la ciencia moderna y el
cristianismo. La prepotencia europea, por otro lado, como la que
caracteriza todo el pensamiento colonial hasta finales del siglo XX26,
tampoco expresa mucho más que el miedo al propio pasado, reflejado
en las culturas conquistadas, de existencias consumidas en procesos
básicos de supervivencia. El mito de la superioridad europea se basó
en la capacidad de la ciencia moderna para el control de la materia y
la simbolización del mundo con este fin, que permitió
construcciones de máquinas de guerra superiores que se impusieron
militarmente en las aventuras coloniales. Claro que, si el modelo
para esta superioridad fuese el de la vida política burguesa de las
sociedades ilustradas que tenían tal supremacía tecnológica en la
Europa de los siglos XVIII, XIX y XX, se podría decir, desde una
perspectiva nietzscheana (o marxista), que aunque las sociedades
frías tengan un pensamiento menos complejo, por lo menos está más
ventilado, o, en términos mitopoéticos: mantiene menos
contradicciones entre sus determinaciones económicas y primitivas.
No obstante, esta discusión es tan estéril como condicionante, y su
condicionamiento es que fuerza al interlocutor a tomar posición a
favor de una de dos narraciones míticas que exigen una creencia: o
bien la idea de que el origen es puro y perfecto, y que el humano más
simple está más cerca de una forma de verdad objetiva, o bien la
idea de que la ciencia moderna es la revelación final de los
tiempos, y que cualquier sociedad que no se lance ciegamente en sus
brazos es enemiga de un plan de evolución universal. Aun así, hay
que reconocer a la filosofía y a la ciencia, a pesar de los
múltiples monstruos mitológicos que han construido una y otra, que
han acabado (aunque no por completo) con aquellos relatos de
identidad que, al poner el sentido en los fantasmas metafísicos de
otro mundo, legitimaban en este todo tipo de abusos y dominación. La
experiencia nos muestra un desarrollo social humano en el que se ha
dado un crecimiento a lo largo del tiempo del número de personas
sociales que actúan en los grupos humanos. La valoración específica
que queramos hacer del fenómeno, la jerarquización ontológica que
queramos imponer a esta secuencia de planos míticos, no muestra sino
la elección de una estructura mítico-ritual como central con
respecto a las otras.
La
disociación creciente de nuevas personas sociales a partir de una
sola primitiva que las aglutina se produce debido a los procesos de
especialización que requieren las acciones económicas cada vez más
complejas, en las que la información y/o trabajo requerido alcanzan
su estado de optimización operativa cuando son hechas por un número
mayor de personas. De la persona del chamán, compatible con las
personas de hombre o mujer, pero no con el niño, se desligan las
personas sociales del héroe fundador, el sacerdote (sacerdotisa), el
poeta, o depositario de la memoria narrativa, el médico, el
controlador de la meteorología, e incluso el rey sagrado. Desde un
punto de vista sociológico, el chamanismo es una profesión
hereditaria en numerosas culturas, como entre los Zulú de Sudáfrica,
los Nyima de Sudán del Sur, los Jakun de la península de Malasia,
los Batak de Sumatra, los Shihipo, los Cobeno y los Macusi de la
Amazonía, los Klamath, los Tenino, los Shasta y otros muchos grupos
de Norteamérica y otras partes del mundo27,
aunque las aptitudes necesarias para desarrollar la profesión pueden
iniciarse de manera independiente en un individuo específico. En
este segundo caso, los poderes chamánicos son bien el resultado de
un búsqueda o bien espontáneos, lo que desde el punto de vista de
la profesionalidad de la acción económica del chamanismo es
irrelevante, pues se trata del trabajo de un especialista para la
comunicación con el anima mundi. De hecho, la transmisión
hereditaria de las personas sociales no es exclusiva de la práctica
profesional chamánica. El chamán no es una persona individual más
de lo que pueda serlo la persona social del anciano. En el caso del
chamán, la efectividad de sus artes depende precisamente de no ser
individual, de su pertenencia a una tradición oral que contiene
información específica, tanto económica como de determinación
primitiva, que ha crecido en muchas generaciones, acumulando
conocimiento sobre plantas, las estaciones, los animales, y en
general, sobre todo aquello que la vida de la tribu necesita. El
chamán es el creador de la forma específica que toman las
narraciones de determinación primitiva, las cuales vinculan la
experiencia humana con la representación de la vida y el mundo que
surge a partir de la unidad de la persona ánima, pero no lo hace
como un individuo, sino como personalidad múltiple en un doble
sentido: como heredero de unas narraciones que han sintetizado las
diferentes personas del grupo, chamanes y no chamanes, y como
escenario ritual de los diálogos con las personas espirituales del
grupo. Como heredero de las narraciones de identidad, maneja un
vocabulario mucho más amplio que el resto de su comunidad28,
un vocabulario que, precisamente por el motivo de no ser plenamente
compartido, no sirve para la comunicación ordinaria, y tiene un uso
ritual y especializado, lo que supone una ruptura radical entre la
persona social del chamán en acciones rituales y las acciones de la
vida cotidiana. Al ser el escenario ritual de las conversaciones con
las personas del plano mítico del anima mundi, el chamán es una
persona escindida en otras muchas, de antepasados, de animales o de
dioses. Síntoma de esta esquizofrenia, buscada y deseada tanto como
forzada por la misma actividad chamánica, son los episodios
eplilépticos que con frecuencia se dan en el mundo chamánico. La
vinculación del chamanismo con la epilepsia (considerada en la
Antigüedad como enfermedad sagrada) ha sido establecida desde los
primeros estudios europeos sobre el fenómeno29,
aunque sólo recientemente, la neurología ha relacionado la
epilepsia con la esquizofrenia en ambos sentidos30.
