Podríamos
caracterizar provisionalmente los ritos como cualquier grupo de
acciones humanas simbólicas protocolizadas miméticamente de forma
repetitiva a partir de modelos ausentes, que son llevadas a cabo en
un espacio-tiempo simbólico, y cumplen funciones epistemológicas y
de cohesión social. Esta definición preliminar es, obviamente,
problemática, y requiere ser precisada, ya que el ser humano vive en
un mundo simbólico, mediado y recreado a través del lenguaje, y
sería imposible encontrar alguna acción social exenta de contenido
simbólico. La diferencia específica del rito es doble. Por un lado,
su protocolización mimética repetitiva, sus formas rigurosamente
mecanizadas, repetidas siempre igual. Por otro, el hecho de que el
modelo seguido está ausente, de que en los ritos siempre hay un
elemento que está fuera de la escena-narración: el antepasado,
quien inició en su momento el rito con una narración informativa
nueva, no mecanizada. El modelo ausente genera un espacio-tiempo
simbólico, una estructuración general semántica de la vida del
grupo. El espacio de la experiencia cotidiana se organiza en torno a
un centro de referencia axiológico basado en la forma específica
que se ha desarrollado para las emociones enarias del grupo. El
tiempo ordinario, lineal y entrópico en relación al organismo
individual y colectivo, se reconstruye en ciclos con respecto a un
origen, disolviéndose así la idea de cambio, a partir de la
repetición mecánica indefinida, en la idea de eternidad.
Los
estudios sobre la ritualización en humanos y animales con desorden
de comportamiento obsesivo-compulsivo han mostrado que el proceso
muestra similitudes con la ritualización no compulsiva, tanto en lo
que se refiere al establecimiento de escenarios específicos en los
que se realiza la acción repetida, como en la meticulosidad de la
repetición1.
La eficacia del ritual humano, al igual que la del animal, depende de
la precisión de su práctica2:
nada puede quedar al azar, pues de la impecabilidad de la ejecución
de la ceremonia depende el bienestar de la comunidad y el orden de
las cosas. En cualquier tradición ritual que tomemos, encontramos
continuos ejemplos de la puntillosidad de las estructuras rituales
que, lejos de ser una mera cuestión de detalle, puede acabar por
producir grandes anomias sociales a partir de diversas formas de
neurosis, como fue el caso del cisma dentro de la Iglesia rusa del
siglo XVII, causado por las diferencias de opinión ritual acerca de
si lo correcto era la persignación con dos dedos o con tres3,
neurosis que en muchos casos proviene de una concatenación errónea
de dos fenómenos, la cual puede proceder, como ya indicamos, de una
estimulación excesiva del sistema emocional dopamínico, capaz de
producir desórdenes compulsivos4.
Y es que el ritual ocurre en la zona liminal de la psique humana,
donde sanidad y locura funden sus fronteras, en esa región en la que
el estrés evolutivo de nuestros sistemas emocionales no acaba de
cristalizar un relato plenamente neocortical.
La
importancia de la regulación de las emociones básicas en las
estructuras mítico-rituales muestra el origen animal de las acciones
que allí se expresan, así como la contingencia de la forma en
particular que han tomado tales estructuras. Esto es evidente en la
escrupulosidad de la actuación ceremonial, así como en la otra cara
de este mismo automatismo, que en el ser humano se expresa con la
supresión del orden racional más complejo. En el mismo ritual, que
enfatiza el orden del grupo, está incluido un tiempo en el que el
tal orden se encuentra subvertido, lo que supone una liberación
psicológica momentánea y controlada que hace más fuerte el orden,
una vez se vuelva a instaurar. La estructuración en emociones
enarias del complejo mítico-ritual debe ser deshecha cíclicamente
para que las formas más básicas de la emoción se expresen sin
trabas, lo que se consigue sustituyendo el contenido más lingüístico
del mito por el contenido más activo y mecánico de rituales más
animalescos, en los que el grupo, como una identidad previa a la
individuación, cubre el espacio social. Así, en el día quinto de
Akitu el rey era depuesto y humillado con golpes, sólo para después
ser repuesto y coronado con todos los honores. Por un momento, el
orden prehumano inicial vuelve y se suspende la ley. En el festival
de Año Nuevo ateniense, por ejemplo, se anunciaba una amnistía,
costumbre que igualmente se observa en otras culturas5,
acto que puede interpretarse más como una asimilación-curación
catárquica en el seno del grupo -el cual está por encima de la
individuación y de los desarrollos cognitivos neocorticales- que
como un gesto consciente de repulsa a la violencia venga de donde
venga. Al interrumpirse el curso de la ley, se rompen las identidades
mitológicas colectivas e individuales, y se produce la catarsis por
el viaje de ida y vuelta desde una racionalidad más compleja a una
más simple, la de la comunicación básica grupal desde la que se
desarrollaron evolutivamente las formas comunicativas más complejas.
La licencia momentánea, la anomia liminoide ritual, como la de los
festivales en honor de Dionisos, o la de los cultos orgiásticos de
Asia Menor durante la época clásica, o las saturnales romanas, o
los carnavales en la Europa medieval y moderna, obedecía a estos
principios de evolución emocional. El efecto catárquico final es
conseguido una vez se vuelve al orden y la sensatez, conjurando la
incertidumbre y el caos de la vida desde una individuación nómica
capaz de redirigir las energías vitales que bullen bajo la ciudad.
En
el teatro ateniense, como forma combinada de ritual tragicómico, el
contenido armónico narrativo de los mitos se conseguía mediante la
actuación de los viejos relatos de dioses y héroes, por un momento
impersonados a la vista de todos en un juego de máscaras. La
presencia de veintidós mil personas en el teatro, un segmento muy
significativo de la población total de la ciudad, era responsable de
ello. A diferencia de lo que ocurría en Akitu, el modelo ritual de
la tragedia y la comedia es abierto. Es cierto que el contenido
fundamental de los mitos dramatizados era conocido por todos, y
apenas son variados en la acción de uno a otro trágico, sin
embargo, los comentarios e interpretaciones que ofrecen cada uno de
los poetas suponen un dinamismo en la interpretación de los relatos
tradicionales que no había sido visto hasta ese momento, y para lo
que tendríamos que remontarnos ya hasta el mundo moderno si queremos
encontrar algo similar, especialmente en la crítica filosófica,
aunque también en el arte. En el drama, los modelos de
comportamiento moral que suponían los mitos toman el protagonismo
con respecto a las determinaciones primitivas que trataban el origen
del mundo. Las acciones de los dioses interesan en la medida que
tienen que ver con el desarrollo político de la ciudad, a diferencia
de los festivales que encontramos en otras partes del mundo o de los
mismos que la ciudad de Atenas desarrollaba en otros momentos del
año. La ley moral es vista, desde un punto de vista psicológico y
sociológico, no como un mandato del cielo confucianista o
judeo-cristiano, sino como un conjunto de costumbres y acuerdos en el
que se resuelven las necesidades comunes en relación más o menos
armónica a las tendencias individuales. El contenido narrativo
desacraliza al entretener, porque la posible novedad informativa de
la narración es contraria a la repetitividad de la ley que se
expresa en el ritual. En la comedia, se lleva hasta niveles
insospechados en los rituales asiáticos la desacralización de la
ley a través de la burla, así como del comentario político de la
vida cotidiana, humanizando el ille tempore en un hic sin voluntad de
nunc. La modernidad mítica del teatro ateniense surge precisamente
de la licencia anómica que ya encontrábamos en Akitu, y que
permitía la humillación del rey como representación de un momento
de caos primitivo. Pero esa libertad queda circunscrita siempre al
ritual, pues la misma filosofía queda subordinada a la mitología
ciudadana tal como se actúa en el calendario de festividades, a
través del cual, y sólo a través del cual, los mitos crean un
sentido conjunto para la ciudad.
Algunos
autores, como Mircea Eliade, han interpretado la costumbre ritual de
la subversión excepcional del orden haciendo énfasis en el
contenido cíclico del ritual: en el rito se actúa el mito de los
orígenes y se reproduce una experiencia in ille tempore, epifánica,
fuente del significado de las cosas y que otorga la validez a las
acciones6.
