El
primer plano mítico que hemos tratado se corresponde con los
diferentes estadios civilizatorios que van desde las sociedades
cazadoras recolectoras hasta los poblados de agricultura avanzada que
preceden a las ciudades-templo de Mesopotamia1,
lo que incluiría hasta asentamientos tipo Catal Huyuk (6.250-4.500),
en Turquía, y los poblados Halafianos (5.500-4.800 a.c.) al noreste
de Siria, pero también se correspondería con cualquier sociedad
contemporánea, como por ejemplo los Baka, de las selvas de Camerún
y el Congo, que maneje un tipo de organización mítico-ritual como
la que he descrito. Es obvio que no podemos trazar una relación que
vincule, punto por punto, las formas mítico-rituales de hace diez
mil años, que seguían el plano mítico del anima mundi, y las que
lo siguen en la actualidad. Los mismos Baka tienen herramientas
metálicas o ballestas para la caza que no han sido desarrolladas a
partir de sus propias actividades económicas, sino que provienen de
intercambios con sus vecinos, algo que no puede decirse de los grupos
del pasado que nunca fueron más allá del uso de la piedra, pero
desde el momento que tienen la misma variedad de personas sociales
unos que otros, y que sus escenarios narrativos se componen de los
mismos elementos, utilizan el mismo plano mítico y son sociedades
míticamente equivalentes.
El
segundo plano mítico, al que podemos llamar del rey-dios, por
motivos enseguida evidentes, se correspondería con el desarrollo
social completo de las ciudades templo y su posterior transformación
en ciudades estado, como Ur, Uruk, Kish, Eshunna, Menphis y
Heliópolis, entre otras. Los límites de este plano mítico son más
fácilmente comprensibles desde un punto de vista mitopoético que
desde los ejemplos urbanos históricos, pues el paso al plano mítico
siguiente, el de la ley universal, como el que se inaugura en
Babilonia y continúa en Luoyang o en Roma, es más visible en las
narraciones económicas y primitivas, especialmente estas últimas,
que en aspectos de configuración urbana o imperial. La
especialización económica implícita en la figura del chamán
germinó en las distintas personas sociales que aglutinaba de manera
efectiva, como igualmente lo hicieran las personas de género
económico que se habían ido desgajando en las acciones del grupo.
Este plano mítico podría denominarse de plano de persona funcional,
recalcando con ello la explosión de personas económicas nuevas que
trajo la complejificación urbana, si bien, la denominación persona
funcional puede resultar equívoca, debido a que las personas
sociales del plano mítico anterior tienen también un origen
funcional, son el resultado de las actividades económicas. Sin
embargo, la diferencia específica dada por la persona ánima, de la
cual se derivaba una superclase epistemológica que daba unidad
sintética a la narración de identidad del humano y el mundo, fue
posible no por una acción económica, sino por la construcción de
determinación primitiva que hizo de la persona lingüística del
antepasado una persona social. Por ello, llamo persona funcional al
conjunto de personas que surgen como resultado de una actividad
económica dentro de grupos humanos con una división del trabajo ya
institucionalizada en relatos de identidad, y caracterizo los ejes
míticos rituales que comparten la complejidad equivalente narrativa
de este plano a partir de la persona social del rey-dios.
La
unidad conceptual que permitía la persona ánima daba las
condiciones de posibilidad para el desarrollo de estructuras sociales
complejas, los tótem, los cuales, a su vez, bajo la presión de las
nuevas acciones económicas, sufrieron una transformación en la
dirección de la creación de una persona funcional o casta. En la
casta, se incorporan los elementos psicológicos de identidad del
tótem, así como la idea implícita general de una división de las
acciones vitales según las habilidades y en función de las
necesidades, la comprensión intuitiva de la fuerza de la variedad
dentro del grupo. Así por ejemplo, de la parte de la tribu Sioux
llamada roja, que incluye los clanes del puma, el búfalo y alce,
todos ellos tomando como símbolo animales violentos, se formó el
grupo de los guerreros, mientras que la casta de los agricultores
proviene de otros animales tótem básicamente pacíficos2.
La división del trabajo más allá de las categorías de género fue
una respuesta funcional a los cambios económicos impuestos por las
diferentes presiones del medio y población, y la forma totémica que
tomó se debe también a los condicionantes emocionales que han
contribuido a que el ser humano desarrolle su inteligencia siguiendo
unos patrones de racionalidad continua. En este sentido, la
complejificación de los mitos no es sino la mímesis de un creciente
número de interacciones humanas, que a su vez genera condiciones de
posibilidad para relaciones más complejas. Con ello, no quiero decir
que la configuración particular que lleva a la idea, por ejemplo, de
que sólo los reyes y los nobles son inmortales, como en el caso de
los Tonga o en el primer Egipto, sea un desarrollo necesario
implícito en el proceso de la racionalidad continua, en modo alguno.
De hecho, podrían imaginarse desarrollos alternativos a la forma
tótem para organizar el calentamiento social, para dividir el grupo
y concentrar en un todo orgánico los esfuerzos, mediante categorías
que apelasen, por ejemplo, directamente a las distintas emociones, en
lugar de la forma indirecta psicológica que utiliza animales y
plantas como tipos de propiedades vitalmente significativas. En
cualquier caso, el camino que tomó el proceso lingüístico sí
parece seguir la línea de mínima resistencia, de economía
energética, y nuestra animalidad emocional proyectó sus propias
estructuras de actores y escenarios en cada paso de su desarrollo. La
complejidad alcanzada por las sociedades humanas se debe a un proceso
de interacción de determinaciones económicas y primitivas que
guardan una relación mimética entre sí y con el entorno. Por su
parte, las narraciones de determinación primitiva desarrollan una
inercia de resistencia al cambio, el peso del pasado, que puede dar
como resultado, por contraste con las acciones económicas que le
sirven de referencia, estructuras ideológicas mítico-rituales cuyas
representaciones sobre el mundo y el humano son contradictorias con
los procesos vitales.
La
estratificación social se produjo a partir de la forma no
igualitaria de distribución del excedente generado por la división
del trabajo. En términos de Karl Marx, esta acumulación primitiva
no fue otra cosa que el proceso histórico de divorcio del productor
y los medios de producción3,
lo que implica que en algún momento estuvieron casados, y da una
imagen errónea de los actores de las sociedades frías. La persona
social que produce en las sociedades arcaicas no es la misma persona
a la que después, en las culturas agrícolas, se le priva de los
medios de producción en cuyo proceso está inmersa. Los productores
en el plano mítico del anima mundi son las personas de género
económico, cazadores, recolectores, o pequeños plantadores
estacionales (tareas hechas por hombres y mujeres). La producción
fundamental de estos grupos es de alimentos y de seres humanos, y
tanto su producción como los sujetos mismos pertenecen al clan, la
fratría o la tribu; de hecho esa es la base de solidaridad del
tótem, solidaridad que se extiende más allá del género humano,
que hace que hasta la misma producción cazadora-recolectora esté
subsumida a la ley del anima mundi. Sin embargo, en las comunidades
plantadoras asistimos a una ruptura de la solidaridad por la acción
efectiva predominante de unas personas sociales sobre otras, una
ruptura de identidad (a la que los mismos tótems daban pie) que
hacía que una comunidad numerosa funcionase como un organismo
múltiple, y las propiedades de recursos e individuos no tuviesen
carácter colectivo, sino personal o subgrupal. En momentos de
técnica tan básica como la del neolítico, la capacidad de
producción dependía fundamentalmente de la mano de obra, por lo que
las diferencias de riqueza entre comunidades eran directamente
proporcionales a la población. Ya en Sumeria la esclavitud es una
institución4,
aunque el fenómeno tiene posiblemente una antigüedad de más de
cien siglos, desde el primer Neolítico. Si observamos el Código de
Ur-Nammu vemos la subsunción legal de todas las personas sociales de
la ciudad bajo tan sólo dos categorías, libres y esclavos, aunque
luego se aplica una segunda categorización para los libres conforme
a su persona económica. El Código se presenta como un avance en
justicia frente a momentos previos: en este tiempo, el huérfano ya
no es entregado al rico como esclavo, ni la viuda al poderoso, ni el
que posee un céntimo (shekel) al que posee mil (mina)5.
El texto implica que estas acciones que se hacían antes, son
injustas, pero no porque el Código exprese opiniones contrarias a la
institución del esclavismo, sobre la que descansaba todo el orden de
la ciudad, sino porque ser huérfano, viuda o pobre, todas ellas
personas sociales definidas con respecto a un tercero (padre, esposo,
rico), no es considerado en este Código como condición suficiente
para el esclavismo, aunque sí lo fuera en otros momentos, es decir,
se trata de una regulación de la institución del esclavismo. Las
personas sociales del huérfano y la viuda, no son tratados como
persona de género, sino como potencialidades económicas, y al igual
que el pobre, como mano de obra, y por eso aparecen citadas en el
mismo párrafo, como pertenecientes a un mismo contexto. Al no ser
autosuficientes estas personas, la discusión es la manera en la que
van a pasar a ser dependientes de otras, su grado de servidumbre. Las
leyes sumerias permitían que los padres vendiesen a sus hijos como
esclavos, y posteriormente, en Babilonia, los pobres podían venderse
como esclavos a sí mismos para garantizar un sustento para sí y su
familia6,
lo que hacía que, después de los cautivos de guerra, las deudas
económicas fuesen la fuente más importante de estas relaciones de
dependencia. El esclavismo tiene una fundamentación económica
evidente, pero su doble fuente, guerra y deuda, parece exigir una
fundamentación metafísica distinta para justificarla. En los textos
de las campañas militares de Tutmosis III (1490-1436 a.c.), las
listas de botines y saqueos incluye los esclavos como una propiedad
más, una costumbre también de Mesopotamia que se observará en las
incursiones bélicas de todas las culturas mundiales hasta un tiempo
mucho más reciente de lo que nuestras ideas sobre derechos humanos
querrían admitir7.
En este caso, los esclavos enemigos son garantizados por un derecho
divino que se legitima en la fuerza: es el dios triunfante, y su
representante en la tierra, el rey-dios, quien al vencer muestra que
cumple con lo prescrito en las Tablas del Destino, como cuando
Marduk vence a Kingu. La deuda es aquí de lo más bajo con lo más
alto, en un sentido muy crudo de cadena alimenticia, como cuando
entre los Tonga las almas de los pobres son esclavas de las de los
nobles por la eternidad, o como cuando entre los samoanos son
directamente la comida de los nobles-dioses del otro mundo8.
El derecho a la vida no está considerado como algo igual para todos:
las personas que crean el orden y la prosperidad, los nobles y reyes,
son acreedores del resto del grupo, y su supervivencia frente a otros
clanes de reyes y nobles de otras ciudades les hace así, les
proclama líderes conforme a las leyes divinas, que se empiezan a ver
como rectoras del universo, aunque subsumibles a la voluntad del
rey-dios creador de tal orden. En este sentido, la fundamentación
del esclavismo externo (prisioneros de guerra), no es, como parecía,
distinta a la del interno: la deuda del cuerpo social con respecto a
la cabeza pensante y organizadora, no expresa sino un modo de ser de
las cosas, los reyes son los dioses o sus herederos, y de la misma
manera que los hombres son esclavos de los dioses, lo son de sus
representantes los reyes, que establecen las normas del
funcionamiento social como una imagen del funcionamiento de los
cielos. La deuda con el rey-dios se paga con una vida de sometimiento
al trabajo, tal como estipulan las leyes divinas. Cualquier
desviación con respecto a estos mitos produce el objeto moral de la
culpa, y merece la retribución del castigo, psicofísico en este
mundo, y metafísico en relación a ciclos de existencia más
amplios. La persona social se debe al rey-dios, señor de la ciudad,
a la que cuida como un pastor que atiende a seres inferiores.
Desde
los primeros testimonios escritos, los reyes se han presentado a sí
mismos como pastores de hombres, y la diferencia de jerarquía es
literal. Tenemos ejemplos en el Gilgamesh, el héroe es el pastor de
Uruk, en el Enuma Elish, en los mitos del rey-dios pastor Dumuzi, en
la introducción al Código de Hammurabi, en los textos de
Ashurnasirpal II, en los mitos de Krishna, en la Biblia en relación
a David9,
y en otros mitos de la franja de Oriente Medio hasta la India en los
que el rey-dios se legitima como una fuerza cuidadora del grupo. Pero
el pastoreo no es más que una forma más estable y evolucionada de
la caza, y la ascendencia predadora del pastor sobre el rebaño
gravita sobre esta retórica de poder. Las narraciones suelen
combinar el beneficio que el ganado saca de ser cuidado, su sustento,
con la dependencia y sumisión total con respecto a la voluntad del
pastor. En estos mitos ni siquiera hay imágenes esclavistas como se
entenderían en el mundo moderno, sino más bien proclamaciones de
diferencia de especie que son llevadas a la práctica en la
organización de la ciudad: por un lado están los dioses (o sus
representantes)10
y por otro los cabezas negras, metáfora acadia11
para designar a los hombres comunes. Las primeras ciudades-templo de
Mesopotamia son literalmente vaquerías, con establos junto a los
templos y las residencias de los sacerdotes, responsables de ordeñar
las vacas sagradas12
con la misma actitud con la que se explotan a la población de
siervos y esclavos. La retórica del poder pastoral, como la llamó
Michel Foucault13,
supone la creación de mitos que funcionan como tecnología de poder,
como determinaciones primitivas protocolizadas que estabilizan las
relaciones económicas legitimándolas en la figura de un rey-dios
creador del mundo y la ciudad, quien la gobierna como una figura
benigna para quien se somete, y terrible para el que se opone a la su
voluntad, identificada con el orden universal. La muralla de la
ciudad protege del enemigo, e impide la huida del esclavo y del
ganado. Es interesante observar que las primeras ciudades-templo de
Oriente Medio y Mesoamérica surgieron en hábitats cerrados, en
valles fluviales y de montaña, de los que era difícil escapar.