El
chamán, y las personas sociales de él derivadas, tienen como
profesión ser intermediarios con los poderes de las otras personas
del anima mundi. Como vimos en la ceremonia de Altai del sacrificio
del caballo, una parte importante del rito consistía en la
información que el chamán obtenía acerca de la cosecha y la
climatología. Esta faceta, distinta a la del psicopompos, o la del
médico, tiene un contenido económico más directo, y ha seguido un
desarrollo independiente. En las sociedades protoagrarias, o agrarias
anteriores a las ciudades-templo, la acción económica de estas
personas, al tener una repercusión tan directa en el bienestar del
grupo, es susceptible de concentrar gran prestigio, y poder dentro de
los diferentes niveles simbólicos, humanos y no humanos, del plano
mítico anima mundi. Para los Zulú, los productores de lluvia son
los pastores del cielo, y se los considera asimismo como pastores de
hombres, honores que entre los Luvedu de Sudáfrica elevan al
productor de lluvia hasta la categoría monárquica31.
En concreto, la reina de los Luvedu es quien tiene a su cargo hacer
(o parar) la lluvia, conocimiento que ella recibe de los antepasados
y transmite a sus sucesores reales. Entre otras sociedades frías,
como los Guruntum de Nigeria, los clanes tienen líderes diferentes
para todas las cuestiones de la vida del grupo salvo para la acción
de producir lluvia, y entre los Bubbure, también nigerianos, esta
unidad de poder social está directa investida en el sumo sacerdote
de la comunidad, personas sociales ambas que funcionan como un
sacerdote-rey32.
El mito de la figura real que produce la lluvia aparece en la Biblia
cuando Moisés proporciona agua para los israelitas33,
o en los mitos del Mahavansa de Sri Lanka34,
y en general, es el relato que culminará en los reyes-dioses de la
tormenta. La vinculación de la figura real con la lluvia y la
fertilidad se hace mayor según las acciones económicas se hacen
plenamente agrarias y se desarrollan las primeras ciudades, como
leemos en los mitos de Yao y de todos los héroes civilizadores que
dominan las aguas35.
El chamán es, entonces, la persona social que origina un mayor
número de personas especializadas, lo que es posible debido a que su
profesión requiere la concurrencia de muy distintos sujetos
narrativos, los cuales se separan debido al estrés de acciones
económicas cada vez más complejas.
El
plano mítico que determina la persona ánima surge en economías
cazadoras-recolectoras y protoagrarias, que se aglutinan en torno a
relatos de identidad basados en la solidaridad entre los seres vivos
y su entorno. Son narraciones yo-tú en el sentido de Feuerbach, pero
los pronombres no indican una individuación distinta a la de las
personas sociales de este plano mítico, no muestran interacciones de
individuos. De la misma manera que las emociones no requieren más
individuación que la necesaria para que el organismo, como conjunto,
responda a la amenaza del entorno, así en el grupo social el
individuo no es más que el artífice de las acciones cuyo propósito
son la pervivencia del grupo. El yo y el tú son objetivaciones del
nosotros comunitario, pronombres que no apuntan a un individuo como
referente, sino a un organismo que ha sido constituido
psicofisiológicamente a partir de unos procesos grupales ya desde su
origen celular, y que se relaciona con el entorno, no a partir de
pautas individuales propias, sino con los protocolos emocionales y
lingüísticos de una comunidad particular. Pero a la vez, el yo y el
tú designan cuerpos con fisiologías independientes, una separación
que contrasta con la comunidad del símbolo y la comunicación y
lleva a la confusión de la narración de la persona con su
corporeidad. Dentro del ámbito de la filosofía, esta diferencia ha
sido tratada reificadamente como el dualismo alma-cuerpo, que nada
más designa la emergencia del lenguaje simbólico humano por
racionalidad continua partir de los condicionamientos fisiológicos,
lenguaje que al volverse sobre sí mismo objetiva la función
lingüística y al sujeto que la realiza, y marca la distinción como
algo ajeno al proceso. Por otra parte, el nosotros social no es
tampoco una individuación estricta, sino un proceso de
diferenciación evolutiva entre poblaciones humanas. Las similitudes
de las narraciones de identidad dentro de un mismo plano mítico son
muestra de que no se trata de una individuación de grupos sociales
más allá de las irrelevantes diferencias fenotípicas. Las
diferencias de identidad no son ni siquiera apreciables entre planos
míticos contiguos, ya que muchas de las características únicas del
plano más evolucionado, aparecen ya preformadas en el anterior, y
son sólo visibles al considerar el conjunto del proceso evolutivo de
diferenciación de personas sociales. Esta diferencia narrativa de
los planos más complejos no está en el desencantamiento de las
imágenes religiosas y metafísicas del mundo, con el surgimiento de
la identidad grupal construida con los mitos modernos -como pensaba
Max Weber-, pues ni han desaparecido las viejas mitologías
religiosas, ni la ciencia está exenta de metafísica desde sus
mismos fundamentos. ¿Y cuál es esa diferencia? Espero que la
pregunta quede resuelta al final de este libro, pero de momento
quiero apuntar en la dirección de una comunidad humana que no mira
autocomplacida los errores de su pasado como si fueran logros
universales.
Podemos
caracterizar el plano mítico del anima mundi a partir de una
progresiva diferenciación de personas sociales debida a la
complejificación de acciones económicas de un grupo humano por el
estrés medioambiental en relación a los recursos. Los equilibrios
homeostáticos de poblaciones mayores se retroalimentan con las
oportunidades nuevas que ofrece la especialización, la constitución
de un organismo social cada vez más complejo que domina el mundo
animal y vegetal en la competición por la vida. Las narraciones de
conocimiento del medio y de la actividad económica, la caza para los
hombres, la maternidad para las mujeres, son narradas con carácter
epistemológico, educativo, en protocolos mítico-rituales de ritos
de paso, narraciones y actuaciones que dan la base para la identidad
de diferentes personas simples, a partir del género, la edad y el
parentesco, narraciones que al ser comunes producen una identidad
colectiva. En estas narraciones, la identidad y la economía son
indisociables, por ello dos de las personas fundamentales las dan los
animales y las plantas. La inclusión de la figura del antepasado,
persona lingüística que actúa en la memoria directa y en la
ritual, así como en los sueños, permite una unidad sintética
conceptual de la vida en su conjunto a partir de la reificación de
la propia memoria, cuya acción económica es efectiva en la
comunidad: la sociedad de los antepasados supone estrategias vitales
que fueron exitosas. La persona ánima es la superclase a la que
pertenecen todas las demás personas, la que hace posible un continuo
vital (del que los miembros de la comunidad son parte), ya extendido
a los escenarios y a las fuerzas de la naturaleza (el resto de los
actores), y que ofrece la primera autorepresentación humana como un
elemento más de un anima mundi. Las personas que se forman a partir
de la división del grupo en géneros pueden separarse en dos grupos,
uno económico y otro de parentesco. Como personas económicas que se
forman a partir de la división en géneros, tenemos el grupo de los
cazadores de animales grandes y peligrosos, compuesto en casi todos
los casos por hombres y el de pequeños animales, que llevan a cabo
las mujeres, aunque es probable que en las sociedades más arcaicas,
y dependiendo del tipo de animales, las mujeres participasen más
activamente en toda la caza36.
