La
complejidad de un eje mítico se ve condicionada tanto por su
estructura de simbolización como por la arquitectura funcional del
cerebro humano que la genera. La forma de la simbolización no es
independiente de la arquitectura funcional, como ya planteamos en la
teoría emocional, si bien, la forma específica que toman las
acciones míticas dentro de esos condicionamientos generales puede
ser muy variada, como muestran los diferentes planos míticos que ha
construido el ser humano. Para poder pensar el límite a la
simbolización, es preciso, entonces, comenzar por dar una
valoración a los posibles cambios de nuestra arquitectura neuronal
como limitadores de nuestros futuros mitos.
Si
definimos la inteligencia animal de manera evolutiva, como la
flexibilidad para elaborar respuestas nuevas a problemas de la
supervivencia1,
estamos reformulando en un contexto teórico diferente la tesis
aristotélica de que la vida es inteligencia. Claro que, desde el
punto de vista de las extinciones masivas, debidas a procesos
geológicos y astronómicos2,
la vida ha continuado no tanto por su inteligencia, en el sentido de
capacidad para desarrollar soluciones a los problemas, como por
equilibrios del sistema geológico que no llevaron las condiciones
extremas del medioambiente más allá de ciertos límites. El éxito
de la vida está más en la estabilidad de ciertos procesos químicos
en escenarios de baja entropía, capaces de reproducir los procesos
negantrópicos de la evolución una y otra vez, que en la habilidad
para dar soluciones a las amenazas del medio por parte de las
especies que consideramos más inteligentes. Obviamente, cuando hablo
de inteligencia, me refiero a la capacidad de una respuesta limitada
dentro de escenarios biológicos, es decir, trato la inteligencia
desde un punto de vista humano, y utilizando los mitos de la ciencia
críticamente. Por ello, prefiero definir la inteligencia en términos
mitopoéticos, y así la entiendo como la acción vital de generar
escenarios semánticos, el proceso autopoético del sistema vital en
el que se generan miméticamente relaciones y propiedades semánticas
entre sus elementos que estabilizan la homeostasis orgánica, y dotan
al ser vivo de flexibilidad en su comportamiento adaptativo. Los
grupos neuronales inician procesos en los que se recogen las
relaciones del organismo consigo mismo y con el entorno, que en la
medida que son estables (repetibles) mantienen una memorización
propia, independiente de la celular individual, dando lugar a estados
del sistema que funcionan como referentes objetuales en nuevos
procesos neurales sintéticos de categorización. El concepto de
inteligencia, pues, es indisociable de la vida, sin la que no tiene
ningún sentido3.
El grado enario de estos escenarios, el número de síntesis
independientes memorísticas (síntesis de identidad) nos da una
medida relativa de su posición en los procesos de racionalidad
continua. La psicología cognitiva ha establecido experimentalmente
una gradación dentro de la inteligencia animal según la cual, entre
los tetrápodos, los mamíferos y las aves son los más inteligentes,
y dentro del grupo de los mamíferos, los grandes simios encabezan la
lista (los cetáceos y los elefantes disputan el segundo puesto en
relación al ser humano4),
gradación cuya utilidad es menor que la comprensión general que
produce la heterogénesis de la inteligencia implicada por estos
resultados, el hecho de que no ha habido una única línea de
evolución de la inteligencia que ha culminado en la nuestra, o dicho
con otras palabras: que la inteligencia es una propiedad general de
la vida.
Hasta
hace una década, la neurociencia postuló una relación directamente
proporcional entre la inteligencia y el tamaño del cerebro, y de
manera más precisa, propuso varios ratios entre el peso del cerebro
y el tamaño y peso del animal (así como otros5
entre peso y tamaño del cortex, etc.), medidas que han sido
cuestionadas tras los hallazgos que ha hecho la paleoantropología
del Homo Floresiensis6.
Las características de este homínido, que utilizaba el fuego y las
herramientas de piedra con un pequeño volumen cerebral, han llevado
al replanteamiento de las hipótesis que condicionaban la
inteligencia exclusivamente al tamaño cerebral, en cualquiera de sus
parámetros de medida. De hecho, el problema se da también con el
tamaño de cerebros de especies claramente inteligentes, como los
córvidos, que con diez gramos de cerebro son capaces de utilizar
herramientas con gran facilidad, además de planificar y dar
respuestas flexibles a nuevos problemas, fenómeno que se debe al
desarrollo especial que ha tenido en esta especie el sistema neural
equivalente al cortex prefrontal de los mamíferos7.
La capacidad para construir escenarios semánticos (como la capacidad
de transformar los objetos naturales en herramientas), o la capacidad
de cerrar un escenario para establecer conexiones entre sus objetos y
los de otro escenario que está representado en la memoria, no
depende de manera tan crítica del espacio de procesamiento, de
hecho, la comunicación que permiten los sistemas emocionales hace
que las respuestas de un grupo a un problema tratable (no de escala
astrobiológica) específico aproveche las capacidades generales del
colectivo para procesar el problema. Es más, el grupo puede
funcionar como un gran cerebro sin que sus miembros por separado lo
tengan, integrando el procesamiento de diferentes partes hasta
producir un comportamiento general de complejidad semántica superior
a la de cada uno de los procedimientos neurales individuales, hasta
el punto que se produzca una emergencia de inteligencia que no
corresponda al taxón de la especie. Los datos empíricos muestran
que el funcionamiento modular del cerebro8,
cuya red neural presenta una topología de tipo small-world9,
se da asimismo, en una escala diferente a la de las neuronas, en
enjambres de organismos vivos simples. En el mundo animal,
encontramos múltiples ejemplos de esta inteligencia modular
colectiva entre las bacterias y los insectos, cuyo comportamiento
colectivo es inteligente -mientras que el individual no cumple la
definición cognitiva-, así como entre las formas cooperativas de
caza en los mamíferos, en las que se generan acciones coordinadas
complejas que resuelven flexiblemente situaciones inesperadas. La
inteligencia colectiva de los insectos, que es reproducible a nivel
de inteligencia artificial mediante una programación relativamente
sencilla10,
muestra emergencia de inteligencia compleja a partir de las
operaciones de sistemas neurales simples como los del cerebro de la
hormiga o la abeja. Las comunicaciones bioquímicas individuales
entre las hormigas son comunicaciones de alcance local que se agregan
en patrones miméticos que culminan en la solución de problemas que
requerirían un procesamiento de información inalcanzable para
hormigas individuales, como es la construcción de un puente, cargar
grandes pesos o encontrar la ruta óptima hasta un objetivo de
alimento11.
Lo interesante es que, tanto en el caso de los insectos como en el de
los mamíferos que cooperan en la caza, no se da una integración de
la información como tal, no hay órgano aglutinador, ni un
procesador central, sino que, dada una semántica común emocional,
se produce una autopoiesis de comportamiento semánticamente más
complejo que el que implican las acciones de sus elementos por
separado. Por otro lado, la eficiencia de la comunicación entre las
partes es relevante para la complejidad de esta emergencia semántica
automática, como vemos en el caso de los sistemas sociales humanos
en un grado máximo, si bien, en la escala biológica neural, la
importancia parece ser menor, como muestra el hecho de que nuestro
sistema neural y el de los grandes simios es básicamente igual en lo
que se refiere a conectividad. Aunque la destreza intelectual de un
sistema neural es proporcional, ceteris paribus, a la eficiencia de
la comunicación12,
no es el único factor que interviene en la complejidad semántica de
un sistema orgánico, ni tampoco el tamaño del procesador neural.
Por
tanto, los posibles incrementos de la complejidad mitopoética no
tendrían que estar condicionados por las limitaciones de nuestro
cerebro individual13.
