El
origen de los ejes mítico-rituales humanistas es trazable de manera
doble e independiente en la tradición griega y la china, en ambos
casos en torno al siglo VI a.c., en un tímido despunte que es el
resultado de la madurez de las narraciones de la ley universal, de la
que los mitos de la ley humana surgirán como un apéndice. Por un
momento, los seres sobrenaturales resultan insuficientes para dar
cuenta de la ley universal, a la que ellos mismos parecen estar
sujetos, a la par que se muestran abiertamente indiferentes en
relación a las cuestiones prácticas de la ciudad1.
Los dioses se hacen ociosos en relación a las determinaciones
primitivas del origen físico del universo, que comienza a ser
explicado en términos naturalistas, y sobre todo, en relación a la
praxis política, donde las leyes, aunque todavía adoptan como
referencia exomórfica los dioses de los planos anteriores, toman la
forma que les dan los hombres, en una acción doble de pactos y
competiciones en las que se expresan las voluntades de poder y
dominación de unas élites sobre la comunidad en general. La idea
del anthropos griego toma en China la forma del concepto de Jen,
humanidad, que Confucio forja sin apenas apoyo de la tradición. No
obstante, el campo semántico del término es restringido en relación
al de anthropos, pues tan sólo connota la benevolencia de un
gobernante con respecto a sus súbditos2,
lo que lo hace más el principio humano de justificación de la
aristocracia que un concepto general que califique a la humanidad.
Jen es un atributo del ser humano ideal, del hombre superior, el chün
–tzu, que viene caracterizado por un conjunto de virtudes
tradicionales, tales como piedad filial, respeto a la tradición y
los rituales, benevolencia con los demás y cumplimiento de los
deberes sociales. Para Confucio, estos ideales son naturales en
cuanto que expresan el Curso del Cielo (Tien-Tao), también llamado
Principio del Cielo (Tien-Li) o Naturaleza. Con Confucio, el llamado
Señor de lo Alto (Shang-Ti), una divinidad celeste tradicional como
la que encontramos en las culturas chamánicas de Manchuria, Mongolia
y Siberia, pasa a ser un principio abstracto y relativamente ocioso.
Es a la sombra de esta ociosidad, similar a la de los dioses de
Epicuro, que Jen puede prosperar y tiene sentido como modelo ético.
El dios es progresivamente sustituido por un principio abstracto
moral que opera por sí mismo de manera casi mecánica. La Naturaleza
no tiene un desarrollo independiente del ser humano, sino que a
través de la programación moral del universo se produce armonía
entre el principio celeste y la vida de los hombres. En este modelo
mimético, el ser humano conoce en la medida que su acción se
aproxima al ideal de Jen, que, como será expresado en el
confucianismo del siglo XX de Fun Yu-Lan, tiene a la vez una
dimensión moral y un contenido epistemológico que vinculan al
hombre con la Naturaleza. A la dimensión moral se le llamará el
pequeño Jen, que viene caracterizado por las cinco virtudes
constantes: humanidad, beneficencia, adecuación, sabiduría y
fidelidad, mientras que el gran Jen es la unidad que el hombre
superior forma con todas las cosas, algo así como un estado de
indiferenciación3.
La tensión confucianista con el misticismo taoísta se produjo tanto
a nivel de la determinación primitiva, el Principio del Cielo o
Naturaleza, como de la determinación funcional o económica fundada
en los valores de Jen. El carácter amoral de la Naturaleza, según
el Tao, implica una importancia secundaria de la vida social: el
ideal del ser humano es místico, y se completa fuera de la sociedad,
una respuesta lírica, en el sentido apuntado antes, análoga a la de
los cínicos griegos y otras escuelas helenísticas. Sin embargo,
para el confucianismo, el ideal es político, Jen, aunque para poder
funcionar como ley objetiva natural (y al no disponer de un vínculo
físico teórico como el que proporcionaba la teoría de los átomos),
debe ser también el orden que hay en el mundo celestial, si bien,
para poder desarrollar coherentemente el ideal político humano, y
que el esfuerzo y la acción individual y colectiva tengan
significado, el orden del cielo debe ser hasta cierto punto
impersonal, o por lo menos no estar sujeto a los caprichos posibles
de un dios personal que con sus intervenciones en los quehaceres
humanos (milagros) rompa el orden natural que él mismo ha impuesto.
Este será el desarrollo que adopte Hsün-Tzu (298-238 a.c.), quien
siguiendo los principios del confucianismo, llevará la idea de
Naturaleza4
en la dirección de un principio impersonal no-moral más parecido
(si bien, distinto) al del taoísmo, pues su orientación es
claramente política, y la impersonalidad de la ley no es sino la
condición necesaria para poder desarrollar coherentemente el ideal
humano, para que el esfuerzo y la acción individual y colectiva
tengan significado.
Además
de en las dos sociedades señaladas, hay despuntes de ley humana en
el mundo romano, especialmente en Lucrecio, así como en la
filosofía del Lokayata hindú. Pero se trata siempre de posiciones
marginales que no afectan por completo a un eje mítico-ritual. De
hecho, en los casos de China y Grecia, donde tuvo una repercusión
mayor5,
el humanismo se disipó con la llegada de Alejandro, quien vuelve
directamente al plano mítico del rey-dios, o con los contenidos
transcendentalistas fuertes de la dinastía Han6
que desplazan las ideas de Hsün Tzu que operaron bajo la dinastía
Chin.
El
triunfo del plano de la ley humana no se da hasta el siglo XVIII y el
XIX, como desarrollo del modelo epicureano continuado por Holbach,
Feuerbach y el marxismo, esquema en el que es la fisis la que
condiciona el mundo moral. Así, en la filosofía de Holbach, la
física es la única ciencia racional de la materia, y la moral es
una física aplicada, ya que consideraba que la materia posee tanto
extensión y movimiento, como también sensibilidad, y el
pensamiento humano no es sino una modificación de tal propiedad7.
El marco general del pensamiento de Holbach es la eliminación de
cualquier reificación de la ley universal, el tratamiento de la
naturaleza y la moral bajo supuestos meramente humanos cognoscibles
por la razón. El error del ser humano ha sido cuádruple: la
renuncia a la experiencia y el testimonio de los sentidos, la
renuncia a la correcta razón, el dejarse llevar por la imaginación,
y la nefasta influencia de la autoridad8.
Esta forma de naturalismo, que supone una inversión del sistema
confucianista (cuya física estaba determinada por principios
morales), será el que adopte la ontoepistemología marxista, si bien
sustituyendo el paradigma mecanicista por un emergentismo9
evolucionista. No menos que las tesis materialistas de Feuerbach, el
marxismo aprovechará la revolución de las ciencias de la vida del
siglo XIX para elaborar una concepción más sofisticada del concepto
de materia. El materialismo dialéctico comienza siendo una
interpretación psicosociológica de los procesos históricos basada
en las tensiones humanas originadas por las diferencias de propiedad,
para acabar convirtiéndose en un sistema mítico-ritual capaz de
organizar la existencia completa de comunidades humanas desde puntos
de vista exclusivamente naturales.
Las
narraciones de la ley humana que triunfan a partir del siglo XVIII lo
hacen a partir de las mejoras en la calidad de vida que la ciencia
moderna trajo consigo en su aplicación a la experiencia. La
filosofía funcionó como narración mediadora entre los mundos de la
fisis y la moral del nuevo plano mítico, y además dio la narración
de continuidad en relación a la ley universal. La filosofía se
presentaba a sí misma como la heredera madura de la reflexión sobre
la experiencia vital en su conjunto, capaz de las reflexiones sobre
el mundo natural y sobre las estructuras sociales. Sin embargo, esta
pretensión metateórica, presente ya desde los presocráticos, queda
frustrada por un doble motivo. Por un lado, la fragmentación de la
filosofía natural en narraciones especializadas, sólo unificada por
Kant con la fundación de la epistemología moderna, pero al precio
de mantener estructuras transcendentales en el conocimiento. Por
otro, los fracasos sociales por establecer órdenes democráticos,
órdenes sociales en los que las viejas estructuras de élites fueran
sustituidos por principios humanos independientes de la sacralidad
monárquica o de la sacralidad del propio grupo. Bajo estas
estructuras sociales, sólo la filosofía del materialismo dialéctico
consigue armonizar las nuevas determinaciones económicas y
primitivas bajo un eje mítico-ritual consistente, si bien al precio
de transcendentalizar sus propios contenidos en nuevas formas
reificatorias (algo patente en las dificultades autocríticas que
tuvo siempre el marxismo político), contradiciendo, paradójicamente,
los postulados naturalistas de los que podría derivarse la
consistencia del nuevo eje que se propone. La incapacidad metateórica
de la filosofía será su final como ciencia con sentido propio,
siendo a partir de entonces una mera actividad legitimadora de las
narraciones de dominación que se elaboran desde las instituciones
científicas e ideológicas de la modernidad, un órgano eclesiástico
departamental que sanciona desde los saberes especializados que
surgieron de su fragmentación, pero incapaz de hacer un discurso
crítico antropológico.
Este
fracaso metateórico de la filosofía deja abierta las dimensiones
ontoteológicas que en el pasado cubrieron sus narraciones a las
disciplinas que traten ahora cada una de estas parcelas de la
simbolización, o sea, a las acciones míticas de las nuevas
ciencias, aunque también a las viejas mitologías religiosas. La
dimensión transcendental y sagrada del conocimiento sigue siendo
necesaria, como aliciente psicológico más o menos consciente de la
práctica científica, así como elemento funcional de enlace de la
acción sacerdotal científica con el eje mítico-ritual que la
financia, y sobre todo, como necesidad simbólica de cubrir un ámbito
ontoteológico que sostenga una estructura mítico-ritual mixta entre
la ley universal y la humana, como la que presentan las sociedades
contemporáneas. La ciencia se sostiene así, con un aura de
transcendentalidad y divinidad heredera de los mitos de la ley
universal por el fracaso humanista de la filosofía. Por eso, no
puede extrañarnos que las masas humanas busquen en la ciencia, con
la misma actitud teológica con respecto a ella que tuvieran Orígenes
o Agustín de Hipona, pruebas de una perfección y un orden que
confirmen el sentido del universo, ya sea en la forma de un dios
tradicional o de un principio racional incomprensible, pero que
sostenga, a pesar de su incomprensibilidad, la autocomplacencia de
una narración que diga que no somos el fruto de un azar que se
disipará en la noche del cosmos. Fuera de las comunidades
científicas, el interés por las teorías generales de la naturaleza
(teorías cosmológicas, evolucionismo y otras) es tan secundario
como lo fuera en la Edad Media, aunque por motivos diferentes. De la
misma manera que en la Edad Media el interés principal por los
hechos naturales era su capacidad para proporcionar símbolos para
las realidades morales10,
su interés hoy es también moral, obedece a una misma exigencia
práctica, pero en referencia a las posibilidades de mejora vital en
este mundo. Y algo similar ocurre en relación al plano
epistemológico general de la ciencia, vinculado con las necesidades
de determinación primitiva, ya que se le exige a la ciencia la misma
capacidad de corroboración de la identidad grupal que la que se le
exigía en su momento a la religión, si bien, debido a las
incapacidades y limitaciones de la narración de la psicología
científica para integrar ejes mítico-rituales (en particular a su
incapacidad para desarrollar nuevos relatos de inmortalidad, o
sustitutivos de estos), comparte complacida esta responsabilidad de
la mano de las grandes religiones o de la figura del Estado.
Sería
un error limitar las narraciones científicas a los trabajos formales
que han prosperado en los últimos cien años y que han culminado en
los lenguajes especializados y protocolizados de los ensayos
autorizados por el canon de un grupo de instituciones. La
formalización cierra los lenguajes científicos a cualquier
discusión no acotada por sus propios principios, lo que hace que las
proposiciones teóricas y las observacionales no sean exportables
fuera de un marco muy estrecho de argumentación, hasta el punto,
como en el caso de la física contemporánea, de que no tengan
contenido semántico dentro del escenario de la experiencia
cotidiana. Pero las teorías científicas van acompañadas de un
cúmulo de narraciones adicionales, correspondientes a las
determinaciones de un eje mítico-ritual específico, que las hacen
inteligibles e integrables en el Lebenswelt. Tales narraciones no son
las que aparecen en la prensa especializada o en las publicaciones
científicas, si bien son las que las articulan y crean sus
condiciones de posibilidad. Me refiero a las narraciones formadas por
los restos arqueológicos de la ley universal que constituyen el
conocimiento acrítico del grupo en relación a conceptos tales como
el de verdad, realidad, todo, unidad del conocimiento, posibilidad de
un conocimiento objetivo e independiente del humano, posibilidad de
explicación y predicción, y algunos otros más, todos ellos
vinculados entre sí en las estructuras mítico-rituales que se
derivaron de las narraciones del rey-dios. Conceptos como los
nombrados han entrado en el plano mítico de la ley universal como
prevaloraciones corroboradas por los milenios de experiencia
civilizadora positiva (en el sentido de que ciertos grupos humanos
prevalecieron) de manera totalmente acrítica, como no podía ser de
otra manera11,
y pasan desapercibidas. En el prefacio de Edmund Halley a Philosophia
naturalis principa mathematica de Newton, se nos anuncia que este ha
abierto el cerrado cofre de la verdad, una verdad que, como leemos en
el escolio de las definiciones de la obra, distingue los conceptos
falsos y las apariencias que usa el vulgo, de aquellos otros
conceptos matemáticos que sirven como referentes absolutos, una
verdad que está en sí, y sin relación a algo externo (tiempo y
espacio absolutos)12.