En cualquier caso, se produjo una progresiva especialización que
separó las tareas económicas de hombres y mujeres a partir de las
exigencias de la maternidad –la emoción de más larga duración en
los mamíferos y condicionadora de la homeostasis grupal- haciendo
surgir diferentes personas sociales. Por otro lado, las relaciones de
parentesco (afinidad y filiación), condicionadas por el género
sexual, determinaron también la aparición de nuevas personas
sociales en narraciones de determinación primitiva, resultado de la
experiencia económica del grupo, y cuya diversidad depende de la
vinculación que estas personas sociales tengan con los escenarios y
relaciones epistemológicas que constituyen su entorno. Así, entre
los Ashanti de Ghana, la madre sólo aporta la sangre y las
características físicas del hijo, mientras que el padre es el que
transmite el carácter, y por el contrario, entre los Murngin de
Australia, el varón no tiene ninguna acción directa en la
concepción, ya que un niño-espíritu, que vive en las profundidades
de un pozo sagrado, nada en forma de pez y se introduce en el útero
de la madre37.
El mito, condicionado por las relaciones económicas (y estas por las
relaciones fundamentales del grupo, que se han formado a partir de
las emociones básicas), determina la persona social del padre y la
madre, como la de todas las otras personas consanguíneas. La persona
del animal y de la planta se formó por el trato continuo con estos
actores de la experiencia vital, relación económica que con el
tótem se transforma en relación de determinación primitiva. Entre
los Lapones, los Ostyak, los Chuckchee, los Yakut, los Tunguses, los
chamanes hablan el lenguaje secreto de los animales38,
habilidad que tiene una utilidad epistemológica directa en la caza
(reclamos), pero que funciona asimismo como símbolo del conocimiento
que tiene el chamán del lenguaje universal de la vida, en el que se
expresa la sabiduría del anima mundi. Desde el punto de vista de la
racionalidad continua, la persona animal, especialmente la de los
mamíferos, está más próxima a los humanos de lo que la filosofía
tradicional ha querido admitir, pero en el caso de las sociedades
frías tal continuidad es actuada de manera espontánea. Los
animales, además de sustento, son elementos simbólicos activos -no
sólo para el chamán-, proyecciones psicológicas humanas de las
emociones básicas que entran en las narraciones epistemológicas. La
persona animal, más que la persona planta, que sufrirá una
antropomorfización en la forma de la diosa, sigue presente en todos
los planos míticos posteriores, tanto en el mundo infantil como en
el lenguaje simbólico básico para expresar emociones humanas con
contenido plenamente económico39.
La
persona ánima, que caracteriza este plano mítico junto a la de
antepasado (de la que se deriva), parece haber tenido un desarrollo
intuitivo hasta las grandes construcciones míticas de las culturas
ciudadanas de Sumeria y Egipto. Si traducimos el término alma a
algunas de estas culturas frías, vemos que la palabra denota aquello
que está dentro, entre los Navaho40,
una denotación análoga a la que, según Durheim, dan la mayoría de
los grupos australianos41,
y que, de hecho, es una etimología muy común que va asociada al
aliento y la respiración en la mayoría de las tradiciones míticas42,
un signo muy evidente que distingue el animal vivo del muerto. En las
narraciones de los viajes a otros mundos de las tradiciones
chamánicas, el alma está vinculada a antepasados y a animales,
personas ambas que en muchos casos se confunden (en el tótem),
compartiendo escenario con ellas y formando una concepción intuitiva
común. El desarrollo de la persona del dios animal a partir de esta
noción parece inevitable. Los animales presentan una individuación
mínima como sujetos, mientras que como especie sus características
diferenciales son notorias y evidentes, por lo que es fácil formar
un tipo representativo que subyace a toda la especie. Por otro lado,
puede que a través de las plantas se desarrollase la personificación
de las fuerzas del clima, la orografía y los astros, una
personificación que comenzaría siendo no necesariamente
antropomórfica, sino más general, gracias a la mediación del
concepto ánima, que a través de las plantas encuentra su camino
hacia lo inorgánico. Esta hipótesis viene apoyada, por ejemplo, por
las narraciones que los navajos tienen sobre sus montañas, a las que
consideran personas, cuyas arterias y venas están formadas por ríos
y arroyos, y que tienen una forma interna, un ser interior que les da
vida43,
así como también por todas las narraciones que ya hemos mencionado
sobre los gigantes antropomórficos. La continuidad con lo inorgánico
la encontramos en los relatos que dan cuenta del origen de la vida a
partir de materia indiferenciada, como barro o roca, relatos que
cubren por completo la geografía mítica, y que es posible desde el
momento que la idea de alma, extendida como anima mundi, funciona
epistemológicamente.