¿Cómo
se forma la persona social del rey? La teoría de los grandes hombres
que ha utilizado la antropología del siglo XX para explicar el
origen de los reyes14,
tiene a su favor el hecho de que es una hipótesis sencilla y que
parece concordar con la experiencia tal y como la vemos operar en
nuestras mismas sociedades, pero tal concordancia no es sino la
recogida de algo que ya hemos puesto en ella de antemano, ya que
procedemos según un razonamiento circular. La tesis, en la forma que
se presenta en la antropología de manera más o menos explícita,
dice que la historia de la humanidad es básicamente la historia de
unos cuantos grandes hombres que han sido capaces de promover el
desarrollo de todo el grupo. Desde este punto de vista los reyes
serían los primeros grandes hombres que, de forma espontánea,
fueron surgiendo con la especialización del trabajo de la revolución
neolítica. La tesis, sostenida por filósofos como Hegel, Carlyle,
Nietzsche y Spencer, y suscrita por las masas en diferentes formas
teológicas tradicionales, así como por la práctica de la teoría
artística del genio, tiene vigencia dentro del darwinismo social del
capitalismo corporativo y de Estado (China) de los siglos XX y XXI,
así como entre las ideas marxistas de la élite ilustrada que lidera
la revolución. El problema de esta explicación es que asume ya la
existencia de la figura del gran hombre, figura que se observa en los
chamanes, caciques y jefes de las sociedades frías, para explicar el
surgimiento de la figura del rey. Se trata en todos los casos de
personas sociales masculinas, aunque después se fueron incorporando
un reducidísimo grupo de mujeres, lo que, si llevamos el asunto al
nivel de las emociones básicas, nos dice que se trata de una
cuestión de liderazgo análoga a los animales en los que un macho
dominante se asegura la transmisión de sus genes y controla el
sustento del grupo y la seguridad15.
Los primeros caciques, como nos muestran los estudios antropológicos
de las sociedades frías, se caracterizaron por ser grandes
proveedores de la comunidad, algo así como unos promotores de
acciones colectivas capaces de conseguir seguidores a partir de
premios más o menos inmediatos. A diferente nivel de escala y
complejidad esto se da entre los grandes simios, por lo que no
resulta arriesgado ver en esta polarización de personas económicas
meramente el trabajo del sistema emocional mamífero.
Sin
embargo, las diferencias sociales de las que hablamos ocurren con el
cambio de actividad económica, en concreto con el excedente que se
produce con la agricultura, cuya redistribución deja de ser
igualitaria, y un grupo de sujetos generan personas sociales que
legitiman la diferencia y la desigualdad. La generación de riqueza
en las primeras sociedades nada más podía ser mediante la
producción agrícola y artesanal interna, o con las actividades
externas del comercio y la guerra. Los procesos de acumulación
mediante la generación interna de riqueza son lentos comparados con
los que permiten la guerra, y el comercio en algunos casos, lo que
apunta a una posible doble formación de liderazgo. La primera sería
la que proviene de un calentamiento progresivo y lento de la
comunidad a partir de las diferencias en las capacidades productivas
de sus miembros, una acumulación de pequeñas diferencias con efecto
multiplicativo generacional. En estos casos, las diferencias de
capacidades de producción van vinculadas a las diferencias en
números de los clanes y a la tecnología disponible, tanto en los
ámbitos económicos como en los epistemológicos generales (de
explicación y predicción de las acciones vitales), así como al uso
en las acciones de determinación primitiva de una tecnología
ideológica para asentar y justificar un orden social. Estas
capacidades fundan el prestigio de la figura del chamán- sacerdote
líder, alguien que controla la tecnología de la lluvia, pues habla
con los dioses, y que conoce las plantas y las narraciones de
identidad que permiten que el grupo de tótems funcione con una
mínima unidad. En sociedades ya estratificadas, como algunas
ciudades del período dinástico temprano de Mesopotamia (S.XXVIII
a.c.), a este tipo de líder que provenía de la extensión del poder
sacerdotal, se le llamaba Sangu, al que se distinguía del líder de
otras ciudades que había ascendido al poder por métodos guerreros,
el Lugal. A las figuras del Sangu y el Lugal hay que añadir las del
Ensi, o rey consorte de la diosa, y el Ugula, una denominación
asiria posterior para designar al representante comercial de una
ciudad. La figura del Ensi parece haber ido unida a la de
administrador agrícola, y designaba al gobernante de una sola
ciudad16,
lo que implica que no es un cargo relacionado con la guerra, sino
algo así como un gobernador bajo las órdenes de un Lugal. Estas
distinciones son relevantes para comprender las dos líneas
fundamentales de formación de la persona de los reyes. La fusión
posterior del Lugal y el Sangu, el general y el sacerdote, no se hace
por igual en todas las sociedades, pero podemos decir, a partir de un
buen número de ejemplos que nos facilita la historia, que la
estabilidad de un grupo gobernante depende de su capacidad para
generar prestigio como Sangu, y tal prestigio no es una mera cuestión
de habilidad para coordinar el grupo en la guerra, pues para poder
aglutinar el poder de la comunidad en torno a un eje mítico-ritual
es necesario dominar asimismo los poderes de los antepasados, además
de explicar y predecir las acciones económicas del grupo y el
desarrollo de los acontecimientos. En la leyenda Blackfoot de La Mala
Esposa, una mujer raptada por la tribu rival acaba convirtiéndose en
jefa de su nuevo grupo en base al despliegue de conocimiento previsor
y mágico con el que fraudulentamente impresiona a sus raptores17.
El Pueblo Serpiente la eleva a este rango por sus capacidades
chamánicas que les proporcionan ventajas en diversos encuentros
guerreros, pero con el propósito de que su strong medicine, sus
capacidades chamánicas generales, favorezcan la vida de la tribu, y
no en base a su capacidad para dirigirla en la guerra. El hecho de la
guerra exige, no obstante, una especialización física que no
necesariamente concordaba con la figura del chamán. Es cierto que en
las sociedades frías, el chamán también ejerce la persona del
cazador y guerrero, pero en los casos de las ciudades estratificadas,
la mayor acumulación de conocimiento, inevitablemente en la persona
de los ancianos, era incompatible con el vigor físico para el
combate que podía desarrollar la persona del hombre joven. El Lugal
surge posiblemente dentro de una sociedad urbana como representante
temporal elegido por la asamblea general, con atribuciones y poderes
muy específicos para casos bélicos, como ocurre en la temprana
Mesopotamia18,
y mucho después con los cónsules romanos.
En
regiones geográficamente circunscritas, como las de Mesopotamia, el
Nilo, el Río Amarillo, el Indo o el Valle de México, aunque la
persona del Sangu haya sido determinante de la organización más
arcaica del grupo, la limitación del terreno llevó inevitablemente,
con el transcurso milenario, a conflictos cuya solución requería un
líder guerrero, un Lugal. De todas formas, como vemos por ejemplo en
el ascenso de Sargón de Acadia (S.XXIII a.c.) al trono, matando al
rey de Kish, y su posterior triunfo sobre los Lugal de otras ciudades
prominentes, su acción no se limita a la gesta guerrera sino que se
preocupa por integrarse en las determinaciones primitivas de las
urbes vencidas, a la vez que funda una ciudad nueva desde la que
gobernar el imperio, Acadia, pilar sobre el que instaura su propia
determinación primitiva. Los lazos familiares que Sargón establece
con la diosa Nanna, divinidad tutelar de la conquistada Ur, al
nombrar a su hija Enheduanna como suma sacerdotisa de la ciudad, le
permiten el control de la ley universal, del Me (Maat egipcio), cuyo
origen es atribuido al dios sumerio del cielo An19.
El Me está compuesto por las normas divinas, los deberes y los
poderes asignados desde el principio por el dios supremo a todos los
seres y todas las cosas, causa formal del funcionamiento armonioso
del universo. Es interesante observar cómo la determinación
primitiva de la ciudad de Acadia es acompañada por un desplazamiento
de la ley sumeria desde An hacia Inana20,
como igualmente ocurre con la emergencia de Tebas en Egipto y el
desplazamiento del culto desde Ra hacia Amón tebano, que termina en
una síntesis de los dos cultos bajo la nueva determinación
primitiva de la Dinastía XVIII (Nuevo Reino). Las determinaciones
primitivas de un grupo humano, formadas a partir de las económicas
en largos procesos generacionales, no son tan sólo responsables de
la identidad del grupo, sino que con la identidad va asociado el
sentido de las acciones vitales, la valoración emocional en su forma
enaria, sin la que no puede haber acción humana.
La
importancia de las determinaciones primitivas en la explicación de
la formación de las sociedades estratificadas sólo ha sido
reconocida en la antropología de manera relativamente reciente en
los trabajos de Carneiro, Kolata, Demarest y otros21,
aunque está implícito en la obra de Durkheim, y con anterioridad,
en la Genealogía de la moral de Nietzsche. Obviamente, no se trata
de que las determinaciones primitivas gobiernen la vida del grupo de
manera independiente de las económicas, y mucho menos, que haya un
tipo de orden sobrenatural que se actúa en el desarrollo histórico
de la humanidad, sino más bien que las condiciones biológicas que
han propiciado el desarrollo de la racionalidad continua suponen una
construcción simbólica de la acción vital, la inseparabilidad de
la acción mítica con respecto a la vital en el ámbito humano. La
ideología no es una superestructura añadida a la infraestructura
económica (fuerzas y relaciones de producción), sino la fijación
de las relaciones económicas en narraciones de identidad, su
interpretación valorativa, de la que surgen las diferentes personas
sociales y las acciones del grupo. Las narraciones de determinación
primitiva, o ideología, pueden ser protocolizadas en técnicas
efectivas para el control de la identidad, pero no por ello son algo
secundario, un epifenómeno de carácter imaginario añadido a la
realidad de las relaciones económicas: no puede haber
determinaciones económicas sin una determinación primitiva que las
interprete, por muy básica que esta sea, por muy próxima que se
encuentre al sistema de las emociones primarias.
Los
reyes-dioses son el resultado evolutivo del plano mítico del anima
mundi bajo el estrés ecológico de lucha por los recursos de
diferentes grupos humanos, son la representación simbólica de una
narración de identidad grupal, basada en la economía de la ciudad
antigua, que permite generar un sentido para la vida humana en
relación al orden jerarquizado general del universo. Los dioses más
antiguos son antepasados civilizadores de comunidades más pequeñas
que, en su trato chamánico con los espíritus del anima mundi,
alcanzaron un estatus superhumano, por su pervivencia en el lenguaje
y en los ritos y mitos del grupo. El desarrollo lingüístico humano
llevó a la hipóstasis de entidades puramente conceptuales,
derivadas de la propia limitación del conocimiento del mundo,
proyección de la estructura biológica. El mundo alcanzó su primera
representación como ánima universal, y las exitosas determinaciones
primitivas del tótem se completaron en una miríada de ánimas y
espíritus de cuya materia surgieron los relatos de los dioses. Las
imágenes basadas en las emociones sociales, con las que se
construyen las generaciones de seres vivos dentro del ámbito del
anima mundi, al ser operadas conforme a las reglas del pensamiento
racional, exigen un creador inicial sexual22,
una forma precedente desde la que iniciar los vínculos
paterno-filiales de las cosas. De esta exigencia, junto con los
condicionamientos económicos de la estratificación económica,
surgen los dioses supremos, magnificaciones de los antepasados que se
han hecho independientes del anima mundi en la que surgieron, hasta
el punto de que la relación ha sido invertida, y son ellos los
demiurgos del anima mundi y de todos los seres, marionetas sostenidas
por una réplica de su espíritu creador. La creación de la persona
social del rey-dios como síntesis del Lugal, el Sangu, el Ensi y el
Ugula23,
una combinación exitosa en comunidades agrarias plurales de hábitats
circunscritos, supone la aplicación de estrategias predadoras (en
términos humanos, esclavistas) en el sistema emocional de la
búsqueda o voluntad de poder. Tal estrategia no es la única
posible, no está condicionada evolutivamente, ni es la más
inteligente o la mejor de las posibles: la vida no tiene una
sabiduría infalible, ni procede conforme a procesos de máxima
eficiencia, especialmente en escalas temporales cortas como las de la
civilización humana. El impulso oportunista de la voluntad de poder
no produce necesariamente los mejores resultados (en lo referente a
la supervivencia) a largo plazo. El Lugal surge por la urgencia
bélica, el Sangu de la necesidad de una identidad de la persona
colectiva y las personas sociales, el Ensi de la organización
económica agraria, el Ugula del comercio del excedente. Al llamar
grandes hombres a estas personas sociales y sus herederos, el
rey-dios, el sumo sacerdote, el general, el gran comerciante nos
limitamos a reproducir una retórica de dominación, una tecnología
de gobierno característica de este plano mítico que después pasó
a los siguientes. El culto a los grandes hombres es una variante del
culto a los antepasados en la que hemos inyectado las narraciones
urbanas del rey conquistador y el sacerdote sabio, los pastores que
cuidan de su rebaño, que lo protegen de otros predadores y lo
explotan.
En
relación a la formación de estas personas sociales, de las que se
derivarán las principales castas, los sacerdotes, guerreros,
comerciantes y campesinos (esclavos, cuando no tienen la propiedad de
la tierra), cabe destacar el análisis hecho por Friedrich Nietzsche
a lo largo de toda su obra, pero especialmente en la Genealogía de
la moral. Para Nietzsche, defensor de la teoría de los grandes
hombres, la persona del sacerdote es a la vez responsable de las
primeras formas de civilización así como de la generación de
valores contrarios a la vida24.
Las tesis nietzscheanas son parte de un plan filosófico-artístico
para transformar los valores de la sociedad europea de su tiempo. Su
concepto de sacerdote recoge no sólo la persona del chamán
sacerdote tratada aquí, o la del Sangu, sino también los
posteriores desarrollos de estas personas, el filósofo, el artista,
el científico, y otras derivadas, lo que hace confusa su
argumentación. La gran acusación que Nietzsche hace a la persona
del sacerdote es la elaboración de una valoración nihilista de la
vida, una moral del resentimiento contraria a la fuerza y la
vitalidad guerrera. Nietzsche traza la genealogía de los conceptos
de culpa y deber con los de deuda, la idea de los dioses como
nuestros acreedores25,
pero lejos de ver en este mito la tecnología de poder de los
fuertes, del grupo social de la élite que se aglutina entorno al
Lugal y al Sangu, lo identifica tan sólo con la mentalidad enfermiza
del sacerdote, resentido contra la vida. Sin embargo, las leyes de
las primeras sociedades estatales, no son tanto una negación de la
vida en general como la negación de la vida de las masas: los
principios de negación no aplican a las élites. La casta
sacerdotal, junto con los administradores en general de las distintas
actividades de la ciudad, son en Babilonia los Anunaki, divinos o
administradores de lo divino, como lo serán en Egipto los sacerdotes
de Ra, y después los de Amón, propietarios de dos tercios de las
tierras de los templos de Egipto y el noventa por ciento de sus
barcos26,
y no se plantean más ascetismos de los que son estrictamente
necesarios para el buen funcionamiento de una tecnología de poder
agrícola, de aquello que los mitos de la cosecha y la ciudad puedan
requerir. En el texto del visir del faraón Izezi de la Quinta
Dinastía (2450 a.c.), Ptah-Hotep, que instruye a su hijo sobre cómo
ser un exitoso administrador estatal, las consignas son muy claras:
si eres un líder que dirige los asuntos las multitudes, procúrate
a ti mismo todo lo que te pueda resultar beneficioso27.
