La
semántica emocional de las estructuras mítico-rituales que
aglutinan y cohesionan la vida de una comunidad humana es aprendida e
interpretada por sus miembros a partir de la forma secuencial que
tiene toda experiencia biológica, y la efectividad de la
comunicación emocional específica depende de la falta de ambigüedad
del mensaje transmitido y de su memorización. De esta última, se
encarga el carácter repetitivo compulsivo que tienen la narración
mítica y el ritual, tanto en sus periodicidades generales, como en
las fórmulas verbales y gestuales que se recitan y actúan una y
otra vez1.
El contenido no ambiguo de la secuencia depende de la protocolización
adecuada de las emociones. La diferente duración y alcance que
tienen cada una de las emociones básicas condiciona la forma en la
que son comunicadas, ya que los sistemas neuroquímicos emocionales
guardan entre sí diversas relaciones agonistas y antagonistas que se
potencian o limitan2.
Como la homeostasis social es equivalente a la supervivencia del
grupo, sea cual sea la comunicación mítico-ritual que se haga,
tiene que terminar con alguna forma de equilibrio de las emociones
sociales, aglutinadoras de la vida grupal. La ira, por ejemplo, tiene
que ir siempre al servicio del grupo, para garantizar el orden
interno o bien para defenderlo de una amenaza exterior, pero no puede
ser el estadio final de una secuencia emocional, pues tal secuencia
no tendría sentido. Así por ejemplo, en la ceremonia altaica de
descenso a los infiernos3,
el chamán se encuentra con la emoción de la ira cuando pasa por el
lugar donde son atormentados los pecadores, y después, cuando el
dios del submundo, Erlik Khan, se pone furioso al recibir la visita
del chamán, pero es aplacado con alcohol y la ceremonia termina con
bendiciones. En las estructuras mítico-rituales de los hititas, la
furia del dios Telepinu era también pacificada, en este caso por el
sacerdote, para que la vida de la comunidad pudiera seguir adelante.
En los ritos dionisiacos griegos del festival de Agrionia4,
la momentánea subversión general del orden social, propiciada por
el propio Estado, era actuada en una especie de locura iracunda que
incluía fantasías caníbales5,
pero la emoción de la ira era sentida precisamente como la inversión
de la homeostasis u orden social, y se le ponía un principio y un
fin bien precisos, limitándola a ser un fenómeno liminoide, un
simulacro, en el que la víctima sacrificial era un animal, a veces
un toro, otras un carnero. En Platón6,
leemos un comentario a favor de la interpretación de la ira como lo
contrario al orden social, al decir que el enfado de Hera -con el que
castiga a su hijastro Dioniso a la locura- es precisamente la
inversión del orden de la ciudad7.
La subversión temporal del orden de manera ritualizada propicia
violencia relacionada más con la emoción de la búsqueda y la del
sexo que con la ira. Se trata de una explicitación de la violencia
animal general, si bien, como ya dije más arriba, la ira puede
suscitarse a posteriori por la frustración debida al sufrimiento de
violencia de las otras emociones. La subversión que Eurípides
muestra en Bacantes, tiene que ver con el despedazamiento predador
(búsqueda) en el seno de un grupo en el que esta emoción no está
subordinada a las emociones sociales, y se nos muestra el ejemplo de
una madre que mata y devora a su hijo. El orden subvertido explicita
la prioridad evolutiva de las emociones, de las básicas con respecto
a las enarias, y dentro de las básicas, de la emoción que regula el
sustento con respecto a las sociales, incluida la maternal, central
en los mamíferos. Cualquier grupo emocional enario en el que
intervenga la ira, debe ser narrado, tanto en el mito como en el
ritual, de tal manera que se resuelva en la estabilidad final de las
emociones sociales. Incluso en las iracundas narraciones de Jonathan
Edwards, las representaciones emocionales de terror y sufrimiento de
una divinidad castigadora, se resuelven en la llamada a la belleza y
armonía de una vida vivida según los preceptos morales propuestos
por el cristianismo8.
Estas narraciones de dominación metafísica son instrumentales,
nunca el fin per se del grupo. En las sociedades estratificadas, la
frustración producida por las desigualdades en el control de los
recursos se resuelve con la creación de una identidad común, el
Estado o la nación, que funciona como un macroorganismo. De hecho,
la forma en la que se actúa este complejo emocional que incluye la
voluntad de poder y la ira, es dirigiéndolo hacia fuera, hacia otro
grupo social, es decir, haciendo la guerra.