Podemos
distinguir por lo menos quince clases básicas de personas44
que aparecen en las narraciones del plano mítico del anima mundi: la
persona colectiva, las personas de género en actividades de
sustento, las personas de género en las acciones de parentesco, las
personas formadas por la edad, el antepasado, el animal, la planta,
la persona alma, la divinidad animal, la divinidad natural, el
chamán preservador de la memoria (el narrador de la identidad), el
chamán-psicopompos (explicador de la muerte), el chamán-médico
(explicador de la vida), el chamán-controlador de las fuerzas (el
que predice el futuro), y el chamán sacerdote-líder, como
desarrollo posterior que aglutina al menos una de las clases de
chamán anteriores dentro de narraciones generales de constitución
explícita de estructuras mítico-rituales. Las acciones
comunicativas entre estas personas básicas podrían categorizarse, a
partir de la diferencia que hemos establecido entre acciones míticas
de determinación económica (o funcional) y las de narración
primitiva, en dos subgrupos para cada una de ellas. Así, tendríamos
acciones praxiológicas y epistemológicas de determinación
económica, y acciones de identidad y metanarrativas de determinación
primitiva. Acciones narrativas praxiológicas serían las de orden
del grupo, las de caza y recolección, las agrícolas, las
reproductivas no alimentarias, las de hábitat, las mercantiles, las
valorativas de acción económica (cuantificadoras de intercambios),
las de servicios comunales, las militares y las lúdicas. Narraciones
epistemológicas serían las desarrolladas en las tecnologías de
control del espacio-tiempo y del medio físico, las narraciones
simbólicas generales, y las narraciones lúdicas de contenido
epistemológico. Entre las narraciones de determinación primitiva de
la subcategoría de identidad se encontrarían las que establecen la
relación personal-grupal (un desarrollo simbólico enario de las
narraciones de orden totémicas del grupo), las narraciones de
género, las de vinculación grupal, las de muerte e inmortalidad,
las de control de orden social, las cosmogónicas, las de
solidaridad, y las de enculturación ritual general. Por último,
podemos hablar de un tipo de metanarración, que ya se da en la
tercera forma de la mímesis chamánica, que sirve como narración de
dominación. Estas categorías de acciones serán las fundamentales
para los otros planos míticos, si bien, en cada uno de ellos se
produce una transformación narrativa que da lugar a escenarios y
objetos míticos diferentes45.
Las
narraciones de vinculación de los miembros del grupo son en el plano
del anima mundi las relaciones de grupo de parentesco, que recogen
las reglas fundamentales de filiación, ya sean cognaticias o
unilineales, según el grado de complejificación de la sociedad46.
Como muestra una vasta literatura antropológica, las relaciones de
parentesco distan mucho de ser simples o universales, a pesar de que
no son otra cosa que la manera particular en la que un grupo humano
ordena las emociones sexual, maternal y social. Que un sistema de
orden, y no otro, impere en un momento dado en un grupo arcaico, a
pesar de estar condicionado por las estructuras emocionales, y por
restricciones económicas específicas del entorno, no puede sino
contener un buen número de elementos puramente arbitrarios, pues al
formarse las determinaciones primitivas con posterioridad a las
económicas, la coherencia emocional-económica, regida por
principios generales de equilibrios homeostáticos, puede verse
afectada por narraciones de identidad antiguas que ya no aplican a
las nuevas condiciones económicas. La variedad y complejidad de las
narraciones de parentesco se debe a la vinculación de las emociones
sexual, maternal y social, entre las que opera más de una forma de
relación, por lo que no podemos entenderlas exclusivamente desde la
filiación sin tener en cuenta las relaciones de alianza y
coordinación grupal47.
La filiación en los grupos humanos es siempre social y narrativa, es
una construcción comunicativa que, más que expresar el orden
jerárquico del grupo (caso que sería el de los grandes simios, por
ejemplo) establece las relaciones de funcionamiento básicas y sus
señas de identidad, las primeras como la forma de orientación
intuitiva de la acción emocional, las segundas, como la memoria
lingüística de aquellas. La narración de parentesco construye las
redes de coordinación de tareas generando las personas y funciones
de la reproducción y el sustento, pero estas personas no son el
resultado de una estructura de parentesco elemental, sino el concurso
interactivo de alianzas interpersonales (dictadas por las necesidades
económicas específicas) y los condicionamientos de los sistemas
emocionales. Obviamente, la variedad y complejidad de las narraciones
de parentesco son una apreciación mitopoética de la antropología,
porque desde el punto de vista de cada cultura individual, las
relaciones propias de filiación son extremadamente evidentes y
naturales, y sólo en relación a otros grupos surge la extrañeza o
la sorpresa. La falta de universalidad en estas relaciones es un
prejuicio propio de un plano mítico posterior, el de la ley
universal, con el que la antropología y la ciencia se acercaron a
estos mitos. Si a la complejidad de las relaciones sociales, debida a
la multiplicidad de interacciones comunicativas simbólicas, añadimos
el conocimiento confuso que sobre la reproducción se ha tenido hasta
hace relativamente poco, podemos entender mejor la variedad de estos
relatos, lo cuales, junto a las finalidades fundamentales de la
homeostasis social, incluyen otras narraciones desarrolladas a partir
de metafísica local, las cuales surgieron para dar explicaciones ex
post facto autojustificativas (por ejemplo, explicar una línea
matrilineal totémica), construyendo en el proceso relatos más o
menos arbitrarios e inconsistentes con la experiencia.
Las
narraciones responsables de la formación de los grupos de hombres y
mujeres, las que construyen la identidad de estas dos personas
sociales, van unidas, como propuso Eliade, a ritos de paso de
pubertad (o de género), pero no se limitan a este aspecto, sino que
suponen una iniciación en la vida social de la tribu, en el sentido
de conocimiento de los mitos fundacionales básicos así como de las
relaciones económicas48.
En el caso de los Karadjeri de Australia, la narración y el rito de
paso, que dura varios años, se solapan por completo, pues el segundo
es una escenificación de la narración sobre los orígenes del
grupo. Esta narración está compuesta por múltiples mitos en los
que se va dando cuenta de todo el proceso civilizador llevado a cabo
por los hermanos Bagadjimbiri (antepasados míticos). En uno de estos
relatos, se nos cuenta cómo estos personajes se encontraron con un
grupo de humanos, con los que mantenían relaciones de parentesco,
pero que no tenían órganos genitales, y cómo proceden a creárselos
con dos tipos distintos de setas49.