El nihilismo valorativo de las sociedades del plano mítico del
rey-dios es el que se desprende de la aniquilación de la vida de la
masa social bajo el peso de la deuda-culpa eterna contraída con las
castas dominantes que han traído el orden civilizatorio celestial,
pero no es una propiedad de las narraciones de identidad como tal. Al
contrario, las formas primeras de los mitos de inmortalidad personal
se dan en las figuras de los reyes y nobles, los cuales imaginan un
más allá en el que continúan las mismas acciones de explotación
-nada nihilistas, aunque sí aniquiladoras- de las clases inferiores.
La negación de la vida es más bien una narración de dominación,
una estrategia metanarrativa, innecesaria en las sociedades frías,
que se apropia de cualquier estructura narrativa que le sirva para
justificar la permanente apropiación de los recursos que han hecho
el rey-dios y sus castas dominantes. En el plano mítico del anima
mundi, la metanarración era dada por la mímesis de tercer orden del
chamán, la organización del calendario mítico-ritual, mientras que
en este plano mítico es la metanarración de dominación, que se
construye mediante la manipulación consciente por parte de la casta
sacerdotal de tal calendario, y el desarrollo de una estructura
narrativa complementaria con la que llevar a la práctica la
construcción simbólica que mantiene cohesionada la ciudad.
En
un marco mítico postchamánico, determinado por una dinámica
mitopoética de una vida además de la presente, el Sangu fundamenta
todo su prestigio y su poder en la irreversibilidad de la muerte y de
la otra vida, de la que él es creador en sus visiones
esquizofrénicas, además de las que recoge en la tradición de su
casta. El Sangu monopoliza el otro mundo pero lo cobra en este, tanto
en ofrendas y tributos al templo (luego en tasas), como administrando
las leyes para obtener la titularidad de la tierra, o estableciendo
los tipos de cambio entre grano y metales, y en general obtener las
posiciones de ventaja y poder en todas las actividades económicas.
Los sacerdotes, en cuanto que controladores y creadores de las
determinaciones primitivas, van siempre un paso por detrás de la
acción vital económica, si bien, esta última no alcanza su sentido
sino cuando es interpretada en relación al conjunto mítico-ritual,
interpretación que está precisamente en poder del sacerdote. La
gran creación conjunta del sacerdote y el rey guerrero, del Sangu y
el Lugal, es el Estado, cuya finalidad es siempre pastoral, de
explotación de la masa, de las personas económicas del campesino y
el artesano, pero también de las personas de género y parentesco.
Todo el despliegue de personas sociales nuevas se debe a la
especialización requerida para el control de las masas de varias
ciudades y su unificación bajo un único poder. La diversificación
se da entre la élite dominante mucho más que entre los siervos y
los esclavos, que constituían más del noventa por ciento de la
población28,
y cuyas actividades productivas eran fundamentalmente agrarias. Las
innovaciones tecnológicas de este plano mítico, como observamos en
Mesopotamia y en Egipto, provienen directamente del control de las
nuevas actividades económicas, y no del terreno propio del Sangu,
del otro mundo y de las narraciones de identidad. La escritura, al
margen de las descripciones de su origen divino, obedece a cuestiones
pragmáticas de organización, así como la primera matemática.
El
sacerdote no es el responsable de la civilización, sino más bien la
figura que se nutre de ella. De la misma manera que no puede haber
reyes sin la persona de un dios creador, la casta sacerdotal no
puede prosperar sin una ciudad que administrar. E igualmente, el
rey-dios depende de la infraestructura de los sacerdotes, de las
técnicas de narración legitimadoras del poder para poder
interpretar su persona y creer en ella. Por eso, el sacerdote corona
al rey, y postrándose ante él pone en marcha la gran
representación ritual. Los dioses de la ciudad, como ocurría con
los espíritus y dioses que poblaban el anima mundi, son sólo
visibles en los rituales como reyes (antes como chamanes) y sumos
sacerdotes, o como fuerzas de la naturaleza: inundaciones, desastres
meteorológicos o epidemias, y estas eran precisamente las
representaciones que las castas dominantes ofrecían a la multitud.
Es evidente, que el control sobre la enfermedad, como ya ocurría en
las prácticas chamánicas, pertenece a las estructuras
mítico-rituales de estos planos míticos, y que el discurso
sacerdotal siempre contuvo un elemento mórbido, como el del médico,
y que fue ejercido de manera deliberada como muestra de su voluntad
de poder, no obstante, el negocio de la enfermedad y la ultratumba se
aplicaba de manera distinta según las clases sociales, pues nunca
fue independiente de la administración de la justicia mundana. Al
margen de una genuina creencia en la inmortalidad, la determinación
primitiva de la vida de ultratumba resultó ser la forma más
poderosa de control de las acciones de las masas. Los dioses
infernales son jueces, de hecho, antiguos reyes prestigiosos, que
siguen imponiendo su implacable voluntad y determinando, como los
grandes acreedores del grupo, quién pagó sus deudas y deberes con
la sacra comunidad y quienes deben pagar con sufrimiento de
ultratumba. Gugalanna, Ra, Seth, Mot, Osiris, Baal, Minos, Hades,
Odín, Veles, Mara, Yama y otros dioses que reinan sobre los
difuntos, son reyes-dioses que extienden su poder por todo el plano
mítico, que gobiernan en la vida y en la muerte. Por eso, la
crítica nietzscheana a la casta sacerdotal confunde la tecnología
narrativa de control con el impulso vitalista y manipulador de los
sacerdotes y la élite gobernante, que se aseguran la mejor vida en
cualquier mundo posible, dando rienda suelta a su voluntad de poder,
al sistema dopamínico que busca prolongar la vida de cualquier
forma.
El
ascetismo sacerdotal contra el que arremete Nietzsche, por saludables
motivos psicológicos, no es sino la forma extrema de autocontrol de
los sistemas emocionales básicos para adquirir independencia
relativa sobre los condicionamientos y automatismos que gobiernan la
vida humana, lo que, aparte de llevar a la elaboración de mitos
fabulosos sobre otros planos de la existencia, conduce al sujeto al
desarrollo de distintas formas de poder, los llamados siddhis,
fundamentalmente las ventajas sociales que se derivan del desapego
emocional del asceta al situarse en una zona liminal en relación al
grupo. Si estudiamos la relación de las prácticas de austeridades,
los tapas en la tradición hindú, con los deseos de inmortalidad y
poder, además de mostrar (aunque no es esta su intención) las
profundas morbideces psicológicas de los yogis, munis, tapasvins, y
otros ascéticos29
(las que detectara Nietzsche), desvela el profundo impacto social que
tienen estas prácticas, su relevancia para dotar de contenido
psicológico experiencial los escenarios sobrenaturales. Los poderes
mágicos de los siddhis son narraciones que tienen su origen en el
plano mítico del anima mundi, son los vuelos de los chamanes30.
Los estados alterados de la mente cuando son puestos en contexto de
religiones organizadas, con escrituras y maestros, suponen un
despliegue de espectáculos de magia que, aunque sean interpretadas
con la máxima inocencia por las personas de los ascetas, como un
fenómeno patológico inevitable, son perfectamente incorporables a
la tecnología narrativa de dominación, y de hecho, la fortalecen.
El desconocimiento profundo de la psicología humana en relación a
las cuestiones epistemológicas favoreció el proceso. La visión (y
percepción) individual alucinatoria es un fenómeno psicológico
genuino desde el punto de vista del sujeto, un cambio en las
proporciones de neurotransmisores produce efectos perceptivos
extraordinarios, pero la validez de la experiencia es meramente
individual. Sin embargo, el que el sujeto de las visiones sea capaz
también de un tipo de autocontrol emocional que va más allá del
poder de la mayor parte de los humanos, unido a la credulidad
infantil, genera, como lo hace todo lo que desconocemos, un
inevitable prestigio sobrenatural. No hay que olvidar que los
sacerdotes son un desarrollo de la persona social de los chamanes, y
asimismo conviene recordar que el control social no ha provenido
directamente de los vuelos psicológicos del asceta, sino de las
interpretaciones de estos estados alterados dentro de un esquema
mítico-ritual más amplio. El asceta es el desarrollo de una persona
social paradójica, en cuanto que niega el grupo social con su
rechazo del mundo, pero vive de él y encuentra su sentido en él,
pues sus visiones toman la forma de los mitos locales y actúan
dentro de un determinado esquema mítico-ritual. Tomemos por ejemplo
las representaciones que aparecen en el Bardo Todol, el Libro
Tibetano de los Muertos31.
Tanto los escenarios como las personas activas son las del budismo
tibetano Bon: el lugar de camas occidentales, en el más allá hay
esteras para dormir, y las apariciones de dioses y diosas con cabezas
de animales se corresponden con los animales locales, así como los
ropajes, colores, joyas, etc. Y algo similar puede decirse de las
visiones del puente de Chinvat de la tradición persa, y en general
de todas las visiones extáticas, desde las profecías
Sumerio-Acadias hasta las visiones de los santos cristianos, pasando
por las inducidas por el peyote y otras sustancias de las tradiciones
del plano del anima mundi. No son tan importantes las visiones
específicas como la interpretación social que se hace de ellas por
parte de la persona social dominante.
Max
Weber vio en la figura del sacerdote un asceta orientado al mundo, a
diferencia del místico, que busca tan sólo escapar de él32.
La paradoja del asceta (orientado o no hacia el mundo), que a la vez
quiere estar fuera del grupo negando el mundo, pero dentro para
salvarlo del error, no son sino la muestra de una esquizofrenia
fundamental que estaba ya presente en la persona del chamán. Los
ascetas que abandonan el mundo, desde los yoguis de los Himalayas a
los saddhus fumadores de bang, pasando por todos los que se han
autotorturado en las soledades de los bosques y montañas, no son
asunto del grupo desde que consiguen estar fuera de él y no le
reclaman nada. Desde el punto de vista social, estos místicos son
como muertos sin identidad, aunque en muchas ocasiones, como muestra
la historia de las grandes religiones, o vuelven al grupo desde su
soledad a dar algún mensaje sobrenatural, o son incorporados por el
grupo como epítomes de algún valor fundamental del eje
mítico-ritual. Conviene señalar que hasta hace poco la epilepsia se
llamaba posesión demoniaca (o divina, según los casos), y que las
voces que escuchaba el esquizofrénico pertenecían a un dios cuando
narraban mitos compatibles con la mitología local. Pero aparte de la
canonización de enfermos mentales, los cuales, por supuesto, creían
profundamente en su locura, el grupo sacerdotal ha estado siempre
mucho más implicado en la vida social de lo que sugerirían las
personas del asceta o el místico. Parte de la confusión que hay en
Nietzsche y en Weber, se debe a la no distinción de la persona
social del sacerdote con respecto a la persona social del sacerdocio
particular, la corporación de más de un sujeto que está al
servicio de un culto específico, en el plano mítico del rey-dios,
un culto unido inevitablemente a una ciudad- estado. Si observamos
las grandes instituciones sacerdotales religiosas que aún perviven,
hinduistas, budistas, cristianas podemos hacernos una buena idea de
las organizaciones más arcaicas de las que son sus herederas
directas. Así, podemos suponer que la persona social del sacerdocio
de Nanna, o de Amón, por ejemplo, admitiría en su seno personas
sociales distintas, desde sobrios administradores de las propiedades
de la orden sacerdotal hasta místicos volados que, como chamanes
extáticos, apenas podían articular palabra debido a su unión con
la divinidad, ya sea por ejercicios y prácticas33o
por mera enfermedad, y con un recorrido intermedio en el que
reconoceríamos personas sociales de las que luego van a surgir lo
que hoy llamaríamos profesiones intelectuales o liberales, y en
general, el ser humano vocacional. De hecho, esta pluralidad de
personas sociales con un mismo fin, voluntad de poder en diferentes
grados de expresión, ha sido presentada por la congregación como
muestra de una voluntad transpersonal cuyo origen mismo tiene un
contenido y un origen sobrenatural, cuando meramente atestigua la
aparición de una persona social nueva. La persona sacerdotal, el
sacerdocio, actúa condicionado por las emociones básicas que
controlan su homeostasis como cuerpo social dentro del organismo que
pertenece, como ocurre con otras personas sociales corporativas,
guerreros, comerciantes, artesanos, campesinos, etc. Como cualquier
persona psicológica, una vez constituida busca la permanencia y la
reproducción, obviamente, de manera simbiótica con las otras
personas del grupo social. No puede extrañarnos que lo que comenzara
siendo una simbiosis de personas sociales se tornara existencia
parasitaria de unas con respecto a otras, pues las necesidades
colectivas mutuas no eran simétricas, ya que quien controla la
determinación primitiva, controla la identidad y a partir de ella
las acciones económicas de una sociedad humana. Las determinaciones
primitivas surgen después que las acciones de determinación
económica, pero la inseparabilidad de la acción humana con respecto
a la interpretación simbólica, la hace dependiente a posteriori. El
contenido de una determinación primitiva da una matriz de
interpretación de las acciones vitales, y no es tan importante la
interpretación específica que se haga como el hecho de que se haga
alguna. Por eso, cualquier cambio de determinación económica
conlleva un cambio previo de la primitiva, aunque el origen del
cambio provenga de una nueva actividad económica. Como comprendió
Weber, el poder religioso nunca hace surgir situaciones económicas
nuevas para las que no existiera ya una predisposición estructural
en la sociedad particular34,
es decir, que no estuvieran de alguna manera implícitas en la
estructura mítico-ritual. El movimiento debe ser mínimo en cuanto a
la creación de nuevas personas sociales, mientras que en lo que se
refiere las acciones, basta con que sean congruentes con las
anteriores. En este sentido, la casta sacerdotal tampoco es distinta
a las otras castas. Un ejemplo de la parsimonia para admitir nuevas
personas sociales dentro de una estructura mítico-ritual dada lo
vemos en el rechazo que dentro de los planos míticos ya urbanos (del
rey-dios y de la ley universal) se da al parvenu, ya sea el nuevo
rico, o la nueva persona corporativa (nuevos sacerdocios de dioses),
o nuevos mandos militares. Esta parsimonia, o inercia inmovilista, es
también la base del rechazo al interés monetario y la usura dentro
de estas primeras sociedades urbanas que hereda la ciudad universal
(no pretendidas ofensas metafísicas al honor del que toma el
préstamo). Y el rechazo se da, precisamente, en las sociedades que
valoran la riqueza35,
pues los cambios en la velocidad de creación o de intercambio de
dinero afectan a la estabilidad de la economía grupal, y eso es
precisamente lo que ocurre cuando el dinero se hace mercancía, es
más, la economía financiera implica la instauración de un sistema
de valoración cuya referencia ya no es la economía agrícola del
plano mítico del rey-dios, y por ello, la instauración de una
metafísica rival, que no se sustenta ya sobre la propiedad de la
tierra y las personas atadas a ella.