De hecho, la complejidad mitopoética creciente que observamos en los
planos míticos se ha producido sin cambios relevantes en la
arquitectura funcional de nuestro cerebro en relación a los
parámetros señalados. Los cambios en la arquitectura funcional
debidos al desarrollo de los lenguajes formales, mostrados por Roland
Friedrich14,
suponen una forma de exapción, no de expansión cerebral: nuestro
cerebro reutiliza recursos neurales para nuevas necesidades
cognitivas. Sin embargo, la complejidad mitopoética de un eje no
viene condicionada sólo por la eficiencia comunicativa per se, que
es un proceso de la determinación sintáctica de un sistema en el
que hay elementos entrópicos; si así fuera, los ejes del anima
mundi, cuyas comunidades pequeñas desarrollan narraciones muy
efectivas que se comunican sin apenas ruido, presentarían una
complejidad mitopoética mayor que las de los otros planos, pero no
es el caso, ya que hay menos personas sociales y tienen sistemas
simbólicos más simples, con menor número de acciones míticas. El
aumento del número de acciones míticas y de personas sociales
introduce ruido en el eje, lo disgrega, pero este ruido, que no es
otra cosa que la apertura del sistema al entorno, incrementa el
número de interacciones vitales y de sus correspondientes
valoraciones, ampliando las condiciones de posibilidad combinatoria
sintética que dan lugar a procesos emergentes, los cuales se añaden
generando automáticamente un grado de complejidad semántica mayor15
sin necesidad de un procesador central. Así por ejemplo, la vida en
las ciudades generó un marco mitopoético de condiciones económicas
que resultaron de la interacción de personas sociales que no gozaban
de una identidad en el plano del anima mundi (su acción económica
era inexistente en ese plano16).
Estas relaciones nuevas de identidad no se originaron de una manera
planeada, ni plenamente deliberada, pues obedecieron a nuevas
oportunidades de supervivencia que nuestros sistemas emocionales
interpretaron y aprovecharon, de la misma manera que tampoco se
vieron arrestadas (aunque sí condicionadas) por el ruido de un eje
con muchos más elementos. Se trata de una autopoiesis que genera
nuevos endomorfismos entre las acciones del eje, así como nuevas
acciones míticas. Una vez creadas las condiciones de posibilidad de
forma automática, los endomorfismos serán incorporados
deliberadamente a las narraciones de identidad, y serán expandidas
las acciones valorativas al fijar estados posibles de relaciones en
el eje vinculados con acciones determinadas que tengan un contenido
semántico específico. Estas incorporaciones valorativas de las
nuevas relaciones, que al principio de su formación están como mera
posibilidad, no tienen por qué ser inmediatas, pero el nuevo
elemento está ya simbolizado para cualquier desarrollo posterior, es
decir, hay ya desarrolladas unas condiciones de congruencia
semántica para la nueva actividad. Pensemos, por ejemplo, en los
mercados financieros como desarrollo posterior de unas condiciones de
complejidad semántica que ya se encuentran en las relaciones
económicas que permite el dinero. La eficiencia comunicativa actúa
como una fuerza de cohesión del sistema, refuerza las relaciones de
producción y reproducción generadoras de identidad, pero no genera
más complejidad sino que administra la ya alcanzada.
La
complejidad semántica de un escenario o de un eje, no es
determinable desde sí mismo. Así, cuando asignamos complejidad
semántica a la acción que lleva a las hormigas a encontrar el
camino más eficiente, o a la de los lobos que cazan
cooperativamente, es la que nosotros proyectamos sobre el escenario
desde una acción mítica científica. Ni las hormigas ni los lobos
tienen una comprensión metateórica de sus acciones, ni la
necesitan. Para tenerla necesitarían una narración de identidad,
como la que construyó el chamán humano en las comunidades arcaicas,
y luego se desarrolló en posteriores mitos, con respecto a la que
referir esa acción particular de caza o supervivencia. Pero el ser
humano tampoco tiene nunca una representación semántica completa de
sus propios ejes, porque la complejidad desarrollada por un eje no es
abarcable ni por un solo individuo ni por una persona social, pues
tiene un componente liminal dinámico, sólo representable como
acción mítica de identidad, acción posterior a la acción
funcional del organismo: las acciones vitales desplazan continuamente
los términos exomórficos, pero no con un plan determinado sino como
parte de las combinatorias autopoéticas de los procesos
reproductivos.
A
nivel humano, el procesador central inexistente de estas acciones de
inteligencia modular que caracteriza los sistemas mítico-rituales,
es lo que representamos como narrador ausente, un orden simbólico
más complejo que el que corresponde a nuestra comprensión
consciente de las acciones míticas que llevamos a cabo. En cuanto
que tiene una dimensión semántica superior, parece operar de forma
ajena e independiente a nuestro sistema comunicativo, y es
hipostasiado como realidad objetiva, natural o sobrenatural. Una
hipóstasis así nos permitió generar una primera representación
del proceso de simbolización que es la racionalidad continua. Este
plus simbólico autopoético no incluye tan sólo la dimensión
lingüística en la que se formó, sino toda la experiencia vital
vinculada a la simbolización particular, por lo que es vagamente
representado como una realidad objetiva. Las representaciones de
estos escenarios semánticos superiores son endomórficas, pero son
un tipo de representación pendiente de endomorfización, cuya imagen
no ha sido todavía incorporada al resto de los mitos, proceso este
distinto al de formación de representaciones exomórficas, y que se
ha experimentado, con frecuencia, como el descubrimiento de algo que
está ahí (en la matemática platónica, en la teoría artística
del genio), pero que se corresponde con la realización de unas
condiciones de posibilidad que se generaron en términos meramente
vitales, y sin la necesidad de una conciencia planificadora. Por
supuesto, a estas generaciones automáticas de escenarios semánticos
hay que añadir las que se realizan deliberadamente conforme a
propósitos emocionales, y que se combinan con las acciones míticas
ya plenamente incorporadas al eje mítico. El plus simbólico
autopoético del narrador ausente añade un motor extra, no basado en
la autoconciencia, a la enarización de la racionalidad continua, y
dota a la vida-inteligencia de una flexibilidad que la conciencia
grupal o individual nunca podría desarrollar, pues está
condicionada por sus propias relaciones de reproducción narrativa,
conforme a los parámetros fijos de su propia experiencia.
La
unidad del entramado simbólico es la narración de identidad, y esta
implica un lugar desde el que se hace la narración. En el caso del
chamán, que se observaba a sí mismo y a la comunidad mientras
interpretaba el rito, el punto de observación exterior a la
representación mítico-ritual lo daba la acción pragmática de la
preparación de la ceremonia: la vida cotidiana del chamán, no la
del grupo, le ofrecía el punto de vista desde el que observar sus
propios éxtasis y los escenarios ceremoniales en los que los
representaba. La identidad del grupo era posible desde la persona del
chamán, guardián de las memorias y maestro de los rituales. En los
mitos del rey-dios y de la ley universal, el punto de referencia lo
daban la divinidad, y luego, la universalidad de la ley, como en el
plano de la ley humana fue la construcción de una identidad ideal de
ser humano. La hipóstasis de identidades globales no necesita ser
hecha bajo supuestos transcendentales, sino meramente bajo un punto
de vista epistemológico constructivo, nos basta con la comprensión
de la inevitable hipóstasis de un plus semántico autopoético en
nuestros sistemas míticos. Cuando hablo de hipóstasis globales me
refiero a las narraciones generales de identidad de los ejes
mítico-rituales, y se trata de algo distinto a las hipóstasis
totalizadoras, cuyo rango de acción es local. Cuando a partir de
unas acciones vitales o míticas construimos un juego, estamos
tratando con hipóstasis totalizadoras. Se trata de una acción
mítica, de orden primario o enario, que circunscribe un juego o un
cálculo dentro de un escenario general más amplio. Así, puedo
circunscribir el cálculo de la lógica clásica dentro del más
general de las lógicas, y estas en el campo de las ciencias
lingüísticas. La lógica surge como cálculo en cuanto que hay una
imagen representacional general bajo la que subsumir sus objetos: sus
símbolos, sus reglas de formación y de transformación, y sus
interpretaciones semánticas. Se trata de subsumir un Überlebenswelt
en otro, como el que hace, por ejemplo, Aristóteles en sus escritos
de lógica, subsumiendo los Primeros Analíticos en De
Interpretatione, y estos últimos en la obra Categorías, dando al
juego lógico el referente del lenguaje, formado por categorías
lingüísticas precisas que se introducen por definición. El
Überlebenswelt del pensamiento teórico se encuentra inscrito en el
conocimiento acrítico del grupo social, el Lebenswelt, que a su vez
se basa en la prevaloración del Unterlebenswelt de los sistemas
emocionales. Las hipóstasis totalizadoras no son necesariamente
sencillas de hacer, pero los referentes están claros, y se resuelven
en las acciones emocionales que dan sentido de supervivencia. No
obstante, las hipóstasis globalizadoras hacen referencia al eje
mítico-ritual en su conjunto, del que es difícil hacer una imagen
sintética cognitiva parcial (las completas no son nunca posibles por
el fenómeno del narrador ausente) cuando se interpreta la
experiencia bajo sus mitos17.