Serán precisamente estos dos hermanos civilizadores quienes creen
los ritos de paso fundamentales del grupo, algunos de los cuales
tratan directamente de las diferencias sexuales que llevan a la
construcción de hombres y mujeres como personas sociales. Al igual
que ocurre con las narraciones de parentesco, la identidad específica
que se construye para hombres y mujeres, además de los
condicionamientos impuestos por las emociones básicas, cuentan con
un bagaje metafísico fuertemente condicionante. Así por ejemplo,
entre los Gnanji australianos, las reglas del tótem y de la
reencarnación, combinadas, llevan a la conclusión absurda de que
las mujeres no tienen alma50,
aunque hubo una época en que la tuvieron. El absurdo lo producen las
reglas del tótem Gnanji, las cuales estipulan que la mujer no
transmite el tótem a su hijo, mientras que antaño la transmisión
era matrilineal. Desde este punto de vista, la mujer es el final de
su linaje, lo que no tiene sentido, pues el tótem está vinculado al
anima mundi, y dentro del esquema metafísico de la rencarnación, o
la mujer vuelve como alma (y por ello, vinculada a un tótem), lo que
no es posible porque la mujer no lo transmite, o su alma es destruida
con la muerte. Si las almas de todos los que nacen son antiguas,
pertenecen a seres que tuvieron otras vidas, se produce una situación
sin sentido en la que todas las mujeres reciben un alma totémica de
varón que con ellas llega a su final, lo que supondría una especie
de castigo para ciertas almas de hombre, y se haría necesaria una
mecánica de producción de almas nuevas que no queda especificada en
el modelo metafísico. Los Gnanji decidieron adoptar la primera
solución mientras que otras tribus de Queensland optaron por la
segunda, consistente con la persona anima mundi, de hecho, la
solución más arcaica de la disolución final de todas las personas
individuales en el alma del mundo51.
En este ejemplo, la identidad femenina no ha sido construida a partir
de condicionamientos económicos y pragmáticos, de hecho, se excluye
cualquier forma de acción vital para definir la persona, y se apela
a una construcción metafísica que despoja a la mujer de su
constitución vital más básica. Con esta narración, la
consistencia y unidad sintética que permitía el concepto de anima
mundi se viene abajo, lo que muestra, al no ser percibido, que la
construcción conceptual del anima mundi no opera necesariamente a
nivel consciente, y que el desarrollo narrativo de estos mitos fue
tan espontáneo como el propio desarrollo del lenguaje, una respuesta
emocional enaria a situaciones de supervivencia.
Las
narraciones que recogen los ritos de paso de antepasados míticos,
como hemos visto en el caso de los hermanos Bagadjimbiri, son
difícilmente aislables de las dos anteriores, y en general de todas
las narraciones de ritos de paso, porque la identidad de un grupo es
el resultado de la interacción de estas diferentes personas en un
sistema de retroalimentación complejo, no lineal. Lo particular de
las narraciones de ánima-antepasado es la producción de una forma
de identidad ausente, meramente lingüística, que ya traté más
arriba. Con estas narraciones, la comunidad humana adquiere una
dimensión mayor que la de sus miembros vivos, y esta ampliación
afecta a las narraciones conjuntas en las que intervienen los
antepasados. Esta es la dimensión que se recoge en los linajes, y
hace posibles las narraciones sobre el origen, transmitidas por un
testigo objetivo ancestral, más reales que la experiencia vital,
pues ya han sido endomorfizadas e interpretadas, dotadas de un
sentido perfecto, acabado, como sólo puede provenir de la memoria
fundadora. La persona del antepasado sirve como fundamento para las
narraciones epistemológicas de la comunidad, el fundamento dado por
el prestigio de lo que fue y ha vivido hasta el presente en su
linaje, así como también sirve de ejemplo para la acción a partir
de sus hazañas benefactoras. Todas estas narraciones se unifican en
la figura del chamán que las memoriza y actúa en los ritos. Él da
forma a la identidad colectiva, acumulada en el presente narrativo y
ritual, es la fuerza activa que interpreta la identidad totémica
general y la de los clanes (cazadores, guerreros, agricultores),
armonizándolas en un eje mítico-ritual sobre el que seguir
construyendo la vida del grupo. Para hacerlo, no necesita ser
consciente de todo el entramado mitológico, sino meramente de su
persona social, de la labor mediadora y formadora que lleva a cabo en
su personalidad múltiple como poeta, psicopompos, médico, vidente,
y en su momento, sacerdote-líder.
Si
el antepasado es la persona dominante de este plano mítico, como
humano que ya es anima mundi, y vive una existencia completa y
acabada en los relatos, las narraciones y ritos de paso de difuntos
deben condensar de alguna forma el núcleo de la determinación
primitiva. Contamos con un buen número de testimonios antropológicos
que parecen indicar que entre los pueblos cazadores-recolectores la
actitud con respecto a los muertos es ambivalente, una mezcla de
respeto reverencial y miedo. Entre los Aranda australianos, el
poblado en el que moría una persona era quemado, y el nombre del
difunto no volvía a ser mencionado, además de que sus descendientes
eran sometidos a varios ritos dolorosos para que el difunto se
considerase a sí mismo suficientemente llorado52.
Algo similar también se hacía entre los quéchua, quienes sofocaban
al moribundo (los mismos familiares) y quemaban sus pertenencias si
el chamán no conseguía curarlo, salvo que se tratase de un cacique,
al que entonces momificaban por miedo. Según Eliade, este miedo está
presente en la mayoría de los pueblos de Asia Central y Siberia, y
se basa en la creencia de que los muertos no aceptan su nueva
condición53.
De estas ideas podría inferirse, como hizo Leo Frobenius, que las
primeras costumbres de enterramientos provienen del miedo al fantasma
del muerto, y no de las posteriores ideas de los plantadores de un
renacimiento del cuerpo de la tierra54.