Pero este énfasis ontológico sobre la perfección de los comienzos
vela una comprensión naturalista más simple y mejor fundamentada:
la tensión orden-anomia que ejemplifica el ritual se corresponde con
la tensión entre escenario de supervivencia mecánico y escenario
abierto. La compulsión a repetir, presente tanto en la repetición
mecánica general del rito como en la anomia liminoide ritual –la
cual es una automatización más básica emocional que evolutivamente
precedió a las repeticiones planificadas del ritual y las culturas
humanas-, es el impulso fundamental de la vida, presente desde los
estadios biomoleculares, y es imposible en los escenarios abiertos de
los entornos biofísicos, los cuales, por su indeterminación,
generan mutaciones. Mecanicidad y anomia liminoide ritual son ambos
procesos endomórficos en los que la incertidumbre vital es reducida
mediante la creación de un protocolo, ya sea el protocolo mamífero
general de la emoción básica que ocurre en la anomia ritual, o el
protocolo humano que ha generado de manera minuciosa una estructura
mítico-ritual que se repite cíclicamente para dar sentido a la vida
del grupo. A través del ritual, la liminalidad, ya sea la humana o
la animal subyacente, se convierte en un fenómeno liminoide, un
simulacro domado, controlado, o por lo menos produce esa impresión,
al subsumirse un orden más simple bajo el control del más complejo
orden de un pensamiento neocortical lingüístico y previsor
plenamente desarrollado. Lo liminal es lo que
permanece abierto, sin acabar, y conlleva una carga de anomia, o más
precisamente, de un orden emocional prehumano. El control sobre esta
anomia se consigue mediante una estricta plasmación de los rituales
en términos lingüísticos, es decir, su explicitación en una
narrativa metaritual, lo que produce la transformación del rito en
espectáculo. Realmente, el paso del rito al drama es un paso
pequeño: basta con interrumpir una ceremonia cuyo protocolo esté
explicitado de antemano para darle contenido teatral completo. El
paso desde lo liminal a lo liminoide se da cuando mecanizamos un
escenario de la experiencia, e introducimos elementos ajenos a tal
escenario mecánico de forma consciente, o sea, representamos lo
inesperado y sorprendente, pero desarmado de todo su contenido
anómico, al otorgarle un espacio-tiempo bien preciso para su
ocurrencia.
El
ritual es una forma de comunicación prenarrativa, algo así como un
protomito que hunde sus raíces en el mundo animal, y que en el caso
humano aparece en un contexto simbólico más complejo, al que
llamamos estructura mítico-ritual. Pero el mito no es una simple
evolución lineal de las acciones rituales, sino un proceso emergente
de emociones enarias que ha generado todo un conjunto nuevo de
escenarios y objetos asociados a ellos (los seres sobrenaturales, y
después, las reificaciones de ideas), los cuales se han
independizado (hasta cierto punto, obviamente) de sus bases rituales.
Veamos esto con más detalle.
La
relación genética entre mito y rito ha sido motivo de controversia
dentro de los estudios de mitología, ya que ambos conceptos aparecen
asociados en muchos contextos antropológicos y disociados en otros.
La cuestión planteada es la de su independencia, o la determinación
de la relación de precedencia, si es el caso contrario. Dentro del
grupo de teorías que consideran mito y rito como acciones
dependientes que pertenecen a un mismo dominio de fenómeno social,
encontramos dos subgrupos según el orden de relación generativa de
uno con respecto a otro. El primero de ellos es el que considera que
el ritual es una derivación del mito, una consecuencia suya7.
Como ejemplos que sostendrían este punto de vista, podríamos citar
el festival del Akitu, tal como se anuncia y prescribe de forma anual
en el texto del Enuma Elish babilonio, o el de la Misa cristiana, a
la que claramente precede el mito que narran los Evangelios. Si
ponemos esta tesis en el contexto del análisis de la ceremonia
chamánica vemos que aunque pueda tener sentido para la información
mecánica que recoge el rito, no lo tiene para la información nueva
que aparece en él. En efecto, la parte protocolaria y mecánica ha
surgido como mímesis de un modelo ausente, una narración
constituida por la adición de diversas narraciones parciales,
algunas de las cuales pueden ser diferentes formas de ritos
subsidiarios de iniciación. En este aspecto, sí tiene sentido decir
que el mito precede al rito, que la información emocional
homeostática que protocolizan los mitos precede a su actuación
mecanizada. Sin embargo, el rito contiene información nueva sobre el
presente y el futuro, que está fuera del tiempo circular y es
relevante para el presente, y esta información en el momento
extático de producirse no es ni mito ni rito por separado, sino una
síntesis de ambos. La información que se recibe del oráculo, sea
la de Bai Ulgan, la de los oráculos impersonales, o las
comunicaciones que el chamán-sacerdote hace a los presentes con
relevancia para un momento social específico, corresponden a formas
narrativas no mecanizadas, o cuando menos pseudo-mecánicas en las
que la nueva información contradice la rigurosa repetición que
caracteriza las ceremonias. Por eso, la tesis de precedencia del mito
no tiene sentido con relación a esta parte del ritual.
Por
otra parte, el segundo subgrupo es el que sostiene la posición
inversa, la precedencia del rito con respecto al mito, para lo cual
se pueden dar ejemplos de rituales que teóricamente precedieron a
sus correspondientes mitos, como el de la emasculación que los
sacerdotes de Atis hacían bajo un pino coronado de violetas,
introducido a posteriori para explicar la costumbre de los sacerdotes
de Cibeles8,
o el caso de los ritos de Eleusis que, según Frazer, son igualmente
explicados a posteriori por el mito, en una relación por la que se
confirman mutuamente9.
Mircea Eliade sostiene también esta tesis cuando dice que la función
principal del mito es revelar los modelos ejemplares de los ritos y
actividades humanas significativas10,
tesis que, de hecho, haría del mito una actividad subsidiaria. Al
margen de la dificultad para comprobar los ejemplos que da Frazer en
los que basa su tesis, ya que no tenemos información suficiente, un
ritual que no sea sostenido por una narración de algún tipo no
podría ser mucho más que la acción de un loco. Al ser los rituales
acciones comunales, son por necesidad acciones que tiene que ver con
la estructura y supervivencia del grupo de una u otra manera, es
decir, con las emociones, y la acción ritual del grupo, al menos al
principio, debió ser regida por un principio de eficacia económica,
luego la hipótesis de rituales que preceden a sus mitos no tiene
sentido. Suponer que la información mecánica que contiene el rito
no sigue ningún tipo de narración, ninguna forma de orden
comunicativo, es simplemente decir que tal información no es ni
humana ni animal, que no obedece a ninguna comunicación emocional,
lo que no tiene sentido. Por otro lado, la información nueva que hay
en el ritual, y que es relevante para la vida económica y social de
la comunidad, es una narración que puede generar más rituales. En
el caso altaico, Bai Ulgan transmite al chamán, entre otras cosas,
qué otros sacrificios serán necesarios para el bienestar de la
tribu, información mítica dentro del rito que producirá nuevos
ritos.
La
tesis de la precedencia del rito con respecto al mito no ha sido
formulada desde el punto de vista de la teoría emocional, sino desde
perspectivas antropológicas que consideran estos fenómenos como
exclusivamente humanos, y se limita al análisis de los datos
históricos. Sin embargo, aunque la conclusión general sea correcta,
no lo es por los motivos alegados. Hay una forma de narración más
general que precede a la narración específica de una estructura
mítico-ritual dada. Los ritos humanos más arcaicos, aunque
fundamentados en la ritualización emocional prehumana, van
acompañados de estructuras simbólicas narrativas en las que se
explicitan los significados de las acciones rituales del grupo. La
superposición de un mito a otro anterior, el cual va asimismo
asociado a un ritual en particular que es común a ambos, ha
producido todo tipo de confusiones. Tal es el caso de la
superposición del ritual sirio de la muerte y resurrección de
Adonis y el ritual cristiano de la muerte y resurrección de Cristo,
que en el caso de Frigia se superpone al de la muerte y resurrección
de Atis, todos ellos celebrados en marzo con la llegada de la
primavera, y en los mismos lugares11.