Lo más interesante es observar que lo invariante de tales conceptos
no es su interpretación específica, los exomorfismos y
endomorfismos con los que están conectados cada uno de ellos, una
cadena mórfica que ha ido ajustándose a las narraciones generales
económicas y de identidad, sino su estatus de prevaloración
incuestionable como referente de lo que constituye la acción de
conocer, y la falta de revisión crítica de tales prevaloraciones,
algo que solamente se ha hecho evidente para el pensamiento
científico a partir de las dificultades para la intuición de los
objetos cuánticos. Un ejemplo de absolutismo ontológico de ley
universal lo ofrece la teoría general de la relatividad, la cual
postula que las leyes universales de la física han de expresarse en
proposiciones que guarden una relación de covarianza con respecto al
grupo de las transformaciones continuas de coordenadas, es decir, en
proposiciones interpretables en un cálculo geométrico riemanniano,
lo que implica un isomorfismo entre el cálculo geométrico y el
cálculo de la física (isomorfismo que viene contradicho por la
dualidad onda-partícula), construido con proposiciones sobre materia
y espacio-tiempo, que toca sólo la experiencia de manera indirecta13.
Se trata de un endomorfismo entre acciones míticas que redefine la
idea de experiencia a partir de los parámetros del cálculo formal
geométrico y físico, aunque no en términos de ley humana, sino de
ley universal, pues los dos cálculos -cuya relación invariante
expresa la ley universal- son el fruto de un sujeto pensante
extrahumano que constituye su condición de posibilidad14,
lo que implica una ontoteología no muy distinta a la de Ra y Maat, o
a la de Brahman y el dharma, o la del panteísmo spinozista.
Sería
tan absurda como impensable una ciencia discontinua en sus principios
con respecto a los impulsos fisiológicos básicos. El deseo y la
necesidad de control del medio ambiente, de explicar y predecir la
experiencia no es hoy una acción distinta de la que fue hace unos
miles de años en lo que se refiere a su funcionalidad social. Los
objetos de la experiencia vienen prevalorados por sistemas
emocionales que hunden sus raíces en acciones fisiológicas
anteriores a nuestra especie, y las incorporaciones conceptuales más
básicas que se prueban efectivas para la supervivencia (y las
narraciones en las que estas aparecen), como realidad, concordancia
(o discordancia) entre protocolo y acción presente (del que se
deriva la idea de verdad de forma enaria) tienden a mecanizarse por
el simple hecho de que la repetición es condición de posibilidad
para la vida. Lo que ha funcionado una vez se mantiene, sin embargo,
el fracaso de un protocolo de acción no lo descarta por completo.
Cuando hablamos de acciones de determinación primitiva, cuyo
contraste no se da nunca en relación directa con la experiencia
(algo que es extensible al conjunto de los ejes mítico-rituales),
los elementos valorativos de las acciones económicas y de identidad
no son nunca abandonados por completo, y en los casos más radicales
de cambio, asistimos a variaciones de los temas originales, que no
son otros que las construcciones lingüísticas básicas que
necesitamos para funcionar como organismo homeostático social. En
este sentido, la transformación del plano mítico de la ley
universal en el plano mítico de la ley humana no puede ser sino una
nueva variación interpretativa para dar forma a los viejos
condicionantes en un escenario social más complejo.
La
introducción de narraciones míticas que dan fundamento humano a la
ley ha sido inevitablemente muy lento, ya que al no ser el hombre el
creador literal del universo físico (la fuerza responsable de lo que
llamamos materia y sus interacciones), aunque sí el creador de su
mundo cultural, cualquier relato de determinación primitiva remite a
algún elemento exomórfico de orden, al que se le asigna contenido
dentro de una ley universal. La existencia previa de narraciones de
anima mundi muestra que la universalización no es la única
respuesta epistemológica posible, si bien, sí es necesario unificar
la experiencia bajo grupos de conceptos en ejes mítico-rituales que
interpreten la acción vital. Las teorías, y en general, los mitos,
aunque son modelos, no son infradeterminaciones o simplificaciones de
la experiencia, pues no hay una experiencia ahí, en sentido
objetivo, sobre la que podamos establecer una propiedad de
infradeterminación, y, por los mismo motivos, no son tampoco una
determinación isomórfica ni una supradeterminación.
La
ontoteología científica, heredera de la funcionalidad social de las
narraciones de los mitos religiosos, se ha convertido así en la
traba mayor al desarrollo pleno de narraciones humanistas. El núcleo
más reticente al cambio es el físico-matemático, en cuyas
formulaciones se encuentra la metafísica irrefutable por la
experiencia. No obstante, el mito que tan celosamente monopolizan los
sacerdotes de la física, no puede ir más allá del lenguaje en el
que es formulado sin entrar en claras contradicciones. La más obvia
se ha producido a raíz de los teoremas de Gödel: si la física está
formulada en el lenguaje de la matemática, y la matemática es un
sistema incompleto, la física no tiene un método para probar sus
proposiciones más básicas, y menos aún, sus teorías. La física
se ha defendido con respecto a los teoremas de Gödel mediante
argumentos en los que reclama el derecho a no ser un sistema
consistente, resolviendo con gran celo el coto cerrado de sus
sabiduría sacerdotal: las pruebas son para los teoremas de la
matemática, mientras que en la física, la evidencia de algún
resultado en particular se presenta incuestionable para aquellos que
la entienden15.
Estas defensas pueriles de un credo metafísico por parte de la
ciencia, ya denunciadas hace cuarenta años por Paul Feyerabend, no
son sino la muestra de la debilidad epistemológica en la que se
mueven estas teorías. Hoy por hoy no podemos saber si las
proposiciones de los modelos más generales de la física (los que
pretenden una descripción unificada del universo) expresan leyes
universales más de lo que puedan hacerlo las proposiciones
metafísicas de la ciencia ficción más imaginativa. La física
argumenta que la prueba de la teoría son los resultados
experimentales, su capacidad predictiva, pero se trata de un
argumento circular, pues las teorías tuvieron un origen en la
experiencia (de lo contrario no dirían nada con sentido para el
hombre), y encuentran en el experimento las regularidades que ya se
habían introducido en él. Este no es el caso de las teorías de la
física cuántica, que han procedido desde el formalismo matemático
hacia la experiencia, pero que en cuanto que son un formalismo
matemático, tienen el problema de la incompletud. En ambos casos, la
pretendida ley universal de la física se ve comprometida.
Por
su parte, la matemática ontologiza directamente en un nuevo formato
el concepto de fe. Incluso desde posiciones que en principio partían
de simpatías más o menos nominalistas, como las de Quine, se
mantiene la creencia en los objetos de la matemática de una manera
que no dista mucho de la creencia en los seres sobrenaturales. Quine
(y Putnam) propuso el llamado argumento de la indispensabilidad, como
un reto a las doctrinas nominalistas, que postulaban la validez de
las teorías de las ciencias naturales y a la vez, la no existencia
de los objetos matemáticos, observaciones que generaron un debate,
aún abierto hoy, que reabría la vieja disputa de los universales16.
En su formulación más amplia17,
se aceptan los objetos de la matemática como existentes sobre la
base de que son indispensables para construir las teorías
científicas. Sin entrar en una disputa ontoteológica clásica como
esta, que no tiene solución argumentada, por muchas contradicciones
que se puedan señalar en la postura rival, el argumento sostiene una
afirmación trivial: creemos en lo que hacemos. Y hacemos teorías
que utilizan diversos materiales lingüísticos, y como con ellas
explicamos y predecimos, y nos ayudan a vivir, creemos que tales
materiales existen. Desde este punto de vista, no creer en los
objetos de la matemática sería no creer en nosotros mismos. Pero
nuestra existencia no necesita ser pensada como una narración de
creencia, basta con su contenido narrativo general, con su
interpretación de la experiencia vital. El argumento de la
indispensabilidad remite, de forma holística, al eje mítico-ritual
de la cultura occidental, de manera análoga a como las posturas
universalistas del viejo debate remitían a la necesidad de una ley
universal, la cual iba asociada a la persona de un dios único. Y así
han procedido siempre las valoraciones de legitimación ontológica
desde la hipóstasis de los Mes, dando como referente el conjunto de
las determinaciones de la cultura, y por consiguiente, de manera
circular, los propios objetos que actúan como referidos. Claro que
si creemos en la existencia de los objetos matemáticos en base a la
argumentación dada, no hay nada que nos impida lanzarnos a creer en
los objetos lingüísticos, sustantivos, verbos, adjetivos,
adverbios, o cualquier categoría gramatical que tengamos a bien
construir, porque sin estos elementos tampoco se puede llevar a cabo
la comunicación necesaria para la actividad científica. Las
paradojas a las que esto conduce hacen que esta vía de argumentación
sea sólo relevante como ejercicio de lógica, y está fuera de este
escrito mitopoético18.
Los
axiomas, que junto con los métodos válidos de prueba son el
entramado conceptual con el que se construyen los objetos
matemáticos, son proposiciones cuyo valor de verdad es evidente sin
que lo podamos probar (ni necesitemos hacerlo) mediante una cadena de
inferencias. Su contenido existencial es por tanto completamente
relevante en relación a la existencia o no de los objetos
matemáticos. Si los axiomas no existen como objetos matemáticos,
¿de dónde proviene su evidencia?, ¿qué querría decir que algo
inexistente representa una verdad evidente? Por otro lado, los
axiomas no son conceptos independientes de los métodos de prueba,
pues es la no derivabilidad de un axioma con respecto a otro lo que
le hace axioma y no teorema, no meramente su contenido de verdad
evidente. Esa evidencia, así como los procesos de transformación de
signos que consideramos válidos (métodos de prueba), no pueden sino
provenir o de un acuerdo previo explícito, o de una prevaloración
no necesariamente explícita, que puede ser de dos tipos: bien
cultural, un acuerdo tácito o una convención del Lebenswelt, lo que
los hace equivalentes a definiciones, o bien una prevaloración
biológica que refleja una estructura fisiológica condicionante,
como la secuencialidad del pensamiento, o la intuición del espacio,
que pertenece al Unterlebenswelt. Si se tratase de un acuerdo previo
explícito, no hablaríamos de verdades evidentes, y el resultado
sería que tanto los axiomas como los objetos de la matemática no
son sino acuerdos formales, y su existencia es un formalismo humano
pactado. Los acuerdos alcanzarían a la existencia o no de
determinados objetos así como a los procedimientos válidos, para
construirlos. En el segundo caso, la prevaloración tácita del
Lebenswelt, estaríamos hablando de una situación como la anterior
aunque menos formalizada, de una matemática más arcaica. En el
tercer caso, la prevaloración Unterlebenswelt debida a un
condicionamiento fisiológico, si hacemos los reajustes kantianos
oportunos, y a la prevaloración de la estructura biológica le damos
un contenido transcendental, hablamos de axiomas en el sentido
kantiano-fregeano, de los cuales se derivan verdades sintéticas a
priori19.
Hilbert intentó fundir estas dos últimas nociones distintas de
axioma20,
considerándolos como proposiciones que son a la vez verdades básicas
de nuestra intuición en sentido kantiano, y definiciones de
conceptos a partir de los que se construirán otros objetos, criterio
que ocasionó la crítica de Frege. Desde el punto de vista de la
racionalidad continua podríamos unir estas dos dimensiones de los
axiomas, e incluso de la noción de inferencia, lo que implica
resolver el problema desde fuera de la matemática. Los
condicionamientos fisiológicos nos llevan a un tipo de intuición
particular que es común a humanos y mamíferos, como prueba la
capacidad simbólica, e incluso numérica, de algunos de los primates
superiores y las ratas, que son capaces de contar borrosamente21.
Según la tesis de Jean-Pierre Changeaux y Stanislas Dehaene, basada
en los resultados de diferentes experimentaciones neurológicas, los
objetos de la matemática están fundamentados en intuiciones que
están profundamente arraigadas en nuestro cerebro, intuiciones que
representamos como conjunto, número, espacio, tiempo o lógica, y
que son posteriormente desarrolladas formalmente para poderlas
utilizar de una manera más coherente y mejor adaptada a la
experiencia22.
Desde los primeros pasos cualitativos en el uso de los números y el
espacio, se evolucionó por prueba y error a construcciones simples
aritméticas y geométricas, cuya práctica resultó de gran
utilidad, para después formalizar estos logros en cálculos
cerrados. Las investigaciones antropológicas que Conant23
llevó a cabo en el siglo XIX sobre el uso de los números entre los
nativos americanos y otras culturas de anima mundi, corroboran las
tesis de Changeaux y Dehaene. Desde estas perspectivas, en línea con
el intuicionismo de Kroenecker, Poincaré, Brouwer, Weyl, Heytink o
Bishop, en diferentes grados, podríamos decir que los postulados
geométricos y las nociones comunes euclidianos recogerían estas
intuiciones fundamentales de nuestro funcionamiento neural dándoles
una forma sistemática ordenada. El axioma quinto de Euclides, por
ejemplo, en cuanto que postula una producción hasta el apeiron de
dos líneas, extiende su representación fuera de la intuición, pues
no podemos estrictamente representar este postulado sin hipostasiar
el apeiron y generando una forma para ello24,
por lo que se adopta por convención, y funciona como definición de
líneas paralelas bajo las condiciones de un plano (de hecho,
complementa la definición de plano). El paso a otras geometrías se
da por transformación de estas intuiciones y convenciones,
adoptándose otras, pero siempre condicionadas por nuestra
secuencialidad temporal cognitiva y por la estructura de los mapeos
neurales que interpretamos como procedimientos inferenciales.