La
imagen del Estado como un cuerpo compuesto por castas, tiene tanto
una dimensión de eufemismo de técnica narrativa esclavista de
dominación, como de genuina creencia metafísica. En el jainismo, el
sistema cósmico se organiza conforme a un plan de rencarnación que
coloca cada mónada (Atman) en el lugar que le corresponde en el Gran
Hombre dentro de un supuesto orden, determinación primitiva que
sirvió para estructurar el imperio de Chandragupta Maurya. La
creencia genuina en un sistema metafísico basado en la corporación
de las castas es perfectamente comprensible para el caso de las
personas sociales dominantes: la fe en el derecho divino al dominio
de los demás cohesiona la casta y sus acciones, pero es también
perfectamente compatible el ejercicio del dominio de casta desde
posiciones pragmáticas y más o menos descreídas, como leemos en el
Artha Sastra. Su autor, Kautylya, ministro del primer emperador
Maurya, compatibiliza, sin ningún problema, las determinaciones
primitivas del jainismo con un enfoque pragmático de la política
que anticipa a Maquiavelo en más de mil años36.
Los votos religiosos de un rey son su preparación para la acción,
sus sacrificios y abluciones son el reparto de cargos y su atención
a los intereses del reino37.
En su análisis del funcionamiento del gobierno ideal, Kautylya
ofrece una visión filosófica de la estructura de la sociedad de su
tiempo. Su narración se sitúa en un momento que la sociedad india
está cambiando desde las narraciones mítico-rituales del rey-dios a
las del plano de la ley universal, en el que los reyes, como será el
caso de Ashoka Maurya, son administradores de un orden objetivo que
no ha sido creado por ellos y del que tampoco son sus herederos
directos, sino espirituales. La posición de Kautylya epitomiza a la
casta sacerdotal (a la que pertenecía) de servicio al cuerpo del
Estado, en la que dioses, libros sagrados, y ritos, no son sino los
instrumentos míticos para la tecnología de la dominación. El Artha
Sastra toma las determinaciones primitivas como parámetros,
sustituibles por otros equivalentes en un momento dado, pues el fin
de la vida es la riqueza, artha, y los llamados fines espirituales y
artísticos son dependientes de este fundamento económico. El
sentido de artha es equivalente al de voluntad de poder, ejercida en
toda su potencia por el rey y en menor medida, y mientras no
desequilibre el edificio del Estado, por nobles y demás ciudadanos
libres. El buen rey hace coincidir sus deseos con los de su gente
(entendiendo por gente las tres castas superiores: sacerdotes,
guerreros y comerciantes), y no con los deseos propios38.
El motivo para la acción no son los principios morales de caridad y
amor al pueblo, sino la mayor estabilidad de una forma de gobierno
así. En el Artha Sastra podemos observar la tensión entre
necesidades pragmáticas de organización de la comunidad y el lastre
económico que la transmundanidad de las determinaciones primitivas
imponía al desarrollo de sociedades más complejas.
La
transmundanidad, en el sentido de un mundo que está escondido detrás
de este, un Hinterwelt39,
no necesita ir siempre acompañada de inmortalidad, basta con que
haga su función de fundamento de la realidad vital, como vemos en el
posible funcionamiento con las dos opciones, de Sumeria-Acadia y
Babilonia (ambas sin inmortalidad para los hombres), y de Egipto (con
un trasmundo de almas inmortales). Las determinaciones primitivas, no
importa de qué tipo, son imprescindibles para dotar de contenido a
las acciones del grupo, y generar la identidad de las diferentes
personas sociales, así como para justificar cósmicamente la
tecnología narrativa de dominación, pero lastran con
consideraciones metafísicas el propio desarrollo de la economía. En
el caso de la India, el lastre impuesto por las escuelas teológicas
fundamentales que declaran el universo como ilusorio, es la inacción,
el ideal de una vida vegetativa, como la del yogui, o la del
renunciante jainita que barre el suelo mientras anda para no pisar
ningún insecto, y Kautylya ataca directamente el problema40.
En Egipto, el lastre es una estructura hierática que monopoliza la
vida del grupo en una representación social ensimismada. La tensión
entre la interpretación de las acciones económicas y las de
identidad o metafísicas se da dentro de cada una de las personas
sociales, por eso la persona de la casta sacerdotal, como grupo
psicológico plural, no es meramente analizable en los términos de
ascetismo y negación de la vida. De hecho, en los casos en los que
se elabora una idea de inmortalidad de las almas, como ya argumenté
más arriba, esta idea no es sino un desarrollo enario de la emoción
de la vitalidad o autoestimulación, es un desarrollo especialmente
fuerte de la emoción que se corresponde con el funcionamiento del
sistema dopamínico neural, en la que la anticipación de la
inmortalidad bajo ciertas condiciones reorienta toda la existencia
del individuo y del grupo. Entonces, más que el ascetismo, lo común
a las diferentes personas sacerdotales es la hiperactividad
dopamínica, expresada en forma de visiones y esquizofrenia así como
en las formas más ordinarias de deseo de conocimiento, anticipación
del futuro y organización de la vida.
Es
muy probable que la idea jurídica de la pertenencia de una persona a
otra, el esclavismo, se desarrollase en pequeños pasos de
administración de las personas sociales más básicas dentro de
otras más complejas colectivas: las de género, tótem o casta. De
hecho, no parece que hasta el día de hoy haya habido una sola
sociedad humana en la que el sujeto, en cualquiera de sus personas
sociales, no haya sido considerado como condicionado a la voluntad
del grupo, como un objeto propiedad de la comunidad, con vida
independiente tan sólo mientras no haya una urgencia grupal, o sólo
en los momentos que la función social no está activa. Y esta
dependencia alcanza a los mismos reyes y a los dioses. La dependencia
dentro de las sociedades frías se daba de manera recíproca, y como
una necesidad basada en la emoción social básica: el individuo no
puede estar sin el grupo. Sin embargo, en las sociedades urbanas
complejas, aunque opera el mismo sistema emocional, el grupo se
encuentra escindido en subgrupos con conflictos de dominación entre
ellos, por lo que la dependencia de una casta con respecto a otra, y
en general, de una persona con respecto a otra, proviene de la
subordinación con respecto a una estructura mítico-ritual. El rey
de Babilonia no podía ejercer su poder al margen de la estructura
mítica de la ciudad: depende de Marduk, y de sus súbditos como
súbditos de Marduk, y la obediencia a su persona se da en la medida
que asuma e interprete dentro de unas normas, la persona del rey. Así
por ejemplo, el hecho que durante el Akitu hubiera un momento en el
que el rey era humillado públicamente, no suponía la humillación
de Marduk, sino la reversión a un orden mítico anterior a la
ciudad, emocionalmente más básico, en el que ni la persona del rey
ni la de los sacerdotes tenía sentido, y a la par que las de ellos,
las del resto de las personas urbanas, reversión en la que se volvía
a las personas genéricas y de edad como expresión de la
individuación de los miembros del grupo. Cuando el rey volvía a
serlo, lo era inmediatamente en cuanto que representante del
rey-dios mítico, y de la misma manera, el poder de los sacerdotes y
los nobles sobre los demás estaba en función de su interpretación
en el drama social, y no de las dependencias directas
(asimétricamente recíprocas) con respecto a esclavos y siervos. La
dependencia no es en relación a una ciudad-estado, no es la
dependencia con respecto a una ubicación geográfica, ni con
respecto a la figura del dios o del rey, sino con relación a una
estructura mítico-ritual, y más en concreto, con respecto al éxito
económico de esta estructura, es decir, su capacidad para resolver
las amenazas nutricionales, medioambientales y de guerra. Los dioses
vencidos, al igual que los reyes vencidos, son olvidados o absorbidos
en el poder de otros. La apasionada relación que tiene, por ejemplo,
Yaveh con Israel, no es sino una muestra del ingenio sacerdotal judío
para mantener unas determinaciones primitivas con las que fundar una
comunidad sólida e independiente que sobreviva en el medio hostil de
Oriente Medio. Los sacerdotes y profetas de Israel aceptan al enemigo
como la voluntad de su dios, como un castigo a supuestas afrentas de
fidelidad, haciendo de los dioses rivales meros instrumentos o
marionetas del suyo propio. Los reyes-dioses pasan así a ser
elementos de una estructura mítico-ritual de relaciones de
dependencia entre diversas personas sociales, estructura que, en su
desarrollo evolutivo temporal muestra la acción de una persona nueva
que inaugurará el plano mítico siguiente, la persona de la ley
universal, o del dios único no antropomórfico. Esta es la forma de
dependencia que proclamara el Himno de Akhenaton (1353-1336 a.c.),
con anterioridad a las estrategias israelitas para preservar su
integridad mítico-ritual en destierros y esclavitudes, la
comprensión del sistema mítico en su conjunto como un plan divino
de acción vital que una nueva forma de dios abstracta revela en el
corazón de un elegido41.
Con este giro, la tecnología narrativa de dominación alcanza una
nueva forma de estabilidad debido a la difusión de la voluntad de
poder en narraciones que reifican más el orden al hacer menos
fuertes a las personas individuales. El esclavo siente el inútil
consuelo metafísico de ver que la servidumbre se da entre todas las
personas sociales con respecto a un orden universal que gobierna el
cuerpo social, el Gran Hombre, conforme a unos planes que sólo
pueden entender los elegidos.
Dentro
de la persona social de los dioses, observamos un mínimo de dos
generaciones divinas dentro de este plano mítico. Los dioses del
anima mundi eran los grandes antepasados civilizadores, fundidos con
un tótem, bien animal o vegetal, bien una fuerza meteorológica o
natural. Con el paso del tiempo, el carácter humano del antepasado
se pierde en narraciones estereotipadas vinculadas a ritos concretos
y a acciones económicas, se transforma en una persona colectiva que
funciona de manera transgeneracional, a la que se adhieren las
representaciones que elabora la casta sacerdotal basadas en la
complejidad de las nuevas comunidades urbanas, las cuales recogen las
acciones económicas de esquemas mítico-rituales agrícolas. Esta
primera generación de dioses es desafiada por la aparición de
presiones demográficas externas, que producen reajustes de sus
personalidades o bien directamente su destrucción. Los relatos de
este plano mítico tienen un claro carácter cosmogónico, de luchas
y acontecimientos heroicos, de cambios de orden. Las batallas por
determinaciones económicas se emparentan con las determinaciones
primitivas. Los enemigos históricos son también míticos, en un
tipo de narración que, hasta el día de hoy, no nos ha abandonado en
absoluto. La guerra para expulsar a los Hiksos, adoradores de Seth,
el hermano enemigo de Osiris, del delta del Nilo, es la actuación
terrenal de la batalla cósmica del mito de Osiris, como lo había
sido la lucha fundacional de Babilonia por parte de Marduk, como lo
será la sucesión dinástica del Mahabharata entre Kurus y Pandavas
en la lucha por la ciudad del discernimiento, Hastinapura (Ciudad de
los Elefantes), en un ciclo cósmico de combates entre el bien y el
mal, como igualmente lo serán las narraciones guerreras contra el
poder Nazi por parte de las fuerzas aliadas, o la del islam contra el
satanizado Occidente que proclaman los fundamentalismos de nuestros
días.
Las
dos generaciones de dioses son intercambiables entre sí sin ningún
problema, no hay ninguna característica civilizatoria especial de la
segunda generación con respecto a la primera. Los dioses arios
luchan en la India contra los dioses anteriores, los titánicos
asuras, que al ser vencidos pasan a ser representaciones del caos y
del mal. Pero en otros lugares en los que se celebró la misma lucha
entre los mismos dioses, aunque con resultados inversos, como ocurre
en Irán, serán los asuras los dioses del bien y la luz, encabezados
por Ahura (Asura) Mazda. La interpretación tradicional de que la
segunda generación de dioses supone un paso desde el caos al orden,
como la de Eliade42,
no puede ser entendida sino como un cambio de orden, pero no como
ningún tipo de evolución de un eje mítico-ritual, ya que las
acciones económicas y la metafísica siguen siendo las mismas. Los
cambios narrativos desde Varuna (Vrta), Apsu, Apofis, Urano (Tifón),
Yam, Ylluyankas y otros dioses primordiales similares, a la segunda
generación de Indra, Marduk, Ra, Zeus, Baal y Telepinu -en cuanto
que paso desde los creadores del cosmos a partir del caos, a los
creadores de una nueva forma de orden urbano-, suponen la adopción
de un punto de vista mítico que enfatiza el cambio de orden como
cambio de era, más que un cambio radical de las características
personales de los dioses. Ni Varuna, ni Urano, ni Apsu, como dioses
de las aguas y las tormentas, están más cerca de los antepasados
totémicos de estas figuras que sus sucesores de la segunda
generación. Se trata ya de dioses de asentamiento urbanos agrícolas,
determinaciones interpretativas de acciones agrícolas. En cierto
sentido, serían el equivalente a evoluciones de Bai-Ulgan, y no el
equivalente a la evolución de un dios del cielo como Tengri
desarrollado partir de un antepasado paleolítico: Tengri es
equivalente a Dyaus, divinidad indo-europea del cielo que se
corresponde con el estado nómada. La primera generación de dioses
representa el entramado geofísico y meteorológico de las aguas
caóticas, está vinculada a una tecnología agrícola específica
dentro de una sociedad ya estratificada: son dioses que realizan las
mismas funciones que los posteriores, sólo que en una escala
diferente. Los títulos de dominadores de las aguas de la segunda
generación de dioses no implican necesariamente que los sistemas
previos, unidos a las estructuras mítico-rituales de los dioses
primordiales, fuesen sistemas caóticos sin un orden de irrigación.
La planificación y construcción de estructuras de riego, los
calendarios para el uso del agua y el mantenimiento de los canales,
puede ser llevada cabo en diferentes escalas: comunidades urbanas más
pequeñas que las de la Babilonia mardukiana, o la Heliópolis de Ra
pueden llevar a cabo eficientes formas de riego sin la necesidad de
un control administrativo altamente especializado y centralizado43.