Aquí se parte de una acción ritual, basada en una acción
económica agraria sostenida por una narración racional que precede
a cualquiera de los mitos que la utilizan como base. Los ritos de la
cosecha de Oriente Medio hunden sus raíces en los primeros pueblos
plantadores, cuyas acciones seguían un principio de racionalidad
continua ya plenamente narrativa, capaz de generar escenarios de
razonamiento natural. Como vemos en distintas mitologías
preagrarias, como las de Australia o los Nativos Americanos, las
primeras explicaciones sobre el mundo natural y sobre las acciones
económicas básicas van unidas a relatos justificativos, con
presencia de antepasados y espíritus. No sabemos cuáles fueran los
relatos que precedieron a los cananitas de Baal y Mot, aunque las
influencias de los mitos mesopotámicos de Tammuz son claras, es
decir, no sabemos cuáles fueron las primeras narraciones simples
vinculadas al ritual de la cosecha, pero por lo que conocemos sobre
mitos cananitas, es muy probable que aquel relato ausente describiera
de manera precisa acciones de cosecha. Evidencia para esta tesis la
encontramos entre los propios mitos cananitas, que nos relatan cómo
la diosa Anath realizó el asesinato ritual de Mot, en el que se
describe, con cierto detalle, el procesamiento agrícola del trigo.
Primero, Anath lo corta con una cuchilla, le quita la cáscara, lo
tuesta al fuego, lo muele, y finalmente, lo siembra en los campos,
donde los pájaros se lo comen12.
La sustitución de este mito económico por otro orquestado en un
escenario más literario, como el de Adonis, el de Atis, o después
el del Cristo, supone una sofisticación artística que, al permitir
más emociones enarias como la de la inmortalidad de los fieles, va
más allá del contenido emocional básico que se expresaba en el
ritual.
Otro
ejemplo de superposición de mitologías para un mismo ritual, el
cual también hace referencia a una narración más básica para
interpretar distintos procesos económicos, lo encontramos en el
festival del Año Nuevo iranio llamado Nowruz. Realizado en el día
del equinoccio de primavera, este ritual ha sido puesto en escena
bajo muy diversas mitologías: la indo-irania, que se considera la
original, el mazdeísmo, zoroastrismo, islam y bahai. En este caso,
las superposiciones de mitos han resultado ser contradictorias, y el
resultado final es una síntesis mítica fundamentalmente
inconsistente que se unifica por la propia acción ritual. Si, como
sostenía Eliade, en el Nowruz aqueménida se incluía el relato de
la fundación de la dinastía con el milagroso nacimiento del rey
Ciro el Grande13,
los contenidos mitológicos son abiertamente contrarios y heréticos
en relación al islam. En el Irán musulmán, hay testimonios de la
celebración de Chaharshanbe Suri (la noche anterior al último
miércoles del año) desde los safávidas14,
noche en la que los muertos visitan a los vivos, algo que contradice
directamente lo que dice el Corán en relación a los muertos15.
Hoy sigue siendo Nowruz la fiesta más importante del calendario en
Irán16,
donde no sólo se manejan narraciones con relación con la mitología
zoroástrica de los Amesha Spentas17,
sino que perviven incluso elementos del Akitu, pues la figura de
Kwaja Piruz, heraldo anunciador de Nowruz, es una variante de Dumuzi
que ha perdido su contenido mitológico babilónico para ser una
especie de paje danzarín carnavalesco. Más que de un sincretismo
religioso que unifica varios mitos dentro de una mitología, se trata
–en el caso actual de islam- de una yuxtaposición de relatos
modificados y desprovistos de conexiones con otros relatos de la
mitología, en este caso con el Libro, y ya sólo guardan relación
con el mismo ritual, con las acciones protocolizadas en una fecha
específica del calendario.
Es
interesante observar cómo diferentes mitologías pueden utilizar
diferentes mitos y un mismo ritual, y funcionar con los mismos
efectos consolidadores sociales. Con ello, no quiero decir que la
dimensión narrativa del mito sea irrelevante, sino simplemente
enfatizo el hecho de una narración más básica y general, fundada
en los procesos de simbolización de la praxis económica dentro de
escenarios cotidianos, sobre la que se construyen rituales
específicos y mitos más complejos de mayor contenido metafísico.
Que alguien lea el origen prodigioso de la dinastía gobernante, o
que el rey-dios mate al dragón Azdahak, o cualquier otro monstruo,
no da el contenido central al mito, ya que podríamos cambiar todos
los nombres propios de la historia, e incluso cambiar fragmentos
enteros, como la conversión de Dumuzi en un payaso, y aun así
mantener el contenido central que sirva de columna a la función
social del mito. Tal columna viene dada por la narración ausente, de
contenido emocional básico, que originó las acciones rituales
fusionándose con ellas, las acciones de fundamentar un origen para
el mundo y la ciudad -así como las leyes que ordenan ambos-, las
acciones de transformación vital, la creación y destrucción de la
vida, y las acciones de consolidación de la identidad del grupo.
Ergo,
no se da una correspondencia biunívoca entre rito y mito, tesis que
también ha sido sostenida, desde diversos puntos de vista -y ninguno
basado en una teoría emocional- por Bronislaw Malinowski, Claude
Lévi-Strauss, Walter Burkert o G.S. Kirk. Empíricamente, ha sido
confirmada por el estudio de los mitos y rituales de las sociedades
arcaicas, donde encontramos mitos que no van asociados a ningún
ritual18,
como es, por ejemplo, el caso de los aborígenes australianos,
quienes cuentan con un grupo numeroso de relatos que tratan del
origen humano de los diferentes animales, o el origen de ciertas
costumbres y leyes, o en general que explican el porqué de las
cosas, que no van asociados a ningún ritual en particular. En las
mitologías africanas, como en las nativas americanas, encontramos
frecuentemente relatos que obedecen a motivos educacionales o incluso
de puro entretenimiento, para los que sería difícil imaginar un
ritual distinto al propio de narrar historias. Que la narración
misma sea una forma de ritual, cuando se crea un escenario simbólico
para ello, sin necesidad de añadir sacrificios, oráculos y diversas
formas de mímesis, implica que hay una forma de complementariedad en
sus contenidos. Esta es la tesis de Lévi-Strauss, para quien mito y
rito no son tanto una duplicación uno del otro como un complemento:
los gestos e instrumentos del ritual complementan el aspecto
lingüístico del mito19.
Esta posición, es básicamente la que antes sostuvieran Durkheim y
Jane Harrison o E.R. Leach: los mitos son el legomenon, lo dicho, y
el ritual es el dromenon, lo actuado, si bien ambos expresan una
misma cosa20.
Para Lévi-Strauss esta cosa expresada es la mente humana, mientras
que para los otros autores es el ordenamiento social. La tesis de
Lévi-Strauss, aunque tiene la claridad suficiente como para dejar
mito y rito en un dominio natural, es demasiado imprecisa
psicológicamente, debido a que no explicita cuál sea el contenido
de lo que está siendo expresado en el álgebra mítica que elabora
la mente humana. Y algo similar ocurre con la tesis de Leach, que ve
en mito y rito la expresión simbólica del orden de una comunidad,
pero no elucida el fundamento psicológico que tal orden pueda tener.
Obviamente, el mito, en cuanto que es una actividad lingüística,
expresa la mente humana, pero no se limita a expresar sólo eso, pues
los mitos recogen toda la herencia emocional animal, y con tal
materia vital desarrollan escenarios y objetos simbólicos nuevos, es
decir, crean mundos simbólicos previamente inexistentes desde los
que regir la experiencia vital. El orden de una comunidad no es algo
anterior al mito. En los grupos de los grandes simios, el orden es el
que viene impuesto por los condicionamientos mutuos de los diferentes
sistemas neurales, centrados en torno a la emociones sociales
(especialmente maternidad y social). En los grupos humanos, aunque la
referencia es la misma, el orden, mucho más complejo, surge en la
comunicación de una racionalidad narrativa. El orden humano no se
expresa en la estructura mítico-ritual, sino que surge con dicha
estructura, de la misma manera que el orden de los simios no expresa
un sistema emocional prexistente, sino que surge de la interacción
emocional de un organismo mamífero específico, sujeto a unos
condicionamientos evolutivos, con su entorno.