Si
extrapolamos las explicaciones naturalistas sobre los objetos de la
matemática al ámbito ontológico general, a las cuestiones
generales de existencia, obtenemos un criterio ontológico de ley
humana compatible con los postulados de la racionalidad continua. El
concepto naturalista o antropológico de existencia sólo tendría
sentido aplicado a sistemas finitos y cerrados, y no predica nada
sobre un sujeto que no esté ya implícito en ese sujeto por el hecho
de haber sido categorizado como tal. Decir que un objeto (físico o
lingüístico) existe o no existe sin hacer referencia a un cálculo
finito y cerrado implica o una trivialidad o una contradicción, pues
si es objeto, tiene una representación (más o menos vinculada a la
experiencia), y en cuanto que hay una representación inteligible,
hay algo, luego existe como representación, y la afirmación es
trivial; y si decimos que el objeto no existe, la representación del
objeto contradice su no existencia. Entonces, predicar la existencia
de un objeto es trivial o contradictorio, según la afirmemos o la
neguemos. Y no bastaría con limitar la existencia a entidades
físicas que ocupen un espacio-tiempo, ya que dejaríamos fuera las
entidades matemáticas con las que hemos definido las supuestas
entidades físicas. Es el viejo problema parmenídeo de la relación
de identidad entre el pensar y el ser, que en el caso de la ontología
matemática ha quedado ya refinado en el postulado de Hilbert de que
un conjunto de axiomas, por el hecho de ser consistente, es verdadero
y existe25,
problema que para su resolución no necesita los viejos principios de
la psicología racional, sino las evidencias empíricas que sobre el
funcionamiento neural proporcione la psicología.
Desde
este punto de vista, las definiciones de existencia sólo serían
viables en los sistemas cerrados en los que podamos dar un
procedimiento para generar sus miembros de manera inambigua,
estableciendo funciones recursivas primitivas y prohibiendo
proposiciones que nieguen una totalidad (No todo x es Px), debido a
que postulan una forma de existencia no generada recursivamente. Esto
equivaldría a identificar la existencia con la explicitación, pero
no en sentido general, sino en un escenario específico, lo que
supone que tiene alcance relativo. Por ello, el concepto de
existencia no puede entrar en los cálculos ni como axioma ni como
definición, sino como predicado constructivo general sobre las
secuencias de signos del cálculo particular, pero sin aplicación
fuera de él. Esto equivale a tratar la existencia no como propiedad
general de los objetos, sino como relación de interpretación de un
modelo formal: decir que los objetos de un cálculo formal existen
equivale a decir que tienen una interpretación fuera de su cálculo,
interpretación que toma como referente final el eje mítico-ritual
de la comunidad en la que se produce. Y lo mismo equivaldría para la
existencia aplicada a un elemento, natural o sobrenatural de un eje
mítico, o al eje en su conjunto: un dios existe como objeto de su
eje mítico, definido de manera local a partir de un conjunto de
determinaciones económicas y primitivas específicas, pero no tiene
sentido preguntarse por su existencia fuera de tal entorno. Por su
parte, la existencia general de un eje tiene sentido en relación a
otros ejes, pero todo el entramado mitopoético humano no tiene
sentido fuera de sí mismo, al no poderse proyectar sobre ninguna
otra cosa (lo que llamamos el cosmos, es una construcción simbólica
vinculada a un eje mítico-ritual, y en particular, un concepto
exomórfico sólo inteligible como representación lingüística
cultural).
Dentro
de un juego cerrado lingüístico (formal o informal) podemos
encontrar elementos que no tienen sentido completo expresable
meramente en términos del propio juego, afirmación que no es sino
la constatación de algo exterior al juego, o lo que es lo mismo: hay
una propiedad del juego en su conjunto que no es expresable desde él.
Así por ejemplo, si pensamos en un juego de mesa como el Go, las
estrategias de los jugadores sólo tienen sentido si consideramos un
escenario distinto al juego y sus reglas, en el que los jugadores
realizan un actividad más compleja que el mero juego, pues entran en
consideración cuestiones de elección, y psicológicas, y en
general, todo un conjunto de escenarios que nos hablan de diferentes
personas sociales que las del jugador. El sujeto social tiene una
dimensión semántica, emocional, que sólo puede entrar en el juego
si la fijamos como axioma, como mecanicismo sintáctico: el concepto
de jugador de Go es simplemente un elemento más del entramado del
juego, una simplificación del sujeto humano que nos exige renunciar
a la capacidad significativa de sus personas sociales en el eje
mítico al que pertenecen, y que por un momento no consideremos a ese
sujeto vinculado con algo exterior. Al fijarlo como axioma
construimos un nuevo escenario semántico de orden superior. Pero tal
sujeto social no es otra cosa que una narración de identidad, que
aunque es producida individualmente, es expresada, paradójicamente,
a partir de los elementos simbólicos de un grupo humano surgida en
un proceso de racionalidad continua a partir de unos
condicionamientos económicos. La validez de mi individuación no es
transcendental, sino el resultado de una acción mítica, sin la cual
no existo como individuo, y las reticencias que tengo a aceptar esta
falta de unicidad son la muestra de lo indisolublemente asociada que
está mi persona lírica a mi núcleo de identidad narrativa. La
unicidad de mi cuerpo es una valoración mítica, y sólo
comprensible desde la forma que tome en un eje mítico-ritual, ya sea
como identidad individual hipostasiada y transcendental en una
narración de casta dominante, o como la mera identidad
fantasmagórica del esclavo, la mujer y las personas oprimidas del
plano mítico que sea. La acción mítica está guiada por la
voluntad de poder en su continuo impulso a cerrar la acción vital en
cálculos y juegos, tarea que nunca se completa debido a un
condicionamiento fisiológico, pero que, aun así, debe clausurarse
provisionalmente, reificando cualquier proceso interno que sirva para
construir sentido. Nuestras construcciones mítico-rituales están
abiertas, desde las más a las menos formalizadas, por lo que las
consideraciones sobre la ley universal hechas desde las ciencias más
estrictas, con sus conceptos de verdad, existencia, realidad, etc.,
no son tanto declaraciones de intenciones de orden (que sin duda lo
son) como los límites del pensamiento humano dentro del plano mítico
al que corresponden, límites de nuestra condición simbólica en un
momento dado.
El
plano mítico de la ley humana podría ser resumido, siguiendo el
primer principio de Feuerbach sobre la filosofía del futuro, como
las narraciones para la transformación y disolución de la teología
en la antropología26.
Esta imagen no ofrece sino un primer paso, repetido varias veces a lo
largo de nuestra historia y nunca completado, para el establecimiento
de un eje mítico-ritual humano que tenga sentido por sus propias
valoraciones, y no como una mera negación de los otros planos
míticos. Esta humanización no tiene la forma religiosa del
protestantismo, como pensaba Feuerbach, no es cristología o
antropología religiosa27,
pues no se trata de repetir las narraciones del rey-dios en clave
meramente humana, sino más bien de acomodar las nuevas personas
sociales correspondientes a las nuevas identidades económicas, sin
las inercias de representaciones neolíticas de entidades
sobrenaturales y narraciones de inmortalidad que siguen el paradigma
de la cosecha. Tampoco se trata de que la humanización sea una
vuelta a una situación anterior ideal (de las sociedades frías) que
hemos perdido con las narraciones del plano mítico del rey-dios y la
estratificación social ciudadana. Y volveríamos a engañarnos con
viejos mitos si pensamos que al humanizar las ontoteologías estamos
dando un paso hacia una pretendida esencia humana que espera su
realización en un futuro mejor. Tales ideas son mitos de otros
planos que interfieren con la valoración menos alucinada de una
comprensión de la vida focalizada en su frágil desarrollo, en sus
errores y limitaciones, y en su apertura como inteligencia.
El
plano mítico de la ley humana es el ámbito de la narración
crítica, entendida esta como discurso reflexivo acerca de las
relaciones de un sistema mítico-ritual. La crítica de la religión
no es la base de toda crítica, como sostenía Marx28,
ya que la primera crítica surge dentro de los propios sistemas del
rey-dios, con las reflexiones sacerdotales sobre la ley universal que
suponen los Mes. Aun así, la crítica de la religión, y en un
sentido más amplio, de los sistemas ontoteológicos de la ley
universal, sí es el origen del pensamiento crítico antropológico,
tal como lo encontramos a partir del s. VI a.c. en las obras de
Kesakambali29,
Protágoras, Eurípides, Hsün Tzu y otros. Los contenidos de estas
narraciones, que en algunos casos tienen más de veinticinco siglos,
resultan modernos, pues es precisamente al pensamiento crítico a lo
que llamamos modernidad. Cuando Eurípides da voz a las mujeres, y a
los vencidos en sus tragedias, cuestionando a la intelectualmente
todopoderosa Atenas, cuando Epicuro o Lucrecio cuestionan a los
dioses, cuando Hsün Tzu (como Whitman dirá también mucho después)
sostiene que cualquier hombre de la calle puede ser el legendario Yü,
escuchamos la voz de la modernidad, la propuesta de un fundamento
humano para la ley, y tal fundamento es la necesidad de revisar los
fundamentos. La modernidad, como cuestionamiento constante de las
ideas y las formas de organización30,
o sea, de los ejes mítico-rituales, es una narración que se
auto-declara absoluta en su actividad crítica global mientras que
admite la progresividad de sus resultados. El marxismo hereda esta
progresividad de la comprensión dialéctica de la historia
hegeliana, el capitalismo maduro lo hará de la ideología del
darwinismo social, si bien, en ambos casos, el contenido absolutista
de la crítica, la convicción de que la revisión de las estructuras
mítico-rituales es una tarea perenne, al ser contrario a cualquier
resultado particular de un cambio, al revisarlo en todo momento,
impide la homeostasis que desarrollan las determinaciones primitivas
de cualquier signo, y se convierte en una actividad de búsqueda
(sistema neural dopamínico) incesante y destructiva. La modernidad
de la ley humana tiende, pues, a la autodestrucción: se opone al
plano mítico de la ley universal y se declara a sí misma universal.
Ha forjado sus narraciones como oposición y revisión basada en un
principio obtenido del plano de la ley universal, y esta
contradicción es destructora. Tal principio es el mito de la razón
heredado de Grecia y revisado en la Ilustración.
La
modernidad exige la revolución para cumplir con las Tablillas de un
nuevo destino que establezca la ciencia (una idea de ciencia
universal) como ley a la vez humana y universal, una universalidad
neutral, no dependiente de un dios caprichoso e incomprensible.
Aunque una vez conseguido el objetivo, cualquier crítica extra no
puede sino ser contrarevolucionaria, crítica que será necesaria si
se quiere seguir manteniendo el principio de la modernidad, pero que
es insostenible desde el punto de vista emocional de la homeostasis
del grupo. Los ejes mítico-rituales de las distintas revoluciones
marxistas dejan de ser modernos en el mismo momento que se instauran.
Aunque se mantiene un principio de ley humana, la propia estabilidad
exige una narración auxiliar de ley universal, y se dan pasos atrás
en los planos míticos que revierten incluso en las formas más
burdas de rey-dios31.
La modernidad, que suponía el triunfo de la razón, tiene que
destruir el pensamiento crítico para sobrevivir, y esto se hace
simplemente dogmatizándolo y haciéndolo historia de la filosofía,
creando un museo de la crítica con el que se cierra de una vez la
historia de la humanidad. El capitalismo integra la dopamínica
necesidad de una crítica incesante dándole rienda suelta en el
fetichismo de la mercancía nueva, en la revisión continua del mismo
producto de consumo32,
y a nivel de las determinaciones primitivas, en las narraciones de
las revoluciones científicas33
y las estériles críticas escolásticas de la universidad, centro
sancionador de las postulaciones ontoepistemológicas válidas, de
aquellas que son compatibles con las estructuras jerárquicas
mítico-rituales. El capitalismo ha cerrado la discusión crítica en
un simulacro liminoide, al que se ha llamado postmodernidad, y el
impulso a revisar los fundamentos de manera incesante, adoptado ya
como seña de identidad, como narración primitiva del eje
mítico-ritual capitalista, se dispersa en el conjunto de las
actividades económicas de consumo, cuyos escenarios presentan la
elección consumista de un producto u otro como equivalente a un
voto democrático, una especie de juicio efectivo mediado por el
dinero que da o quita su apoyo a una acción económica concreta u
objeto vinculado a ella. Voto y consumo presuponen una acción de
elección (al comprar algo votamos, en cierto sentido, a favor de la
empresa que produce tal mercancía), aunque sería erróneo pensar
que la libertad de elección supone el ejercicio de la capacidad
crítica. Como muestra la teoría de las emociones, los protocolos de
las emociones básicas distan mucho de ser una decisión crítica. La
emoción social misma es premiada con opiáceos por el sistema
fisiológico, y tanto las decisiones éticas como los procesos de
inferencia están mediados por estos sistemas neurales. De hecho, se
podría cuestionar el grado de libertad que tiene el sujeto en
relación a cualquier proceso de crítica debido a la programación
emocional específica que recibe en su eje mítico-ritual, pues no es
tan sencillo distinguir sus valoraciones personales (si es que las
hay) de las que ha recibido por enculturación. Desde el punto de
vista mitopoético, la distinción es irrelevante: la actuación de
cada persona social implica una valoración en base al eje
mítico-ritual en la que se sintetizan ambas. La pretendida revisión
de los fundamentos, que encuentra voz liminoide en la expresión
mediada por las personas sociales comunicativas (los media), queda
satisfecha por la mera acción comunicativa. Los media se presentan a
sí mismos como narradores ausentes, como los meros testigos de unos
hechos de contenido objetivo y universal, como periodismo de
investigación que sigue procedimientos de ciencia social en la que
el contenido expresado es verdadero, en el sentido más
ontoteológicamente cargado del término. Los juicios de valor que
así se presentan no suponen ninguna revisión de los fundamentos,
sino más bien una autocomplacida mirada al eje mítico propio desde
el que se juzgan las anomias en narraciones de criminalidad, y se
encauzan los veredictos hacia las únicas acciones sociales
sancionadas positivamente por el eje postmoderno: el voto y la acción
consumista. El modelo es una variante del espectacular que se
estableció en Eleusis y la democracia ateniense, pues es el que
mejor se adapta a la concurrencia de intereses en las sociedades
económicamente complejas, en las que hay un alto número de personas
sociales válidas. El voto democrático moderno cuantifica y
cualifica la crítica económica permitida, que los media sociales
transformarán en narración de identidad para generar la homeostasis
del grupo. La acción consumista y el voto suplantan la acción
crítica, que no es una mera elección, sino una elección con
fundamento expresada en un proceso argumentativo, algo que, como ya
pasaba en Atenas, implica la democratización de las argumentaciones,
que es contraria a la estratificación de las acciones económicas de
la ciudad. A esto hay que añadir que el dinero, en cuanto que
sistema semántico básico, es capaz de absorber y traducir
psicológicamente el contenido de la acción emocional de búsqueda
que supone la crítica de los fundamentos, en otras palabras, el
impulso dopamínico a buscar y almacenar recursos, que subyace a las
valoraciones electivas, es perfectamente cuantificable en dinero,
como muestran las economías urbanas desde sus comienzos.