Para las sociedades frías más arcaicas, el mundo del más allá es
una inversión de este, tanto en las acciones como en sus
valoraciones: cuando aquí es de día allí es de noche, cuando aquí
hay miseria, allí opulencia, cuando el verano calienta a los vivos,
el invierno congela a los muertos. De forma análoga, cuanto mejor
fue el vivo, peor el fantasma, y los difuntos que fueron fuertes han
de ser restringidos y sometidos mediante, ataduras, vendas y redes,
con los orificios corporales bien tapados para que el alma no se
escape del cuerpo, y piedras grandes sobre sus tumbas que les impidan
vagar a sus anchas. Este miedo es inversamente proporcional al
tiempo transcurrido desde la muerte del antepasado: los que llevan
largo tiempo muertos son menos temidos, y comienzan a ser respetados
y divinizados. La idea de que el miedo a la muerte haya dado forma a
las primeras narraciones sobre mundos sobrenaturales parece
razonable, de hecho, el miedo a la muerte sigue siendo una constante
de la vida humana, y las metafísicas de todo tiempo y lugar han
intentado mitigarlo y fomentarlo de muy diversas maneras, con fines
puramente humanos de manipulación por parte de los vivos. Sin
embargo, en las sociedades frías, más igualitarias y basadas en
principios de reciprocidad económica, las narraciones sobre la
muerte presentan un contenido metafísico más simple basadas en
experiencias de trance. Son estas experiencias las que se reproducen
en los rituales iniciáticos, experiencias en las que el sujeto
pierde su persona social para entrar en un mundo emocional básico,
próximo al onírico, en el que reconstruye escenarios de la
experiencia cotidiana que funcionan con la lógica de los sueños y
la causalidad mágica. La experiencia psicológica del viaje a otro
mundo, ya sea del chamán o del iniciado que va a encontrar su
espíritu guía, es la experiencia de un estado alterado de la mente,
no es el cerebro funcionando en su estado de vigilia ordinaria, y lo
que allí encuentra, que no es sino una revaloración semántica
emocional del mundo realizada desde las complejas formas lingüísticas
del simbolismo humano, es una autorepresentación de la vida vista
desde la perspectiva humana como un continuo dividido en dos por la
muerte. El escenario de la muerte, vinculado al de la vida como su
imagen simétrica contrapuesta, contiene dos subespacios, uno celeste
y otro subterráneo. La valoración positiva o negativa de ambos
depende de las narraciones de género y las filiaciones de
parentesco con los antepasados, responsables, como en el caso de los
Gnanji de la dinámica del escenario. Es más plausible que los
escenarios subterráneos, en particular las cuevas, fueran anteriores
a los celestes en relación a los ritos funerarios y las vidas de los
antepasados, pero en los mitos que nos han quedado encontramos por
igual más allás subterráneos y celestes. Entre los Guaraní,
muchos de los antepasados ascendieron al cielo y se convirtieron en
divinidades, como entre los Yakut, mientras que para los Muisca es el
mundo subterráneo el de los dioses, y en los mitos de Vietnam, hay
un submundo acuático donde vive Loc Tuc, divinidad beneficiosa que
cuida de los hombres, submundo acuático análogo al de los Alur del
lago Albert (Congo-Uganda). Las narraciones sobre la muerte nos
ofrecen el núcleo valorativo fundamental de estos grupos en su
conjunto, así como las personas fundamentales de sus narraciones
mítico-rituales, pues el peso del pasado como estructura atemporal
hace gravitar toda la existencia hacia la imagen metafísica de los
antiguos relatos. Los antepasados, como espíritus que viven en la
memoria del grupo, en el lenguaje, no son distintos a las presencias
invisibles de fuerzas biológicas que actúan sin ser comprendidas en
el entorno y el humano mismo. Las diferencias de construcciones
metafísicas que encontramos en distintas sociedades de este plano
mítico, se corresponden con los diferentes grados de
complejificación social, y van desde las más simples formas en las
que la muerte es una disolución de las personas de género y edad en
el anima mundi –algo así como la descomposición del ánima en un
apeiron-, hasta ideas de inmortalidad para los reyes y nobles, o
reencarnación totémica, pero todas ellas son posibles por la
unificación ontoepistemológica de un alma inmortal y común a todos
los seres y objetos de la experiencia.
Como
muestran los relatos fundacionales de los Karadjeri, los Blackfoot y
muchos otros, las determinaciones económicas y las primitivas son
indisociables. El humano es un ser simbólico, y sus acciones son el
fruto de una valoración de racionalidad continua. Las normas y las
leyes surgen y se fijan con la repetición del relato y la
mecanización del rito, y su efectividad reside en el contenido
acrítico que imponen la memoria y el olvido. Es interesante observar
la función activa del olvido (entropía) en la formación del
relato. El sentido consciente del ritual se pierde, pero no pierde
por ello efectividad, es más, lo reafirma a nivel sintáctico como
una necesidad y un modo de ser de las cosas. El ritual y el mito
operan así como lo hace el sistema lingüístico general, basado en
los protocolos emocionales. Los Karadjeri han olvidado el significado
de un canto ritual en una importante ceremonia en torno a un árbol
que escala el iniciado55,
lo que no impide que se haga con la minuciosidad obsesiva de siempre.
A nivel orgánico, lo relevante es la repetición de la acción
física que en algún momento se originó como respuesta a una
alteración de equilibrio, no la interpretación simbólica que se
haga de ella, o incluso el olvido del simbolismo. Los símbolos son
objetos, o incluso escenarios completos, que subrayan determinados
componentes de una narración, los ponen en primer plano como
indicadores que jerarquizan semánticamente una acción narrativa, y
esta jerarquización es más importante que la interpretación
particular que se pueda hacer del símbolo; de hecho, la jerarquía
es la valoración fundamental que aporta el símbolo. El símbolo del
árbol en el caso Karadjeri, que apunta hacia algo ya olvidado, sea
lo que sea, señala igualmente, y de manera aún más importante, a
todo el rito, funcionando como una metonimia de la acción ritual en
su conjunto, y no sólo de la escalada: es el rito lo que hace reales
a los dioses en la acción y la palabra. Los elementos que forman
parte del escenario ritual están todos cargados de esta capacidad
significativa y autoreferencial, y podrían olvidarse los motivos que
llevaron a esta o a aquella interpretación particular de cada
objeto, mientras el rito en general cumpla una función social
ordenadora. Algo similar ocurre con tabúes y prohibiciones.