Si
el objetivo de los mitos es una comunicación emocional lo menos
ambigua posible, tiene sentido, como muestra la experiencia, que se
expresen en una morfología protocolizada en la que los personajes y
las secuencias de acciones establezcan referencias claras para que el
auditorio capte de principio a fin su contenido con claridad y se
transmita una unidad de sentido. Desde este punto de vista, las
distinciones que se hacen entre cuento popular y mito, como las que
se dan en el seno de gran número de culturas, según el relato tenga
una base de suceso acaecido, o se trate de una mera fantasía, es
totalmente irrelevante9.
Su funcionalidad social es análoga, y con respecto a ella, el común
contenido de fantasía de sus escenarios y personajes es secundario.
Piénsese, por ejemplo, en el mito de la resurrección en cuerpo y
alma de los muertos al final de los tiempos que proclama el
cristianismo: la obvia fantasía de la propuesta es irrelevante. Con
ello, no quiero decir que no puedan establecerse diferencias entre
mito y cuento popular, pero tales diferencias tienen más que ver con
la estructura fría o caliente de la comunidad que elabora el relato.
De hecho, la pervivencia del cuento popular en las comunidades
calientes atestigua la perfecta complementariedad de ambas
estructuras narrativas dentro de un eje mítico-ritual, cumpliendo
los cuentos funciones enculturantes, sin interferir con las
representaciones fundamentales de la identidad social que se
expliciten de manera más directa en mitos con contenidos históricos
más precisos.
El
estudio de la morfología de los cuentos populares rusos de Vladimir
Propp de 1928 supuso el primer intento de comprender las estructuras
narrativas a partir del concepto de acción. Las clasificaciones
temáticas anteriores de Wilhelm Wundt, de R. M. Volkov, o de la
escuela finlandesa que inició A. Aarne, resultaron inútiles al no
conseguir categorías conceptuales que determinasen de forma unívoca
el contenido de los cuentos10.
Wundt había caracterizado las formas narrativas de los grupos
totémicos, los cuentos populares (märchen), a partir de algunas
propiedades narrativas, tales como su espacio-temporalidad no
definida, la juventud (incluso niñez) del héroe y la causación
mágica de sus eventos11,
si bien no trazó una morfología general con tales propiedades, más
preocupado por la dimensión psicológica evolutiva que se observa en
el paso desde las märchen al mito, desde las narraciones dominadas
por animales a las que representan sobre todo las acciones de los
seres humanos. Propp constató que las narraciones de los cuentos
populares tienen elementos constantes y variables, que tanto los
nombres como los atributos de los personajes dramáticos cambian,
pero no así las acciones que realizan, ni las funciones de las
acciones en el relato, que permanecen constantes12.
Luego, procedió a extraer tales funciones, a las que definió como
el acto de un personaje tal como queda establecido a partir de su
importancia en el curso de la acción general, y comprobó
empíricamente (en cien cuentos) que son constantes, y su número
limitado, así como que el orden de las secuencias es siempre el
mismo, formando una estructura que puede considerarse unitaria13.
Propp
definió treinta y una funciones narrativas, a cada una de las cuales
asignó un símbolo, en las que categorizó acciones básicas que se
repiten en los cuentos populares14.
La primera de ellas, por ejemplo, la ausencia de un miembro familiar,
es el acontecimiento de un desequilibrio social debido a la acción
desequilibrante de un agente que inicia una secuencia de peripecias y
dificultades que termina con el viaje de un héroe, con mucha
frecuencia un joven. Después de diversas pruebas mágicas, en algún
escenario lejano al de la comunidad original, hay un combate ritual
en el que se vence al antagonista, tras algunas dificultades
adicionales, el héroe vuelve y es reconocido por su grupo,
castigándose al antagonista (a veces perdonándole) y celebrándose
una boda. La división en treinta y una categorías de esta trama tan
simple no está exenta de ciertas ambigüedades. Así por ejemplo, la
función D, la prueba que se le hace al héroe por parte de un
personaje bienhechor, y la M, una tarea difícil que se le encomienda
al héroe, pueden corresponder a una misma narración, como la
resolución de un acertijo15.