Desde el plano del rey-dios es sencillo hacer una imagen cognitiva
del plano del anima mundi, y desde cualquiera de estos planos hacer
una imagen de los otros, mientras haya un referente para la narración
de identidad. Sin embargo, no es tan simple hacer una narración
globalizadora de un plano mítico desde ese mismo plano, salvo que
dispongamos de un referente indefinible, de un conjunto de
representaciones exomórficas donde interrumpimos la narración, como
se ha hecho con las personas sociales de los antepasados, las
divinas, o con las ideas de verdad, realidad, o ser humano.
El
hecho de que las representaciones exomórficas tengan una valoración
absoluta en los distintos ejes a los que pertenecen impide una
comparación satisfactoria de la complejidad de los distintos planos
míticos, más allá de la mera constatación del número de personas
sociales que contienen. Cuantificando a partir del número de
personas sociales de un eje, no podríamos comparar la complejidad
sin incurrir en las viejas valoraciones de las narraciones de
dominación y poder. Así por ejemplo, resultaría más complejo bajo
estos parámetros el eje mítico-ritual de las dinastías Tang y
Song, que el de la Atenas clásica, a pesar de que Atenas tiene un
eje con elementos del plano de la ley humana mientras que la sociedad
china de ese período mantiene elementos del plano del rey-dios
coordinados con los de la ley universal. En la mayor parte de los
aspectos de producción económica, la China de los Tang y los Song
es más compleja que la Atenas clásica. Tiene un comercio muy
sofisticado y floreciente, dispone de mejoras tecnológicas en la
agricultura desconocidas para la Grecia clásica, una expansión
urbana renovada, y disfruta de formas sofisticadas de expresión
artística, poesía como la de Li Po, y espectáculos musicales
operísticos. Se podría argumentar que se trata de una comparación
diacrónica, que Atenas alcanza ese grado de sofisticación antes de
que China fuese ni siquiera un imperio, y que como tal, no es ni
válida, pues los elementos comparados son heterogéneos, ni
interesante, ya que no obtenemos conclusiones que amplíen nuestro
conocimiento de las dos sociedades por separado. La objeción de la
diacronía es relevante: la China de los Tang y los Song ya se había
beneficiado de los logros simbólicos conseguidos por las
civilizaciones anteriores, incluida la griega, y la complejidad de su
eje no es independiente de ello. No voy a entrar en una discusión
absurda como la que los historiadores del siglo pasado mantuvieron
acerca de las fechas de las invenciones técnicas en China y
Occidente como pruebas de la superioridad de unos o de otros18.
Las narraciones de dominación no prueban grados de complejidad
simbólica mayor. Ni siquiera la técnica per se es prueba de mayor
complejidad simbólica, si bien es síntoma de un grado mínimo de
complejidad. Desde un punto de vista mitopoético, la comparación
entre Atenas y la China Tang y Song no es heterogénea, como tampoco
lo sería una comparación entre los Baka y la civilización europea
del presente. No estamos examinando ni la superioridad de unas
creencias con respecto a otras, ni la efectividad económica de unos
con respecto a otros, sino la estructura de sus acciones míticas,
cuya raíz emocional comunicativa es común en los diferentes grupos
humanos, y lo que comparamos es la enarización de las emociones tal
y como viene recogida en sus narraciones de identidad. Considero más
compleja simbólicamente la acción mítica capaz de
metarepresentarse en acciones y personas sociales lúdicas y
críticas, una asociación más compleja que cada una de ellas por
separado, y que evita la acción crítica sacerdotal que no es sino
una mera narración de dominación. Desde este punto de vista, Atenas
resultaría ser más compleja, por la capacidad autocrítica que
observamos en sus filósofos y artistas, pero sobre todo por la
plasmación de esta capacidad autocrítica en la anulación de la
persona social del rey-dios, que limita el valor del resto de las
personas sociales, hasta el punto que las niega como entidades con
valor propio. Atenas es más compleja en cuanto que es capaz de
revisar sus fundamentos (de identidad y económicos) de manera
comunicativa entre la mayoría de sus ciudadanos como una actividad
social central, y de hacerlo aplicando toda una sofisticadísima
tecnología de pensamiento, llevando la simbolización de manera
consciente a la construcción de una identidad crítica lúdica, algo
que China no conseguirá hacer ni con su Revolución Cultural. Una
mayor complejidad simbólica implica un mayor número de individuos
que utilizan la capacidad de comunicación y originan nuevos
escenarios semánticos, lo que conlleva la disponibilidad de tiempo
libre con respecto a las tareas básicas de mantenimiento del
sistema social por parte del mayor número posible de sujetos. Esto
sólo es practicable cuando la estratificación es mínima, porque
las relaciones de dominación cohíben el desarrollo de la
simbolización, ya que reducen tanto los intercambios comunicativos
como el número de personas sociales, lúdicas y no lúdicas. En este
sentido, la complejidad de un eje sería también medible por el
rango de sus narraciones de libertad política (la población a la
que alcanza), pues la libertad política es la capacidad para
desarrollar juegos simbólicos críticos en relación a los ejes
mítico-rituales. El eje más complejo es aquel que cuenta con una
mayor número de personas que practican libremente un mayor número
de acciones míticas metateóricas.
Para
caracterizar la complejidad mitopoética de forma más precisa, a la
comunicación eficiente, a las hipóstasis totalizadoras y globales,
y al alto número de personas sociales lúdicas, hay que añadir la
capacidad de autorepresentación metateórica o crítica del propio
eje mítico-ritual, el uso lúdico que se haga de la capacidad
crítica dentro de una comunidad más allá de las disputas críticas
entre narraciones de dominación. Las cuatro propiedades delimitan
los procesos de racionalidad continua en sus diversos grados de
simbolización. Dentro del mundo animal, en el que el sistema
comunicativo dentro de cada especie está relativamente cerrado a
emergencias semánticas, debido a que los endomorfismos del sistema
han sido actualizados19,
nos vale la primera propiedad para establecer comparativas de
complejidad: la comunicación más eficiente que se da entre los
delfines muestra mayor complejidad en las acciones simbólicas que la
que observamos en las tortugas. Bajo este punto de vista, las
hormigas resultarían más complejas que muchos otros insectos, pero
incluso más complejos que otros animales de taxones evolutivos
posteriores. Por otro lado, para dar la diferencia específica entre
humanos y animales, nos bastarían las dos primeras propiedades: una
partida de caza humana es más compleja que una partida de caza de
lobos, ya que podemos establecer una hipóstasis totalizadora de la
acción, es decir, convertirla en acción mítica, y manipularla como
una síntesis epistemológica incluso fuera de los escenarios de
caza. Finalmente, para comparar dos ejes mítico-rituales, si lo
hacemos en base a su cantidad y variedad de personas crítico-lúdicas,
obtendremos el eje que también tiene mayor número de acciones
míticas metateóricas.