El
contenido del mito va subordinado al rito cuando aparecen de manera
conjunta, salvo en los casos, obviamente, en los que el ritual sea
meramente narrativo. Por esta subordinación de contenido, me refiero
a que la información nueva que aporta el mito, cuando es simplemente
una repetición mecánica dentro de un rito, es nula, ya que el
contenido narrativo es conocido de antemano por los asistentes. Así,
la lectura del Enuma Elish, o la del Evangelio en la Misa cristiana,
no aportan información nueva, todos los presentes conocen la
historia, es la misma del año anterior, y del siglo anterior, y del
milenio anterior. Con la repetición mecánica del mito dentro de la
meta-representación ritual, la acción pasada, ocurrida in ille
tempore, intersecta el tiempo lineal de la vida de los presentes, y
se apropia de su realidad al absorberla en una acción simbólica de
más largo alcance dentro de la vida grupal. La presencia dramática
hace el mito real. Así, los movimientos del rey-Marduk en el Akitu,
o los del sacerdote, ocurrían ante todos, y, como actores poseídos
por su papel, escenificaban año tras año el drama cósmico que daba
sentido a la ciudad y a todas sus actividades. La mímesis
interpretativa daba el contenido de realidad al mito: la presencia
del rey hacía real al ausente Marduk, a la vez que Marduk daba
sentido a la autoridad del rey a través del rito que la divinidad,
como narrador ausente, había institucionalizado. En los casos de
aparición conjunta, el mito y el rito forman una estructura única
con mayor fuerza mimética comunicativa que cualquiera de los dos por
separado. Es más, la asociación mito y rito de las estructuras
mítico-rituales ha producido, en los casos de las estructuras más
complejas, una forma de autoreferencialidad característica. Mediante
tal proceso, el grupo se reifica como entidad simbólica
autocontenida, lo que supone la declaración de sus valores
axiológicos como universales. Cuando en el cuarto día de Akitu, el
sumo sacerdote se encerraba sólo en el santuario para recitar el
mito del Enuma Elish21,
relato en el que se prescribe la celebración del festival que ya se
estaba celebrando, se producía una circularidad que cerraba el
fenómeno ritual sobre sí mismo, dándole independencia con respecto
al tiempo lineal de la experiencia ordinaria. Al incorporar el relato
fundador de la ceremonia en la misma ceremonia, se mecaniza la
estructura narrativa por completo, y se funden mito y rito en un
único fenómeno. El que la lectura se hiciera a solas, no quiere
decir que se hiciera sin testigos. Por un lado, toda la comunidad
sabía lo que acontecía allí, conocía el metarelato. El libro
tenía su aura sagrada (en el sentido benjaminiano) precisamente por
ser leído en tal ceremonia, y por la importancia que el grupo le
asignaba al ser leído ritualmente. Por otra parte, el
sacerdote-chamán era testigo de su propia representación, a la vez
que actor del drama escrito por el narrador ausente divino, figura
que no es sino la hipóstasis que la comunidad hace de sí misma como
grupo transtemporal en el que se incluyen los antepasados. Algo
similar vemos en el ritual de la misa cristiana, cuando la lectura
del relato de la Última Cena, en la que se instituyó la ceremonia,
incluye en el rito la fundación del propio rito. Y algo análogo
ocurría también en el rito de la Creación del Quinto Sol de los
aztecas, en el que se leía el mito que prescribía el rito, o en el
rito del nacimiento de Huitzlopochtli, en el que los cantos del rito
daban fundamento a la ceremonia de sacrificios humanos que ya estaba
en marcha22.
Esta circularidad permite que el rito de entonces se incorpore en el
rito de ahora, que se solapen y se fundan en uno solo, creándose una
experiencia extática colectiva, al fundirse los participantes por un
momento con la figura del narrador ausente, con su propia memoria
lingüística, que les permite crear la imagen propia de una
comunidad atemporal que se observa a sí misma en una
metarepresentación vital. El tiempo lineal queda abolido en el
tiempo ritual que vuelve año tras año. Los participantes en la
ceremonia reviven el tiempo relatado por el mito, de hecho, durante
el período que dura el festival la ciudad vive en el tiempo mítico.
Nada importa el círculo vicioso de la estructura, la circularidad es
tan fundamental en esta forma de mímesis como la autoreferencia del
relato, ya que no se está diciendo nada nuevo, sino reafirmando el
modo universal de ser de las cosas. La falaz fundamentación del
principio de autoridad del rey y su aristocracia sacerdotal, se hace
válida al validarse la copia, pues el rey es Marduk, o el hijo de
Marduk, Nabu, o bien Ninurta23
-pero siempre el representante del poder divino en la tierra- y la
mayor prueba de la divinidad es el aval que supone el propio festival
de Akitu que glorifica a Marduk y a la eterna Babilonia.
La
combinación mítico-ritual funciona como una unidad de integración
social al coordinar las actividades económicas del grupo dentro de
una cosmovisión con capacidad explicativa y predictiva. Así, en el
Akitu, los doce primeros días del mes de Nisan servían como modelo
para la estructura y las actividades sociales, y generaban sentido
para la vida de la ciudad el resto del año: cada elemento humano
tenía una función clara e inambigua a partir de su posicionamiento
dentro de un conjunto de relatos y ritos que daban una explicación
completa de los escenarios de la experiencia y sus objetos. El
festival incluía asimismo los mitos del descenso de Inana-Ishtar al
submundo y las bodas de Dumuzi e Inana24,
que completaban los contenidos mitológicos sobre el origen del mundo
y la estructura política de la ciudad con otros que hablaban sobre
la muerte, nacimiento y crecimiento, englobando así las acciones
fundamentales comunes a todo ser humano en un solo relato generador
de sentido. La predicción dentro de este esquema viene dada por el
carácter cerrado y autocontenido de la actividad humana: la
existencia del mundo y del hombre obedece a unas reglas de las que se
pueden inferir las posiciones futuras y pasadas del sistema, si bien,
como sólo los dioses conocen todo el entramado -es Marduk quien
posee las Tablas del Destino, donde se encuentran escrita la trama
del juego- la propia predicción humana tiene sus limitaciones,
establecidas de manera ya predeterminada. El entramado global
mitológico necesita del festival de Akitu, o de cualquier otro, para
poder generar sentido, ya que per se son historias incompletas, y
sólo mediante su actuación y representación alcanzan su dimensión
completa, algo que va más allá de la narración, para convertirse
en una vivencia colectiva satisfactoria, autoalimentada y plena. El
calendario ritual sirve como esqueleto en el que la actividad
económica se asienta y consolida. Con esto, no quiero decir que las
actividades de las distintas comunidades humanas se hayan
desarrollado a partir de las que vienen establecidas en sus mitos
fundacionales, sino que estos, basados en la estructura de los
sistemas emocionales humanos que dan sentido a las acciones de
supervivencia del grupo, han dado la forma específica que han tomado
las acciones de esa comunidad, cuyo grado de semejanza con las de
otra comunidad se basa en una misma fisiología. Cuando escuchamos la
narración de Maui enseñando a pescar a los polinesios, es absurdo
pensar que este pueblo pescaba porque la actividad de la pesca
aparecía en sus mitos, pero tampoco podemos pensar que la pesca se
hacía fuera de un contexto mitológico. La relación entre mito y
acción humana es mimética recíproca, sin que uno sea modelo del
otro: la acción humana sin un mito en el que apoyarse está ciega, y
el mito sin acción está vacío. Las acciones funcionales o
económicas basadas en los condicionamientos fisiológicos se
consolidan con las acciones de determinación primitiva en
estructuras mítico-rituales que organizan el espacio-tiempo de la
comunidad de manera completa, más allá de las acciones
mítico-rituales específicas propiamente dichas. La capacidad
organizadora de los festivales se extiende más allá de sus
fronteras. Así por ejemplo, en Atenas, las preparaciones del
festival Panatenaico comenzaban dos meses antes con la purificación
del santuario de Atenea Polias, estableciéndose una red de acciones
que se extendían a lo largo del año, vinculándose con otros
festivales hasta completar el calendario. Es el orden astronómico,
sobre todo en su dimensión más atmosférica, el que se acaba
imponiendo en las comunidades agrarias. Los reyes-dioses de la
tormenta, Marduk, Yao, Teshub, Zeus, Indra, Thor, Kukulkán y muchos
otros, señores del calendario, instauradores del orden y equilibrio
entre las aguas y la tierra, serán los fundamentos de los ejes
determinativos sobre los que giran cielo y ciudad. Y sobre este orden
agrario se sobrepondrán comercio, industria y servicios.
