La
explicación causal no es el fin de la investigación social, sino un
medio para hacer una evaluación significativa de un fenómeno1.
La concreción de los vínculos entre fenómenos humanos en la forma
de leyes, utilizada por la ciencia empírica, simplemente ayuda a
crear una imagen de una escena social que aún requiere ser
explicada, contrastada de manera coordinada con la estructura
mítico-ritual de la que ha surgido. Esto no quiere decir que no sea
relevante conocer cómo se ligan secuencialmente los fenómenos
sociales -lo que por otro lado es algo inevitable debido a la forma
en la que se desarrolla nuestra experiencia-, sino que la vinculación
sintáctica no es más que un primer paso en la integración del
sentido en las acciones sociales. Los modelos tradicionales de la
explicación antropológica han sido incapaces de vincular el mundo
de las acciones materiales y el de la ideología, lo que ha producido
una disociación radical de las esferas de la actividad humana, ya
desde el marxismo, que hace psicológicamente opaco el proceso social
civilizatorio. Tomemos como ejemplo de esta limitación2
un modelo de la antropología que establece las interrelaciones entre
variables culturales y medioambientales que llevaron a un aumento de
la estratificación social en Mesopotamia, el modelo de Redman3.
En él, se propone una vinculación interactiva de diversos fenómenos
ecológicos, culturales y económicos, relevantes en la urbanización
de la zona de Mesopotamia (después del siglo LV a.c.), a partir de
la existencia de un nicho ecológico productivo sin ocupar, el de la
desembocadura de los ríos Eufrates y Tigris. Redman explicita cinco
causas de retroalimentación positiva de este sistema de relaciones
conceptuales que supuestamente darían las condiciones
socio-ecológicas que hicieron que el proceso tomara la dirección
que tomó. Estas serían: el incremento de la población, la
producción especializada de alimentos, la necesidad de materias
primas extranjeras, las guerras y la creación de sociedades
estratificadas. Las tres primeras habrían sido propiciadas por la
ecología y darían origen a las instituciones específicas de las
distintas ciudades-templo, mientras que las dos últimas, las guerras
y las sociedades estratificadas, tienen su causa en el desarrollo
temprano de las ciudades, y acabaron por producir las uniones de
ciudades en estados nacionales. Aunque el modelo es interesante, en
cuanto que ofrece la idea general de una interacción compleja de los
factores de los procesos civilizatorios, ni los nodos del grafo del
modelo, ni las aristas, son homogéneos. Encontramos mezclados nodos
cuyo concepto es un ratio de crecimiento (como el aumento de tamaño
de los asentamientos) junto con otros que expresan organización
social y flujo de información (estratificación, concentración de
la propiedad, etc.), algo que puede también extenderse a las aristas
que vinculan los nodos. No obstante, no me interesa de este modelo el
grado de precisión en la descripción de un conjunto de acciones
vitales a partir de unos parámetros económicos específicos, sino
la opacidad con la que se presentan los elementos comunicativos o
narrativos del sistema, a los que apenas se menciona bajo el concepto
de aumento de la necesidad del flujo de información, que impide la
unidad conceptual entre las acciones económicas necesarias para la
supervivencia y la articulación de estas acciones en un contexto
social amplio, en el que se incluya la necesidad de producción de la
información funcional, la cual permite el orden social y los
mecanismos de enculturación (educación y formación para las
actividades económicas), así como la valoración del medio físico
y la vida grupal.