La estructura social de los dioses de la segunda generación es más
compleja, si bien no tanto en el sentido de que representa nuevas
actividades económicas, sino en el de una técnica de determinación
primitiva más sofisticada que permite el control central de una
población más numerosa, algo que se lleva a cabo gracias a la
técnica de la escritura que fija las ceremonias mítico-rituales en
torno al eje de los textos sagrados. En ellos, la victoria de los
nuevos dioses se da por su mayor presencia en la memoria, el mayor
número de versos y mitos a ellos dedicados, que proclaman su gloria
y la supremacía de su forma de orden sobre la anterior. Los viejos
dioses permanecen como los antagonistas de la acción cosmogónica,
como materia indiferenciada en manos del cosmocrator sacerdotal que
crea el mito de un nuevo orden.
En
plano mítico del rey-dios, asistimos a la creación reflexionada y
deliberada de las personas sociales de los dioses, mientras que las
divinidades, y seres sobrenaturales en general del anima mundi,
fueron el resultado de evoluciones espontáneas de la metafísica de
los tótem, evolución que en algunos casos llevó a estos seres
hasta la posterior categoría de dioses fundadores de ciudades. En el
Rigveda, observamos la línea que comienza en Dyaus-Pitar y sigue a
través de Varuna e Indra, línea que el Mahabharata continúa hasta
Krishna (Vishnu) en una mitología ya plenamente estatal. Otros
dioses son sin embargo la creación consciente y deliberada de
personas nuevas, unidas a nuevas actividades o a nuevos conceptos
morales y epistemológicos producidos por las nuevas relaciones
sociales. Sería tedioso dar una lista de toda la variedad de dioses
y diosas creados sacerdotalmente. De hecho, la cuestión sobre el
número exacto de dioses es irrelevante, a la par que una mala
interpretación (por hipóstasis) de lo que supone la persona de un
dios. Se puede asignar un dios a cada objeto que podamos pensar, como
podemos formar pares con los elementos de dos conjuntos cualesquiera.
Lo más relevante de los dioses de este plano, a parte de la persona
del rey-dios que da la referencia o determinación primitiva
fundamental, será su evolución hacia dioses que expresan emociones
enarias reflexivamente desarrolladas, epistemológicas (dioses de la
escritura, de la matemática, de la astronomía, de la sabiduría,
etc.), morales (dioses de la virtud, de la perfección, de la pureza,
etc.), así como la síntesis enaria de estos dos grupos emocionales
(los dioses de la verdad, los del destino y los de la ley). De esta
generación terciaria de dioses evolucionará el plano mítico de la
ley universal, dioses que acabarán por ser atributos o
representaciones de tal ley. Un ejemplo interesante de esta deidad lo
tenemos en la diosa de la verdad egipcia Maat, que comenzó siendo
(como cabría esperar) una hija de Ra, surgida del abismo de las
aguas a la vez que él, para desarrollarse hasta ser un principio
independiente de carácter más activo que el del propio Ra. En un
mito que prefigura el que unos cuantos milenios más tarde
encontraremos en la saga del Grial, en un momento que Ra se
encontraba viejo y cansado, pidió consejo a Nun (Caos) para
solucionar su desgaste, quien le aconsejó que se acercase a Maat y
la besase para renovarse y así recobrar su vitalidad, objetivos que
consiguió haciendo lo sugerido44.
Maat estaba presente en los juicios del alma de los difuntos, y el
dominio de su concepto recorría el campo ya tan familiar de la
verdad teológica en su dimensión de la acción moral del sujeto. La
acción del sujeto en relación a una ley universal no sólo pasa a
ser buena o mala, según se conforme a ella o no, sino que la
desviación con respecto a Maat pasa a ser considerada como una
acción falsa: lo que no concuerda con la verdad es falsedad, lo que
supone la condena de lo que no concuerda con la ley, pero también la
negación de contenido positivo, de realidad, para todo lo que no se
armoniza con el eje mítico-ritual. En un mito egipcio de 1200 a.c.,
leemos cómo la verdad es cegada por la falsedad, mito del que se
derivará el posterior de la ceguera de la justicia, y que supone que
Maat, la verdad, se fundamenta en un orden preestablecido de las
cosas, en una ley que de manera esencial determina en un mismo grupo
la verdad, la realidad, la justicia y la virtud, y en otro, los
atributos opuestos de falsedad, irrealidad, injusticia y
pecado-deuda, y lo hace de manear independiente a la evidencia de los
sentidos. Como veremos enseguida, estas nociones abstractas se
alcanzaron en un largo proceso de aproximación pragmática: las
acciones económicas se convierten en costumbre, las costumbres en
determinaciones primitivas, y estas, finalmente, en leyes de carácter
universal.
Un
concepto interesante y de enorme relevancia en la tecnología
narrativa de la dominación es el de encarnación humana del dios.
Con él, se justifican plenamente las personas reales (de reyes) que
no pertenecen a un linaje determinado y, no obstante, reclaman su
derecho divino a tal posición, así como se justifica la
intervención directa y cotidiana de las personas de los dioses en
los asuntos humanos. En India, la idea se subsume bajo las
narraciones de los avatares, consistentes con la idea de
rencarnación. Un mismo dios encarna en distintas ocasiones en
diferentes personas (cuando decae la virtud en el mundo), como es el
caso de Vishnu, en sus avatares de Rama y Krishna45.
En los mitos griegos, los dioses toman forma humana temporal46,
para completar alguna acción y conducir el resultado de un
acontecimiento, en una forma de avatarismo de corto plazo. Y el
cristianismo es una variante de avatarismo para un solo dios con
varias personas. La idea de teofanías antropomórficas más o menos
permanentes cierra el círculo del proceso de mitificación de manera
curiosa: lo que comenzó como humano, como antepasado y memoria,
fermenta en narraciones repetidas generación tras generación en
héroes y dioses, para luego volver como ideas metafísicas que son
actuadas en la vida de una persona (rey o cualquier otra, pero casi
siempre rey47)
y sirven para establecer un nuevo comienzo. Los avatares, por
definición de esta persona, repiten una persona social perfectamente
identificable, la del dios local (no tendría sentido un avatar de
Vishnu entre los Navaho), es decir, la persona que representa
metonímicamente las narraciones de un eje mítico-ritual, que las
hace presentes en ciertas acciones económicas relevantes para el
grupo, las guerras por Hastinapura, por Ilión, o para establecer
identidades grupales renovadas en momentos de anomia política, como
en el cristianismo. Bajo esta forma de narración, todas estas
acciones quedan autorizadas, legitimadas políticamente dentro del
esquema mítico-ritual, fuente de cualquier legitimidad. Cuando
Alejandro se declara a sí mismo en Egipto hijo de Zeus-Amón, y es
respaldado por los sacerdotes, asistimos a un rito de renovación
análogo al que Krishna establece en el Bhagavad Ghita48,
o como cuando Jesús de Nazareth se declara a sí mismo, con la
oposición de los sacerdotes (lo que impide cualquier acción
política), hijo del Dios de Israel. Ergo, el avatarismo en sus
distintas variantes supone una técnica de legitimación narrativa
para una nueva forma de poder dentro de una comunidad dada, lo que
produce cambio dentro de una continuidad, la fórmula de renovación
más estable, pues se apela a una estructura de orden nueva como
variante legítima y heredera de la anterior.
El
plano del rey-dios, en el que se incluyen los ejes mítico-rituales
de los imperios agrícola-comerciales de la Antigüedad, ve
proliferar el número de nuevas personas sociales económicas
vinculadas a la gran variedad de actividades urbanas, muchas de las
cuales seguirán siendo básicamente las mismas hasta nuestros días:
las personas de los guerreros, capitán, sargento, soldado, de los
diferentes comerciantes y marinos, de los funcionarios y escribas,
los médicos, contables y administradores, de los artesanos y
obreros, de las prostitutas, de los recaudadores de impuestos y
oficiales de aduanas, de los jueces, poetas y artistas, entre otros49.
Todas ellas subsumidas, junto con las personas ya desarrolladas en el
plano del anima mundi, bajo las personas generales de las castas. La
regulación de las actividades y relaciones de estas personas
sociales quedaba recogida en los diferentes códigos legales, que
prescribían por castas sus deberes de forma imperativa, explicitando
los escenarios más comunes de la interacción social y expresándolos
partir de la forma condicional del lenguaje. La narración legal
hipotética ofrece un buen ejemplo de la transformación de las
determinaciones económicas en determinaciones primitivas, de cómo
la práctica, al hacerse costumbre, se acaba convirtiendo en ley. Los
mitos legales forman parte del eje mítico-ritual como identidad del
grupo a la vez que como norma práctica, como se aprecia en todos los
artículos legales del Código de Hammurabi que forman parte de los
libros del judaísmo Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio y
Ruth50.
Los tribunales son una variante mítico-ritual en la que los dioses
actúan como estructura legal, formada por conceptos míticos (orden,
ley, verdad, justicia, castigo, etc.) y como la propia estructura
lingüístico-performativa de la representación, ya que los dioses,
al igual que los antepasados, son los jueces primeros, presentes como
artífices de las leyes y el ritual, referentes de la autoridad de la
acción mítica que ex tempore, reafirma el orden cósmico con cada
caso ritual específico de administración de justicia. Estas
determinaciones legales suponen la reformulación de las emociones
básicas en una estructura lingüística protocolar lógica de
condicionales, disyunciones y conjunciones, un carácter formulaico
próximo a la compulsión a repetir y mecanizar que observamos en las
emociones. La formalización ritual-legal da el fundamento para el
concepto de implicación (que la lógica moderna considera
indefinible51),
y se sientan las bases para la narración filosófica que dominará
en el plano mítico de la ley universal. La implicación es la
conexión de necesidad determinada por la ley, una ley que
establecieron los dioses52
y que regula el mundo vital humano a partir de las emociones en
escenarios protocolarios (enarios) que más que facilitar la acción
vital, la crean al interpretarla. La acción jurídica adquiere su
fuerza de obligatoriedad a través de determinados giros lingüísticos
que van acompañados de específicas acciones rituales53,
como cualquier otra acción mítico-ritual, fuerza que heredarán el
discurso filosófico apodíctico, la geometría euclidiana, la lógica
y la física aristotélica. Las leyes, en este sentido, están más
asentadas en el rito que en la acción narrativa, su vinculación con
la repetición formulaica desvela el mundo emocional (regulación de
los sistemas emocionales y la vida social) de su origen, el ideal de
una interpretación inambigua y mecánica de los escenarios y
acciones sociales, la incuestionabilidad del orden cósmico, y como
reflejo, del de la ciudad asentada sobre el rey-dios y el imperio de
su ley, algo que resultará perfectamente compatible con la
subsunción de estas fórmulas legales a los escenarios de
razonamiento natural en los que se da la interpretación de la ley,
escenarios en los que se garantiza la verdad de las interpretaciones
primitivas mediante la introducción en los esquemas condicionales
formulaicos de premisas disyuntivas adicionales al consecuente.
Las
acciones mítico-rituales que centran el orden de la ciudad en este
plano mítico son las de los festivales agrarios, que cubren la
extensión del año astronómico, y siguen un patrón triple cíclico
basado en el nacimiento del rey-niño divino, sus nupcias
posteriores, y su muerte y resurrección, como ya hemos visto. Se
trata de una puesta en escena, que puede llegar a ser compleja y
sofisticada, de algo cuyo contenido emocional es extremadamente
simple, simplicidad de la que deriva su eficacia. Su extrema
simplicidad ha saturado las posibles interpretaciones adicionales, de
hecho, la prevaloración de estas acciones, su comprensión a un
nivel prehumano perfectamente delimitado y condicionado por su éxito
evolutivo, hace redundante sus expresiones simbólicas, aunque es
precisamente mediante esta redundancia (que mitos y arte producen una
y otra vez) como estas representaciones alcanzan su estatus de centro
del sentido social, posición que les viene garantizada por su
contenido emocional básico. La incansable repetición de lo que ha
formado nuestra identidad, la formación de las personas sociales más
simples y básicas, el niño, la mujer embarazada, el guerrero
muerto, el antepasado, toman máscaras de rey-dios, de diosa de la
fertilidad, de viajes al submundo, de nuestra propia naturaleza, para
representar la tragedia de la mortalidad personal y la continuidad de
la vida. Los mitos de la fertilidad buscan una confirmación
simbólica de lo que nuestras emociones ya habían escondido en ellos
con anterioridad, las valoraciones fundamentales de las emociones
sociales, las protorepresentaciones que exigían a la vida algo más
que lo que la vida pueda darle: una continua exigencia de
autosuperación en la descendencia, la victoria sobre toda otra vida
y sobre la muerte. La confirmación la produce el ritual, que muestra
en un grado posterior dentro del proceso de la racionalidad
continua, el sentido de la vida en la ciudad, transformando la
obviedad de la vida y la muerte en una representación cósmica: la
comunidad humana hace lo que hacen los dioses y todo el universo
desde siempre. Es el juego cósmico de la ciudad, cuyo orden es una
revelación, en la persona y vida del rey-dios, con respecto al caos
de las ciudades anteriores y de los pueblos nómadas y bárbaros.
Junto
a las narraciones de fertilidad se encuentran también los mitos
heroicos o de restauración del orden, cuyo origen es trazable en los
vuelos del chamán del plano mítico del anima mundi, y que repiten
dentro del entorno de la ciudad el contenido de acción de
determinación cósmica. Ya tratamos más arriba el patrón de estas
narraciones, presentes en cuentos y en mitos, que aún hoy siguen
siendo consideradas como epítome de las mitologías. Lo
característico de las narraciones heroicas en el plano del rey-dios
es su vinculación a los mitos de la fertilidad que sostienen la
actividad económica de la ciudad. Por eso, aquí el héroe es un
rey-dios (o vinculado con los dioses) que vence al caos con su hazaña
(o simplemente sustituye al orden previo con una nueva
determinación), mientras que en los relatos chamánicos el héroe
era el mismo chamán. Las narraciones heroicas del plano mítico del
rey-dios alcanzan un desarrollo psicológico reflexivo por parte de
la casta sacerdotal que las convierte en paradigma de acción
social, un modelo a imitar por las castas dominantes y a venerar por
las dominadas. La acción extraordinaria del rey-dios destaca la
persona que la lleva a cabo construyéndola de manera idealizada, y
la propia acción es reificada como ley. Sabemos que en Sumeria la
heroicidad era considerada como ley cósmica, como Me54,
y como condición de la civilización, en otras palabras, que
funcionaba como precepto ético y cosmológico a la vez. Si tenemos
en cuenta que, además de la heroicidad, los conceptos de bajada y
salida del submundo tenían condición de Me, podemos hacernos una
imagen del contenido tecnológico que alcanzaron estas narraciones,
del minucioso cuidado con el que la casta sacerdotal fue construyendo
redes narrativas y rituales cada vez más complejas en las que la
vida de la ciudad encontraba una interpretación completa. Algo
análogo había ocurrido con las interpretaciones del plano mítico
del anima mundi en relación a la vida más simple de las sociedades
frías, en las que la creencia y la planificación del chamán se
daban la mano en la producción de sentido para el grupo.