Festivales
semejantes al de Babilonia se encuentran en todas las sociedades
agrícolas de la historia que se han organizado en comunidades
capaces de generar excedente, aunque también se encuentran
prototipos de estos (con menor importancia del matrimonio ritual con
la diosa que la que se da en los ritos vinculados a la cosecha), en
las sociedades nómadas con mitos chamánicos, donde la caza es la
actividad económica principal. Salvando las diferencias debidas a la
complejidad de la vida en la ciudad frente a la de los grupos nómadas
o seminómadas, es detectable una base común entre los rituales más
simples –como el ejemplificado por la ceremonia altaica del
caballo- y los complejos, como el de Akitu. Obviamente, el fenómeno
de la escritura permite un grado de simbolización, ya no sujeto a
los condicionamientos de la memoria pizarra y la memoria general
individual, del que saldrán reificaciones nuevas y procesos de
representación metasimbólica cada vez más sofisticados25.
Las lecturas públicas del mito en las sociedades agrícolas que
cuentan con escritura consiguen mecanizar el relato a partir de la
objetividad del libro en el que ha sido preservado. La mecanización
de la memoria que implica la escritura sintoniza perfectamente con la
necesidad mecánica del ritual y de la actividad humana que se
desarrolla alrededor de él. No obstante, la escritura de los mitos
no es imprescindible, pues el ritual mismo explicita sus contenidos
emocionales, y el contenido narrativo puede venir dado con carácter
oral de manera preceremonial, como inevitablemente ocurriría en las
sociedades iletradas o con técnica de escritura menos desarrollada.
Las variantes de los ritos de la cosecha, ya sean más sangrientas,
como las de los ritos en honor de Atis, los sacrificios de niños en
los rituales fenicios, los sacrificios a Kali, los cultos de
fertilidad mesoamericanos, o la crucifixión del Cristo26,
o más psicológicas, como las formas de sacrificio interno que son
los tapas (austeridades) hindúes, budistas, zoroástricos,
cristianos, etc., o como las sofisticadas ceremonias que eran las
tragedias atenienses, pueden enfatizar más un aspecto de las
acciones emocionales básicas vinculadas a la supervivencia, pero, en
cualquier caso, se trata de narraciones que contienen la
estructuración emocional básica para el funcionamiento de la ciudad
como una unidad económica.
Los
ritos, en la medida que forman parte de una estructura mítico-ritual
que organiza la vida de un colectivo de manera cíclica, no son las
representaciones vacías postuladas por Habermas27,
sino metarepresentaciones de identidad colectiva. El contenido del
rito, y de los posibles mitos que incluya la ceremonia, tiene
importancia secundaria con respecto a la meta-representación global
en la que la comunidad elabora una imagen autoreferencial, no por
consenso normativo (en el que se elabora un mito interpretativo
consciente de acuerdo con la comunidad), sino por acción de la
emoción de vinculación social que premia el mero hecho de estar en
compañía de los otros. Cada ser humano se convierte en persona
social a través del rito grupal, al actuar una estructura
mítico-ritual con respecto a la que define su persona, pero tal
persona tiene un fundamento emocional automático, no es individual.
No es el rito aislado el responsable de la norma, sino la estructura
mítico-ritual, aunque sí es el rito, y en especial, el rito de
paso, la acción generadora de la persona, cuya identidad refleja la
identidad del grupo. La norma ha de ser expresable en una narración
más allá del contenido paleosimbólico del ritual más básico, el
cual hunde sus raíces en el mundo animal, si bien, la condición de
posibilidad de la norma viene dada por las protocolizaciones
emocionales básicas que suponen los comportamientos repetitivos
compulsivos y los rituales. Norma social es, entonces, la proyección
de una estructura mítico-ritual sobre un escenario concreto de la
experiencia, es el protocolo más o menos consciente que dirige las
acciones de tal escenario, y cualquier acción nueva será ejecutada
conforme a tales protocolos o derivaciones suyas, salvo que la acción
nueva suponga un escenario de supervivencia inmediata, en cuyo caso
tomará control el sistema subcortical emocional. La norma se
convierte en ley cuando adquiere una formulación lingüística
explícita, oral o escrita.
Las
estructuras mítico-rituales, integradas en un año litúrgico,
generan armonía sobre el conjunto de las acciones de la comunidad
creando meta-representaciones de todos los escenarios pensables a
partir de sus distintos lenguajes simbólicos, creándose incluso una
representación de contenido vacío: la de la propia ignorancia. La
inclusión de la ignorancia propia, es decir, de lo no representable,
ya sea en la imagen de un mundo de los dioses impenetrable, o en
ideas como el apeiron o el azar, estabilizan el sistema mítico-ritual
mediante una referencia ausente, lo objetivo, lo no-humano, la
hipóstasis de un narrador ausente, que no es otro que la propia
memoria lingüística del grupo, y que servirá como base para las
coordinaciones y subordinaciones de los distintos elementos sociales
en la misma forma lingüística, la ley. Quien asiste a las
representaciones mítico-rituales, y toda persona lo es en la medida
que participa en ellos, renueva el sentido de su propia vida y de la
vida en general, pero no tanto porque le ponga en contacto con el
sentido del origen, como porque sus sistemas emocionales sociales
procesan la liminalidad de la existencia lineal dentro de un esquema
cíclico cerrado en el que la existencia vital viene mecanizada y
recreada en la mecanización. El ritual genera una forma de trance
homeostático en la comunidad que se convierte en el referente para
la vida cotidiana, una forma de automatismo generalizado en el que se
establecen los entornos aceptables para los parámetros ordinarios de
funcionamiento social. Aquí, el organismo vivo social actúa como el
individual, mecanizando progresivamente más y más funciones
fisiológicas para permitir que el organismo realice otras funciones
cada vez más sofisticadas, que le lleven a un control más efectivo
del entorno en esferas más amplias de la experiencia. A través del
ritual mítico, no sólo la incomprensibilidad racional de un tiempo
cero, sino hasta las cosas más absurdas de la experiencia personal y
comunal encuentran un sentido en la representación colectiva, la
cual objetiva el orden político local hasta hacerlo cósmico. Las
estructuras sociales se construyen sobre, y se autojustifican con,
las determinaciones primitivas del mito, las cuales a su vez son
dependientes de las determinaciones funcionales o económicas: el rey
es el héroe fundador, o su heredero, y el orden fundacional del
universo es continuado en la ciudad, actuado y hecho real, dotado de
una imagen lingüística repetible y vinculada a la vida cotidiana.
Los inevitables desajustes entre macrocosmos y microcosmos, entre el
ideal de orden que proyectamos sobre el universo y las limitaciones
de la organización humana, se disipan en la acción ritual, siempre
ideal y modelo para el resto de las acciones económicas de la
ciudad, reificadora del relato macrocósmico en su mismo acto
performativo. Hasta el apeiron, sea llamado Tiamat o tiempo cero, se
incorpora a un todo sistémico en el que las disonancias quedan
resueltas en un ámbito armónico global.