Estos
mecanismos han permitido hacer liminoide el impulso crítico de la
modernidad dentro del capitalismo postmoderno, mientras que en el
mundo marxista o en las sociedades del mundo musulmán, donde las
masas no tienen acceso a estas formas liminoides de crítica (al no
haber concurrencia de múltiples personas sociales), el modelo
espectacular eleusino ha sido sustituido por las tradicionales
macro-ceremonias del calendario ritual34.
Las críticas válidas no son llevadas a cabo por personas sociales
individuales, que son las que votan y compran, sino por personas
sociales jurídicas, asociaciones, partidos políticos,
corporaciones mediáticas, que son los grandes actores reconocidos de
la crítica, pero a este nivel de interacción nos encontramos ya con
lucha de clases, clanes, lobbies, y en general, grupos de poder. Los
encuentros entre estas facciones distan de ser encuentros críticos
en sentido filosófico, es decir, reproducen situaciones bélicas
premodernas dirigidas por los mecanismos más simples de la voluntad
de poder.
El
triunfo de la modernidad como establecimiento de un plano mítico de
la ley humana, implica el establecer esta como un principio universal
incuestionable, paradoja que nos devuelve al plano mítico de la ley
universal. El plano mítico de la ley humana puede entenderse como un
estado liminal de la ley universal en el que al desaparecer las
figuras de los seres y órdenes sobrenaturales, lo humano ocupa su
lugar, si bien, dado que un estado liminal permanente supondría la
disolución de un eje, la acción homeostática que critica la ley
universal y la transforma en acción humana adopta la forma
liminoide del modelo espectacular. Los ejes mítico-rituales de las
democracias capitalistas se ajustaron a esta paradoja, tras vencer en
un largo proceso bélico-económico a los ejes rivales modernistas
del fascismo y el marxismo, cerrando las puertas de la modernidad
tras sí, y con ella la del mito de la historia, presentándose, como
también habían hecho los fascismos y marxismos, como los herederos
finales de un proceso de civilización de alcance antropológico. El
impulso crítico de la modernidad se absorbía como determinación
primitiva, pero se creaba una representación liminoide, en la que la
praxis político-económica del voto y la elección consumista eran
completadas por las narraciones artísticas de la industria
cultural. El postmodernismo supone la protocolización de la crítica
moderna, desprovista de su contenido liminal, dentro del eje
mítico-ritual del capitalismo posterior a las guerras mundiales del
siglo XX. Inevitablemente, al proclamarse como final de la historia,
como un estado universal de la humanidad que ya sólo puede progresar
a partir de las revoluciones tecnológicas, proclama la ciencia como
religión universal, pero revitaliza las formas universalistas en
general, especialmente las de las religiones tradicionales asentadas
en los últimos dos mil años. El postmodernismo es, en este sentido,
una matriz mixta de ley universal y ley humana, o un eje mítico-doble
en el que las determinaciones primitivas psicológicas son las de la
religión, y las físicas, las de la ciencia, mientras que las
determinaciones económicas se constituyen mediante las narraciones
de una metafísica monetaria que sirve como referente final emocional
de la praxis vital.
La
psicología del plano de la ley humana, la psicología científica
contemporánea, sigue siendo incapaz de crear sentido integrado para
la vida humana, ni de desarrollar narraciones de inmortalidad
alternativas, espacio mítico-ritual que queda cubierto en parte por
la metafísica monetaria, que encuentra en los viejos relatos de
deuda y culpa un complemento perfecto para sus postulados
transaccionales generales. La revitalización producida sigue más el
modelo cosmopolita del helenismo, en el que florecieron los misterios
y los cultos privados, una dimensión ligeramente más lírica de los
viejos relatos metafísicos de inmortalidad en la que se adoptan
formas menos personales de la divinidad, ya sean platónicas,
panteístas, o de anima mundi, más compatibles con el grado de
abstracción simbólica de las determinaciones físicas científicas,
con las que se busca una armonización parcial. No obstante, tal
armonización sólo es factible al precio de la esquizofrenia, con
una separación de los ámbitos de las determinaciones económicas y
las primitivas que sólo puede ir mediada monetariamente. Mientras
que las determinaciones primitivas de los ejes mixtos del
posmodernismo resuelven el sentido de la vida humana nuevamente en un
medio ideal transcendental, la ciencia ofrece una determinación
primitiva del medio físico abiertamente contradictoria en los
términos emocionales tradicionales, en la que el cosmos es a la vez
una naturaleza hostil y un lugar ordenado. La física representa un
universo que, más que neutral, no favorece la formación y
permanencia de vida compleja, como observamos en el Standard Model,
pero a la vez, se trata de un universo que sigue una ley, más o
menos misteriosa (que la física siempre está a punto de desvelar
finalmente), de la que esperamos obtener corolarios que reafirmen
nuestras narraciones de identidad económica generales. Esta
representación ambigua es congruente y consistente con los planos
del rey-dios y la ley universal más arcaicos, en el que la salvación
(la creación de sentido para la existencia) depende de la
revelación y la gracia de este poder en el que hemos hipostasiado
nuestros miedos y limitaciones simbólicas. En el postmodernismo, el
contenido liminal exomórfico que se deriva de los nuevos marcos
teóricos de la ciencia contrasta con el liminoide endomórfico que
exige la homeostasis social, en lo que se refiere a las jerarquías
de las personas sociales y la propiedad de los medios de producción.
En los planos míticos anteriores, la liminalidad de las
representaciones exomórficas estaba fijada por un orden que, ya se
viese como la forma de ser del anima mundi, como la voluntad
inescrutable del rey-dios o como la expresión de una ley universal a
la que el humano se aproxima asintóticamente, era interpretado en
las acciones míticas como pleno de sentido. Ahora, en la forma
postmoderna de las narraciones mixtas universales-humanas, el
exomorfismo físico sólo puede encontrar sentido volviendo a
interpretaciones arcaicas como las apuntadas, lo que desestabiliza el
sentido de las narraciones de determinación económica del presente,
que no pueden armonizarse con aquellas. En el plano mítico de la ley
humana, el exomorfismo físico que presenta la ciencia equivale a las
representaciones caóticas anteriores a las narraciones de identidad.
Es como si en este plano, Tiamat amenazase continuamente a Marduk, y
la victoria final, no sólo no está asegurada, sino que es
imposible, y sin embargo, hay que seguir narrando la victoria de
Marduk para que la ciudad no colapse en sus contradicciones. Es esta
liminalidad radical de las representaciones de determinación
primitiva la que disipa cualquier energía crítica extra que pudiera
requerir la modernización: la vida del ser humano en la tierra está
amenazada continuamente por desastres naturales, la urgencia de la
supervivencia del grupo, por superpoblación, meteoritos, cambio
climático, o la ignorancia belicosa del mal (en sentido
metafísico)35,
impiden la autocrítica necesaria para ajustar las inconsistencias
narrativas, y legitiman los mitos de determinación económica del
presente como resultado final de la evolución humana y única
oportunidad (con el apoyo de la ciencia y la tecnología) para vencer
heroicamente a Tiamat.
La
persona central del plano mítico de la ley humana es la persona
social del ser humano, una narración compleja que es el resultado
evolutivo de personas sociales de distintos planos míticos. Tal como
hoy la entendemos en un texto como el de la Declaración Universal
de Derechos Humanos de 194836,
es el resultado evolutivo de la fusión de la persona del ciudadano
lírico -el autor narrativo de la esfera privada emocional- con la
del ciudadano cosmopolita del helenismo (determinada por los
escenarios multiculturales del derecho natural), así como con
elementos de la persona transnacional del cristiano, fundamentada en
un linaje transmundano común a todos los seres humanos, a los que se
han añadido algunos componentes de la narración de la Ilustración
(especialmente los de la Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano que la Revolución Francesa publicó en 1789) así como
de algunos corolarios de la teoría de la evolución que refuerzan
principios económicos liberales. El contenido metafísico de la
mezcla es explosivo en contradicciones. La Declaración de 1948
muestra la paradoja de la universalización de la ley humana descrita
antes, universalización que se lleva a cabo construyendo la persona
social correspondiente. De hecho, se construyen dos personas, entre
las que se proclama identidad total: el ser humano, y la persona que
actúa estos derechos, y que está sujeta a las obligaciones que
implican aquellos. La mayor parte de los artículos de la Declaración
comienzan con la fórmula Toda persona…, o bien, Todo ser humano…,
es decir, la Declaración como tal es la narración de identidad de
este sujeto, una identidad transnacional y transtemporal que se
inició con la fusión de la narración del ciudadano lírico y la
metafísica cosmopolita del helenismo. El cosmopolitismo griego es el
resultado del escepticismo en relación a las narraciones de
identidad nacionales que trae consigo el final del imperio de
Alejandro Magno. A ellas contribuyen los cínicos con su crítica del
orden social y la desacralización del territorio37,
que preparó el terreno para la ideología estoica del universalismo
de la ley. Las diferencias entre la ley local y la ley universal se
dan por la ignorancia del legislador, no porque haya un conflicto
interno. La solución a las discrepancias entre ley moral universal y
ley natural se da, como en el confucianismo, apelando a un sustrato
común, en el caso griego, a una inteligencia que subyace a todo, el
logos. La universalidad del logos no se limita a la ley sino que el
ser humano, bárbaro o griego, esclavo o libre, es poseedor de este
logos. Como expresa Marco Aurelio, la comunidad del logos y la ley
entre los hombres les hace partícipes de una misma ciudadanía, de
la que disfruta todo el género humano38.
No obstante, no es tan sólo a través de la narración de la
filosofía y de su influencia en las artes como se genera esta
identidad, sino también a partir de una práctica económica general
como la que facilita el Imperio Romano, con las concesiones de
ciudadanía a los pueblos conquistados39,
algo que ya había intentado Alejandro mezclando macedonios, griegos,
persas y otras etnias en su imperio. Por su parte, el cristianismo
toma del estoicismo, entre otras cosas, la redefinición de la
persona del ciudadano en términos no territoriales específicos,
ahora enfatizando un componente transmundano comunitario que ya se
encontraba presente seminalmente en las narraciones de inmortalidad
egipcias del Reino Nuevo ( a partir del s. XVI a.c.) que hicieron los
sacerdotes de Osiris. La ciudadanía común es la de la Jerusalén
Celeste, relato iniciado por la profecía de Ezequiel40
en el siglo VI a.c. en el contexto del cautiverio babilónico de
Israel, que luego recibe una reinterpretación estoica, y
posteriormente, mística, en el Apocalipsis de Juan, como un más
allá de forma Ka. Y es precisamente esta idealización de
inmortalidad de forma Ka la que añade a la transnacionalidad de la
persona social del ser humano, la transtemporalidad, convirtiéndose
en un mito utópico y ucrónico con contenido más regulativo que
pragmático. La universalidad de la narración cristiana es limitada
por una cuidada normativa del pecado, que rápidamente fija las
jerarquías de la ciudadanía celeste bajo el control de una élite
sacerdotal. La Iglesia sepulta la persona social del ser humano bajo
narraciones de dominación del plano del rey-dios, sustituyendo la
parte genérica de hombre por la de cristiano, que en cuanto
cristiano verdadero (virtuoso) funcionará con contenido moral
universal.