Y lo mismo pasa con las funciones H, lucha contra el antagonista, y
la M ya señalada, en aquellos casos en los que el héroe lucha
contra un dragón16.
Por otra parte, las variaciones dentro de alguna categoría son tan
amplias que es difícil ver el tema común. Así por ejemplo, la boda
final, puede ir acompañada por un reino o no, o incluso puede no ser
una boda en absoluto sino una mera recompensa monetaria. Además,
como Propp se da cuenta, una vez definidas todas las funciones hay
aún un remanente narrativo que no encuentra función propia, formas
que no pueden ser comprendidas sino en relación a otras estructuras,
de las que adquieren su sentido o de las que directamente han sido
transferidas17.
Las
treinta y una acciones fundamentales en sus ciento setenta y nueve
variantes producen un número astronómico de posibles combinaciones
secuenciales, y a pesar de las objeciones apuntadas, todas ellas son
perfectamente reconocibles como una unidad representacional. Ello se
debe a su secuencialidad particular, que mimifica experiencias
vitales. Es obvio que algunas de estas funciones se siguen de forma
espontánea unas a otras debido a los condicionamientos de nuestra
propia experiencia. Así la función gamma, la prohibición que se
hace en el preludio al héroe, tiene que ir seguida de una violación
de tal prohibición, si esperamos que haya cuento, y la función H es
seguida por la K, pues tras la batalla tiene que haber una
resolución, o en el caso de la partida, función once, esta debe ir
precedida por una preparación. Si respetamos la sintaxis de la
experiencia –y narramos poniendo el carro detrás del caballo- esta
mecanización narrativa permitiría generar un programa de ordenador18
cuentacuentos que agotase las fórmulas de la narración popular. Sin
tal restricción sintáctica, entraríamos en un continuo de cuentos
que, como en la Biblioteca de Babel borgiana, incluiría relatos
ininteligibles y narraciones clásicas, pasando por el arco de todas
las posibles literaturas neuróticas.
Más
que acciones, las funciones de Propp son matrices de acciones
posibles que representan escenarios narrativos que se unen en una
forma secuencial general específica: carencia, búsqueda para
solucionarla, dificultad o trabajo, solución satisfactoria, y
vuelta. La secuencia admite interpolaciones narrativas, como ayudas
de personajes secundarios y dificultades adicionales a la vuelta del
héroe, pero su estructura básica es circular, o quizá la imagen
más ilustrativa sería la de una espiral, porque nunca se vuelve al
mismo punto de partida y las posiciones después de cada ciclo para
las mismas acciones son una enarización creciente o decreciente con
respecto al centro mítico-ritual, como corresponde a un organismo
social que ha expandido o menguado la complejidad de su estructura, y
por consiguiente, de sus narraciones. Sin embargo, los objetos y
sujetos que forman parte de estos escenarios narrativos dispuestos en
secuencias son, en gran medida, irrelevantes. El hecho de que el
dragón o el Villano rapten a una princesa, o a la hija de un
campesino, puede decirnos algo sobre el tipo de audiencia, pero no
afecta nada de la estructura narrativa, que en tal acción se limita
a presentar simbólicamente una carencia o una ausencia, una
dificultad económica dentro de una comunidad que pone en marcha la
emoción de la autoestimulación o la búsqueda.
Las
conclusiones morfológicas extraídas del análisis de los cuentos
son extensibles a los mitos. Si examinamos los mitos, encontramos sin
ningún esfuerzo las acciones narrativas de Propp en sus contenidos19.
La generalidad de estas acciones narrativas sugiere la irrelevancia
de las coincidencias, no obstante, es interesante observar que no
sólo se repiten las treinta y una básicas, sino que suelen hacerlo
en el mismo orden. Es más, no hay ni una sola de las acciones
narrativas básicas que no ocurra en al menos una de las mitologías
examinadas, incluyendo la mayor parte de sus ciento setenta y nueva
variantes. Cualquier explicación sobrenatural de este hecho, como
las ofrecidas por Karl Kerenyi y otros autores del grupo Eranos a
partir de un conjunto de mitologemas de origen transcendental, sería
equivalente a postular una metareligión (en el sentido
schellingiano), un principio de orden sobrenatural que subyace a
todas las narraciones mitológicas, pero una idea así viola la
efectividad social de los ejes mítico-rituales que en cada caso
hacen referencias literales a escenarios y héroes específicos, así
como la literalidad de sus representaciones exomórficas. La
comparación de la victoria de un héroe con la de otro empaña la
acción a ojos de los que viven conforme a un mito, a la vez que
desacraliza los escenarios y los objetos, que ya son ubicuos y
comunes. Por otro lado, el postulado de una metareligión basado en
un metarelato cuyas acciones y escenarios son exclusivamente
arcaicos20,
con los sentidos para la vida dados in ille tempore, se descarta a sí
misma como universal, ya que no incorpora el presente en sus esquemas
sagrados sino como una edad de hierro y destrucción, una kali yuga y
un final de los tiempos.