A
la par que la norma y la ley, las estructuras mítico-rituales
desarrollan los conceptos vinculados de verdad y realidad. El
conjunto de los mitos y rituales de una comunidad determina ambos
conceptos de forma inambigua. No hay ni ha habido un solo grupo
humano que considerase que sus ritos y narraciones no expresasen la
manera última de ser de las cosas, que no haya reabsorbido su
ignorancia en el concepto de un dios o representación exomórfica
final. Con esto, no quiero decir que las comunidades humanas no
revisen el contenido de verdad de sus mitos, sino que en un momento
dado, hay un estado de cosas que se considera como verdadero de
manera literal: los exomorfismos de dicha comunidad. Así por
ejemplo, entre los Tangu de Melanesia, el criterio de verdad viene
dado por acuerdo comunitario, como en cualquier grupo humano, y se
recoge en los mitos28,
sin embargo, debido al choque que supuso el encuentro de su mitología
con el cristianismo, los Tangu consideran que el contenido de verdad
de sus viejos mitos es ahora nulo, y se sienten engañados por sus
antepasados. El problema con el que se enfrentan en esta situación
es el de encontrar criterios que sirvan para decidir qué verdades
nuevas han de ir en los mitos de hoy29,
algo que parece difícil de hacer a partir de la mezcla de
experiencias que recibieron de sus colonizadores. Los Tangu han
expandido sus narraciones míticas con una estructura mítico-ritual
cristiana -con la que mantienen una relación ambivalente-, a la par
que con toda la mitología implícita en la técnica occidental que
admiran. Sus problemas no sólo han provenido de las dificultades
para armonizar sus relatos tradicionales con los nuevos, sino también
de las dificultades que se dan per se a la hora de sintetizar el
cristianismo y la tecnología científica de forma literal. Los Tangu
son muestra del criterio pragmático-formalista del concepto de
verdad, que toda comunidad experimenta en sus momentos de máxima
anomia. A diferencia de la anomia liminoide del ritual, en la que se
permiten órdenes emocionales más básicos durante un tiempo
limitado, la anomia producida por el fracaso de una estructura
mítico-ritual para explicar la experiencia, no produce una
renovación o fortalecimiento del orden. La única salida posible es
una síntesis creativa, pero la efectividad de la síntesis depende
de la traducibilidad de las determinaciones funcionales entre las dos
estructuras, de la semejanza de sus medios de producción. Cuando hay
una ley, es decir, una estructura mítico-ritual que se considera
literalmente verdadera, el criterio de verdad es esencialista. La
efectividad mítico-ritual que manifiesta la supervivencia de la
comunidad es la prueba de tal verdad. La verdad de los mitos para los
Tangu, como para cualquier otro grupo humano, es la correspondencia
de las creencias que recogen los relatos con la experiencia vital,
una correspondencia mimética, pues el mito proviene de la
experiencia, pero a su vez se vuelve sobre ella y la reinterpreta
incorporando elementos lingüísticos adicionales que, per se,
producen acciones reificativas. El fracaso de sus mitos para explicar
las formas de producción de los colonizadores, los hace falsos, y la
acomodación supone un trauma generacional. El mito y el rito, son,
en cierto sentido, los generadores de la realidad vital, ya que al
generar el contenido simbólico de la experiencia, generan una
estructura mayor que la de la propia experiencia en la que esta es
subsumida.
Las
estructuras mítico-rituales generan miméticamente el orden
emocional enario de una comunidad, si bien no todas estas formas de
orden, aunque cumplen una función equivalente, son iguales desde los
puntos de vista de su complejidad y de su estabilidad. Las
estructuras más complejas son más inestables, como postula el
principio de entropía, si bien se pueden desarrollar estructuras
complejas armónicas siempre que el referente de prosperidad del
grupo sea mantenido. La estabilidad del orden que proporciona el
ritual no es una función del refinamiento ceremonial, como se
pensaba en la China postconfuciana, sino de la estabilidad de las
determinaciones económicas en relación a las primitivas. La caída
del eje mítico Tangu, como la del eje de la Rusia zarista, o el de
la China imperial, no obedece a motivos estéticos, sino económicos.
La dimensión emocional de los rituales fue ya observada por Hsün
Tzu en su tratado sobre los ritos del siglo III a.c., donde postuló
un triple fundamento para ellos: el par cielo y tierra, los
antepasados, y los soberanos y maestros30,
en otras palabras, el medio natural y la comunidad humana organizada,
la del pasado y la presente. Los ritos están apoyados sobre la
condición humana, como ya proclamara Confucio, pero no se limitan a
expresar el orden específico de una comunidad, sino que, según su
grado de evolución civilizadora, sirven para expresar de manera más
o menos refinada las emociones en las que se basa ese orden. Para
Hsün-Tzu, cuando los rituales consiguen su objetivo, las emociones
humanas y el sentido de la belleza consiguen una expresión
satisfactoria, mientras que cuando no es así, las emociones
revierten a su estado más primitivo31.
La finalidad del ritual, bajo este punto de vista, no sería
simplemente la de generar un orden, sino que a esta se añadiría la
de satisfacer también unas necesidades psicológicas profundas que
permitan una forma de orden más armónico, más estable y duradero.
Sin embargo, estas necesidades no son las expresadas por la
estética: las necesidades profundas son las de mantener las
emociones sociales equilibradas, lo que conlleva la prosperidad del
grupo. Es interesante que la observación humanista de Hsün Tzu pone
su mirada no en los dioses, ni en contenidos trascendentes a la misma
acción, sino en el estado psicológico de los participantes, en la
expresión y regulación de las emociones que el ritual permite32,
si bien su aproximación estética vela el fundamento del protocolo
enario, su subordinación al protocolo de la emoción básica que
tomará control cuando los escenarios de la experiencia sean
liminales. Aunque desde el punto de vista de la racionalidad
continua tiene sentido hablar de rituales más evolucionados, no se
corresponderían necesariamente con las ideas estéticas de
civilizado, parroquiales y metafísicas en su mayoría, y que ocultan
fórmulas burdas de voluntad de poder en muchos de sus casos33.
Pero incluso si nos encontramos con formas rituales más
evolucionadas (que expresen más emociones enarias), no trataríamos
necesariamente con estructuras más estables.
Dentro
del ámbito humano, el rito es un fenómeno indisociable de los mitos
de la sociedad en la que se lleva a cabo, por ello, tiene más
sentido hablar de estructuras mítico-rituales. Estas estructuras son
acciones simbólicas interpretativas de la experiencia vital
protocolizadas mecánicamente a partir de los escenarios semánticos
propiciados por las emociones básicas. La naturaleza transpersonal
del lenguaje humano, y su capacidad para representar escenarios y
objetos ausentes, genera una metarepresentación cuyo narrador, el
mismo grupo social en su devenir histórico-lingüístico, está en
parte ausente, debido a que los antepasados y los dioses participan
tan sólo como constructores lingüísticos de las ceremonias y mitos
que se representan. La ausencia es objetivada en el lenguaje, los
ausentes funcionan como sujetos lingüísticos, pero se apropian de
la presencia de los actuantes en la ceremonia, y son reificados. Mito
y rito comunican secuencias protocolares de emociones con fines
epistemológicos enculturantes y de consolidación de los mecanismos
que permiten la homeostasis social.
¿Cuál
es la diferencia entre una mitología que se actúa ritualmente en un
calendario y una religión? Bajo mi punto de vista, ninguna. Una
religión es una estructura mítico-ritual organizada conforme a un
calendario que determina las acciones económicas de una comunidad
humana. Para quienes pertenecen a una religión, tales estructuras y
calendarios son tenidos por determinaciones objetivas, son el modo de
ser de las cosas, por lo que identifican lo religioso meramente por
la diferencia entre las acciones totalmente protocolizadas del ritual
y las acciones vitales cotidianas más flexibles y con margen para la
improvisación, o sea, identifican religión con el rito34.