Obviamente,
tanto los mitos de la fertilidad como los heroicos tenían relevancia
psicológica para las personas sociales de cada uno de estos planos
míticos, sin embargo, a diferencia de las interpretaciones como las
de Campbell, Eliade, Jung, y algunos otros55,
que ven en el héroe un paradigma universal para cualquier persona
social, en cuanto que ejemplifica los procesos de formación de la
individuación y la personalidad, creo que los mitos y ritos de este
plano tienen una componente múltiple en relación a las personas
sociales de la ciudad en cuestión, que cada grupo social y casta se
identifica con personas específicas del eje mítico-ritual, pero no
con todas, y difícilmente con el rey si es siervo o esclavo (la
mayoría de la población). La interpretación de estos autores está
hecha desde la persona social del alma cristiana moderna, cuya
narración de individuación es posterior (pertenece al plano mítico
de la ley humana). Las representaciones del plano mítico del
rey-dios tienen validez general para el grupo desde el momento que
dan forma interpretativa a las prevaloraciones de las emociones
básicas en relación a la vida económica, como ocurría en el plano
mítico anterior con respecto a sus representaciones y su entorno
bio-físico, pero no suponen la formación de una persona universal
para todo el grupo más allá de la mínima común básica de género
y edad que estaba presente en el plano del anima mundi. La idea de
una persona universal individual es contraria a la estratificación
social, a los relatos de deuda y pecado, de dominación y dominado,
es contraria a los Mes y a la ley de la ciudad. La comunidad es como
un solo organismo, como un Gran Hombre al que el rey representa con
su identidad, y del que cada casta y cada persona social forma un
parte simbólica, pero no hay universalidad en las mónadas. El plano
mítico del rey-dios no es el plano de la experiencia mística del
sujeto social, sino de la experiencia comunal, y de la experiencia de
las relaciones jerárquicas dentro de la comunidad (ritualmente rotas
en algún momento del año) entre las personas sociales permitidas
por la estructura mítico-ritual.
La
inmortalidad personal es una característica de las sociedades frías
que ya han sufrido un mínimo de estratificación por las
acumulaciones de excedente que propician las primeras sociedades
agrarias, aunque los mitos sobre el tema no son homogéneos en lo que
se refiere a la topología del otro mundo. Las cuatro opciones más
comunes con respecto a una vida después de la muerte eran la
negación de tal existencia, o mejor, la idea de una disolución más
o menos inmediata del alma del ser vivo en el anima mundi, la
creencia en la inmortalidad sólo para los hombres notables y los
ricos, la creencia en la inmortalidad para todos en alguna isla o
tierra de los bienaventurados, y la creencia en un escenario de
inmortalidad reencarnatoria para todos. Es posible que las dos
últimas formas sean el resultado de contactos con otras culturas más
estratificadas socialmente, pero no es difícil considerarlas como
evoluciones posteriores de las primeras en un marco social favorable,
como se desprende del análisis de las ideas de inmortalidad en
Mesopotamia y Egipto.
En
los mitos sumerios y acadios, inmortales son solamente los dioses,
categoría en la que entran también los reyes-dioses. No obstante,
en la lista sumeria de los reyes anteriores al diluvio, cuyos
reinados se miden en miles de años, como los de los Tirthankaras
jainitas y las cronologías reales míticas que encontramos en China
o la India, observamos que la idea de inmortalidad de los dioses no
coincide con la de eternidad, pues los reinados, aunque muy
prolongados, son limitados, y si los reyes-dioses son inmortales, no
hay ninguna explicación clara de los motivos que impulsan a que un
rey inmortal que, por ejemplo, ha reinado 48.000 años, deje su
trono, ni sobre su posterior situación una vez lo ha dejado. Si
tenemos en cuenta que hasta hace 250 años se le adjudicaba en
Europa a la misma tierra una antigüedad de 75.000 años, no puede
sorprendernos que las nociones temporales de esta civilización
fueran vagas, en el mejor de los casos. Por lo que sabemos, los
sistemas de numeración efectivos para grandes cantidades no
prosperan sino en la Babilonia del siglo XVIII a.c., y no es sino
hasta mil años después que se inicia una astronomía observacional
documentada, a partir de la cual se forman las primeras
representaciones de largos períodos temporales con referencia en la
vida humana56.
Las nociones primeras de inmortalidad son más bien el fruto de la
ignorancia, la incapacidad de contar grandes números, y los límites
de una memoria interna proyectados sobre la experiencia de los ciclos
estacionales. El ille tempore mítico no sólo hace presente el
tiempo de los orígenes, sino que además hace patente nuestra
incapacidad para localizarlo, la acción del olvido y la precariedad
de las primeras construcciones simbólicas. Aunque el tiempo
biológico se inicia a la par que el organismo vivo, y ese tiempo,
sus ciclos, están condicionados por los ciclos astronómicos, el
tiempo astronómico, como macrotiempo de la especie y el planeta, que
desborda la vida individual, comienza cuando aprendemos a contar, no
hasta un número determinado, sino cuando aprendemos la acción de la
creación de series a partir de un término utilizando el concepto
sucesor de. Con ello, no quiero decir, obviamente, que la idea de
inmortalidad sea simplemente la incapacidad de contar. La
inmortalidad es una elaboración simbólica del proceso
autoreplicativo de la vida, del impulso de los organismos vivos a
perpetuarse, a repetirse una y otra vez, y como elaboración
simbólica ha tenido a lo largo de nuestra evolución diferentes
representaciones. En este plano mítico, a diferencia del plano del
anima mundi, la temporalidad de la que se deriva la idea de
inmortalidad no va unida ya a las acciones económicas humanas, y
aunque los ciclos que se celebran son anuales, o de un gran año, es
la persona del rey-dios la referencia del tiempo57:
se trata ahora de ciclos puramente metafísicos, en los que la
ausencia de una técnica de numeración adecuada sí es relevante. El
rey-dios pasó muy pronto de ser un cosmocrator, un creador del
orden, o más bien, instaurador de un nuevo orden, a ser el creador
de todas las cosas, como se ve en la figura de Ra. Marduk es más el
dominador de las aguas, el cosmocrator que lleva a cabo un plan de
riego a gran escala y un programa de gobierno teocrático en el que
las castas principales administran el Estado. Pero también Marduk,
al manejar las Tablas de la Ley que ha robado a Kingu supone una
escala temporal que ya no es la de la vida individual (bios), sino la
de la vida como proceso que incluye la muerte de los organismos
vivos, la vida de la especie y las especies, la zoé, cuyo tiempo es
el que elaboran las castas sacerdotales de este plano mítico, y que
no será sustituido hasta la representación de un espacio-tiempo
relativo por las teorías de la física en el plano mítico de la
ley humana.
Para
todos aquellos que no son el rey-dios o sus Anunaki (sacerdotes
dirigentes), el otro mundo mesopotámico, Irkalia58,
como igualmente lo será el Sheol judío y el Hades griego, es más
el lugar del olvido que el de la inmortalidad, la idea de un estado
análogo al sueño sin imágenes. Para los cabezas negras, para los
esclavos de los dioses, no hay inmortalidad en la memoria, más allá
del recuerdo de un par de generaciones familiares Gilgamesh fracasa
en su intento de conseguir la inmortalidad, por su incapacidad de
mantenerse despierto, y ser así como los dioses, lo que implica un
concepto de inmortalidad equivalente a la continuidad de la
conciencia y la memoria, que en el caso de los dioses es más larga
que la de los mortales, ya que sus personas actúan en los mitos y en
los ritos, en la memoria de la comunidad, hasta que son suplantados
por otros. Este es el caso, por ejemplo, de Marduk, quien es
Lugaldimmerankia, rey de los dioses del cielo y el submundo59,
la determinación o punto cero desde el que la memoria da identidad a
las diferentes personas sociales, aunque se trata de una
determinación superpuesta sobre otra anterior, pues Marduk ha sido
el último en llegar, el más joven y activo de los dioses, el que
trae el nuevo orden, y como tal, el que está más vivo en las
determinaciones económicas y primitivas de la ciudad. Los reyes
dioses permanecerán mientras la ciudad que han fundado, su dinastía
y su legado, permanezca como hábitat, o por lo menos, continúe como
mito en la memoria de la comunidad, algo de lo que (como atestiguan
los escritos, estelas y construcciones monumentales que han
perdurado de este plano mítico) las castas dominantes eran
plenamente conscientes. En la literatura china, encontramos el dicho:
muerto pero inmortal60,
que no hace referencia al mero mantenimiento de un linaje generación
tras generación con los ritos adecuados, sino al establecimiento a
lo largo del tiempo de una secuencia de acciones virtuosas y palabras
que perduren en la memoria. El camino hacia la inmortalidad queda
entonces abierto cuando alguien establece la virtud de alguna forma,
y consigue hacer lo mismo a partir de logros sociales, pero ninguna
de estas dos acciones es suficiente sin el concurso de la narración:
la inmortalidad se alcanza cuando alguien consigue establecer en el
tiempo su palabra61.
Se trata de la inmortalidad de la influencia de una persona a través
de los relatos por ella elaborados, o en los que ha participado, la
inmortalidad que de hecho se da en las estructuras mítico-rituales
con respecto a los antepasados, la cual no refleja una persona
individual que permanece como ente independiente de los mitos, sino
la participación de una persona social en la creación de la persona
colectiva.
En
Egipto, sin embargo, la inmortalidad, como atestiguan las tumbas del
período predinástico en las que el cadáver era acompañado con
útiles para la vida en otro mundo, era una condición del alma
humana. La representación de la inmortalidad comenzó siendo, como
en muchas sociedades frías, una imagen simétrica de la vida en la
tierra, con una noción de tiempo vinculada a las actividades
económicas de la vida cotidiana, si bien evoluciona hacia una idea
metafísica del tiempo derivada de los grandes ciclos astronómicos.
El alma inmortal que va unida al cuerpo y a la noción de tiempo
económico es el Ka, mientras que la que va asociada a una concepción
de tiempo astronómico es el Ba, concepto que aparece posteriormente
en los Textos de las Pirámides de Saqqara (2400-2300 a.c.). Mientras
que el Ka permanece en el submundo terrestre del Earu, imagen de este
mundo, el Ba en forma de halcón (Horus) vuela hasta el firmamento y
se transforma en estrella entre las estrellas62.
El Ba, en principio, estaba reservado para reyes y dioses: uno para
el rey y varios para cada uno de los dioses. La inmortalidad egipcia
comienza siendo distinta según la persona social. Hay una
inmortalidad celestial para el rey, que comparte con el resto de los
dioses, de cuyas jerarquías forma un estrato menor, y otra terrestre
y económica para el resto del grupo, que aunque mejora con el paso
del tiempo (Earu se va pareciendo más a un paraíso terrenal, y no
meramente una réplica de este mundo) no deja de ser una versión
pobre de la existencia de los dioses. No obstante, el progresivo
aumento del poder de las élites, de los nobles y sacerdotes,
conduce, a partir del Reino Medio (2055-1650 a.c.), a la extensión
de la inmortalidad celeste a estos grupos, y ya después, en el Reino
Nuevo (1550-1069 a.c.), y debido al culto de Osiris, a la extensión
de dicha inmortalidad a todos los devotos del mito. Este proceso
político de democratización de la inmortalidad fue favorecido por
las invasiones e inestabilidades políticas que debilitaron la imagen
de las élites dominantes, no por un deseo expreso de estas de
extender los beneficios de la inmortalidad a toda la población, ni
por condiciones internas al culto (metafísicas) que hicieran del
concepto de inmortalidad la evolución espontánea de los contenidos
religiosos.
El
paso a la inmortalidad celestial general en Egipto se da cuando se
produce el paso (gradual) de la persona del rey-dios a la del plano
mítico de la ley universal. Quien conoce la ley y conoce los ritos
sabe cómo es el funcionamiento de las cosas de los otros mundos, y
los puede manipular. Los sacerdotes, conocedores de la humanidad de
reyes y nobles, de los advenimientos al trono de personas que no eran
divinas por nacimiento, en algunos casos, sacerdotes que llegaron a
ser faraones, indujeron que el Ba humano no podía depender del
nacimiento, lo que inevitablemente lo hacía dependiente del rito y
de la ley, de la fórmula y la acción adecuadas. La compulsión
emocional a repetir que ha originado el lenguaje, junto a las
ventajas de poder social, apoyaban esta creencia. Después de todo,
la ley natural se induce por las regularidades y repeticiones, y
cuando estas se refieren a acciones rituales que tuvieron su origen
en el plano del anima mundi, anteriores a la misma casta sacerdotal a
la vez que su origen, se trata más de una cuestión de creencia en
la identidad propia, a la que la persona sacerdotal no podía ni
querría renunciar. El control de los mitos y los ritos, su
escrupulosa repetición, son la garantía de su eficacia, una lección
que las castas sacerdotales de Egipto aprendieron a la perfección,
como los Brahmanes de India, o cualquier otro grupo que dirige el
ritual de la comunidad. La inmortalidad se transforma así en un
conocimiento técnico, mecanizable, que opera como convicción
psicológica y como arte de vida, centrando ahora la determinación
primitiva en torno a la ley que custodia la casta sacerdotal. De
hecho, el control técnico de la inmortalidad, la creencia en su
consecución por la mecanicidad de unos ritos, apoyada por supuesto
en la pervivencia de la memoria de los antepasados, puede originar,
como ocurrió en el seno del taoísmo chino (de origen chamánico),
cultos de inmortalidad donde antes sólo había representaciones
chamánicas de disolución del alma en el principio celestial (Tien,
análogo a Tengri). Así por ejemplo, el legendario Emperador
Amarillo y el propio Lao Tsé se convierten en inmortales de un culto
devocional popular fomentado por sacerdotes taoístas y el propio
emperador Han, quien en 150.d.c erige un santuario a Lao Tsé,
dirigiendo ceremonias oficiales en su honor como si se tratara de un
dios63.