La
opacidad psicológica del modelo, y de otros similares que utiliza la
antropología cultural, produce una escisión entre el mundo de las
ideas humanas (sus dioses, leyes y órdenes) y las condiciones
ecológicas, explicables en términos de energía. Tal escisión no
sólo ha impedido una comprensión psicológica del fenómeno
lingüístico en términos de la generación de sistemas
ideológicos4,
sino que ha propiciado la reificación de los objetos de las acciones
míticas: dioses, naturaleza, o historia, según el modelo
mítico-ritual aplicado en la interpretación del fenómeno
antropológico en cuestión. La invisibilidad de los componentes
lingüísticos que determinan la efectividad de las emociones enarias
(la manipulación de escenarios y objetos ausentes), ha oscurecido
los efectos multiplicativos de estas (de la ideología) en la
producción económica de bienes físicos y morales. La acción
mítica no es una simple superestructura imaginaria añadida a una
estructura real física. Para el ser humano, no hay realidad física
sin esa acción interpretativa previa, acción que se remonta a la
interpretación protocolar básica de las emociones, las cuales
filtran los inputs del entorno y las repuestas a tales inputs
conforme a las necesidades del organismo. Nuestro mundo ha sido
construido en el proceso evolutivo de los mamíferos, y muchos de sus
objetos han sido preinterpretados desde esos escenarios semánticos
como relevantes para la supervivencia. Las ciencias sociales tratan
con elementos que han sido preinterpretados, subsumidos bajo
conceptos por los actores sociales5,
tanto en el sentido de Dewey, como en la vinculación de esos
conceptos con otros de la vida cotidiana, aunque estas
prevaloraciones de objetos y escenarios pasen desapercibidas en los
modelos interpretativos, o en la experiencia individual y grupal en
la que ocurren. Así por ejemplo, las emociones sexuales (o
cualquiera de las primarias) se organizan y canalizan dentro de
distintos ámbitos socio-económicos, pero el fenómeno de la
asociación reproductiva ya está preinterpretado antes de tener una
configuración mitológica específica. En este sentido, las acciones
narrativas o míticas hunden sus raíces en las formas más básicas
de la experiencia biológica cognitiva, y de ahí su efectividad en
el orden social, su indisociabilidad con respecto al orden social y
los escenarios y objetos de dicho orden. Las descripciones de
sistemas sociales que ignoren esta dimensión psicológica sólo
pueden proceder de reificaciones (dioses, realidad, historia) o de
representaciones puramente mecánicas del universo, que pasan por
alto la inteligencia del fenómeno vital, su redefinición
permanente, y no ofrecen más que otra fantasmagoría epistemológica.
Los
elementos de la experiencia que constituyen las ciencias empíricas,
al igual que sus conexiones relacionales, no representan ninguna
intuición pura, ni son datos con validez objetiva universal, sino
que se encuentran interpretados en términos de los sistemas
biológicos de manera autoreferencial, con relación a la vida del
organismo. El organismo se interpreta a sí mismo y a su entorno
mediante la acción sintética de la respuesta emocional. La acción
mimética interpretativa o acción mítica es el proceso de
valoración jerárquica, hecha conforme al principio de la
racionalidad continua, que sólo en el ser humano alcanza una
dimensión lingüística objetivable. Supone un contraste ordenado,
según los principios de homeostasis, entre el organismo y su
entorno, los cuales se encuentran en una relación de interacción
mutua y recíproca en la que ninguno de los dos elementos es
analizable por separado. Debido al proceso evolutivo de la
racionalidad continua, las acciones míticas tienen un componente
doble lingüístico entrelazado. Por un lado, son procesos
lingüísticos puramente automáticos, pero también son procesos
inteligentes adaptativos capaces de respuestas flexibles, no sólo
condicionadas por la memoria, cuya determinación mutua, como muestra
la neurociencia evolutiva, depende de los estados específicos de
homeostasis: en los casos de estrés y liminalidad, toma el control
el condicionamiento automático, primero el sistema límbico, y luego
los protocolos neocorticales ontogenéticos, estando en último
término el razonamiento reflexivo. Precisamente es ese componente
automático que encontramos en mitos y ritos lo que hace posible que
la acción liminoide tenga su efecto sobre el organismo individual y
social. La compulsión a repetir de la que brota el ritual es la
misma que da semanticidad y efectividad a la emoción como protocolo
de acción automática. De todas formas, la repetición de la acción
vital está sujeta a la incertidumbre liminal, a la aparición de un
factor no sistémico e impensable, que la acción mítica deja fuera
por principio (precisamente por no ser calculable), simplificando la
experiencia a aquellos factores directamente relevantes para el
equilibrio homeostático que pueden entrar en algún tipo de proceso
fisiológico. Pero ambas están sujetas a la precariedad o fragilidad
de las condiciones que permiten la existencia biológica, precariedad
que se acentúa en las formas de vida que requieren equilibrios más
complejos.
Las
acciones míticas se componen a través de procesos memorísticos en
estructuras valorativas mítico-rituales, las cuales no son tanto
compendios de experiencias específicas como motores de
interpretación de la experiencia posible. Tal valoración es llevada
a cabo por el sistema neuroendocrino en varios niveles de
complejidad, que van desde respuestas metabólicas simples hasta las
actividades neocorticales más sofisticadas, pasando por las acciones
emocionales del sistema límbico, en un desarrollo progresivo de
procesos de mapeo neural que genera protocolos y respuestas cada vez
más aptas para la supervivencia del organismo. Las acciones míticas
de determinación primitiva y determinación funcional se repiten de
manera cíclica ritual, dentro de un calendario anual. La estructura
circular del tiempo mítico no es algo exclusivo de las comunidades
sedentarias, como se observa en las prácticas de las sociedades
nómadas6.