Hay
que insistir en el hecho obvio de que estas diferentes clases
narrativas se interrelacionan de una manera más orgánica que como
se presentan aquí, pues el fenómeno lingüístico humano es
inseparable de la acción vital en la que surge, y las narraciones de
identidad, como las epistemológicas y praxiológicas no tienen
sentido por separado, sino como un entramado mítico-ritual de
acciones míticas funcionales y acciones de determinación
primitiva, desde las que se interpreta la experiencia vital.
1Véase
Mircea Eliade. Mystery
and Spiritual Regeneration.
En Man
and Transformation.
Papers from the Eranos Year Books.
Princeton University Press. Princeton (N.J.). 1980.p.p. 3-36.
2Cf.
Durkheim. Las
formas elementales de la vida religiosa.
Ed. Cit. p. 173. Durkheim recoge el testimonio de las
investigaciones sobre tótem australiano de Howitt, quien de los más
de quinientos nombre examinados de tótem, observa que a penas una
cuarentena no tiene nombre de animal o planta. Entre estos, destaca
los de: nubes, lluvia, granizado, la helada, la luna, el sol, el
viento, el otoño, el verano, el invierno, algunas estrellas, el
trueno, el fuego, el humo, el agua, el ocre rojo y el mar.
3Véanse
los ejemplos de Durkheim en Ibid. p.182.
4Las
zoolatrías siempre han sido relativas, se ha adorado animales bien
como iguales en la gran comunidad vital, es decir, como almas parte
del anima
mundi,
y siempre al mismo nivel que los antepasados, con los que a veces se
funden, o bien como símbolos de principios vitales o como
personificaciones psicológicas, pero nunca ha habido un dios
supremo animal, sino que el animal es un símbolo de tal ser
supremo.
5Cf.
Durkheim. Op. Cit. p. 231.
6Ibid.p.241.
7Durkheim
Op.Cit. p.177. John MacLennan en The
Worship of animals and Plants,
había defendido esta tesis, que después Baldwin Spencer y F.J.
Gillen, en The
Native Tribes of Central Australia
negaron en base a que en algunos grupos de australianos el niño no
deriva su linaje tótem ni de la madre ni del padre, sino del lugar
en el que la madre cree haberlo concebido. Claro que esta tesis de
Spencer y Gillen, que como menciona Durkheim no es válida en una
mayoría de casos matrilineales explícitos, supone una especie de
matrilinelidad cultural y no genética, pues es la madre quien elige
el tótem de su hijo, nunca el padre. Una compilación de
antropólogos y psicológos que apoyan la tesis del carácter
matrilineal de las sociedades más antiguas lo ha dado Francisca
Martí-Cano Abreu en Estudio
de las sociedades matrilineales.
Revista Nómadas. 12-2005/2. Web.
8Cf.
Durkheim. Ed. Cit. p.178.
9Tanto
en la tradición freudiana como la jungiana. Véase el comentario
sobre el tótem de Erich Neumann en The
Origins and History of Consciousness.
Trans. R.F.C. Hull. Princeton University Press. Princeton. 1993.
p.p.144-146.
10Esquilo.
Agamenón.
v.757. Aeschilus
tragedies.
Harvard-Heinemann. London and Cambridge (Mass.) 1983. p.65.
11En
Del
genio de la especie.
Gaya
ciencia.
#354. En Obras
Inmortales de Friedrich Nietzsche.
Ed. Teorema. Barcelona 1985. Vol.II. p.p. 1103-1106.
12Véase
las ideas sobre la naturaleza humana en los Navaho en Gladys A.
Reichard, Navaho
Religion: A Study of Symbolism.
Ed. Cit. p. 33.
13Véase
James Frazer. The
Belief in Immortality and the Worship of the Dead. Vol 1: The Belief
Among the Aborigines of Australia, the Torres Straits Islands, New
Guinea and Melanesia.
The Gifford Lectures, St. Andrews. 1911-1912 MacMillan and Co.,
Limited St. Martin's Street, London. 1913. 2006. p.p.107-127 [eBook
#20116. Gutemberg:].
14Véase
sobre Tonga y Samoanos el estudio de James Frazer en The
Belief in Immortality and the Worship of the Dead. Vol.2. p.p.79-91
y p.p. 213-218.
15Véase
Ibid. p.p. 79-84.
16Ibid.
p.p.308-313.
17Por
ejemplo, entre los Kulin de Victoria el antepasado que recibe a los
muertos (El
Hombre Luna),
les da al acogerlos un elixir similar a la amrita hindú.
18Cf.
John Mbiti. African
religions and philosophy.
Heinemann. London, Ibadan, Nairobi. 1985. p.p. 20-21.
19Ibid.
p.23.
20Ibid.
21Véase
Wolfram von Soden, el capítulo 11 de The
Ancient Orient: an introduction to the Study of the Ancient Near
East.Translated
by Donald G. Schley. William B. Eerdmans Publishing Company. Grand
Rapids, Michigan.1985. Como cuenta von Soden, en el siglo XXV la
ciencia de las listas se extendió hasta Elam y Siria. Hay tablillas
de Hattusa con cuatro columnas de listas de palabras en
sumerio,acadio, ugarita y hurrita.
22Como
nos cuentan Durkheim y Mauss, siguiendo a M. Cushing, en De
quelques forms primitives de classification, contribution à l’étude
des représentations collectives.
Année sociologique 6, 1903. Versión digital de Jean-Marie
Tremblay. p.p. 22-25. Web.
23Podemos
comprender las funciones como conjuntos formados por pares
ordenados. Obviamente, se trata de una función epistemológica
básica que se puede trazar, como hemos hecho más arriba, a las
relaciones del organismo vivo con el entorno, incluso más atrás
(evolutivamente) de la formación de un sistema nervioso.