Las
narraciones de dominación son plenamente compatibles tanto con la
idea de mortalidad como con la de inmortalidad, mientras haya
ventajas para los que se adaptan al sistema mítico-ritual y castigos
para los rebeldes. Sumeria, Israel, Grecia, gran parte de la
historia de China, la Unión Soviética y los estados comunistas del
presente son prueba de ello. De hecho, en las sociedades donde los
mitos sostienen alguna forma inmortalidad, no es esta creencia la
base del orden. No es el miedo a las torturas de algún infierno o
los beneficios futuros de otro mundo lo que garantiza el orden de
este, como tampoco lo es la existencia o no de los dioses. Este tipo
de consideraciones, tan comunes en las sociedades europeas en el
siglo XIX, con el inapelable avance de la ciencia y la disolución de
gran parte de los viejos mitos cristianos, son simplemente
narraciones de dominación para mantener el equilibrio social
imperante. Si los mitos de inmortalidad no son necesarios para
mantener el orden, ¿por qué se introdujeron y se generalizaron para
toda la población? La introducción de la inmortalidad obedece a un
impulso fundamental de la vida, sea esta expresada en la
representación que sea. Las representaciones simbólicas de
escenarios ausentes, capacidad distintiva de la vida que se da en
diversos grados de racionalidad continua, nos llevaron a crear mundos
lingüísticos para la experiencia de los antepasados, narraciones
que rápidamente se mostraron como un principio regulativo social por
su capacidad explicativa del mundo, de la vida y de la muerte. Son
estas narraciones las que ofrecen la primera imagen del mundo y la
comunidad como unidad sintética. La inmortalidad comienza siendo un
privilegio del tótem, y después del rey-dios y las élites. El
triunfo de una narración de inmortalidad para todos, que en la
Antigüedad fue obra de los sacerdotes de Osiris, se lleva a cabo por
las ventajas que esta élite obtiene de administrar el otro mundo,
que les da un poder, como comprendió perfectamente la Iglesia
Cristiana, por encima de la autoridad real, sujeta asimismo, como las
masas, a las tecnologías de la inmortalidad. El éxito no es tan
sólo la obra de los sacerdotes, sino también de la estructura
social de siervos y esclavos de la Antigüedad (la mayor parte de la
población), que favorece cualquier mito del mundo que de sentido a
una vida miserable, demanda que es atendida, no con una explicación
basada en la experiencia, sino alimentando la emoción de la
autoestimulación vital, del deseo de vivir, de la voluntad de poder
de los que no tienen nada, que encuentra su formulación enaria en el
concepto de la fe.
Es
interesante observar que con el fin del plano mítico del rey-dios,
quedan configuradas las formas narrativas básicas que hasta la fecha
el ser humano ha creado sobre la inmortalidad. Si las ordenamos
serían las siguientes:
-
Disolución
-
En un apeiron.
-
En el anima mundi.
-
-
Continuidad.
-
En un apeiron.
-
En la forma Ka.
-
-
Sólo las élites.
-
Todos los miembros de la comunidad.
-
Mitos transmigración.
-
Otra tierra.
-
-
De abundancia y premios.
-
De penurias y castigos.
-
En la forma Ba.
-
Sólo las élites.
-
Todos los miembros de la comunidad.
-
Mundo celestial.
-
Mundo infernal espiritual.
-
En
esta clasificación no está recogida la idea de inmortalidad en la
memoria del grupo, sino los escenarios narrativos de vidas después
de la vida, un total de diez posibilidades que pueden combinarse en
completas mitologías del más allá. Ya he ofrecido ejemplos de
estas narraciones, desde la negación polinesia de la inmortalidad,
recogida en los mitos de Maui (disolución en un apeiron), hasta las
formas más elaboradas de la inmortalidad en forma de Ba que Egipto
exportará a las religiones del Libro, pasando por las formas de la
reencarnación en sus distintos escenarios. El budismo, y las
variantes hinduistas del ajata (no nacimiento) que surgen a partir de
la síntesis de Sankaracharia, presentan una discontinuidad o
disolución en un apeiron, tanto hacia delante como hacia atrás,
pues todo es irreal, apeiron equivalente al de las ideas ateas. ¿A
qué se debe que no hayamos desarrollado otras narraciones de
inmortalidad que estas? ¿Cabría pensar otras formas de
inmortalidad?
Las
dos ramas fundamentales en las que se agrupan la mayoría de las
representaciones que el ser humano ha hecho sobre la inmortalidad que
no son una imagen difusa o apeirónica son las que se han expresado
en los relatos de la forma Ka o la forma Ba. Las narraciones que
siguen la forma Ka manejan una concepción económica del tiempo, es
decir, proyectan sobre el otro mundo una intuición temporal análoga
a la de la vida, con acciones postmortem equivalentes a las que
realizan las comunidades de los vivos. Por otra parte, las
narraciones que siguen la forma Ba, toman como referente un tiempo ya
no bilógico, sino más astronómico, que no se mide con los relojes
de las acciones a las que estamos acostumbrados, o que incluso están
fuera del tiempo (aunque no creo que esta expresión tenga mucho
sentido64).
En principio, pensaríamos que todavía son posibles nuevas
narraciones de la forma Ba, con una temporalidad astronómica y
acciones cuyas referencias con nuestro sistema emocional sean
lejanas, pero para que resultasen inteligibles, deberían ser
acciones congruentes con nuestros sistemas emocionales, y para poder
narrar así tendríamos que hacerlo desde la temporalidad económica
de nuestro lenguaje, que surgió en un proceso de racionalidad
continua vinculado a unos sistemas emocionales que dependen de una
biología animal65.
Cualquier forma de temporalidad que no se ajuste a las condiciones de
la racionalidad continua es simplemente incomprensible para nosotros,
y en parte, este es el sinsentido que producen las narraciones de
inmortalidad de la forma Ba: no tienen ningún contenido semántico,
no son congruentes más allá de una proyección amorfa de
continuidad. Una prueba de ello es la idea egipcia de que el alma se
convierte en una estrella tras la muerte: ahí termina la narración,
pues ¿qué quiere decir seguir viviendo como una estrella?, incluso
suponiendo que las estrellas siguieran viviendo de forma indefinida
(que hoy sabemos que no es así). Por este motivo, sólo podemos
narrar con tiempos económicos, secuenciales y finitos, y las
imágenes que pueden transmitirse así, mediante un lenguaje como el
nuestro, no pueden sino proyectar nuestras acciones económicas,
mediante representaciones temporales en escenarios que sean
semánticamente congruentes con los de nuestra experiencia. Que estos
escenarios tomen una u otra forma, que los paraísos y los infiernos
sigan las pautas de un harén, o de una gran reunión familiar
interminable, o de un sótano de la Inquisición, o de los hielos o
los fuegos que atormentan la imaginación dopamínica de los
sacerdotes, es irrelevante. En cualquier caso, tal forma no podría
nunca ser distinta a la que utiliza nuestro pensamiento en su
funcionamiento en la experiencia cotidiana, en un arco que va desde
el delirio esquizofrénico y el absurdo combinatorio y relacional de
los sueños, hasta las formas de pensamiento más ordenadas y
teoremáticas que cabría esperar; y esas opciones ya han sido
exploradas en miles de años de mitos y arte en todas las culturas
del mundo, y sin demasiadas variantes en relación a las
representaciones generales de la vida. La inmortalidad es la
representación humana (demasiado humana) de un impulso básico que
mueve la vida a la autoreplicación y la continuidad. Será tema de
nuestras representaciones sobre la condición de la muerte, sin duda
alguna, mientras tengamos un sistema neural que se encargue de
mantener nuestra vitalidad en marcha, y mientras tengamos una forma
lingüística vinculada a las emociones básicas. Estas últimas
condicionan nuestra representación de la temporalidad, es nuestro
reloj biológico, y cualquier intuición del espacio-tiempo en la que
queramos basar un pensamiento con contenido semántico depende de
ella.
Por
otro lado, la idea de inmortalidad está directamente relacionada con
la construcción de una persona social a la que atribuir esta
cualidad. Comenzó siendo la persona del antepasado, para luego ser
una propiedad de la persona de los dioses y los reyes, y finalmente
una propiedad de la persona general del difunto. A estas personas
sociales se les atribuyó según la forma Ka o Ba una continuidad de
la vida tras la muerte, pero no se exploraron las consecuencias
teóricas de un tiempo así, en parte porque la incapacidad para
hacer una representación de una secuencia temporal que no tiene fin
se atribuía a la forma limitada del pensamiento humano, frente a un
pensamiento sobrenatural o divino que sería capaz de manejar los
tiempos eternos. Lo que es interesante es que, si incluso hoy
pensásemos estas ideas de infinitud, con herramientas, por ejemplo,
como la teoría de conjuntos, a parte de las paradojas del continuo,
nos encontraríamos con las mismas ambigüedades que antaño, y sólo
las podríamos resolver en una de las tres alternativas presentadas.
Una
persona social a la que no hemos atribuido inmortalidad aún, pues es
relativamente reciente, y que podría ser candidata para nuevas
narraciones de inmortalidad (dentro del plano mítico de la ley
humana) es la especie misma, la persona homo sapiens, presente en
todas las narraciones de la antropología y la biología. Si hablamos
de la inmortalidad de la especie, en el sentido de la vida del homo
sapiens en otro mundo, a parte del sinsentido de llevar la evolución
fuera de la vida, no estaríamos sino construyendo una imagen más o
menos simétrica de este mundo, como fue el caso de la inmortalidad
de un numerosos grupo de sociedades frías, es decir, construiríamos
un relato de forma Ka. También podemos hablar de la inmortalidad de
la especie de una manera no trasmundana, la inmortalidad en la
evolución, pero incluso los escenarios así pensables serían
variantes de los que se han desarrollado para la inmortalidad. En
efecto, cualquier narración de inmortalidad para nuestra especie
presenta las mismas dos opciones Ka y Ba. La forma Ka puede venir en
dos variantes, la segunda de las cuales puede tomar a su vez dos
modelos generales de narraciones Ka o Ba. La primera forma Ka de
narración de inmortalidad para el homo sapiens fue apuntada por
Hegel en relación a su persona universal, el Espíritu Absoluto que
se despliega progresivamente como conciencia en la historia de la
humanidad, ajustable al sujeto homo sapiens si quitamos los
contenidos transcendentales de este escenario. Serían las
narraciones que proponen un progresivo proceso de incremento de la
conciencia humana conforme a un plan, ya sea en la versión marxista
de un orden histórico de autoconciencia o en la jesuítica del Omega
Point66,
metafísicas de forma Ka desde el momento que ven el futuro como una
extensión de la vida consciente del ser humano, de la misma manera
que las primeras representaciones de la inmortalidad imaginaban otros
mundos como extensiones de este. La doctrina del Omega Point es una
representación del Dios cristiano como causa final del universo que
dirige el proceso de complejificación de la materia. Chardin vincula
el proceso de complejificación al de conciencia en un sentido
metafísico que no se deriva de la racionalidad continua. Desde el
punto de vista de esta, la autoconciencia no tiene una función final
y directiva del proceso de la vida, sino que es una herramienta
exitosa en el dominio del entorno, pero que podría dejar de serlo y
transformarse por exapción. La autoconciencia es secundaria con
respecto a la vida, como comprendió Nietzsche, pues es el resultado
de una protocolización lingüística dentro de un entorno
específico, y por ello, está condicionada por la adaptabilidad y
flexibilidad en las respuestas a entornos cambiantes, por la
inteligencia, cuyos procesos pueden, de hecho, ser contrarios a las
construcciones de determinación primitiva con las que opera la
conciencia humana: la vida no tiene porqué concordar con una
construcción metafísica, pero sí con sus propios procesos
dinámicos de adaptabilidad, con la inteligencia. No hay una forma de
autoconciencia que no implique una construcción narrativa mínima,
la cual ha de hacerse desde alguna valoración mítico-ritual.
Por
su parte, el segundo grupo de narraciones de inmortalidad de la forma
Ka aplicadas al sujeto homo sapiens es producido por la teoría de la
evolución. En el futuro, el ser humano se transformará en otra
especie, y después en otra, de manera más o menos indefinible a
priori, lo que nos llevaría, para mantener la idea de inmortalidad,
o bien a una transmigración entre especies, que requiere la
declaración de algo común que reencarna, un sujeto que se mueve de
especie en especie, lo que nos devuelve a los mitos tradicionales de
reencarnación de la forma Ka, o bien a una transformación en algo
nuevo y distinto, es decir, narraciones de la forma Ba, como la que
Rumi expresó así: Morí al reino mineral y me convertí en una
planta; morí a la naturaleza vegetativa y alcancé la animalidad.
Morí a la animalidad y me convertí en un hombre. ¿Por qué
debería, entonces, tener miedo? ¿Cuándo me convertí en algo menor
muriendo? La próxima vez moriré a la naturaleza humana, y podré
así extender mis alas y levantar mi cabeza entre los ángeles(...)
Una vez más seré sacrificado de la naturaleza angélica y me
convertiré en aquello que no entra en la imaginación67.
El texto de Rumi aglutina la transmigración y la emergencia, y
muestra la relación Ka-Ba: las narraciones de la forma Ka encuentran
su límite en la de la forma Ba. Lo que no entra en la imaginación
no puede ser narrado ni pensado, no es un objeto para la vida
inteligencia (zoé).
El
mito de la inmortalidad ha agotado sus variantes, pues si por
inmortalidad entendemos más vida, no puede ser sino una imagen de
esta, o una idealización, que cuanto más se aleje de nuestra
humanidad, de los principios de racionalidad continua que subyacen a
nuestros mitos, más incomprensible se hace, pues se vuelve
semánticamente incongruente. Sin embargo, esto no quiere decir,
obviamente, que hayamos agotado las narraciones que interpretan la
vida, y eso son precisamente las narraciones sobre la inmortalidad.
El concepto de inmortalidad no es la única representación simbólica
congruente con nuestros sistemas emocionales en relación a la
necesidad de continuidad que observamos en los seres vivos. Podríamos
cambiar el foco narrativo y valorativo, por ejemplo, desde las
personas sociales que son los sujetos narrativos de la inmortalidad,
al proceso de racionalidad continua, a la experiencia de la vida como
un proceso de inteligencia que a nivel simbólico humano produce
personas sociales que desarrollan narraciones de sentido, como la de
la inmortalidad. Obviamente, este cambio de foco implica la
identificación con el proceso general de la vida en lugar que con
una persona social concreta, y por ello no deja de ser otra
estrategia simbólica para generar sentido, eso sí, esta vez sin
necesidad de escenarios ontoteológicos (mientras seamos capaces de
distinguir entre vida-inteligencia y conciencia). Por inteligencia,
no entiendo un proceso biológico coextenso con la conciencia e
inextricablemente ligado a ella, sino los procesos de recreación y
revaloración adaptativa continua que vemos en los seres vivos dentro
de los cuales la conciencia no es sino una estrategia más, por el
momento exitosa, pero sujeta a la exapción, a la transformación
evolutiva en otra cosa.