Pero ni mito ni rito por separado definen una religión. Cuando un
relato comunica una representación sobre los orígenes del mundo y
el humano, o sobre la identidad del grupo social que lo elabora,
explicitando sus creencias sobre la vida y la muerte, o bien sobre el
orden imperante en el grupo para el desarrollo de sus actividades
económicas, cualifica como mito, pero no sería suficiente para
calificarlo como religión. Según esto, la Teogonía de Hesíodo es
un mito, así como el relato cosmológico del Big Bang, aunque
estamos más inclinados a conceder tal título al relato poético
primero que al que los astrónomos nos plantean con las teorías de
la física. Sin embargo, hoy no hay ningún grupo humano que se
organice conforme a las redes de significados que aparecen en los
relatos que tratan sobre el panteón olímpico, no hay una comunidad
que siga los calendarios propuestos en un modelo así, y que base sus
leyes en alguna derivación de los contenidos de esos relatos. Los
griegos del presente no fundamentan su identidad en las
determinaciones primitivas de aquellos mitos, como hacían los
atenienses del período clásico, quienes, a pesar de los primeros
despuntes filosóficos, organizaban sus vidas según los mitos que
giraban en torno a los olímpicos. La mayoría de los griegos de hoy
forman su identidad a partir de los mitos del cristianismo ortodoxo,
o, a partir de los de la ciencia moderna, o del marxismo, o en alguna
combinación más o menos consistente de estas fuentes. Según esto,
la Teogonía no puede ser llamada religión, mientras que el relato
de la Biblia o el del Big-Bang parecerían serlo, porque sirven para
orientar formas de vida de sociedades enteras. Pero de estos dos
ejemplos, sólo lo sería el cristianismo, que ha sido capaz de crear
una estructura mítico-ritual actuada conforme a un calendario,
mientras que la ciencia moderna es tan sólo un mito, con ritos
menores (como los Nobel, o los congresos científicos35),
pero sin conseguir una estructuración mítico-ritual completa. La
ciencia moderna elabora mitos, pero no consigue ser una mitología
dominante, y no sólo por sus carencias psicológicas, sino por la
incapacidad de ritualizarse dentro los esquemas sociales imperantes
en un calendario que armonice sus narraciones, sus estructuras
psicoconceptuales, con el conjunto de las actividades
político-económicas, lo que requeriría una nueva síntesis de la
ciencia con la filosofía.
Las
definiciones ontológicas del concepto de religión, que la
caracterizan como la relación entre la conciencia subjetiva y Dios,
como por ejemplo hizo Hegel36,
ni determinan los dominios de la relación hombre-dios, ni sirven
para describir la experiencia mítico-ritual de un buen número de
prácticas humanas ateas, como el jainismo, el budismo y las formas
más arcaicas de animismo. Con demasiada facilidad, las religiones
del Libro han querido exportar su construcción conceptual ontológica
al resto de las estructuras mítico-rituales, tanto en lo que
concierne a la parte de la conciencia subjetiva como a la de una idea
absoluta que se presenta como dios. Basta con una mirada superficial
a las ideas de sujeto individual y sujeto absoluto de las diferentes
prácticas religiosas para darse cuenta de que estamos tratando con
especulaciones distintas sobre la forma de ser del humano, el mundo,
y los seres sobrenaturales. La ontologización monoteísta ha borrado
las huellas de su desarrollo a partir de otras estructuras
mítico-rituales del Oriente Próximo, y se presenta a sí misma como
el producto final teológico-filosófico de un plan divino
determinado ab initio. A través de Hegel, el cristianismo se
autoproclamó filosóficamente heredero de una religiosidad
pretendidamente homogénea para poder recibir tal legado. Así, se
dice con la mayor autocomplacencia que la religión cristiana
apareció cuando le llegó su momento, no de forma casual, sino a
partir de un decreto esencial y eterno de Dios37.
Sin embargo, para mantener este tipo de idea fatalista en medio de la
experiencia histórica, sería también necesario añadir un
modificador para los conceptos de decreto o dios, que permitiera
explicar por qué esta tesis es inválida para otro tipo de
estructuras mítico-rituales, algo que Hegel ajusta hablando de
religión verdadera y religión falsa (a veces llamada simplemente
mito).
Cualquier
caracterización del concepto de religión a partir de este tipo de
proceder está lleno de paradojas. Si la religión es una forma de
relación entre un sujeto individual y un sujeto absoluto,
necesitamos aclarar primero estos dos conceptos. Y para comprender lo
que es un sujeto individual necesitamos comprender su constitución
psicobiológica, sus condicionamientos como ser vivo, pero ninguna de
las religiones del pasado hace este tipo de tratamiento (el campo
conceptual les era completamente desconocido y ajeno), y el sujeto
individual se definía a partir del sujeto absoluto que le precedía
ontológicamente. Nos encontramos, entonces, con el concepto de
sujeto absoluto o dios como referente, no obstante, el todo no puede
ser conocido desde la parte, pues conocer implica representar algo
como objeto para nuestra concepción, estableciendo vínculos entre
el objeto y memorias, que implican percepciones y concepciones
previas, pero ninguna de estas acciones es posible en relación a un
objeto absoluto, que siempre tendría elementos que no pertenecen al
sujeto individual, de los que no podría formar una representación.
Kant mostró que este tipo de razonamientos son antinómicos38,
por lo que no podemos hacer un concepto con sentido ni del sujeto
absoluto ni del individual que se define a partir suyo, y por ello,
ninguna idea clara podemos obtener de la religión desde este
enfoque. Las religiones sólo tienen sentido epistemológico cuando
las definimos desde un punto de vista antropológico, que aborde el
ser humano en toda su dimensión física, como ser vivo en medio de
otros seres vivos, comprendiendo nuestra continuidad neurofisiológica
con los mamíferos y las funciones de nuestras excepcionales
capacidades de simbolización. Las religiones no son más que
estructuras mítico-rituales cuya base axiológica, como muestra el
análisis de la mitología, recorre un arco heterogéneo que va desde
fundamentos ontoantropológicos a ontoteológicos, en una amplia
variedad combinatoria. Tales estructuras son caracterizables a partir
de las acciones que se encuentran en sus mitos y en sus ritos, a
partir de la base emocional común con la que se regula la
homeostasis de los organismos colectivos y de sus miembros
integrantes.
La
caracterización de las religiones como meras fases de un desarrollo
progresivo de la racionalidad como las que a partir de Hegel, Marx,
Comte o Weber se hicieron en el siglo XIX, no explica por qué las
estructuras mítico-rituales de contenido sobrenatural no han
desaparecido en el presente, incluso en sociedades que las habían
sustituido por otras de corte materialista (marxismo y ciencia
moderna). No ha habido un desencantamiento de las imágenes míticas
sobrenaturales como postulaba Max Weber para la racionalidad moderna,
o por lo menos, no un desencantamiento generalizado de la población.
El fracaso de su análisis está en la comprensión del fenómeno
religioso desde un punto de vista exclusivamente sociológico, en la
mejor tradición filosófica marxista, que cree todavía en
tendencias internas de la historia que se plasman en los hechos de la
experiencia social. Las cifras de los muestreos estadísticos sobre
la población que se declara practicante de alguna religión en 2009,
daban como creyente religioso al 88,6 % de la población mundial39.
Los agnósticos suponían el 9.4 %, y los ateos el 2%, ambos con
tendencia ligeramente decreciente con respecto a los muestreos de
otros años, y curiosamente, el ateísmo no se da tanto en Europa
Occidental como en China. Aunque los estados de Europa Occidental
sean laicos de iure, no lo son de facto, es más, comunidades
ateizadas por la revolución marxista muestran claras tendencias de
vuelta a los viejos mitos. Lejos de haber una depuración de las
representaciones mágicas, no hay sino mera sustitución de las
obsoletas por las nuevas, ahora los de una tecnología cuyos
principios físicos son desconocidos por la mayoría de la población.
La mitología racional científica es perfectamente incorporada en el
seno de las grandes religiones en su dimensión práctica, como un
instrumento más dentro de las determinaciones funcionales del grupo,
como epitomiza la sociedad norteamericana en su organización
interna, al garantizar el statu quo de las representaciones
sobrenaturales (y sus valores axiológicos) creando una
meta-representación que reconoce todas como válidas, reificando así
el contenido metareligioso que se supone común. Los sistemas
emocionales básicos de la voluntad de poder y la reproducción, de
los que se deriva la emoción enaria de la inmortalidad, junto con la
muy básica emoción que nos vincula de manera necesaria a nuestro
grupo, garantizan que pervivan las viejas religiones mientras no haya
una estructura mítico-ritual que cubra los aspectos psicológicos
que ellas cubren, desde los más mecánicos hasta los más
evolucionados.