Las
narraciones de identidad no son precisamente narraciones críticas,
ni a nivel grupal ni individual. Las narraciones de determinación
primitiva tienen una inercia mayor que las de determinación
económica, como observamos en la permanencia de narraciones de anima
mundi y rey dios en los planos posteriores, en los que se mantienen
mitos y ritos que no tienen relación directa con las actividades
económicas. ¿Hasta qué punto una sociedad es capaz de representar
lúdica y críticamente sus determinaciones primitivas? ¿Podemos
criticar o bromear con las narraciones de dominación? El trabajo de
una organización como Amnesty International prueba que no es el
caso, de hecho, nunca lo fue. Las ceremonias de burla y humillación
del rey en los ejes del rey-dios, presentes por lo menos desde el
Akitu babilónico, nunca fueron más allá de espectáculos
liminoides, como los mismos carnavales o las tradiciones del bufón
de la corte. No se trata sólo de un problema del plano del rey-dios,
cualquier crítica al eje dominante es violentamente rechazada. La
autocrítica en relación al eje funciona como proceso contrario al
de mitologización, que llevó los antepasados al rango de semidioses
y dioses, y luego estos al rango de dioses universales que gobiernan
conforme a una ley objetiva y omnipotente. La autocrítica relativiza
las acciones míticas emprendidas por el grupo, utilizándolas como
objetos simbólicos, sin las restricciones de compulsividad y
neurosis paranoica que los escenarios y los objetos simbólicos
adquirieron en incontables procesos de repetición ciega y mecánica.
Pero la autocrítica no se enfrenta tan sólo a los procesos de
mitologización y ritualización, cuyas raíces se hunden en el mundo
animal, sino que supone una narración de dominación alternativa,
una lucha de poder abierta contra las castas y élites sociales que
han construido el orden del eje mítico. La crítica del eje sólo la
hace el sacerdote cuando propone otro eje, o cuando denuncia una
desviación de un supuesto orden original, pero siempre su propuesta
es seria y final, tan monolítica como la del eje que combate. En
estos casos, no asistimos a la formación de un juego crítico, sino
a una disputa doctrinal, que se resuelve por la razón de la
autoridad. ¿No sería toda autocrítica una disputa doctrinal más o
menos camuflada? ¿No hay acaso detrás de cada narración de
identidad una narración de dominación que afirma la voluntad de
poder de un grupo o de un individuo? La mitopoética da una respuesta
afirmativa a estas dos preguntas: no hay un lugar privilegiado desde
el que juzgar un eje mítico, pues todos los puntos de referencia que
podamos imaginar han surgido como parte de un eje mítico o son
derivables a partir de alguno, ya que nuestros sistemas emocionales
condicionan las construcciones lingüísticas. Por eso, se hace
indispensable acompañar la capacidad crítica con la lúdica en las
construcciones simbólicas más complejas, ya que es la dimensión
lúdica la que impide que nuestra crítica sea doctrinal, y la que
igualmente impide la falta de sentido que se produce por el
hundimiento de las narraciones de identidad absolutas doctrinales.
¿No
sería paradójico utilizar como referente una declaración de
ausencia de referente para las valoraciones críticas de los ejes
míticos? No, si la propuesta es constructiva, si el axioma
introducido de la ausencia de narración referente privilegiada es un
principio hipotético y no una hipóstasis, y si los contrastes
críticos de un eje se mantienen en términos de su consistencia con
las intuiciones psicolingüísticas definidas desde el propio eje. El
hecho de la afirmación conjunta de dos ejes que se contrastan, por
ejemplo, el de las democracias postmodernas y el del marxismo
clásico, genera un espacio crítico que admite más de una
definición. Las más obvias son las de los ejes por separado, pero
podríamos definir el espacio crítico, desde un punto de vista
mitopoético, incluyendo elementos que no pertenezcan exclusivamente
a ninguno de los dos ejes, en la medida que han sido heredados de
planos míticos diferentes, como son los conceptos de proceso de
mitologización, o el de narraciones de dominación, o la posición
relativa de los ejes en el proceso de racionalidad continua, o su
necesidad de representaciones exomórficas, o el contenido simbólico
enario de sus representaciones sobre el mundo y el ser humano. El
espacio crítico así definido, el de la mitopoética, es el del
propio proceso de simbolización, expresado en una narración
comparativa de las transformaciones en los mitos de identidad. Este
espacio evita los problemas paradójicos que supone la inclusión del
conjunto de los ejes mítico-rituales, que nos dejaría, en
principio, sin un referente para dar cuenta de la simbolización
primera, y limitaría el juego mitopoético a una paradoja simbólica
autocontenida. El espacio mitopoético sería el espacio crítico de
las narraciones de identidad, un conjunto de acciones del plano de la
ley humana de carácter metateórico desde el que se interpretan los
ejes míticos, pero extendiendo las propuestas críticas a la zona
liminal autopoética que se ha formado por la simbolización enaria
dentro de este plano, abriendo las interpretaciones de la ley humana
al proceso de racionalidad continua. La ausencia de referentes
afectaría a los ontológicos absolutos, que son sustituidos en el
espacio mitopoético por referentes epistemológicos cuyas
ontologías tiene relatividad simbólica pragmática.
¿No
supondría una actividad crítica excesiva la imposibilidad de
alcanzar un equilibrio homeostático social? Obviamente, la
relativización de los ejes míticos supondría su fragmentación.
Pero esta fragmentación es ya un hecho en todos los ejes míticos
construidos por las sociedades estratificadas a partir de los planos
del rey-dios, pues los diferentes estamentos sociales relativizan las
valoraciones de los otros grupos, especialmente, los grupos
dominantes lo hacen con las determinaciones de los dominados,
subsumiéndolos al eje central con los mitos de dominación, si bien,
el grupo social en su conjunto funciona en cuanto que esta narración
sea efectiva y aglutine los intereses de los distintos grupos. En los
politeísmos, observamos una solución simple: el rey de los dioses,
siempre el dios de la casta dominante, gobierna entre las diferentes
narraciones de identidad de los otros dioses, y lo hace sin
representar ninguna acción económica específica, sino como
poseedor de la fuerza o la ley, como referente final. Curiosamente,
desde un punto de vista mitopoético, han sido estas fragmentaciones,
en momentos críticos de esquizofrenia social, las que han permitido
las transformaciones de unos planos míticos en otros debido a
disrupciones en los ejes. Las fragmentaciones de la estratificación
dan las condiciones de posibilidad para nuevas disrupciones internas
y externas, disrupciones que, miméticamente, fragmentan aún más el
eje hasta su ruptura o transformación. En estos procesos
esquizofrénicos, el organismo social parece comportarse como el
individuo esquizofrénico: a mayor fragmentación, menor impacto
general de la ruptura20,
ya que las determinaciones económicas pueden seguir sus propios
condicionamientos relativamente al margen de los condicionamientos de
identidad metafísica. De hecho, esta eficacia de los sistemas
emocionales ha permitido la sustitución y superposición de bloques
enteros de acciones míticas de un eje en otro cuyas determinaciones
primitivas son, en principio, contradictorias, como vemos en la
sustitución del eje zoroástrico por el musulmán de la dinastía
safávida persa, o del budismo de la dinastía Tang por el
neoconfucianismo Song en China, o del jainismo Maurya por el budismo
de Ashoka, o del cristianismo ortodoxo por el marxismo en Rusia, y
otro casos que muestran la facilidad con la que se pueden cambiar
fragmentos enteros de narraciones de identidad mientras se mantengan
determinaciones económicas equivalentes. No obstante, el hecho de
que bajo un mismo eje mítico convivan diferentes narraciones de
identidad correspondientes a fragmentos distintos de la población no
es muestra de capacidad crítica, sino de tecnología de dominación,
de la habilidad para elaborar narraciones que aglutinen un grupo que
tiende a disgregarse debido a los conflictos por la propiedad de los
medios de producción.