La
contribución del cristianismo a la narración de la persona del ser
humano no será práctica, no supone la definición de una identidad
económica, sino transcendental. El cristianismo, no menos que el
judaísmo antes, o el islam después, no tiene ningún problema con
el esclavismo41,
y no construye determinaciones económicas más allá de las
narraciones del plano del rey-dios, que son las que mejor se integran
con sus narraciones de determinación primitiva, herederas de los
ritos de la cosecha. Pero los elementos transcendentalistas de la
persona del ser humano no se limitan a las narraciones de las
religiones del Libro. Este transcendentalismo es común a todas las
narraciones de identidad, pues se encuentra en el plano mítico del
anima mundi del que todas evolucionaron. El mismo budismo, cuyas
propuestas son básicamente las de un transcendentalismo ateo,
reconoce una naturaleza de Buddha en todos los humanos y los seres
vivos en general, una naturaleza que, dentro de las contradicciones
de la metafísica budista, es a la vez vacía y sagrada. La
naturaleza de Buddha, como el Atman, o el Cristo interior, o el Nur
Muhamad, o el Osiris, o el Logos, o cualquiera de las narraciones
equivalentes de identidad del humano con un principio sobrenatural
común a todos los hombres, subyacen en la concepción de ser humano
que se expresa en la Declaración de 1948 suscrita como ideal por la
mayor parte de las naciones. Su contenido ideal tiene precisamente
ese fundamento, y por ello la propuesta de identidad es compatible
con una práctica política y económica en las sociedades que la
aprueban que contradice la propia Declaración, por lo que su
contenido se absorbe en el eje mítico-ritual como sustrato
metafísico ideal, como orientación a la acción, funcionando a la
vez como elemento activo de nuevas narraciones de dominación.
Dejando al margen por un momento los contenidos de la Declaración
que presuponen una democracia liberal, las apelaciones que se hacen a
la familia y la hermandad humana como fundamento, elementos
narrativos del plano mítico del anima mundi, no son ni siquiera
traducibles a las relaciones económicas de la ciudad más básica, y
menos, a ciudades más evolucionadas que una ciudad universal tipo
Babilonia o Roma. La ciudad universal no funciona a partir de
relaciones familiares, sino de casta o clase, y no hay ninguna
hermandad entre las clases sino relaciones de oportunidad y
explotación. El reconocimiento de una ciudadanía universal humana
basada en principios de familiaridad, aunque va a la raíz emocional
de los grupos humanos, no aborda las determinaciones económicas de
la ciudad que son responsables, en primer lugar, de las jerarquías y
desigualdades que han hecho necesaria la propia Declaración de los
Derechos Humanos. No hay una fundamentación emocional enaria que
corresponda con las relaciones económicas de producción (a nivel
mundial) que requeriría una declaración así para ser consistente
con una praxis política, pues para ello sería necesaria una
narración no transcendentalista del ser humano que aún no existe.
Las
narraciones de determinación primitiva que no están fundadas en las
de determinación económica no tienen efectividad social, además de
producir esquizofrenia valorativa y desintegración. Esta
esquizofrenia en relación a la identidad del humano dista mucho de
ser moderna, si bien se hizo patente con la aparición en el seno de
la sociedad urbana estratificada del elemento conceptual cosmopolita.
Los planos míticos del rey-dios no pretendieron nunca ser
igualitarios, y sus estructuras de jerarquización se han fortalecido
en los planos posteriores, si bien, con otras personas sociales, no
sólo con diferentes castas en control, sino asimismo nuevas
entidades jurídicas en las que se articularon los intereses de las
clases dominantes. La Declaración de 1948 sigue funcionando como
principio regulativo ideal, y lo seguirá haciendo mientras las
determinaciones primitivas postulen igualdad para las personas
sociales más básicas (las del plano del anima mundi) pero no para
las personas económicas de los planos míticos más complejos, y tal
igualdad económica, que supondría una distribución homogénea
entre la población de la propiedad de los bienes de producción y
los recursos, es contraria al sistema de acumulación de excedente de
las ciudades.
El
mito de la propiedad privada ha sido ya tratado ampliamente por la
filosofía desde Aristóteles, y poco más hay que aclarar sobre el
asunto. Se trata de una de las determinaciones económicas básicas,
vinculada a la emoción de la búsqueda tal y como la observamos en
animales acaparadores, desde las hormigas a los roedores. En el mundo
moderno, la propiedad fue considerada, a partir de las valoraciones
iusnaturalistas de Locke, como el usufructo de un derecho innato del
hombre a poseer aquello con lo que ha mezclado el trabajo de su
cuerpo42.
Posteriormente al iusnaturalismo, el concepto de propiedad fue
examinado con más profundidad por Marx quien comprendió que los
bienes económicos incorporan una valoración transcendente,
inmaterial, a la que llamó el fetichismo de la mercancía43,
que es algo así como la reificación de las relaciones sociales que
han participado en la producción laboral de la mercancía. En
términos mitopoéticos, se trata de la vinculación de las
determinaciones económicas con las valoraciones que constituyen las
determinaciones primitivas de una comunidad, y no tanto de la
mercancía específica, aunque indudablemente, hay un componente
general fetichista en la mercancía que tiene una explicación a
partir de la teoría emocional. La acción determina la identidad de
la persona social, y la acción va vinculada a objetos y escenarios
en los que estos aparecen, por ello, la propiedad se extiende al
conjunto de objetos y al escenario en el que se lleva cabo la acción
vital, el trabajo. El entorno y los objetos (mercancías) del trabajo
forman una unidad de significación psicológica que constituye la
persona social a la vez que objetiva los elementos que constituyen la
experiencia. Los objetos y sus escenarios, ya sean los de la tierra y
sus frutos o los del mundo financiero moderno44,
tienen un valor emocional específico, en cuanto sustento individual
o del grupo y en cuanto que proceso vital general del individuo y su
grupo, y esa valoración es traducible en términos energéticos a
partir de otros objetos a los que hay asignada otra valoración,
objetos estos últimos que en su desarrollo más complejo son ya
meros símbolos (dinero) en el juego cerrado de un eje
mítico-ritual. La vinculación de los protocolos emocionales a
objetos en general, naturales y culturales, está en la misma
formación de estos procesos neurales en escenarios de
supervivencia45.
El fetichismo no es homogéneo dentro de las mercancías, las
valoraciones no se hacen por igual dentro de ellas, y ni siquiera es
proporcional al trabajo requerido, pues el concepto de trabajo es ya
una valoración, y en las sociedades estratificadas, ni la
acumulación simbólica que representa la técnica ni las
valoraciones metafísicas de la narración de dominación, guardan
relación directa con la acción laboral humana medida en tiempo
vital o tiempo biológico, sino que se encuentran mediadas por el
entramado simbólico del eje mítico-ritual. La traducción de la
valoración es lo que permite el intercambio de objetos, pero también
hay objetos y escenarios cuya valoración es intraducible, ya que son
indispensables para la identidad de la persona social, sea un
individuo o una nación, y su pérdida supone la pérdida de tal
narración de identidad.
Por
su parte, el mito de la propiedad que elabora la democracia liberal
nos presenta al ser humano como dueño de su trabajo y de su acción
vital, algo que es inconsistente con las relaciones de producción de
la ciudad, que son dependientes siempre del conjunto social,
estructurado jerárquicamente mediante el uso de la fuerza. La
identidad de intereses entre los ciudadanos no va más allá del
interés común en la supervivencia, y esta se basa en las relaciones
de poder entre diferentes estamentos sociales. Sin embargo, el
liberalismo presupone una identidad de interés en las relaciones
económicas entre los humanos que contradice la estructura jerárquica
de la ciudad. No hay ninguna armonía de utilidades individuales que
buscan su propia satisfacción, pues la utilidad positiva de los que
ostentan la propiedad depende de la negativa de otros que no la
poseen: los escenarios en los que todos los agentes económicos ganan
son marginales. El liberalismo, lejos de naturalizar las relaciones
de producción, les da un contenido metafísico universal apoyado en
los mitos científicos, lo que implica una narración metafísica
sobre el ser humano que supone un paso atrás en relación a las
posturas naturalistas. El apoyo principal para esta metafísica
universal científica, con la que justificar las narraciones sociales
de dominación, se ha obtenido desde una interpretación de la teoría
de la evolución que justifica la igualdad en el origen humano junto
con la diferencia en la posición social a partir de la competencia
por la supervivencia.
Aunque
la persona del ser humano sirve como referente narrativo fundamental,
no ha sido la más activa46
económicamente en este plano mítico, papel que ha correspondido a
la persona jurídica de las sociedades mercantiles, industriales y
financieras, que podríamos agrupar bajo el término general de
corporaciones, metáfora que sugiere la formación de un cuerpo
físico al que atribuir un conjunto de actividades económicas. Por
supuesto que, desde el momento que las corporaciones son conjuntos de
seres humanos, las acciones de las corporaciones son llevadas a cabo
por hombres, como ocurre con las personas sociales colectivas
(tribus, aldeas, ciudades, estados), pero las corporaciones son más
activas que otras personas sociales desde el momento que determinan
el orden económico de una manera que no puede el sujeto individual.
Su origen jurídico moderno se da, como señalamos más arriba, en la
persona ficta, que aparece en el siglo XIII (en el ámbito
eclesiástico) con distintas formas de agrupación social no
individuales (collegium, universitas). Se pueden encontrar
precedentes en el funcionamiento comercial de las ciudades-estado,
gobernadas por una élite que utilizaba la ciudad en su conjunto como
plataforma, muy a la manera de como, por ejemplo, la Compañía
Británica de las Indias Orientales utilizó la sociedad en la que
tuvo su origen para sus actividades de control económico de la
India. Hobbes caracterizó estas corporaciones como personas
ficticias que enmascaran el hecho de que es la voluntad de uno la que
domina el colectivo, y que este uno actúa en nombre del grupo47,
si bien esta tesis pasa por alto que esa persona que en principio
toma la última decisión es una persona económica cuya identidad no
es el resultado de una narración individual, y que, en particular,
ha tenido que formarse en las normas de la corporación que dirige
(no individuales) para poder estar a su frente. Esto es tan patente
en las corporaciones multinacionales modernas como lo fue en las
monarquías tradicionales (absolutas o parlamentarias). El grupo
social supone una sinergia económica y de determinación de
identidad, proceso emergente al que le corresponde una narración
distinta de la que tienen sus miembros por separado. Un principio así
no tiene ningún misterio distinto del que supone la formación
orgánica a partir de las células, una formación en la que los
elementos individuales se benefician en cuanto que cooperan con unos
y compiten con otros. A pesar de su origen ficto, las corporaciones
no son personas sociales ficticias más de lo que puedan serlo otras
personas sociales. Sus narraciones de identidad van indisociablemente
vinculadas a ejes mítico-rituales y sus acciones económicas son
perfectamente congruentes con las de otras personas sociales. Las
corporaciones, en cuanto que agrupaciones de personas económicas con
intereses comunes son perfectamente inteligibles dentro de cualquier
régimen mítico-ritual estratificado en el que haya pluralidad de
intereses que compitan por el control y la primacía del grupo
social. Las inconsistencias se dan por la presencia de una
corporación en un grupo social que no es el suyo, por su carácter
multinacional. Esta inconsistencia se resuelve cuando comprendemos el
carácter bélico que han tenido las corporaciones multinacionales ya
desde sus inicios48,
y que la renuncia a ejércitos propios ha obedecido a la fusión de
intereses con Estados particulares, proveedores de fuerzas armadas.
Las alianzas de las corporaciones multinacionales con Estados49,
y con otras corporaciones han generado un tipo de persona social
macroeconómica, a la que de un modo eufemístico se ha llamado
corporate citizen, que es artífice de una de las narraciones de
dominación del presente, como en otro momento fue la narración
religiosa de las castas sacerdotales.
La
narración de dominación no sólo se da como construcción de una
identidad ideal de corporate citizen, expresada en códigos de
conducta que contradicen abiertamente las actuaciones corporativas50,
sino como control directo de las determinaciones económicas, en
acciones políticas directas (lobbies y puestos políticos51)
e indirectas (en cuanto que comparten intereses con las élites).
Este tipo de contradicciones no supone ninguna novedad, sino que se
encuentra en la misma base operativa de cualquier narración de
dominación. La paradoja fundamental es la que se produce por la
pervivencia en los planos míticos posteriores de la concepción del
anima mundi de las sociedades frías, la idea de algo común y
sagrado a todos los seres humanos y los seres vivos que establece una
hermandad universal que es sistemáticamente violada por la
estratificación social que supone la acumulación de energía de las
ciudades.
Las
corporaciones, como otras personas sociales distintas al conjunto del
grupo humano, no pueden construir un eje mítico-ritual propio, sino
que definen su narración personal a partir de las relaciones
económicas y primitivas en las que se encuentran, en una relación
mimética compleja. La narración de corporate citizen, que ahora
las presenta como un miembro comprometido con su sociedad, ha surgido
de las acciones jurídicas que llevan a cabo dentro de un eje
mítico-ritual (pleitear, pagar impuestos), pero sólo de aquellas
acciones más generales, vinculadas a las emociones más básicas y
que admiten fácil armonización con distintos ejes, para así poder
ser transnacionales. Así por ejemplo, corporaciones que en Occidente
mantienen una narración de igualdad y libertad sexual, no pueden
basar su identidad meramente en tal narración si quieren actuar en
sociedades cuyos ejes mítico-rituales excluyen la igualdad y
libertad de persona sexual (incluidas las personas homosexuales, y
las distintas combinaciones y variedades de orientación sexual), en
la que estas narraciones están abiertamente negadas, e incluso
penadas por la ley. La narración mínima de identidad transnacional
es la narración de la globalización, cuya fundamentación económica
es la misma que la expansión que llevó a las ciudades a
convertirse en Estados, análoga a la de cualquier población
biológica, desde las bacterias a los mamíferos, y cuya
determinación primitiva son las narraciones de la universalidad de
la ley política humana.