Una
interpretación naturalista de las concordancias morfológicas de las
narraciones simples de identidad de los cuentos, fundamentada en la
teoría de las emociones expuesta, nos permite comprender el lugar de
las comunicaciones de identidad dentro de los procesos generales de
la vida humana en relación a su entorno. Bajo este punto de vista,
las acciones narrativas de los viejos mitos totémicos (y de los
posteriores mitos religiosos), se muestran como parte fundamental de
un proceso de simbolización cada vez más complejo. Los cuentos son
mitos en miniatura, construidos sobre oposiciones más débiles que
las de los mitos y con una menor coherencia lógica, ya que su ámbito
no es tanto cosmológico y metafísico como local y social21,
o dicho de forma inversa, los mitos son composiciones modulares de
estos microrelatos, en los que se alcanzan síntesis más complejas
de sentido, formándose estructuras emocionales enarias unificadas en
nuevas síntesis de valoraciones. El modelo secuencial del cuento
popular es análogo al del mito, ambos transmiten similares
estructuras emocionales en sus contenidos, con la única diferencia
de la enarización del segundo, en la que se reflejan estructuras
sociales más complejas. La estructura narrativa general es idéntica
a la de los ritos de paso, separación, iniciación y retorno22,
estructura tripartita que se corresponde, bajo mi punto de vista, con
la forma circular de los procesos homeostáticos del organismo, en la
que se da nuestra experiencia vital. La estructura cíclica del mito,
con su desequilibrio homeostático, solución al desequilibrio y
llegada a una nueva homeostasis, no es la expresión de un final
feliz a partir de unos comienzos difíciles, no es una estructura de
comedia, sino la expresión del movimiento vital de la comunidad y de
la especie. El patrón trágico23
que a veces se da en el mito sería tan sólo un fragmento de este
patrón espiral general, es el momento en el que todavía no ha sido
resuelto el desequilibrio de la acción, cuando aún no se ha
integrado la entropía pasada a los modos de vida de la comunidad.
Se
podría argumentar que el modelo tripartito de las narraciones es
demasiado general, que al ser un patrón biológico, sirve para
explicar cualquier acción orgánica, y que por ello, ni da
diferencias específicas ni explica nada. Una objeción así es
relevante, si bien, aunque el modelo tripartito es pobre con respecto
a la categorización de los procesos narrativos en unidades
elementales, ya que sólo hay, básicamente, tres momentos de la
narración, a partir de él queda clara la estructura fisiológica
homeostática de la comunicación mítica, el condicionamiento
semántico que los protocolos emocionales tienen sobre la propia
forma narrativa general. Las categorizaciones específicas que
hagamos de este marco formal general homeostático sólo tendrán
interés en la medida que recojan el condicionamiento semántico, lo
que solamente se puede hacer desde la teoría de las emociones.
Podríamos hacer distintas divisiones morfológicas de los mitos
siguiendo los criterios de los contenidos específicos que en ellos
aparecen, a partir de su vocabulario de acciones (predicados),
sujetos y objetos, como hiciera Propp, o Joseph Campbell24,
o en la década de los sesentas y setentas, desde el punto de vista
de la pragmática lingüística, William Lavov y Joshua Waletzky25.
Pero de ellas obtendríamos escasa utilidad conceptual, más allá
del desarrollo de un formalismo algebraico que exige la destrucción
del contenido de los mitos para poder ser llevado a su completa
realización sintáctica, como en el caso de Propp, o de una
disección a partir de estructuras oracionales del discurso oral,
como en el caso de Lavov y Waletzky, cuya relevancia, fuera de los
grupos sociológicos que modelizan, es muy limitada, y completamente
inútil en relación a las construcciones simbólicas complejas que
son las estructuras mítico-rituales, en las que se incluyen las
acciones interpretativas de comunidades históricas.