Desde
un punto de vista praxiológico, los límites de la complejidad
mitopoética, como función de la actividad crítica de un eje
mítico, están condicionados por las narraciones de dominación. El
anclaje de nuestras estructuras míticas en las emociones básicas
nos liga de una manera férrea a las narraciones de identidad del
pasado. Tomemos como ejemplo el caso de la narración de dominación
del rey-dios, la idea de que hay entidades sobrenaturales que han
creado el mundo, y lo manejan y administran como quien gobierna su
propiedad, según unos designios a los que unos pocos pueden acceder,
los que conocen las Tablas de la Ley y las controlan físicamente,
siendo las perspectivas vitales para el resto del grupo la de meros
comparsas, cuando no de víctimas de una pesadilla. ¿Sería posible
desarrollar ejes míticos sin la persona del rey-dios? En la praxis,
parece que no. Por ejemplo, una sociedad como la británica, cuyas
narraciones de dominación son de la ley humana, mantiene al frente
de su Estado una persona social equivalente al rey-dios en identidad,
aunque no así en poder efectivo. ¿Cuál es el propósito de
mantener ese mito? Podríamos imputarlo a la necesidad de una
narración de identidad religiosa fuerte, que aglutinase las élites
económicas y políticas en un imperio comercial centrífugo, de
voluntad globalizadora, y sobre cuyo esqueleto ideológico (en parte
también sobre el físico) se ha construido el proceso de
globalización postmoderno. Pero tal acción económica no requiere
específicamente la figura de un rey-dios, puede ser hecha desde una
narración de la ley universal, y sería insuficiente para explicar
algo más básico que observamos en los distintos imperios de la
historia, desde el babilónico al chino, pasando por toda una larga
lista: la espontaneidad del proceso de mitologización, del culto al
pasado y sus héroes, la necesidad de una identidad simbólica
equivalente a la totémica para el grupo. Este proceso no se limita a
los reyes civilizadores, sino a cualquier persona social que
simbolice un eje mítico: líderes revolucionarios, caciques
carismáticos, jefes grupales con mana, presidentes de repúblicas,
artistas, pensadores, mártires… La monarquía británica, la
española, la babilónica, es ya un Me, un fundamento de
civilización, y cualquier representación sustitutiva de ella, una
república, una dictadura del proletariado, hereda la propiedad. En
el caso de la monarquía británica, por ejemplo, el símbolo es el
de la continuidad de identidad, precisamente lo que la globalización
imperial está negando, tanto en el plano lingüístico como en el
antropológico.
La
narración del rey-dios dista mucho de ser una narración inocua o
irrelevante en relación a los límites metafísicos que impone a la
complejidad mitopoética. La misma noción de crítica es ajena a
este plano mítico. El fundamento divino del poder no admite ni dudas
ni bromas, y cualquier crítica a una narración de identidad está
fuera de lugar. Ejemplos relativamente recientes los tenemos en el
teatro de Edward Bond o en los documentales de Michael Moore21.
El caso de Bond es ilustrativo de los límites metafísicos que
imponen las narraciones del rey-dios, pues la crítica que hizo en
1968 al personaje decimonónico de la reina Victoria en su drama
Early Morning22,
censurado por el Lord Chamberlain bajo acusaciones de inmoralidad,
muestra precisamente el funcionamiento de la maquinaria responsable
de la narración sacra de dominación, así como la falta de
coordinación de los valores metafísicos heredados con las nuevas
relaciones económicas de la sociedad. La censura bloquea la
formación de representaciones de orden enario superior, al
considerar los objetos y escenarios de la monarquía como Mes, como
representaciones exomórficas finales e incontestables, más allá de
las cuales no se puede ir. El respeto que el rey-dios exige a la
narración de dominación es equivalente a la acción de sumisión
del grupo a la voluntad de la casta dominadora, lo que es
incompatible con las narraciones del ser humano del correspondiente
plano mítico.
La
expresión de contenidos itifálicos y orgiásticos, tal como se hace
en la comedia, desde Aristófanes a Bond, al contrastar las
narraciones enarias de identidad moral con las emociones básicas
produce la emoción del ridículo o de lo grotesco, que al limitar la
solemnidad y seriedad de la repetición compulsiva de la acción
ritual, relativiza a la par la emoción básica y la enaria. Las
críticas a la crítica social de la comedia, como la que hace
Aristóteles23,
expresan una insatisfacción epistemológica con el resultado, así
como un desagrado estético. Desde el punto de vista de la filosofía
de Aristóteles, ambas posturas son comprensibles, porque la comedia
no sirve como crítica fundamentada, de hecho, los argumentos de la
comedia dependen demasiado de la política del día (current affairs)
y parten de múltiples presuposiciones de la audiencia24,
y en particular, los contenidos orgiásticos y grotescos de la
comedia van en contra de su teoría de psicología racional. Por
ello, no es de extrañar su aprobación de la tragedia, y en
particular, de la obra de Eurípides, cuyos finales trágicos
subrayan la seriedad de la crítica presentada25.
El evidente contenido medicinal de la crítica cómica, la reversión
del orden dentro del escenario de representación liminoide, no
supone una amenaza para el eje, sino que lo fortalece26:
al no exponer su funcionamiento a la luz de la racionalidad que
subyace a sus mitos, no expone las contradicciones epistemológicas
ni las limitaciones de sus representaciones, sino que simplemente
muestra el eje mítico desde posiciones míticas más simples, más
próximas a las emociones básicas, a las que la comunidad no puede
revertir si quiere mantener su estatus ciudadano. La crítica
filosófica y la metateoría, sin embargo, en cuanto que construyen
un eje mítico de mayor complejidad mitopoética, sí son una amenaza
efectiva para el viejo eje, ya que dejan obsoletas las
determinaciones funcionales y de identidad del grupo, pues la
experiencia histórica muestra que los ejes con mayor complejidad
mitopoética han dominado a los de menor.