1La
diferencia entre ambos casos es la pérdida de la efectividad de la
repetición para la impronta memorística que se da en el caso del
desorden neurótico, pero la finalidad original es la misma. La
necesidad de una repetición exacta y rigurosa que exige el ritual,
presenta sin embargo claros elementos de neurosis. Véase
David
Eilam
et al.,
Rituals,
Stereotypy and Compulsive Behavior in Animals and Humans.
Ed.
Cit.
2Desde
las abejas hasta los mamíferos encontramos ejemplos de la
importancia comunicativa de la ritualización. Las abejas son
capaces de comunicar a través de una danza una posición espacial a
los miembros de su colmena. Véase
Karl von Frisch, The
Language and Orientation of Bees.
The
Belknap Press of Harvard Univeristy Press. Cambridge (Mass.). 1967.
3Este
caso lo cita Max Weber en Sociología
de la religión.
Ed. Cit. p. 71. Valgan también como ejemplo el llamado Ritual de la
Veneración (Caitya Vandana) de la tradición Jaina, en el que se
contemplan como faltas capaces de arruinar la efectividad del
ritual, minucias en cuanto a la postura o movimiento (Véase John E.
Cort. The
Rite of Veneration of Jina Images.
En Religions
of India in Practice.
Princeton
University Press. Princeton. N.J. 1995.p.326-332), o el ritual
cristiano de la comunión, inefectivo si no se hace en ayunas, o
todas las prohibiciones purificatorias de tantos y tantos rituales,
con sus correspondientes asociaciones infundadas. En Atenas se
consideraba de mal augurio iniciar un negocio en el día de
Plyntheria, cuando se limpiaba a la diosa de la ciudad en un
festival que lideraba un grupo de mujeres vírgenes(Véase Walter
Burkert. Greek
Religion.
Ed. Cit. p.79).
4Se
ha comprobado que ratas a las que se les ha administrado anfetaminas
muestran comportamiento obsesivo compulsivo (Véase David Eilam.
Ibid.), y se sabe que las anfetaminas, como la cocaína, incrementa
la disponibilidad de dopamina en el circuito mesolímbico. (Véase
Panksepp. Affective Neuroscience. Ed. Cit. p.118.)
5Como
la amnistía tradicional que los romanos hacían de algún preso en
Palestina.
6Véase
Eliade, El
retorno al origen.
En Mito
y realidad.
Ed.Cit. p.41-45.
7Incluiríamos
aquí a Edward B. Tylor.
8Cf.
James. G. Frazer. The
Golden
Bough.
Ed.Cit.
p.404.
9Ibid.
p.458.
10Cf.
Mircea Eliade. Mito
y Realidad.
Ed.
Cit. p.14.
11Véase
Frazer. The
Golden Bough.
Ed.Cit. p.p. 413-420. Coincidencia
que llevó a los primeros cristianos a decir que era obra de Satán,
que había invertido el curso de la historia para que la copia fuese
antes que el modelo. (Véase
Ibid.)
12Cf.
Mircea Eliade. A
History of Religious Ideas.
Vol.
1 Ed.
Cit. p.p. 158.
13Cf.
Mircea Eliade. Ibid. 302-334.
14Seléucidas,
Partos y Sasánidas lo celebraron también con anterioridad.
15En
El
Corán
se manifiesta que no hay posibilidad de vuelta a este mundo en,
21:96, 23:100, 101, 39:43
16Se
celebra también como fiesta pública en Afganistán, Tayikistán,
Azerbaiyán, el Kurdistán iraquí, Turkmenistán, Uzbekistán,
Kashmir, Kirguizistán, y se ha incorporado al calendario de Canadá
el 30 de marzo de 2009.
17Las
comidas durante el festival, el Haft Sin, deben ser de alimentos que
empiecen por S,
y siete en número para simbolizar a los siete Spentas, o arcángeles
zoroástricos.
18Cf.
G.S. Kirk. El
mito.
Ediciones Paidós. Barcelona. 1990.p. 26.
19Cf.
Claude Lévi- Strauss. Religiones
comparadas de los pueblos sin escritura.
En Antropología
Estructural: Mito, Sociedad, Humanidades.
Trad.: J. Almela. Siglo XXI. Madrid, 2009.p.p. 66-67.
20Cf.
Kirk. El
mito.
Ibid.p.36.
21Como
cuenta Cornford en The
Unwritten Philosophy.
Véase G.S. Kirk. El
mito.
Ed. Cit. p.27.
22Véase
Charles Phillips. El
mundo Azteca y Maya.
Ed. Folio. Barcelona 2007. p.p. 126-130.
23En
Asiria, el rey personificaba a Ninurta, hijo y liberador de Marduk
de su prisión en el submundo.
24Para
una descripción detallada del Akitu o festival del Año Nuevo,
véase Henri Frankfort, Kingship
and the Gods: a study of Ancient Near Eastern Religion as the
integration of society and nature.
The
University of Chicago Press, Chicago, London 1978.
25Al
permitir la objetivación del texto, surge la hermenéutica, pero
también se hace posible un contraste efectivo con otros textos de
otros grupos, y comienza una gestión muy sofisticada de textos
sagrados y profanos, como la que epitomiza la Biblia.
26Y
la larga lista de ritos en los que se sacrificaba al rey o a un
representante suyo. Convendría hacer notar aquí el lugar que
ocupan las ejecuciones públicas en todo el mundo romano, cristiano
y musulmán durante la mayor parte de su historia como complemento
civil a las ceremonias de la fertilidad, ejecuciones que siempre
fueron muy del agrado del pueblo y que contribuían (como aún hoy
lo hacen en los países que necesitan tales ritos primitivos) a
reafirmar el orden de las cosas.
27En
La
acción comunicativa.
Ed. Cit. p.519.
28Cf.
Kenelm Burridge. Mambu,
a Melanesian Millenium.
Princeton University Press. Princeton. N.J. 1995. p. 153.
29Ibid.
30Cf.
Hsün Tzu. On
Rites
(Li). Cápitulo 19. En Essential
Sacred Writings form Around the World.
Editor, Mircea Eliade. Harper San Francisco. New York 1992. p.p.
234-236.
31Cf.
Hsün Tzu. Ibid.
32Esto
ya lo había hecho Confucio en Los
Analectos
3.3-3.12, donde se caracteriza lo humano precisamente a partir de su
condición de creador y amante de rituales. En
A
Source Book in Chinese Philosophy.
Princeton University Press. Princeton.
N.J. 1969. p.p. 24-25.
33Hay
un buen número de ejemplos de sociedades esclavistas o explotadoras
de sus súbditos que se han considerado a sí mismas como refinadas,
si bien unas estructuras tan burdas como el esclavismo, o el
militarismo, se encuentran en los grados más animalescos de
manifestación de la voluntad de poder.
34Esto
se da entre los Navaho, para quienes religión
significa ritual.
(Véase
Gladys A. Reichard, Navaho
Religion.
Princeton University Press. Princeton. N.J.
1990. p.3.) Pero podría ser extendido a cualquier forma de
religión, ya que cuando hablamos de libertad religiosa a nivel
político estamos hablando de la libertad para practicar un
determinado grupo de ritos, como vemos en los casos en los que
históricamente se ha negado este derecho: por ejemplo, el
cristianismo en Roma, judaísmo e islam en la España de los Reyes
Católicos, cristianismo en la U.R.S.S., catolicismo en China
actual, etc.
35Las
tendencias eclesiásticas de la comunidad científica quedaron
explicitadas por el análisis comparativo que Paul Feyerabend
hiciera entre la declaración que en la revista Humanist
(septiembre-octubre de 1975) hicieran 186 destacados científicos
(entre ellos 18 premios Nobel) atacando la astrología, y la bula
del Papa Inocencio VIII de 1484, contra la brujería. ¿Por
qué no Platón?
Editorial Tecnos. Madrid. 1985. p.p. 82-90.
36G.W.F.
Hegel. Lecciones
sobre filosofía de la religión.
Vol.1. Alianza Editorial. Madrid. 1984. p.80.
37Cf.
Hegel. Ibid. p. 85.
38Cuarta
antinomia kantiana. Véase la Critica
de la razón pura.
A452.
39Véase
Britannica.com. Web.
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