La
paradójica universalidad de la ley humana (que ahora sustituye la
universalidad de la ley del rey-dios), derivada de las narraciones de
identidad de la persona ser humano, permite una narración con doble
componente: pragmática e ideal, análoga a las narraciones de
dominación del ciudadano universal, que al introducir el elemento
adicional humanista, son compatibles hasta con puntos de vista
materialistas, y articulan un eje mítico-ritual que garantiza la
estratificación social que necesita la globalización. La componente
ideal de la narración de identidad es la que corresponde a la
Declaración de 1948, y tiene también una doble vertiente: el ser
humano como gobernado, con unos derechos inalienables, y el ser
humano como gobernante, una figura mucho más limitada. La primera
parte de esta doble vertiente ideal no necesita la segunda, es decir,
se puede mantener la idealidad de unos derechos inalienables de
origen transcendental sin necesidad de postular a la vez el derecho
humano a administrarlos, privilegio que se le otorga a una élite,
como observamos en los sistemas no democráticos basados en
religiones universalistas, sin embargo, es imprescindible en las
narraciones de la postmodernidad como principio regulativo que
asienta el poder en la humana voluntad de la mayoría. De facto, la
voluntad de la mayoría sólo funciona como principio de limitación
de los sujetos que van a representar las personas sociales
estipuladas por el sistema democrático, una limitación que está ya
determinada sin concurso de tal voluntad por los otros poderes
políticos (judicial, media) en las reglas del juego democrático.
Desde el punto de vista psicológico de las personas sociales de la
acción y la narración aquí presentados, la persona social de un
presidente o un ministro, por ejemplo, está condicionada por las
relaciones mítico-rituales que la han constituido, por un grupo de
acciones económicas y de determinación legal primitivas, y no tanto
por la idiosincrasia particular de un sujeto determinado, cuya
narración de identidad única es prácticamente irrelevante en las
actuaciones políticas. En este sentido, el derecho al voto
simplemente tiene la función de legitimar el sistema presentado en
cualquiera de sus alternativas, pero no tiene relación directa con
el gobierno efectivo por parte del electorado, gobierno que sigue el
complejo juego de fuerzas mítico-rituales que hayan constituido esa
sociedad en concreto, siguiendo las determinaciones económicas que
establecen (desde la aparición de los planos míticos con
asentamientos urbanos) las relaciones de propiedad de los recursos.
Por su parte, la componente pragmática de la narración viene
condicionada por las relaciones de propiedad, en los diferentes
niveles de integración social, local, nacional e internacional,
perfectamente articulada por las valoraciones monetarias, que
muestran, en toda su delirante nube de inconsistencias lógicas
(acumuladas en los cambios habidos en los planos míticos), la imagen
emocional básica de una comunidad simplificada en un juego
cuantitativo.
Las
democracias modernas no son el gobierno de la mayoría, sino el
gobierno de cualquier élite que controle los medios de producción y
que sea capaz de satisfacer las necesidades emocionales de la mayoría
mediante un eje mítico-ritual ratificable en ceremonias electorales
completas52
en las que la subversión del orden (al menos como posibilidad) se
contemple como principio ceremonial. Este principio, como ya hemos
visto, ha estado vigente ya desde por lo menos el plano del rey-dios
en el Akitu. Obviamente, el grado de anomia es reducido por la
exposición liminoide del riesgo en un espacio-tiempo controlado. En
las campañas electorales democráticas de la postmodernidad, la
apertura crítica liminoide funciona como principio justificativo del
proceso, en el que cualquier centro de poder, público o privado es
expuesto a la crítica, y se le piden cuentas. La democracia, como
narración de identidad de la ley humana, es medible por el grado de
apertura del espacio liminoide que se habilita para la
representación de la anomia, de las narraciones que la contradicen.
Y es en este test donde fracasan las mayorías de las democracias
liberales, marxistas e integristas del presente. Las necesidades
emocionales de la mayoría vienen atendidas por cualquier eje en el
que las emociones sociales se encuentren canalizadas,
independientemente del grado enario que alcancen en sus mitos. Las
configuraciones mítico-rituales del marxismo, de la democracia
liberal, de los fascismos o de los integrismos religiosos, satisfacen
las necesidades de las emociones sociales de manera análoga, al
margen de la coherencia con las determinaciones económicas que
ofrezcan en cada caso, pues, de hecho, todas estas formas políticas
sitúan el grupo social (aunque sea el de la élite) en el centro de
la representación de sentido. Las divergencias se dan con respecto a
la canalización de la emoción de la búsqueda, en su faceta
económica y de identidad crítica, como vemos en las diferentes
dinámicas de flexibilidad social y libertad de expresión. Libertad
de expresión y flexibilidad para la acción social constituyen la
dinámica de la formación de personas sociales, y por ello, de
nuevas narraciones de identidad que complejifican los ejes
mítico-rituales y los transforman. La resistencia a tal
transformación nos da el grado de vinculación de un eje a los
principios de la ley universal, resistencia que, debido a la
paradoja de la modernidad, puede provenir tanto del suelo teórico de
las grandes religiones como de postulados meramente humanistas
(marxismo). Cualquier sistema ideológico que no opere internamente
mediante un principio crítico es equivalente en su funcionamiento a
un mito religioso. En este sentido, la mayor parte de las
instituciones políticas y sociales de la actualidad siguen
principios religiosos, por muy profanos que puedan ser sus intereses.
Así, por ejemplo, la Declaración Islámica Universal de Derechos
Humanos, de 1981, en su artículo XII dice que: Toda persona tiene el
derecho a expresar sus pensamientos y creencias mientras permanezca
dentro de los límites prescritos por la Ley. O lo que es lo mismo:
hay libertad de expresión mientras lo permita la autoridad. Pero
este principio limitador opera cuando no de iure, de facto, en todas
las sociedades mundiales. Una limitación así es perfectamente
consistente con las instituciones políticas, imperiales o feudales,
que seguían el principio de la ley universal, si bien no hace sino
cerrar el paso a cualquier narración de la ley humana mediante
viejos procesos de reificación y respeto a principios que
contradicen la modernidad, dando una aura de sacralidad al pasado,
tan infantil como contraria a las fuerzas económicas que dirimen hoy
nuestra evolución como especie. Las limitaciones a la comunicación
son límites a la racionalidad continua; fijan estructuras
mítico-rituales, pero no necesariamente contribuyen a la
homeostasis del sistema social53.
La
narración de identidad de la democracia liberal se separa de las
determinaciones de identidad de las grandes religiones, para
instaurar en su lugar la voluntad de la mayoría, la emoción grupal
de unidad en su forma más básica, aspirando a subsumir bajo su
representación mítico-ritual cualquiera de las representaciones de
los planos míticos anteriores, sin embargo, su procedimiento ritual
(heredado de alguna de esas tradiciones) así como los mitos que
necesita sobre la persona del ser humano como fundamento del poder
político, se encuentran ya impregnados por la metafísica de los
planos que subsume, con el resultado de una sacralización de la
democracia que revitaliza, en general, las narraciones de das
Heilige, generando ejes mítico-rituales dobles en los que se deja un
espacio para una esfera psicológica privada, en la que dar sentido a
la persona social del individuo que justifica las determinaciones
económicas del eje, pero sin suponerle una amenaza54.
Como comprendiera Walt Whitman, la pervivencia de la democracia
liberal va unida a su sacralización55,
a su integración con el resto de los mitos que constituyen el eje de
la sociedad en la que se da, aunque más que una integración se
trata de su capacidad de mostrarse como la continuación de aquellos
otros mitos y determinaciones, lo que implica llegar a términos con
ellos y garantizar un espacio en el que puedan ser continuados, ya de
forma liminoide, y sin interferir con el eje mítico-ritual de la
ciudad. La democracia ateniense obtenía su sacralidad de la
narración del ciudadano libre no menos que la democracia liberal de
la del ser humano. En ambos casos, se trata de una sacralidad que
remite no tanto a la individuación y a la libertad individual como a
la emoción social que vertebra las comunidades humanas. Bajo este
punto de vista, el demos, el Volk del nazismo, o el proletariado
comunista, expresan una misma emoción básica articulable en ejes
mítico-rituales distintos.
La
narración de ciudadanía dentro de las organizaciones políticas del
plano de la ley humana no es la de un contrato insuficientemente
teorizado entre un Estado y sus miembros, como propone Saskia
Sassen56
acerca de las sociedades modernas, sino una narración de dominación
que varía en función de los planos míticos activos en cada caso
particular. Las relaciones de dominación no vienen meramente
determinadas en acciones teóricas deliberadas, como las de un
contrato, sino que tienen un origen emocional que las condiciona a un
nivel más básico. El contrato social humano es una condición de
necesidad que viene impuesta por nuestros sistemas neurales
emocionales: la necesidad de vivir en grupo, y tal condición de
necesidad es independiente de sus aceptación a nivel de cualquiera
de las personas sociales que integran la comunidad, así como es
independiente del mito de determinación primitiva en el que hayamos
dado forma enaria a esta relación. Los Estados modernos no han sido
nunca contratos sociales57
más de lo que pudieron serlo los del plano mítico del rey-dios, de
hecho, no podrían serlo y mantener la estructura de la ciudad a la
vez. Este hecho ha sido comprendido en las distintas tradiciones
políticas de la modernidad, desde el utilitarismo al marxismo
revolucionario: la base del gobierno no es ningún contrato, sino la
necesidad humana y la satisfacción de las necesidades humanas58.
La noción de contrato social simplemente ha contribuido a las
narraciones previas de dominación, permitiendo un grado nuevo de
homeostasis con una valoración de sentido que justifica las
instituciones de ley humana de los Estados modernos con principios
distintos a los del plano del rey-dios. Si bien, es cierto que el
concepto de ser humano ha propiciado un tipo nuevo de acción social,
la llamada civil desobedience, como negativa a cumplir algunas leyes
y demandas de un gobierno por parte de los gobernados, que ha
contribuido a dar forma a la narración de ciudadanía (en el plano
de la ley humana) de manera mucho más efectiva que la del contrato
social. Es más, a partir de la introducción de la narración de
desobediencia civil59,
la idea de contrato social ha sido utilizada como argumento represor
de tal desobediencia. Si las sociedades democráticas liberales están
fundadas sobre un contrato social de seres iguales y libres, las
acciones de desobediencia civil son una violación de tal contrato,
postura que a su vez genera, como reacción, la idea de que la
desobediencia civil está justificada por unos principios morales que
van más allá de la capacidad humana para establecer acuerdos de
gobernabilidad. Así se produce una espiral de narraciones
reificadoras en las que las argumentaciones acaban por dejar el plano
de la ley humana para justificar las relaciones económicas de
dominación o para negarlas, narraciones en las que se encuentran los
conceptos de legalidad y legitimidad que condicionan la formación de
las personas sociales de cualquier grupo humano. El concepto de
legalidad, en cuanto que acción de determinación económica, es una
narración de dominación que expresa la homeostasis social alcanzada
en un momento histórico específico, mientras que el concepto de
legitimidad apela o bien al pasado o al futuro de tal homeostasis, es
decir, es una acción de determinación primitiva que en su
diferencia con la legalidad no hace sino expresar la metafísica de
quien no ostenta el poder, y esta puede ser una metafísica de la ley
universal o de la ley humana, en ambos casos vinculada al ciudadano
lírico. La desobediencia civil es, entonces, la acción política
que tiende a cerrar la brecha abierta entre legalidad y legitimidad
que se abrió con la creación de la vida privada por parte del
ciudadano lírico, y como tal es un principio humanista que, al
expresar la tensión entre gobernantes y gobernados, muestra las
inconsistencias de las estratificaciones de un eje mítico-ritual, y
dentro del plano postmoderno de las democracias liberales, aquellas
inconsistencias debidas a un narración de identidad sobre el ser
humano (como la de la Declaración) que contradice la identidad de un
grupo social fuertemente jerarquizado.
El
plano de la ley humana aglutina mitos pertenecientes a todos los
planos anteriores en torno a la persona social del ser humano, lo que
complica la formación de narraciones consistentes. A la evidente
pervivencia del plano de la ley universal en la ciencia hay que
añadir las de diversos elementos del plano del rey-dios (desde las
monarquías mismas, a las sacralidades y transcendentalismos de
diversos objetos), cuya persistencia no se debe a la mera inercia
producida por las religiones universales, como observamos en las
sacralizaciones que se dan de manera espontánea con todos los
líderes políticos, incluidos aquellos que pertenecen a ejes que se
apoyan en la ley humana. Así por ejemplo, el mito del buen salvaje,
corolario de algunos postulados del ciudadano lírico en los que se
idealiza la vida rural frente a la urbana (y que hoy sobreviven en
diversas formas de indigenismo, ecologismo y espiritualidad Nueva
Era), o los medievalismos iniciados por Tennyson, Scott y los
prerrafaelitas, continuados posteriormente por Wagner, las
vanguardias artísticas del siglo XX, la literatura de Tolkien, C.S.