La
crítica implica un debate en términos de ley humana, de hecho, es
un mito de este plano, y tanto en su dimensión cómica, como
artística o filosófica, va unida en la práctica a la libertad de
expresión, que en principio se ha considerado seña de identidad de
la democracia. Cuando hablo de pensamiento crítico como medida de la
complejidad mitopoética no me estoy limitando a esta dimensión
política práctica, de hecho, el interés de la política, si
esperamos de esta algo más que una explicitación metafísica, va
unida a la dimensión epistemológica, y sólo así obtenemos una
valoración conjunta de las acciones de funcionalidad e identidad de
un eje. Las críticas que se limitan a las hipóstasis totalizadoras,
como las que hace la ciencia, o la teoría política, no muestran
sino un grado parcial de complejidad simbólica, la capacidad para
relativizar narraciones específicas de determinación económica o
primitiva, pero no necesariamente de relativizar las narraciones de
identidad que contienen los axiomas de cada uno de los sistemas desde
los que se hace la crítica, relativización que, obviamente, no
podría hacerse sino en relación al proceso de la racionalidad
continua. Aunque esta forma de crítica evita las contradicciones de
una referencia global, su alcance se encuentra limitado por el hecho
de que tiene que considerar su propio sistema como un referente
absoluto y cerrado que se autodetermina por leyes de composición
interna. La referencia para los conceptos de estas críticas son las
estructuras Überlebenswelt del sistema científico en cuestión, así
como las estructuras acríticas del Lebenswelt en las que aquellas
están fundadas, pero no hay una comprensión del origen mítico de
sus elementos, ni de sus condicionamientos narrativos de identidad,
es decir, de la carga metafísica del discurso, en el caso político,
de los conceptos de democracia, ley, justicia, cosmopolita, necesidad
histórica, fairness27,
etc., que han perdido su sentido por el uso ideológico en contextos
contradictorios, o por ser inadvertidamente usados vinculados a otros
que se suponen contrarios. Tomemos, por ejemplo, el modelo de
democracia cosmopolita propuesto por David Held28,
o el de autonomía democrática de Joshua Cohen, en relación al
modelo de democracia legal de Friedrich Hayek revisado en la fórmula
del Estado mínimo por Robert Nozick. El concepto cosmopolita tiene
una carga mitopoética muy específica, vinculado a las narraciones
de la persona del ciudadano lírico, por eso, cuando se utiliza como
adjetivo de democracia, está proponiendo todo un sistema
mítico-ritual inevitablemente unido a las narraciones de la ley
universal. De la misma manera, hablar de un Estado mínimo, como hace
Nozick, es apelar también a principios del ciudadano lírico como
construcción personal independiente. La vinculación de ambos
conceptos (que pasa inadvertida) se da por la apelación que los dos
hacen a una limitación del poder local (antes del rey-dios) a favor
de una persona social: el Estado nacional, en el modelo de la
democracia cosmopolita, y la del ciudadano lírico en el caso de la
democracia de Estado mínimo. El modelo de Held de la democracia
cosmopolita traslada la narración de identidad transcendental del
ciudadano lírico a una forma particular del grupo, la del Estado
nacional29,
limitando la acción del Estado supranacional imperial, mientras que
el modelo liberal de Nozick limita el Estado nacional que obstaculiza
la formación de una entidad transnacional. Pero ambos postulados se
basan en los mismos principios metafísicos del ciudadano lírico,
que conllevan unas distinciones equivalentes de narración de
identidad transcendental (mixta de ley universal y humana) para el
grupo y el individuo, ontologías que al pasar desapercibidas
producen narraciones contradictorias, pues no es precisamente la
transcendentalidad el interés consciente que impulsa sus postulados
políticos. El problema no lo produce el contenido metafísico de las
valoraciones, ya que toda ontología tiene elementos indemostrables,
sino la ignorancia de la vinculación de estos conceptos con sistemas
metafísicos de ejes arcaicos, vínculos que implican acciones
económicas de dominación que contradicen los supuestos de las
nuevas narraciones. Desde el punto de vista de la complejidad
mitopoética, las propuestas de corte marxista (Held y Cohen) y las
liberales (Nozick y Hayek), presentan un grado de simbolización
análogo, pues realizan hipóstasis totalizadoras del sistema
político democrático, pero la capacidad autocrítica de ambas es
muy limitada, como prueba la ignorancia que comparten sobre los
fundamentos ontológicos de sus tesis. Las distinciones que podamos
establecer entre contenidos definidos como pragmáticos, a las que
apela la derecha para justificar sus narraciones de dominación
económica, y contenidos idealistas, como los que pueda hacer la
izquierda para justificar la validez de su metafísica, sólo tienen
sentido dentro de un conjunto de narraciones de Lebenswelt y
Überlebenswelt que no tienen contenido autocrítico epistemológico,
y cuyos principios ontológicos, justificados por la praxis política
y económica, apelan a precarias narraciones de la ley universal,
pero son inconsistentes en términos mitopoéticos. Una creencia como
la manifestada por John Rawls sobre la posibilidad de un valor
político sin contenido metafísico30,
en relación precisamente al concepto de fairness, es el tipo de
precariedad a la que me refiero, la confusión del concepto de
metafísica con el de sobrenaturalidad o transmundanidad, la
ignorancia del componente simbólico, lingüístico de la metafísica,
la ignorancia sobre la imposibilidad de narraciones de identidad y de
valoración que no vayan unidas a un eje mítico en su conjunto, del
que toman su validez referencial. Así por ejemplo, el principle of
fairness, tal como lo formuló Herbert Hart, y luego lo desarrollaron
Rawls y Nozick en paralelo, parte de la existencia de un derecho
natural, lo que lo cualifica como un mito del plano de la ley
universal31
cuya simbolización implica unas relaciones de estratificación y
dominación muy específicas.
¿Qué
tipo de desarrollo simbólico podríamos esperar en el futuro para
los ejes míticos? La emergencia semántica no es deducible a partir
de los escenarios más simples que los constituyen. Los desarrollos
autopoéticos no son calculables, y los planes conscientes de
desarrollo encuentran limitaciones en el entorno biofísico. No
obstante, las construcciones simbólicas del pasado han producido una
inercia social que nos permite pensar de manera general algunas
características posibles del futuro inmediato de nuestra
civilización. La estratificación social no parece ser una propiedad
fácilmente renunciable: los ejes míticos son administrados por la
fuerza desde narraciones de dominación que se asientan en
identidades ontológicas absolutas. La inmensa mayoría de estas
siguen siendo sobrenaturales, y no parece que en un futuro próximo
vayamos a vivir sin los dioses ni sus élites humanas. La posible
ventaja de las máquinas no está siendo utilizada para reducir el
trabajo y desarrollar el tiempo libre necesario para una actividad
crítica lúdica. La superpoblación y escasez de recursos nos sume
en una competición para cubrir las necesidades vitales que cierra el
paso a cualquier desarrollo simbólico que no sea laboral. Hemos
creado más personas lúdicas que ninguna civilización antes
hiciera, pero al no ir acompañada del elemento crítico, la acción
lúdica no es distinguible de las viejas acciones dionisíacas que el
orden de la ciudad requería para aliviar las tensiones de sistemas
sociales estrictos, crueles y explotadores. Sin embargo, el juego
como narcótico, a pesar de su utilidad psicológica social, arresta
la vida en los viejos protocolos emocionales.
Si
observamos nuestro desarrollo en los últimos cincuenta mil años, es
fácil concluir que somos una especie sin fijar, y tal apertura es la
de nuestro desarrollo simbólico, indisociable de nuestras
narraciones de identidad. El gran salto simbólico de nuestra especie
es como un salto de reino: en muchos aspectos somos tan distintos de
los animales como estos lo son de las plantas. Nuestras capacidades
simbólicas han dado un sentido para el espacio-tiempo, para el
movimiento que caracteriza al animal, y para la temporalidad vital,
que es un referente emergente con respecto a los escenarios del resto
de la vida. Nuestro mundo no está confinado al espacio de esta
tierra, sino que incluye una esfera lingüística poblada por
elementos simbólicos que nos permiten automoldearnos en dominios
nuevos para la vida, fenómeno que nos ha llenado de orgullo, y que
ha sido cantado por los poetas y castigado por los dioses que nuestra
temprana imaginación simbólica necesitara para dar sentido a las
formas de autoconciencia arcaica. La ciencia está dando los primeros
pasos para la alteración del genoma, lo que probablemente acabará
por alterar los protocolos emocionales básicos, produciendo nuevas
narraciones de identidad, si bien, la referencia emocional mamífera
no parece, tampoco, fácilmente renunciable, como vemos en la
pervivencia de los mitos de parentesco en su dimensión hipostasiada
divina, la persistencia de una línea narrativa de reproducción e
inmortalidad que da sentido fundamental al grupo. La armonización
con el pasado no tiene porqué ser servil. Basta una aproximación
crítica que asiente la verosimilitud de nuestras narraciones
transcendentales sobre las necesidades psicológicas, pero teniendo
en cuenta que las narraciones de identidad no pueden ser simplemente
descartadas, sino que tienen que ser sustituidas por otras que
cumplan la misma funcionalidad emocional, que cubran las mismas
necesidades psicobiológicas en los grados enarios equivalentes a los
alcanzados por las previas, para sobre estos construir nuevos
relatos.