¿Qué
criterio seguir para comparar las narraciones dentro de este
paradigma de la racionalidad continua? ¿qué sentido tendría hacer
esa comparación?, ¿no son acaso los mitos objetos incomparables y
únicos, cada uno expresando un aspecto irrepetible de nuestra
humanidad? Si algo comienza a estar claro, después de lo dicho hasta
aquí, es que los mitos son cualquier cosa menos incomparables e
irrepetibles, que la repetición animal protocolaria es la base de la
comunicación y de los relatos. La inefabilidad del contenido
mítico-ritual es parte de su relato: en los mitos mismos encontramos
las barreras y prohibiciones para su desvelamiento, ya que al
hacerlo, al desvelar a Isis, usando la vieja metáfora, inyectamos
entropía donde la fe ciega en las emociones sublimadas sostiene
castillos en el aire e hipostasia seres y escenarios fabulosos que
resultaron exitosos para la supervivencia del grupo. La comparación
de los mitos no ha sido una propuesta intelectual deliberada, sino el
resultado de los desencuentros de pueblos históricos, de guerras
interminables, un contraste siempre violento, liderado por la emoción
de la voluntad de poder. Tradicionalmente, los mitos se han visto
entre sí como rivales, lo que, proyectado sobre la interpretación
binaria que las estructuras mítico-rituales hacen de la experiencia,
es equivalente a decir que se han calificado mutuamente de falsos,
queriendo con ello significar: contrarios al orden propio, como un
sistema inmunológico califica lo ajeno. Una ordenación semántica
de las narraciones que acepte la tesis de la racionalidad continua
tiene que incorporar la idea de un desarrollo gradual en el que cada
estadio recoge el anterior, mostrando a la vez propiedades y
relaciones emergentes, como proceso vital en el que distinguimos
grados crecientes de orden.
Una
comparación antropológica de los diferentes sistemas míticos que
ha producido la humanidad hecha desde el punto de vista de la
racionalidad continua, no puede sino basarse en un discurso sobre las
acciones interpretativas de la experiencia vital, y no tanto en los
objetos específicos que han resultado de tales interpretaciones.
Esto supone, por ejemplo, dejar de lado los dioses, y centrarse en
las acciones que han llevado a divinizar a los antepasados, a hacer
héroes, semidioses, dioses, y después, dioses ociosos y principios
abstractos. De interés mitopoético son las acciones interpretativas
de escenarios de sustento, o de escenarios de origen, y no los
valores específicos asignados, ni las imágenes con las que se han
construido, a pesar de la relevancia que pueda tener el examen de
objetos y escenarios para comprender la necesidad a la que obedece el
impulso interpretativo. Estos valores específicos, locales, pueden
ser, de hecho, contradictorios con los de otras tradiciones, e
incluso con elementos míticos distintos dentro de una misma
tradición. La modularidad de los mitos, la incorporación creciente
de estructuras narrativas en sistemas más complejos, análoga a la
modularidad de los sistemas neurales, conlleva, inevitablemente,
proposiciones contradictorias que se corresponden a estados
diferentes del desarrollo de la identidad narrativa. Así, por
ejemplo, uno puede preguntarse: ¿cómo es que una narración de
identidad como la budista, que declara el mundo ilusorio, puede al
mismo tiempo hacer reivindicaciones políticas, como la de la
independencia de Tíbet con respecto a la ocupación China?, ¿cuál
es el sentido de cambiar algo que ni siquiera es real? O también,
¿cómo puede ser compatible en una misma estructura mitológica la
libertad y la desigualdad en la propiedad de los medios de
producción? La respuesta es que los mitos se coordinan en
estructuras más complejas a partir de un principio de congruencia
emocional y no de la consistencia ontológica de los diversos módulos
que han ido formando sus narraciones de identidad.
(Perteneciente al libro Mitopoética: la construcción simbólica de la identidad humana, de Oscar E. Muñoz)
1Las
fórmulas narrativas que encontramos en los rituales, desde los
chamánicos a la Misa cristiana del presente, pasando por el rezo
musulmán o los mantras del budismo y el hinduismo, presentan un
carácter compulsivamente repetitivo.
2Así
por ejemplo, el bloqueo del circuito dopamínico reduce la actividad
neural del juego, o las producciones de oxitocina reducen la emoción
del miedo.