Lewis, y las producciones de la industria del cine, construyen mitos
que expresan distintas formas de nostalgia con respecto a planos
míticos anteriores, de anima mundi o incluso del rey-dios, si bien
teñidos de una imperceptible modernidad utópica que los hace más
construcciones literarias que narraciones sobre las que basar de
manera consistente ejes mítico-rituales compatibles con la
estructura económica de la sociedad en la que surgen. La
persistencia de las narraciones de un plano mítico en los
posteriores no obedece ni al carácter transcendental de los mitos
como arquetipos de la psique humana ni a una ilustración
insuficiente, corregible mediante una racionalidad más vigorosa60.
No basta con mostrar las inconsistencias lógicas y epistemológicas
de las antiguas creencias para que desaparezcan de la praxis social,
y esta insuficiencia no se debe tan sólo a que las estructuras
sociales en las que se apoyan tales superestructuras ideológicas
siguen activas. La tesis de la Ilustración insuficiente no tiene en
cuenta que la estructura de los mitos es emocional, y que las
inconsistencias lógicas y epistemológicas quedan subordinadas a
cuestiones de congruencia semántica, ya que el sentido vital es una
cuestión emocional. La experiencia muestra que las superestructuras
mitológicas persisten con estructuras marxistas, como lo hicieron
con las burguesas, feudales, o los estados agrarios de la
Antigüedad. Ni la mitología marxista, ni la científica, han
conseguido desplazar por completo los viejos relatos, sino que los
han transformado en un híbrido narrativo de los planos de la ley
universal y la ley humana. Aunque estas dos narraciones son de corte
humanista, no logran dar al ser humano el protagonismo narrativo
sobre su mito. En el marxismo, lo que se hipostasia ahora como
narrador es el tribunal de la historia (por supuesto, un tribunal
marxista revolucionario), una supercomunidad transhistórica que se
desarrolla de forma inevitable hacia una autoperfección de igualdad
y libertad en una vida política plena de sentido. La historia sabe,
como la comunidad sabe, y hay un modo definitivo de ser de las cosas
que se realizará mesiánicamente en el futuro. La ciencia participa
asimismo de esta teleología, si bien, en la medida que preserva su
contenido empírico, no pretende dar respuestas definitivas. Mientras
que el narrador del mito marxista es un supersujeto social, el de la
ciencia es un superobjeto ordenado exento de contradicciones que
simplemente se resiste a nuestra limitada comprensión. Si nuestra
constitución neurológica fuese exclusivamente neocortical y la
homeostasis se regulase tan sólo desde el cortex, o si encontrásemos
un referente no metafísico para el supersujeto social, tendríamos
una propuesta humanista válida por parte de estas tesis, pero no es
el caso.
La
narración mitológica ha surgido como modo de transmisión no
genético de la información relevante para la homeostasis grupal e
individual, y como tal no hay otro narrador que el ser humano
condicionado por su biología. Los mitos antiguos perviven no por su
condición de verdad psicológica atemporal, sino por la incapacidad
del pensamiento moderno ilustrado de integrar tres factores en un
mito armónico: la condición psicológica humana como proceso de
racionalidad continua, los relatos sobre los orígenes de mundo y
hombre, y el desarrollo de formas de vida que no sean contradictorias
con los dos factores anteriores (no meramente congruentes). Esta
incapacidad integradora afecta también a la forma en la que los
mitos antiguos persisten en el presente, ya no como fuerza activa de
la que se deriva una identidad social, sino como pastiche
fragmentado. Así, los ejes mítico-rituales del presente no se
limitan a repetir las narraciones de la ley universal (integrismos de
distinto tipo), sino que son un pastiche mediático de narraciones
postmodernas en las que se explicitan los órdenes económicos de un
mercado global tecnológico, a los que se incorporan subnarraciones
de identidad a la carta: las del ser humano, las
científico-tecnológicas, o las de cualquiera de los viejos mitos
religiosos capaces de cubrir las carencias psicológicas de las otras
dos. La forma narrativa que ha aglutinado estos diferentes relatos
bajo la perspectiva de la ley humana es la narración criminal (crime
story), tanto en su forma de la narración detectivesca como la
judicial, que en sus diferentes presentaciones técnicas constituyen
los productos de los news and entertainment media. Aunque esta
narración no es exclusiva de la modernidad, sí es paradigmática de
ella a partir de la aparición progresiva de medios de comunicación
de masas en el siglo XIX. Su presencia abrumadora en los media, a
partir de la obra de Conan Doyle61,
no refleja tan sólo un mero gusto por los puzles y misterios de
nuestro sistema dopamínico, sino que muestran todo un procedimiento
de divulgación de determinaciones primitivas con función
normalizadora. Las crime stories permiten un punto de vista oficial
desde el que abordar las diferentes narraciones de sentido que
conviven en las sociedades postmodernas, en lo que se refiere a la
perpetración del crimen y a su castigo correspondiente, y en este
sentido, su función es equivalente a las narraciones epistemológicas
de contenido moral que observamos ya en los planos de anima mundi,
pero su funcionalidad mítico-ritual es más completa. Podríamos
clasificar las crime stories, siguiendo a Katz, en cuatro categorías
sociológicas: las de competencia personal y sensibilidad, las de
integridad colectiva, las de conflictos morales politizados y las
narraciones de crímenes de collar blanco62.
Estas categorías representan los criterios para la publicación de
noticias sobre crímenes utilizados por New York Times y Newsday
entre 1974 y 197863.
La primera de ellas, la llamada de competencia personal y
sensibilidad, recoge los crímenes especialmente destacables por el
ingenio y eficacia de sus perpetradores, ya sean timos, robos,
fraudes o asesinatos, en lo que alguna propiedad de la acción es
relevante para llamar la atención sobre su contenido extraordinario,
ya sea este sangriento, cruel, psicopático o astuto. La segunda
categoría, la de la integridad colectiva, recoge las narraciones en
las que se trata de una u otra manera con la integridad moral de la
comunidad. En este caso, habría historias en las que los actores
criminales son personas reputadas de la sociedad, o bien las
víctimas, o en las que los escenarios representan bastiones de los
valores morales de la comunidad (templos, enclaves emblemáticos,
etc.). La tercera categoría, la de las narraciones de conflictos
morales politizados, incluye los conflictos terroristas y las
transgresiones de la ley que se hacen en nombre de otro principio
legal conflictivo con el dominante, en otras palabras, se presenta un
conflicto tradicional de narraciones de dominación. La cuarta, está
formada por las narraciones de collar blanco, en las que podemos
incluir todas aquellas transgresiones de la ley cometidas por
autoridades sociales investidas de un aura de sacralidad. Desde un
punto de vista mitopoético, estas cuatro categorías podrían
reducirse a dos: las narraciones que tratan sobre alteraciones o
anomias de las determinaciones económicas, y anomias en lo que se
refiere a las determinaciones primitivas. Como hemos visto, estas dos
determinaciones no son separables de manera simple, y la cuádruple
categorización sobre narraciones criminales, aunque explicita una
lista de intereses del gran público y los editores, no nos da una
imagen integrada de estas cuatro categorías dentro del sistema de
valores de una democracia liberal. Los temas de estas cuatro
categorías son los mismos que encontramos en las narraciones de las
noticias cuarenta años después del estudio de Katz, así como en un
buen número de novelas y películas de acción, ya que su función
mítico-ritual no ha cambiado desde mediados del siglo XIX. Las
narraciones de crímenes de los media (las noticias y la llamada
ficción) tienen tanto una función epistemológica como de catarsis
psicológica, y en ambos casos se reafirma el eje mítico-ritual.
Desde un punto de vista mitopoético podríamos decir que se exponen
en ellas dos tipos de anomia para estos fines señalados: las
violaciones del orden plenamente establecidas ya en códigos y
protocolos, cuya función es epistemológica y enculturante, y las
anomias nuevas, o exposiciones a zonas liminales aún no fijadas por
la ley, que exigen una reflexión moral. La elección de actores
sigue los patrones tradicionales de las narraciones de los cuentos
populares y las mitologías, pues son personas sociales relevantes y
bien establecidas las que se contrastan y componen en relación a la
acción social. Es importante, como siempre lo ha sido en los mitos
de anomia de la ciudad, que la disputa tenga un contenido maniqueo
relativamente simple, que el grupo o la comunidad sean
incuestionablemente valorados positivamente, y sus enemigos
demonizados.
Las
crime stories cumplen la función ritual que en los planos míticos
del anima mundi cumplían lo que Durkheim llamó el culto negativo64,
las prescripciones de prohibición que después tomarían la forma de
códigos legales en el plano del rey-dios. Desde las comunidades
primitivas hasta las contemporáneas, el contenido ritual de los
castigos y el fortalecimiento de la creencia en la sacralidad de las
prohibiciones, ha contribuido de manera efectiva a dar forma a la
identidad grupal y a mantener el orden de las determinaciones
económicas. Encontramos juicios a los muertos, y en general, dioses
de la justicia, casi siempre en la figura de unos de los primeros
reyes civilizadores, tipo Gugalanna (marido de Ereshkigal), Ptah,
Osiris, Minos, etc., en la mayoría de los relatos míticos del plano
del rey-dios. Lo más interesante de las crime stories de la sociedad
postmoderna es que se trata de un rito de culto negativo que se hace
a diario a través de las noticias y las series de televisión, es
decir, que se ha desbordado el espacio tradicional dedicado a esta
función de control social ocupando parte del espacio de los ritos
positivos (conmemoraciones, funerarios, etc.), cuya importancia es,
por comparación, menor. La expansión desmedida de los cultos
negativos se ha dado por la comercialización que han sufrido tales
narraciones, impulsada por la demanda que de ellas hace el público,
la cual obedece a la necesidad de formar una imagen de la comunidad
propia (y con ella de la noción de realidad social), que dejó de
satisfacer el calendario ritual más lento de las religiones. Las
crime stories ofrecen una imagen económica más ajustada a la
dinámica social de la ciudad postmoderna, ya sea global o no,
dinámica condicionada por la alta velocidad en el flujo de
información, que impone unas relaciones económicas cuya
temporalidad es radicalmente distinta a la de los calendarios
tradicionales, herederos de los mitos de la cosecha. La
representación ofrecida por las crime stories sobre la vida de la
ciudad, atiende las mismas funcionalidades generales que eran
tratadas por las narraciones de identidad de otros planos míticos,
pues las necesidades emocionales de sentido siguen compartiendo una
forma básica muy arcaica, aunque la enarización de las relaciones
económicas siga ahora la base general de la metafísica monetaria.
Las nuevas personas sociales tienen que ser interpretadas
incesantemente a partir de los viejos mitos para mantener la
continuidad de identidad que permite que el grupo no se disgregue en
sus múltiples particularidades, algo que sólo puede hacerse con
determinaciones negativas, marcando los límites penales de cualquier
acción social. La narrativa mediática está condicionada por la
viabilidad comercial del producto-noticia que se ofrece, que depende
en última instancia de los tiempos de emisión y publicación, así
como de su interés mitológico, de la relevancia del discurso
emocional del relato en cuestión para las masas compradoras. La
competición de unos relatos con otros sólo permite el microrelato,
e impone la homogenización del producto, hasta el punto de que en
muchas ocasiones son perfectamente intercambiables, y el resultado
final es un collage de microrelatos ligados tan sólo por la precaria
unidad del sujeto así formado, unidad que sólo alcanza un sentido
fuerte de identidad en la persona del consumidor, quien participa de
manera plena en los ritos mediáticos. La redundancia y repetitividad
de estas historias, en los crímenes perpetrados así como en los
juicios y argumentaciones de orden, es fundamental para que surja su
efecto emocional ritual. El resultado psicológico de la supremacía
de los ritos negativos es un estado de alerta emocional continua de
la que se deriva una paranoia crónica con respecto a las condiciones
de seguridad. Siempre hay una amenaza para el eje mítico ritual y
para el conjunto del grupo, amenaza que lleva a que cualquier
consideración sobre la propia estructura de orden sea secundaria. De
hecho, cualquier cuestionamiento crítico es una amenaza más.
La
utilización de argumentación deductiva en las crime stories (en las
investigaciones criminales y en las argumentaciones judiciales), así
como su fundamentación acrítica sobre la criminología científica,
entroncan estos ritos negativos con la parte más incuestionada del
eje mítico-ritual, la universalidad de la ciencia (y su supuesta
infalibilidad), una integración que fortalece el rito a la vez que
reifica el concepto de verdad en sentido moral, el cual opera con un
rango equivalente al que gozaba dentro de los ejes mítico-rituales
de las religiones universalistas. A partir de esta reificación, el
rito mediático se aplica tanto a la interpretación de la actualidad
como a la revisión de la historia reciente de la modernidad,
reajustándola desde estas premisas a las necesidades de sentido del
presente. Además, cuando se aplica el método detectivesco a las
acciones míticas más remotas, no sólo estamos ignorando que
interpretamos un mito desde otro, sino que estamos suponiendo un
sentido objetivo transhistórico para la realidad social más allá
de su funcionalidad homeostática, y volvemos a revestir el pasado
con un aura mitificadora, dentro de un esquema maniqueo de verdad
histórica, que refuerza la autoridad de la voz narrativa, al
justificarse la propia acción que se relata como un alethe, un
desvelamiento de lo no dicho en lo ya dicho, a la manera de lo
expresado en la filosofía hermenéutica. En esta narración, la
información sobre los hechos se presenta de forma acrítica, en la
línea de los mitos de narrador ausente, como datos objetivos dentro
de un entramado simbólico de más largo alcance, en el que se ofrece
reciclada la vieja metafísica de la ley universal en relación a la
historia de la humanidad y sus designios. Este entramado de los crime
stories, que por definición siempre está fuera del alcance del
espectador-consumidor, pues está en el plano del narrador ausente,
genera misterio por el artificio que supone el despliegue secuencial
de un argumento, así como por la misma propuesta de una ley
universal nunca completamente desvelada, pero que al operar en el
pasado, dota a las acciones de determinación que ocurrieron en aquel
momento de un fundamento que desborda su propia historicidad,
mitificándolas en acciones de valoración ille tempore, de contenido
atemporal y absoluto.