El
desarrollo de ejes más complejos que los de la ley humana parece
apuntar a narraciones de identidad abierta para las distintas
personas sociales, individuales y colectivas. La historia de nuestros
mitos es la narración general de emergencia de personas sociales, de
sus asociaciones y conflictos, en círculos crecientes de acción que
han dado lugar a nuevas identidades. En un himno del Rigveda (I.170),
el dios Indra, señor de la tormenta, dialoga con el rishi Agastya, y
le reprocha la intención de ir más allá de él, de no considerarle
como la representación exomórfica final. Se trata de una reflexión
sobre los límites de las narraciones del rey-dios, y la necesidad
simbólica de construir mitos cada vez más complejos, en este caso,
los de la ley universal, para dar sentido a la experiencia del
universo. El himno presenta un contenido epistemológico desde el
primer verso32,
cuyo contexto social es la disputa por el poder entre las castas
sacerdotal y guerrera en el primer período védico (iniciado en
India en torno a 1500 a.c.), cuando comienza a asentarse el poder
real33.
El proceso mitopoético es doble, económico y metafísico: los
viejos mitos son insuficientes para organizar las nuevas acciones
económicas que los arios realizan en la llanura gangética, para las
que se necesitan dioses más universales que incluyan
representaciones, celestes y terrestres, en las que se elabore un
plan metafísico para la existencia humana. Los mitos pastorales de
Indra en el Rigveda no incluyen el renacimiento agrario, y sólo
después, con los Upanishad, se elaborará una teoría ética del
karma y la reencarnación que unifica el orden moral y el natural. La
emergencia de la ley universal, que absorbe el mito de Indra y los
dioses de la tormenta en una representación simbólica más
compleja, como en su momento los mitos del rey-dios creador
absorbieron las construcciones emocionales de sentido elaboradas en
los planos narrativos del anima mundi, supuso el surgimiento de un
referente semántico sobre el que se asentaron nuevas formas de ejes
míticos, más complejos. El proceso mitopoético es esta narración
doble de nuestra identidad y la del mundo, indisociables. Visto desde
nuestro momento histórico, es un relato de identidad transformativa,
que arrastra una pesada carga psicológica de culto al antepasado. La
superstición ritual, basada en la compulsión a repetir lo que
parece haber funcionado, como hacía también Martina, la gansa de
Konrad Lorenz34,
nos deja en una situación emocional muy precaria con relación al
pasado. No podemos olvidar lo que hemos sido, ni despreciar sin más
los errores y miserias de ayer, sin producir una persona nihilista,
esquizoide y autoreprimida, enfrentada con la vida. Este tipo de
persona sacerdotal ya ha sido construida por las grandes religiones
en la figura del deudor pecaminoso, y probó ser una mitopoética
neurótica. Desde un punto de vista mitopoético, ya que las acciones
corresponden a personas sociales, nuestro enfado o sensación de
estafa y trampa, no puede sino ser con todo el grupo, pero un grupo
humano tomado en su conjunto no deja de ser una narración, una
construcción simbólica. Sería enfrentarse con el proceso vital en
su conjunto, luchar con un mito, tarea en la que ya la humanidad ha
perdido demasiadas energías. Por los mismos motivos, no tiene
sentido enorgullecerse del pasado. En el mito del Rigveda, Agastya
accede a seguir sacrificando ante Indra, reconoce el derecho del dios
a ser el rey de su pequeña montaña, a pesar de haber comprendido
una construcción simbólica de más alcance que cualquier mito sobre
dioses de la tormenta. Tal acción, aunque tiene sentido psicológico,
pues una ruptura total de identidad conlleva un peligro de
disgregación social, supone también un lastre económico, la
atadura a un tipo de acciones que pueden resultar adversas para el
propio grupo, por su grado de obsolescencia. A pesar de ello, los
equilibrios energéticos sociales, la homeostasis, tenderá a hacer
desaparecer por desuso los relatos de este tipo, como acabó pasando
con Indra y los demás dioses atmosféricos, como ha comenzado a
pasar con los relatos de la ley universal con la entrada de relatos
de ley humana, primero en Atenas, y después en los naturalismos
europeos a partir de la Ilustración, si bien permanecerán restos
fosilizados del rey-dios y de la ley universal en mitos posteriores,
como muestran los ejemplos del Dumuzi carnavalesco que es el Kwaja
Piruz del festival del año nuevo iranio, o los reyes tailandeses
controladores de la lluvia, cuya real persona sigue en la actualidad
asociada a Indra.
El
anima mundi, los dioses, la ley universal, la ley humana, cualquiera
de estas narraciones puede reclamar una posición preferente dentro
de la evolución mitopoética. Los tótems que pueblan los bosques
animados o las praderas, los dioses de cualquiera de los panteones
que han reinado sobre las grandes civilizaciones, los teoremas de la
matemática que mimetizaban la abstracta forma de ser de algo
invisible, la voluntad humana de fundamentar desde la tierra las
condiciones de la vida, con su deseo irrefrenable de despertar a una
identidad propia, pueden reclamar para sí, como han hecho, el
constituir el logro mayor de nuestra accidentada historia. Para
hacerlo, tienen que subordinar o negar los demás planos míticos
mediante una narración de dominación dirigida hacia otros ejes.
Pero al hacerlo, al separarse del proceso mitopoético con una
determinación absoluta, se reducen a sí mismos a no ser más que un
logro parcial. Como alternativa podríamos probar algo aún no hecho:
un mito de identidad abierta, asentado voluntariamente en nuestra
condición liminal: somos el alma del mundo, y los propios dioses -en
nuestros mejores ideales y nuestras pesadillas más oscuras de
dominación-, y somos el pensamiento de un orden cósmico, así como
el deseo del anthropos libre que diseña su existencia con los trazos
de una ciencia humana y un arte desbordante de vida. La narración de
la racionalidad continua no se detiene en el plano mítico de la ley
humana: se abre hacia atrás en la vida común con otras especies, y
hacia delante en la emergencia semántica de escenarios vitales cada
vez más complejos. Este proceso continuo nunca dependió de
nosotros, si por nosotros entendemos la narración que hemos
construido de homo sapiens. No parece arriesgado afirmar que si
desapareciésemos como especie, la vida volvería a encontrar caminos
hacia la inteligencia. En cualquier caso, podemos contribuir con
algunos versos al poema que la vida escribe sobre magma estelar, a
esta acción cuyos movimientos ciegos acaban por generar identidades
autocontenidas, probablemente fugaces, que anhelan sin saber qué,
pero sabiendo que anhelan.
(Final de la edición de 2013 de Mitopoética)
1Como
hace la ciencia cognitiva. Véase Gerhard Roth and Ursula Dicke,
Evolution
of the brain and intelligence.
Trends in Cognitive Sciences. Vol.9 No.5. May 2005. p.p.250-257.
Web.
2Hay
un buen tratamiento de las extinciones masivas en The
Earth System,
de Lee R. Kump, James F. Kasting y Robert G. Crane. Prentice Hall.
Upper Saddle River. New Jersey. 1999.
3Lo
que llamamos inteligencia artificial tiene sentido en cuanto que se
compara con la vida, con lo humano que la creó.
4Cf.
Roth and Dicke. Op. Cit. p.256.
5Como
el coeficiente de encefalización que da el grado de desviación del
tamaño del cerebro de una especie en relación al tamaño esperado
para una especie estándar del mismo taxón.
6Homínido
encontrado en la Isla de Flores, Indonesia, en 2003, con volumen
craneal de 380cm3
, lo que lo inscribe en el rango bajo de los chimpancés, y que
probablemente sobrevivió hasta hace apenas doce mil años.