Las
narraciones de inmortalidad que el ser humano ha construido muestran
más la acción de la voluntad de poder que un supuesto máximo
evolutivo del concepto de conciencia. No hay relatos de inmortalidad
que puedan caracterizarse con respecto a otros como más conscientes.
Una vez que hemos alcanzado el volumen del cerebro del homo sapiens y
el desarrollo simbólico del lenguaje humano, los criterios de
complejificación no tienen por qué venir dados por las actividades
de pensamiento como las que fueron características de los planos
míticos del anima mundi y el rey-dios: la obsesión con la
inmortalidad de la persona propia y las narraciones trasmundanas no
son necesariamente más complejas que otras narraciones de la vida.
Las personas sociales religiosas no son la culminación del homo
sapiens más de lo que pueda serlo la persona social del chamán, el
agricultor, el médico o el programador de ordenadores. De hecho, la
conciencia es un mito asociado a los planos míticos del anima mundi
y del rey-dios que hemos heredado en los planos míticos siguientes,
y no está exento de grandes trabas y dificultades que provienen de
prevaloraciones míticas arcaicas del concepto, al que dotan de un
origen sobrenatural y sagrado del que cuesta salir mientras sigamos
confundiendo conciencia con vida-inteligencia. Hoy sabemos que hay
procesos perceptivos, memorísticos, e incluso de cognición
abstracta, que proceden en gran medida sin la participación de la
conciencia, y aun así, en todas estas acciones vemos la actuación
de la inteligencia. Lo que llamamos la conciencia humana no es sino
una narración de identidad de una persona social, y la inmortalidad
es la narración de la continuidad de esta persona bajo ciertos
supuestos, pero ninguna de estas narraciones en particular es el
propósito de la vida, porque la continuidad fisiológica no necesita
de una continuidad no fisiológica al margen, ni contienen una
pretendida clave última que cierre el proceso vital con los sellos
del destino.
1En
terminos de la antropología tradicional, la ciudad-templo se
correspondería con la organización
en jefaturas
(Chiefdom Organization) de Elman Service, y los comienzos de la
sociedad
estratificada
de Morton Fried. Véase Charles Redman, The
Rise of Civilization.
Ed. Cit. p.p. 201-211.
2Cf.
Durkheim y Mauss, De
quelques forms primitives de classification, contribution à l’étude
des représentations collectives.
Ed. Cit. p.5.
3Cf.
Karl Marx. Das
Kapital.
Regnery Publishing, Inc. Washington D.C. 2009. p.290.
4En
el Código
de Ur-Nammu
(2112-2095 a.c.) aparecen dos grupos fundamentales de hombres, los
libres y los esclavos.
5Como
dicen las líneas 162-168. Véase The
Laws of Ur-Nammu.
The
Ancient Near East: A New Anthology of Texts and Pictures.
Vol. II. Ed. Cit. p.32.
6Sumerian
Laws.
YBC 2177. # 4. En Ibid. p. 35. Y también, véase Jane Macintosh.
Ancient
Meospotamia, New Perspectives.
ABC-Clío. Inc. Santa Bárbara. (Cal.) 2005. p.167.
7Véanse
las incursiones tártaras del siglo XVI en Polonia-Lituania, las
incursiones del Kanato de Crimea de finales del S. XVIII, los
trabajos forzados de prisioneros japoneses en la Segunda Guerra
Mundial, etc.
8Véase
Frazer, The
Belief in Immortality and the Worship of the Dead. Vol. 2.
Ed. Cit. p.p. 213-218.
9En
Gilgamesh,
Tablilla I.(ii), línea 15 (Ancient
Near East.Vol.
1. P.41); en la Tablilla VI, Iínea 107 de Enuma
Elish(Ancient
Near East.
Ed. Cit.Vol.1. p.39); El
Banquete
de Ashurnasipal II,
en Ancient
Near East.Vol.
II. p.99. En la Biblia,
Samuel II.5.2.
10Los
Anunaki
del cielo y la tierra,
(como dice el Enuma
Elish.
Tablilla Vi. Línea 46. Ed. Cit. p.37.), es decir, los señores del
Consejo de la ciudad, que interpretan y ejercen la autoridad del
rey-dios.
11Es
interesante observar que se designaba también cabezas
negras
a los siervos en China.
12Cf.
Joseph Campbell. The
Masks of God.
Oriental Mythology. Ed. Cit. p.p. 37-38.
13Véase
Michel Foucault, Security,
Territory, Population: Lectures at the Collège de France,
1977–1978.
Trans. Graham Burchell. Palgrave Macmillan. New York &
Basingstoke. 2007.
14En
los trabajos de Douglas L. Oliver, The
Pacific Islands
(Anchor Books. New York. 1962), tesis también sostenidas por Marvin
Harris (Introducción
a la antropología general.
Ed. Cit.).
15Pensemos
en los harenes reales.
16Cf.
Thorkild Jakobsen. Toward
the Image of Tammuz and Other Essays on Mesopotamian History and
Culture (Semitic).
Harvard University Press. Cambridge (Mass.) 1970. p. 384. n.71.
17Véase
el cuento The
Bad Wife
en el libro de George Bird Grinnel, Blackfoot
Lodge Tales.
Ed. Cit. p.p.39-49.
18Véase
Charles Redman, The
Rise of Civilization.
Ed. Cit. p.p.303-304.
19Véase
la introducción a la Oración
Himno de Enheduanna
de S.N. Kramer en The
Ancient Near East.Vol.II.
Ed. Cit. p. 126.
20Inanna
ha cambiado por completo los ritos del sagrado An,
leemos en la línea 85 de la Oración
Himno de Enheduanna.
Ibid. p. 129.
21Véanse
los artículos sobre este tema en relación a las civilizaciones
precolombinas en Demarest and Conrad, Ideology
and Pre-Columbian Civilizations.
Ed. Cit.
22Ya
tome la forma más o menos abstracta de esperma-matriz o logos
spermamatikos.
23El
general, el sumo sacerdote, el terrateniente y el gran comerciante.
24Como
leemos en el tratado primero de The
Genealogy of Morals.
Trans. Walter Kaufmann. Vintage Books. New York. 1969.
25Véase
Ibid. Tratado 2.#21.
26Véase
Peter Clayton, Chronicle
of the Pharaohs.
Thames & Hudson Ltd. London and New York. 1994. p.175.
27The
Instruction of the Vizier Ptah-Hotep.
En The
Ancient Near East.
Vol.I. Ed. Cit. p.234.
28Estas
son las cifras dadas por Rondo Cameron y Larry Neal en A
Concise Economic History of the World: From Paleolithic Times to the
Present.
Oxford University Press. New York, Oxford. 2003. p.30.
29Ninguna
otra cultura como la India ha desarrollado una categorización tan
variada de ascetas confome a dietas, ritos, matrimonios y cualquier
otra acción. Véase Eliade, Yoga:
Immortality and Freedom.
Princeton University Press. Princeton (N.J.).1990. p.p.138-139.
30En
la tradición Tamil, del sur de la India, entre estos poderes se
incluyen: la capacidad para reducir el tamaño hasta la dimensión
atómica, el poder inverso de hacerse de tamaño gigantesco sin
límite, el de ser ligero y flotar, el de penetrar la materia, el de
la voluntad irresistible, el dominio total sobre el cuerpo, dominio
total sobre la naturaleza, y el poder para cumplir cualquier deseo.
(Cf. Zvelebil. Kamil V. The
Poets of the Powers: Freedom, Magic and Renewal.
Integral Publishing. Lower Lake (California). 1993. p.p60-61). Véase
también la descripción de Eliade en Yoga.
Ed. Cit. p.p.177 y s.s.
31Véanse
las descripciones del Bardo Todol, (The
Tibetan Book of the Dead.
Evans-Wentz, W.Y. Editor. Oxford University Press. London, Oxford,
New York. 1960.) sobre la experiencia de la realidad durante el
tercer estadio del Bardo, el Chönyid Bardo, cuando se manifiestan
las apariciones kármicas, en p.101. O las apariciones de las diosas
en el decimocuarto día, en Ibid. p.p.143-151.
32Cf.
Max Weber, Sociología
de la religión.
Ed. Cit. p.221.
33Esta
es la etimología griega de la palabra asceta, askeo,
practicar.
34Cf.
Weber. Sociología
de la religión.
Ed. Cit. p. 253.
35Como
comprendió Weber. Ibid. p. 260.
36El
libro es de 321-296 a.c.
37Cf.
Kautylya, Artha
Sastra.
Libro II.Capítulo 19. En Philosophies
of India.
Ed. Cit. p.201.
38Cf.
Ibid. Capítulo 19. Ed. Cit. p.202.
39En
el sentido que Nietzsche elaboró del concepto en Así
hablaba Zaratustra,
como un mundo creado por un tipo de persona el Hinterweltlern,
quien construye un mundo ilusorio, lingüístico, que tiene
ascendencia ontológica sobre el de la experiencia vital. Véase
Friedrich Nietzsche, Von
den Hinterweltlern,
Also
sprach Zarathustra.
40En
Ibid.
41Tú
estás en mi corazón, y nadie te conoce sino tú mismo, y salvo tu
hijo, Nepfer-kepheru Wa-en-Ra, pues tú le has hecho buen conocedor
de tus planes y tu fuerza. The Hymn to the Aton.
Amenophis IV. En The
Ancient Near East. Vol.I.
Ed. Cit. p.230.
42Véase
la tesis de Eliade sobre devas y asuras en #65, A
History of Religious Ideas.
Vol. I. Ed Cit. p.200.
43Las
sociedades de control hidráulico son más bien el resultado de la
urbanización progresiva y la creación de los estados, que la
causa de estos. Los estudios arqueológicos llevados a cabo en
Mesopotamia, parecen confirmar la hipótesis de formas de control de
irrigación sin necesidad de grandes poderes estatales
centralizados, es decir, la existencia en Mesopotamia de diferentes
escalas en la tecnología del riego. Véase Charles Redman, The
Rise of Civilization.
Ed. Cit. p.p.220-224.
44Cf.
Robert A. Armour, en Gods
and Myths of Ancient Egypt.
Ed. Cit. p.164. Se trata de un mito encontrado en los Textos
de Sarcófagos
(2181-2055 a.c.).
45Véanse
Ramayana
y Mahabharata.
46Véanse
la Ilíada,
Odisea
y las tragedias.
47Recordemos
todos los mitos en los que los dioses suplantan a los reyes para
producir niños divinos.
48Si
bien Krishna lo hace en favor del linaje de los Pandavas, todos
ellos hijos de otros dioses, es decir, avatares.
49Véase
Apéndice F.
50Véase
la referencia a los libros bíblicos que toman como referencia el
Código
de Hammurabi
en la edición de este texto de Pritchard. En The
Ancient Near East.
Vol.I. Ed. Cit. p.p. 138-167.
51Y
lo es en términos de la lógica, pero no así desde la teoría de
la racionalidad continua.
52La
lógica del siglo XX, con Hilbert, sustituye los dioses por la
comunidad matemática, que llega a acuerdos formales.
53Cf.
Cassirer, Filosofía
moral, derecho y metafísica,
Ed. Cit. p.133.
54Véase
en el punto siguiente, Plano
mítico de la ley universal,
el desarrollo de esto.
55Me
refiero a los autores del Grupo Eranos, cuya interpretación
psicológica del mito del héroe confunde la formación de la
persona social del héroe y el dios (que corresponden al plano
lingüístico y narrativo, al de los antepasados), con los procesos
de formación de las personas sociales del ser humano, que depende
tanto de acciones de determinación económica como primitiva, y es
un proceso abierto con las características conjuntas de las
acciones míticas y las vitales.
56Véase
Patricia Fara, Science:
A Four Thousand Year History.
Ed. Cit. p.p.12-14.
57En
la tradición hindú, un kalpa
(4300 millones de años), o eón, es un día de Brahma.
58Que
sobrevivirá con el nombre de Urkalia hasta el sufismo chií, como
un barzag o intermundo.
59Véase
Enuma
Elish.
Tablilla V.(addenda). Línea 112. En The
Ancient Near East.
Vol.II. Ed. Cit. p.3.
60Como
recoge un escrito que narra el encuentro en 546. a.c. de Mu-shu,
gran funcionario de Lu, con Fan Hsüan Tzu en Chin. Véase Wing Tsit
Chan, Chinese
Philosophy.
Ed. Cit. p.13.
61Esta
creencia en la inmortalidad de la influencia por la palabra, como
argumenta Wing Tsit Chan, sigue hoy día siendo una convicción de
las clases educadas chinas (Véase Ibid), aunque podríamos decir
que se trata de una convicción arraigada en todo el mundo, no ya
como inmortalidad en el sentido trasmundano, sino como inmortalidad
social.
62Véase
George Andrew Reisner, The
Egytian Conception of Inmortality.
Houghton Mifflin Company. The Riverside Press. Boston and New York.
1912. p.p.28-32.
63Véase
Eva Wong, Taoísmo.
Paidós. Barcelona. 1998. p.p. 46-55.
64Aunque
no tiene sentido hablar de acciones que no estén en el
espacio-tiempo, los relatos de inmortalidad de la forma
Ba
que hablan de atemporalidad son comunes en múltiples mitos.
65De
hecho, la narración egipcia de la forma
Ba
está más próxima a la forma
Ka
que al uso del concepto de Ba
que estoy haciendo aquí, pues como leemos en los mitos egipcios, el
ba
es una forma animada de existencia tras la muerte que en muchos
casos recuerda a las transformaciones totémicas y chamánicas en
animales, los vuelos a otros mundos con cambios proteicos de forma
(véase Henri Frankfort, The
attitude of the Ancient Egyptians to Death and the Dead,
en Mircea Eliade, Essential
Sacred Writings from Around the World.
Ed. Cit. p.356-357.), eso sí, algunas de estas formas están más
alejadas de la experiencia orgánica (estrellas), pero partiendo de
una especie de cuerpo sutil, imagen del cuerpo de los vivos, que es
la sustancia que se transforma en otras cosas y tiene la experiencia
de la inmortalidad. En cualquier caso, el sentido en que utilizo Ba
es
el de categoría de relatos de inmortalidad que ya no son como los
de la forma
Ka,
meras proyecciones simétricas de la experiencia vital, sino
cualquier relato que se aleja de las formas de la temporalidad
económica y narrativa hacia proyecciones imaginativas de posibles
experiencias de otro tipo.
66Como
expresó Pierre Teilhard de Chardin en su obra The
Phenomenon of Man.
(Harperperennial. New York, London, Toronto, Sidney, New Delhi,
Auckland. 2002.)
67Rumi.
Mathnawi. Volume III. #3901-3,5.The
Trustees of E.J.W. Gibb Memorial. Cambridge. (U.K.) .1990.
p.p.218-219.
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