1Recuérdese
el fragmento de Protágoras sobre los dioses (Diels-Kranz 80b4): En
relación a los dioses, no dispongo de medios para saber si existen
o no, o de que tipo puedan ser, debido tanto a la oscuridad del
asunto como a la brevedad de la vida humana.
2Jen
es discutido en 58 de los 499 Analectos
del autor. (Cf.Wing-Tsit Chan,A
Source Book in Chinese Philosophy. Ed.
Cit.p. 16.
3Cf.
Fung Yu-Lan. Serving
Heaven and Jen.
En A
Source Book in Chinese Philosophy.
Ed. Cit. p.762.
4Véase
Hsün-Tzu. On
Nature.
Chapter 17. En A
Source Book in Chinese Philosophy.
Ed. Cit. p.p.116-124.
5Protágoras
llegó a escribir la constitución de Turios, en Calabria.
6Cuyos
emperadores retoman los sacrificios ante Tien, el dios del cielo.
7Paul
Henri Thyri, baron D’Holbach. Systeme
de la nature, ou des lois du monde physique et du monde moral.
Edition 1770. Une édition électronique réalisée à Chicoutimi,
Québec. 2007. Web.
8Ibid.
p.275.
9Por
propiedad
emergente de un fenómeno físico
entiendo el resultado de una síntesis cuantitativa cuya estructura
presenta patrones que no se podrían predecir simplemente a partir
del examen de los elementos que entraron en la síntesis. Así por
ejemplo, los patrones reproductivos de una célula no pueden ser
predichos a partir de la mera síntesis de sus moléculas
constituyentes.
10Así
por ejemplo, la luna era la imagen de la Iglesia Cristiana que
refleja la luz divina. Véase A.C. Crombie. Historia
de la Ciencia: De San Agustín a Galileo.
Vol. 1. Traducción José Bernia. Alianza Editorial. Madrid. 1987.
p.29.
11En
el sentido de que la crítica hubiese detenido la construcción del
plano mítico de la ley universal al mostrar, en su contraste con
los otros ejes mítico-rituales del rey-dios, que se trataba de ley
local.
12Véase
Isaac Newton. Principios
matemáticos de la filosofía natural.
Vol. 1. Trad. Eloy Rada García. 2 Vol. Alianza Universidad. Madrid.
1987. p.127.
13Como
expresara Einstein: Una
teoría puede contrastarse con la experiencia, pero no hay ningún
camino de la experiencia a la construcción de la teoría.
Notas
Autobiográficas.
Alianza Editorial. Madrid. 1986. p. 83.
14Einstein
pensaba que es posible una conceptualización independiente de la
comunicación, tanto perceptiva como verbal (Véase Einstein, Ibid.
p. 13), lo que contradice la teoría de la racionalidad continua,
tal como viene corroborada por la neurociencia, y apunta a una forma
de inteligencia no biológica (dios).
15Véase
el argumento de Gordon Kane en Supersymmetry.
Perseus Publishing. Cambridge. Mass. 2000. p.p.136-138.
16Véase
Quine, The
Ways of Paradox and Other Essays.
Random House. New York 1966; La
relatividad ontológica.
Trad. Manuel Garrido y Josep Ll.Blanco. Tecnos Madrid. 1986.
17Tal
como ha sido tratada por Susan Maddy o Elliot Sober. Véase Charles
Chihara, A
Sructural Account of Mathematics.
A
Structural Account of Mathematics.
Clarendon Press. Oxford. 2007.
18Una
de ellas: ¿tiene sentido preguntarse si existe el sustantivo
inexistencia,
o el adverbio existencialmente?
19Véase
Gottlob Frege, The
Foundations of Arithmetic.
Basic Blackwell. Oxford. 1959. p.102.
20La
segunda y la tercera son equivalentes, y reflejan diferentes grados
de formalización
21Como
ha descrito Stanilas Dehaene en The
Number Sense: How the Mind Creates Mathematics.
Oxford University Press. New York. 2001. p.p 23 y s.s.
22Cf.
Dehaene. Ibid. p.228.
23Véase
Conant, Levi L. The
Number Concept.
The Macmillan Company. New York and Boston. 1931.
24Lo
que contradice la definición de apeiron
como aquello que no tiene límite (y por tanto, forma).
25Véase
el tratamiento que da Gödel a esta proposición en On
the Completeness of the Calculus of Logic.
En Kurt Gödel, Collected
Works.
Volume I. Ed. Cit. p. 61 y s.s.
26Cf.
Feuerbach, Principles
of the Philosophy of the Future.
Ed. Cit. p.5.
27Véase
Ibid. Principio
2.
28Véase,
Karl Marx A
Criticism of the Hegelian Philosophy of Right.
En The
Project Gutenberg EBook of Selected Essays.
EBook #21565.
29A
quien se le atribuyen las doctrinas del Lokayata. Ajita Kesakambali
fue probablemente contemporáneo de Mahavira y Budha.
30Esta
es la definición que da Alain Touraine en Crítica
de la modernidad.
Temas de Hoy. Madrid 1993. p. 402.
31Como
vemos, por ejemplo, en la designación del primer presidente
comunista Coreano como el Presidente
Eterno,
y la inauguración de una dinastía hereditaria de presidentes.
32Piénsese
en las versiones nuevas continuas de software y hardware fetichista,
en la moda textil, en la repetición obsesiva-compulsiva de los
mismos productos bajo múltiples variedades.
33La
relativamente lenta dinámica de las revoluciones científicas, tal
como la ha expuesto Kuhn, es sustituida por la narración de
revolución tecnológica.
34Presentes
también, por supuesto, en el mundo postmoderno, pero en combinación
y coordinación con el espectáculo mediático.
35Obsérvese
el persistente uso del concepto de evil
en la vida política de U.S.A.
36Adoptada
por la Asamblea General de la O.N.U. el 10 de diciembre de 1948.
37La
diatriba cínica, como las de Bion de Borístenes, anticipa las
sátiras romanas, y ridiculizan toda la solemnidad de la filosofía
precedente y de las narraciones religiosas. Véase Albin Lesky, A
History of Greek Literature.
Thomas Y. Crowell Company. New York. 1966. p.p. 670-673.
38Cf.
Marco Aurelio. Meditaciones.
IV.4. Gredos. Madrid. 1983. p.83.
39Ciudadanía
que fue general para los pueblos conquistados a partir del Edicto de
Caracalla de 212 d.c.
40Véase
en la Biblia
el Libro
de Ezequiel.
48. 35.
41Los
textos cristianos a favor del esclavismo, y en general del statu quo
de dominación de la sociedad en la que está, siempre que sea
favorable al propio cristianismo, son numerosos en la Biblia,
además de en la práctica política de las iglesias
cristianas.Véanse, por ejemplo, todas las referencias que da la
World Future Fund. org.Web.
42Véase
Locke, la sección 27 de Second
Treatise of Government.
Ed. Cit.
43Cf.
Karl Marx. Das
Kapital.
Part I. Section IV. Ed. Cit. p.38.
44Es
interesante observar que las acciones narrativas para estas
actividades económicas, y en general para cualquier actividad
económica en la que hay una valoración social emocional-monetaria,
fueron ya establecidas en los planos míticos del anima
mundi
y el rey-dios, porque expresan formas básicas de obtención de
recursos en el mundo animal. Encontramos mitos del trabajo de la
tierra, en los relatos de recolección de las sociedades cazadoras
recolectoras y después en los mitos de la cosecha, mientras que las
narraciones mitológicas financieras quedan recogidas bien en los
mitos de oportunismo, robo y conquista en general de la propiedad de
otro, como en los relatos de anima
mundi
del coyote y los seres sobrenaturales tramposos, bien en las mismas
mitologías de la cosecha si consideramos que el dinero es una forma
de tierra en cuanto a su uso, como hace Locke en Second
Treatise on Civil Government,
y que la propiedad de la tierra, como la del dinero, no es más que
una narración metafísica de dominación.
45Véase
la relación de objeto y emoción tratada por Antonio Damasio en A
second chance for emotion.
En Cognitive
Neuroscience of Emotion.
Ed. Cit. p.17.
46Entendiendo
por más
activa
la que controla más medios de producción.
47Como
leemos en el capítulo 16 del Leviatan.
Thomas Hobbes, Leviatan.
Amazon Kindle Edition. p.p. 74-78.
48Recordemos
que la East India Company disponía de fuerzas armadas propias con
las que defendía y avanzaba sus intereses comerciales y políticos
49Como
el caso de la East India Company (Véase John Keay. The
British Conquest. India. A History.
p.p. 383-413). En el mundo contemporáneo, hay multitud de
ejemplos, de hecho es difícil distinguir dónde acaban los
intereses de los mercados y las corporaciones y dónde empiezan los
propios de un Estado, que depende para su financiación de los
mercados financieros. Las vinculaciones y alianzas no se desarrollan
siempre dentro de los marcos del derecho internacional, es decir, se
trata en muchos casos de acciones de guerra. Uno de muchos ejemplos:
Exxon, y otras tres petroleras, estuvieron implicadas en diversas
formas de corrupción con la dictadura de Obiang en Guinea
Ecuatorial.Véanse los diversos artículos periodísticos en la Web
sobre el tema.
50Véase
la inconsistencia entre la declaración de la Exxon de sus
Standards
of Business Conduct,
(Web de la compañía) o las de la compañia Shell (Web), y las
actuaciones económicas de la primera en Guinea Ecuatorial y la
segunda en Nigeria.
51Michael
Bloomberg, propietario de una corporación que controla un tercio
del volumen de negocio de la información financiera, lleva tres
legislaturas seguidas como alcalde de Nueva York.
52El
rito es toda la campaña, no meramente el acto del voto.
53John
Stuart Mill comprendió este principio evolutivo, como muestra la
exposición que hizo en On
Liberty (Chapter
3.
Of individuality as one of the elements of well being)
sobre la fortaleza de la diversidad social y la variedad de
ideologías, tomando el tema de Wilhelm von Humboldt sobre la
necesidad del ser humano de gozar de libertad y variedad de
situaciones, para alcanzar su máximo desarrollo. También Walt
Whitman basa sus postulados democráticos en el principio de la
riqueza que producen las ideas contrarias (Véase el primer párrafo
de Democratic
Vistas).
54De
forma análoga a como en su momento lo hicieron las narraciones de
inmortalidad personal.
55Véase
Democratic
Vistas.
Poetry
and Prose.
The Library of America. New York.1984. p. 949.
56En
Saskia Sassen, Territory,
Authority, Rights.
Princeton University Press. Princeton and Oxford. 2008. p. 277. El
concepto de contrato
insuficiente
fue desarrollado previamente por Cass Sunstein en On
Analogical Reasoning.
Harvard Law Review 106(3). 1993. p.p.741-67.
57Cf.
Jeremy Bentham. A Fragment
on Government. Chapter 1. VII. Oxford
Clarendon Press. Oxford. 1891. p.p. 135-136.
58Para
Bentham (Ibid.) tanto los gobiernos liberales como los despóticos
siguen un mismo principio de autoridad en el ejercicio del poder, y
la misma idea de división de poderes con carácter limitador no es
sino un mito.
59Aunque
el problema de la diferencia entre lo que es moralmente
bueno
y la ley ya está presente en la Antígona
de Sófocles, cuando desobedece la orden de no enterrar a su
hermano, el primer tratamiento moderno del tema se lo debemos a
Shelley, en su The
Mask of Anarchy,
aunque quizá la obra más influyente sobre el asunto sea el ensayo
de Thoreau, quien dio el término al concepto.
60Como
han interpretado las escuelas mitológicas platónicas (Grupo
Eranos) o las marxistas, respectivamente.
61En
el momento de acabar este libro (2013), hay dos nuevas películas de
cine con las aventuras de Holmes, y una serie televisiva británica
que ambienta las viejas aventuras del detective en el Londres
contemporáneo. Por otro lado, el mayor número de descargas de la
biblioteca digital de la internet llamada Gutenberg Project,
corresponde a la obra de Sir Arthur Connan Doyle, pero basta echar
un vistazo a las series de televisión más populares del momento
para ver que dominan el mercado. Así por ejemplo, en los
principales canales televisivos de la C.E.E. se emiten más de
veinte series policiacas norteamericanas, británicas, alemanas,
españolas, italianas, francesas, etc., además de un ingente número
de películas de este género, y crónicas informativas cuyo método
es forénsico.
62Estas
son las distinciones que Jack Katz ha establecido en What
Makes Crime News?
En Media
Culture and Society
(SAGE, London, Beverly Hills, Newbury Park and New Delhi). Vol. 9.
1987. p.p. 47-45. Web.
63Criterio
obtenido por el contraste entre los archivos de la oficina federal
para la persecución criminal del Eastern District of New York, y
los artículos publicados por los periódicos mencionados que se
corresponden con crímenes archivados en tal registro. Un total de
550 narraciones sobre 200 crímenes diferentes.
64Véase
Durkheim, Las
formas elementales de la vida religiosa.
Libro III. Capt.1. Ed. Cit. p.p.461-475.
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