3Véase
Eliade. Shamanism.
Ed.Cit. p. 200-205.
4En
las zonas dorias y eolias de Grecia. Véase
Burkert. The
Greek Gods.
Ed. Cit.
p. 163.
5A
la manera que Eurípides nos cuenta su mito de Penteo en Bacantes.
Según Burkert, las narraciones de los poetas elaboran sobre estos
ritos estatales. Véase
Burkert. Ibid.
6Leyes.
672b y s.s.
7Cf.
Burkert. Ibid. p.p.165.
8Véase
Jonathan Edwards, Sinners
in the Hands of an Angry God.
En Baym, Nina. Editor. The
Norton Anthology of American Literature.
Volume A. W.W. Norton and Company. New York and London. 2003.p.p.
498-511.
9Como
señalara Lévi-Strauss, la distinción entre mito y cuento es,
cuando menos, muy ambigua, y sólo una cuestión de grado, como
muestra el hecho de que no todos los grupos humanos la han llevado a
cabo. (Cf. Lévi-Strauss. La
estructura y la forma.
En Antropología
estructural.
Ed.Cit. p.p.124-131).
10El
problema principal es que hay temas que pertenecen a más de una de
las categorías propuestas por los diferentes autores. Véase
Vladimir Propp. Morphology
of the Folk Tale.
University of Texas Press. Austin 1986. p.p.3- 18.
11Véase
Wilhelm Wundt, Elements
of Folk Psychology.
Trans. Edward L. Schaub. George Allen and Unwin Lmtd. London; The
Macmillan Company. New York. 1916. p.p. 271-279.
12Cf.
Propp. Ibid. p.20.
13Cf.
Ibid.p.21.
14Véase
Apéndice D.
15De
hecho esta es una de las posibles pruebas de la función 12, cuando
el Héroe tiene que decidir entre varias opciones a una disputa o un
problema, que es también una de las variantes de la función
veinticinco. Véase Propp, Ibid. p.p.25-65, para más detalles.
16Propp
mismo hace esta autocrítica en Ibid.p.68.
17Cf.
Propp. Ibid. p.64.
18De
hecho, Alan Dundes programó en 1965 las funciones de Propp en un
ordenador. Véase, Dundes, On
computers and Folktales.
En Western
Folklore.
24. 185-189. Referencia en la introducción de Alan Dundes a
Morphology
of the Folktale.
Ed. Cit. p.xv.
19Para
más detalle véase el Apéndice D.
20Con
la excepción del sincretismo bahai, no ha habido ninguna nueva
narración religiosa que no sea una variante menor de las anteriores
desde la aparición del islam.
21Cf.
Lévi-Strauss. La
estructura y la forma.
En Antropología
estructural.
Ed.Cit. p.p.124-131. Esta observación ya había sido hecha por
Wundt en Folk
Psychology,
donde apunta a las sagas como la de Hércules como composiciones
modulares (Op.Cit. p.377).
22Para
algunos autores, como Mircea Eliade, los cuentos son depositarios de
contenidos iniciatorios que han perdido su trasfondo ritual (Cf.
Mircea Eliade. Rites
and Symbols of Initiation.
Spring Publications. Dallas. 1994. p.126). Véase también Joseph
Campbell. The
hero with a Thousand Faces.
Princeton University Press. Princeton. 1973.
N.J. p. 30.
23Inverso
al cómico, en otras palabras, comienza de manera más o menos
estable y acaba en un fuerte desequilibrio.
24Campbell
nos ofrece una topografía de diecisiete acciones para el patrón
circular en The
Hero with a Thousand Faces.
Ed. Cit. p.p. 36-37.
25Basada
en los patrones recurrentes de la narración desde el nivel de la
frase a la narrativa complete simple. Lavov y Waletzky definen una
forma normal de la narración, que funciona como estructura general
de las que experimentalmente han recogido (en 600 narraciones
orales): orientación, complicación de la acción, resolución y
coda. Véase
Labov, W., & Waletzky, J. Narrative
Analysis: Oral versions of personal experience.
(1967). In J. Helm (Ed.), Essay
on the verbal and visual arts: Proceedings of the 1996 Annual Spring
Meeting of the American Ethnological Society
(pp. 12-44). Seattle:
University of Washington Press. 1996.
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