24Durkheim
y Mauss. Op. Cit. p.32.
25Véase
a este respecto la propuesta buen
salvaje
o pro
persona anima
de Claude Lévi-Strauss en “Primitive”
Thinking and the “Civilized” Man.
En Myth
and Meaning.
Ed.Cit. p.p. 11-19.
26Su
fin se ha presentado no a partir de las forzadas prácticas de la
moral politically
correct,
de finales del siglo XX, sino, del desplazamiento del eje económico
mundial hacia Asia y la aparición del colonialismo comercial chino.
27Esta
es parte de la lista que ofrece Mircea Eliade en Shamanism.
Ed. Cit. p. 21.
28Eliade
da la referencia de un Chamán de los Yakut que tenía un
vocabulario de 12.000 palabras, mientras que el resto del grupo
manejaba un vocabulario medio de 4.000. Véase Shamanism.
Ed. Cit. p. 30.
29Véase
Eliade. Ibid. p.p.24-27.
30Según
los estudios de I-Ching Chou y su grupo, los pacientes con
epilepsia tienen una probabilidad ocho veces mayor de desarrollar
esquizofrenia que los que no la tienen, y los pacientes con
esquizofrenia tienen una probabilidad seis veces mayor de
desarrollar epilepsia que los que no la tienen. Véase I-Ching Chou
et Al. Bidirectional
relation between schizophrenia and epilepsy: A population-based
retrospective cohort study.
Epilepsia, 52(11): p.p.2036-2042. 2011. Web.
31Cf.
J. Mbiti. Op.Cit. p.p.179-180.
32Véase
Andrew Haruna. Rituals
and ceremonies accompanying rainmaking among the Guruntum and
Bubbure People.
University of Maiduguri. Nigeria. Web.
33Véase
la Biblia,
Éxodo
17. 5-6, y Números
20: 10b.11.
34Como
leemos en el capítulo 36, v.v. 74-79. Lakdiva.org. Web.
35Esta
profesión de los reyes no ha cesado en ningún momento. El rey de
Tailandia Bhumibol Adulyadej, inauguró el 28 de febrero de 2011 el
Royal
Rainmaking Center
en la provincia de Nakhon Sawan, para producir lluvia utilizando
tecnología química. Véanse artículos periodísticos en Web. Es
interesante que la tradición tailandesa (Reino de Ayyhutaya de 1351
d.c.) asigna al rey la personalidad de Indra (entre otras), dios de
la tormenta.
36Según
un estudio de Frances Dahlberg,
la idea de la mujer sedentaria de las sociedades cazadoras
recolectoras es fruto de un prejuicio cultural en relación a las
mujeres.
Woman
the Gatherer.
Yale University Press. London.
1975.
p. 89.
37Véanse
algunos ejemplos más en Marvin Harris. Introducción
a la Antropología General.
Traducción Juan Oliver Sánchez Fernández. Alianza Universidad.
Madrid. 1985. p.p.283-284.
38Cf.
Mircea Eliade. Shamanism.
Ed. Cit. p.96.
39Baste
pensar no solo en la heráldica medieval, sino en todas las imágenes
de animales asociados a cualidades humanas con los que la industria
mediática nos bombardea: desde nombres de equipos y franquicias
deportivas, hasta marcas y modelos de coches. Véase el estudio de
Barbara J. Phillips. Advertising
and the Cultural Meaning of Animals.
En Advances
in Consumer Research.
Volume 23. 1996. p.p. 354-360. Web.
40Véase
Reichard, Gladys A. Navaho
Religion: A Study of Symbolism.
Ed. Cit. p.32.
41En
Las formas elementales de la vida religiosa.
Ed. Cit. p. 378.
42En
algunos casos va vinculada directamente a otros animales, casi
siempre voladores, como entre los Yakut (Eliade Shamanism
p.206), también entre los egipcios, como halcón, y, por lo que
aparece en los mitos de India y Grecia (Por ejemplo, Rigveda
VI, 9,5; en las representaciones del psicopompos Hermes, etc.),
también entre los arios, así como en la tradición
judeo-cristiana.
43El
ser interior o forma interior de la montaña es su bi·yist´·in.
Véase Reichard, Gladys A. Navaho
Religion: A Study of Symbolism.
Ed. Cit. p.20.
44Véase
Apéndice F.
45Véase
Apéndice F.
46Las
reglas de filiación cognaticia usan la filiación masculina y
femenina para establecer cualquiera de los derechos, deberes y
privilegios de un sujeto dado perteneciente a un grupo humano,
mientras que las unilineales restringen los lazos parentales bien
exclusivamente a los varones o a las hembras. La filiación
unilineal, cuando hace referencia tan sólo a un antepasado
concreto, se llama matrilineal o patrilineal según el sexo del
antepasado.
47Como
ya trataron los antropólogos y filósofos estructuralistas desde
puntos de vista distintos a los presentados aquí. Véase Gilles
Deleuze y Félix Guattari. Anti-Oedipus.
Continuum. London. 2004.p.p. 171 y s.s.
48Véase
Mircea Eliade Mystery
and Spiritual Regeneration.
Ed. Cit. p.p.3-36.
49Cf.
Eliade. Ibid p.4.
50Un
postulado similar fue sostenido por la Iglesia Católica en el
Concilio
de Mason
de 582 d.c.
51El
ejemplo lo aporta Durkheim en Las
formas elementales de la vida religiosa.
Ed.Cit. Nota 527. Libro 2. p.378.
52Cf.
Joseph Campbell, quien recoge el testimonio de Spencer and Gillen.
The
Masks of God.
Vol.1. Penguin Arkana. New York. 1991. p.126.
53Véase
Eliade, Shamanism.
Ed. Cit. p.p. 207-209.
54Citado
en Joseph Campbell, The
Masks of God.
Vol.1. p.p. 125-126.
55Cf.
Eliade. Mystery
and Spiritual Regeneration.
En Man
and Transformation.
Ed. Cit. p.7.
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