7Cf.
Roth and Dicke. Op. Cit. Ibid.
8En
el sentido de modularidad
utilizado por la neurociencia de división funcional en subsistemas
neurales, tal y como muestran los fMRI. La integración se haría
según la teoría de Edelman de los mapeos globales, es decir, en la
interacción con el medio. Los módulos serían el resultado de la
evolución según la teoría del darwinismo neural, y podría darse,
en base a la teoría del procesamiento distributivo (Anthony
McIntosh and William Uttal), un modelo mixto modular-distributivo
como el apuntado por Jerry Fodor en The
Modularity of the Mind.
(M.I.T. Press. 1983. p.p. 2-47).
9Una
estructura small-world es un grafo en el que la mayoría de los
nodos no son contiguos entre sí, pero pueden ser alcanzados desde
cualquier nodo en un número pequeño de pasos.
10Este
es el tema del campo de la inteligencia
artificial distribuida
(distributed
artificial intelligence).
Véase Weiss, Gerhard. Editor. Multiagent
systems: A modern approach to distributed artificial intelligence.
M.I.T. Press. Cambridge (Mass.) and London. 1999.
11Véase
Danilo Benzatti. Emergent
Intelligence.
Ai-depot.com. Web.
12Como
prueban diversos estudios neurocientíficos. Véase Martijn P. van
den Heuvel et al. Efficiency
of Functional Brain Networks and Intellectual Performance.
The Journal of Neuroscience. June, 10, 2009. 29 (23): p.p.7619-7624.
Web.
13Ya
sean limitaciones de tamaño, número de conexiones, velocidad de
señalización neuronal, o densidad neuronal general. Obviamente, se
da una relación indirecta de estos parámetros con la comlejidad,
en cuanto que afectan al proceso comunicativo general, pero, como
muestran los casos de la comunicación entre insectos, es más
importante la comunicación extraneural del grupo, y mientras esta
sea fluida, se producen ganancias de complejidad mitopoética para
una misma arquitectura neural individual.
14Véase
lo dicho más arriba, en Lógica
y psicología.
Parte II. Capítulo 2.
15La
matemática nos proporciona un modelo para pensar este proceso de
generación sintáctica de complejidad semántica en las particiones
de los números enteros, su descomposición en sumas. Cada partición
es equivalente a una descripción semántica básica del estado de
un sistema como un número de relaciones. El número de síntesis
posibles (particiones) hechas sobre el total del número de
elementos sólo está restringido por las reglas de formación de
particiones, es decir, por las sumas. El número de particiones
posibles siempre es mayor cuanto mayor es la potencia del sistema,
las cuales pueden ser pensadas sintéticamente para construir nuevos
sistemas. Algo similar pasa con las distinciones semánticas
(categorizaciones de números) que se hacen con los números
enteros, en base a propiedades que sólo tiene sentido en cuanto que
la potencia del conjunto considerado sea grande. Estos ejemplos
muestran a nivel psicológico, y traducible a nuestro sistema de
pensamiento, los procesos de autoidentidad y autodiferencia que
reproducen semánticamente un sistema.
16Pensemos
en el escriba, el comerciante y tantos otros.
17Por
las condiciones generales de cualquier proceso de observación, es
más sencillo formar imágenes de estructuras simbólicas parciales
de un eje ajeno.
18Como
la que suscitó Joseph Needham con su propaganda sobre la
superioridad técnica china a lo largo de la mayor parte de la
historia. Needham da una lista de 250 invenciones técnicas que
fueron pretendidamente implementadas antes en China. Véase la
exposición de Patricia Fara en Science,
a Four Thousand Year History.
Ed. Cit. p.p. 57 y s.s.
19Nuevas
actualizaciones de endomorfismos llevarían a cambios de especie.
20La
experimentación neurocientífica muestra que una de las ventajas de
la esquizofrenia que explicaría su condición de heredabilidad, es
la robustez del cerebro esquizofrénico en relación a ataques
azarosos externos, la mayor resistencia de las funciones globales
generales en casos de lesiones cerebrales multifocales debidas a
enfermedad o a trauma. Véase Lynall, Mary Ellen et Al. Functional
connectivity and brain networks in schizophrenia.
Journal
of Neuroscience.
2010. July 14; 30(28): p.p. 9477-9487. Web.
21Sus
críticas a los estamentos del poder económico en Wall Street son
una puesta en duda de los argumentos de Benjamin Franklin de
acumulación ilimitada de riquezas en The
Way to Wealth
(1757) o en sus Memoirs
(1771-1790), postulados que subyacen a la narración de poder del
capitalismo norteamericano.
22Early
Morning
representa a la reina Victoria como una asesina lesbiana que tiene
una aventura con Florence Nightingale (también figura emblemática,
enfermera pionera) en un drama próximo al llamado teatro
del absurdo,
pero que supone una crítica demoledora de la sacralización de los
reyes ingleses desde Shakespeare. A la obra, que nada más conoció
una representación en su momento, fueron policías de paisano y
miembros de la brigada antivicio. Bond ganó el caso en los
tribunales y supuso el fin de la censura oficial victoriana. Véase
Benjamin Poore Heritage,
Nostalgia, and Modern British Theatre.
Palgrave Macmillan. London. 2012.
23Véanse
los capítulos 4 y 5 de la Poética.
24Como
notó Albin Lesky en A
History of Greek Literature.
Thomas Y. Crowell Company. New York. 1966. p.p.239.
25Véanse
los comentarios de Aristóteles en el capítulo 13 de Poética.
26Como
ocurrió con las obras de Bond una vez ganó su causa ante los
tribunales, lo que, aunque hizo desaparecer la censura victoriana
que ejercía el Lord Chamberlain, fortaleció la institución
monárquica por su muestra de tolerancia democrática.
27El
uso acrítico del concepto de fairness,
vinculado a la idea de una justicia universal, que aunque está
planteada en términos pragmáticos, su ascendencia es
transcendental (se corresponde a mitos del plano de la ley
universal), y produce todo tipo de narraciones inconsistentes con la
praxis política, pues sólo tiene sentido como narración de
dominación.
28El
principio de justificación de la democracia
cosmopolita
sería el mismo que el del modelo de la autonomía
democrática:
se trata del principio de la igualdad y libertad de las personas
para deliberar las condiciones de sus vidas y la capacidad para
determinarlas, mientras no sirva esto para negar los derechos de
otros, pero contextualizando esta autonomía en términos regionales
y redes globales, así como en políticas nacionales y locales (Cf.
David Held. Models
of Democracy.
Polity Press. Cambridge (UK). 2007. P. 308.). Estos postulados
tienen un componente metafísico muy evidente que es precisamente
utilizado en narraciones de dominación.
29Véase
Held. Ibid. p.305.
30En
su en Justice
as Fairness: Political, not Metaphisical.
Philosophy and Public Affairs. Vol.14.No.3. (Summer 1985). p.p.
223-251. Web.
31Véase
el análisis de Robert Nozick sobre las tesis de Herbert Hart en
Anarquía
estado y utopía.
Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, México, Madrid. 1991.
p.p. 96 y s.s.
32It
is not now, nor is It tomorrow; who knoweth that wich is Supreme and
Wonderful? It has motion and action in the consciousness of another,
but when It is approached by the thought, It vanishes.
Traducción de Sri Aurobindo en The
secret of the Veda.
Sri Aurobindo Ashram. Pondichery (India). 1999. p.253.
33Agastya
aparece en los mitos vishnuitas de los Puranas
(en el Bhagavata),
muy posteriormente, en una disputa con el rey Indradyumna, que
recoge el desencuentro, pero con una interpretación devocional.
34Véase
Parte II. Nota al pie de página 466.
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