Estos dos grupos de acciones constituyen el eje central de la
estructura mítico-ritual, y cualquier acción vital alcanza su
sentido por referencia al eje, pues es anticipada o recordada a
partir de la información previa. Ambos tipos de acciones míticas se
relacionan con las acciones vitales de manera mimética, formando una
estructura conceptual a la que podríamos llamar el plano mítico. El
plano mítico es una construcción mimética en la que representamos
las formas que adoptan las acciones cerradas de las estructuras
mítico-rituales en relación a las acciones abiertas vitales. En
cuanto que es mimético, representa una relación procesual entre sus
elementos de influencia mutua y recíproca, no analizable por
separado. Las acciones vitales son fijadas en la memoria social como
acciones míticas, pero esta fijación va más allá de nuestra
especie. Nuestra memoria social es fruto de la evolución, y por ello
es anterior a la memoria de cualquier cultura particular que podamos
pensar, nuestra o de nuestro pasado histórico. Cuando pasamos a ser
conscientes de que tenemos mitos y rituales, hacía ya tiempo que nos
encontrábamos en esa dinámica y vivíamos con ellos, determinando
nuestras acciones vitales a partir de estrictos protocolos rituales
emocionales, que se pasaban de generación en generación si probaban
su eficacia para la supervivencia del grupo. Nuestras acciones han
sido semantizadas, en un ciclo continuo de reinterpretación y
reajuste de los procesos vitales abiertos al presente, antes de ser
humanos. La estructura emocional establece la semántica
interpretativa, sin la cual las acciones sintácticas de la vida no
son más que apeiron. Las emociones vinculan las acciones
fisiológicas, que siguen la sintaxis de las reacciones químicas
relevantes para el organismo, en unidades complejas de interacción
capaces de un funcionamiento sintético integrado en el que las
relaciones de las estructuras de rango más simple son sostenidas
desde estructuras más complejas, a su vez dependientes de las
primeras. Los procesos fisiológicos difieren o retardan la acción
del medio ambiente, de manera que la vida, desde su primera
autoreplicación, se interpone a sí misma frente al entorno, crea un
buffer de procesos inerciales o memorias desde las que aborda su
medio.
La
intuición más inmediata que tenemos de nosotros mismos y de lo que
nos rodea está condicionada por algo que nunca podríamos saber cómo
es, sino en referencia a este condicionamiento primero, el cual no
puede ser representado como un punto inicial sin caer en antinomias,
ni como un proceso sin fin, sin que ocurra la misma dificultad. Se
trata, entonces, de un problema del desarrollo continuo de la
inteligencia, en el que la emergencia semántica de la identidad no
puede dar cuenta desde el elemento nuevo (no contenido en la
evolución anterior), es decir, desde la individuación lingüística
propiciada por la repetición automática de las emociones, de la
aparición de tal individuación o tiempo cero. Las intuiciones sobre
los principios no pueden sino ser intuiciones de autoconciencia,
mientras que las del fin, en cuanto que continuación de un proceso
orgánico que busca un punto de equilibrio, son intuiciones más
simples en los organismos vivos. Nos descubrimos pensando nuestra
vida y la vida en general después de estar viviendo, mientras que
los sistemas emocionales y los reflejos más básicos nos enfrentan,
desde muy pronto, con la posibilidad de la muerte, ya prevalorada en
el Unterlebenswelt, y la tememos sin saber qué es lo que tememos de
tal acción. Las acciones vitales no son controlables ni
representables para el ser humano sino desde las acciones míticas, y
esto es así en la medida que estas cierren el contenido
indeterminado de las acciones vitales y las hagan comunicables en el
vocabulario homeostático. Las formas de representación más básicas
vienen dadas por los sistemas emocionales subcorticales que
protocolizan la experiencia interna y externa del organismo y sus
relaciones homeostáticas, sin embargo hay multitud de funciones
fisiológicas que escapan a cualquier tipo de representación
emocional para el sujeto, salvo que se objetiven en un estudio
científico como parte de una estructura teórico-conceptual.
Las
intuiciones sobre los principios, los mitos tradicionales que recogen
las sociedades frías, preurbanas, presentan esta constitución
emocional, ya enarizada, expresada en un lenguaje simbólico en el
que las cuestiones más básicas de supervivencia comparten espacio
con otras ontológicas y psicológicas más complejas. Para el ser
humano, los protocolos emocionales de supervivencia son una cuestión
de interpretación mítica: hemos surgido como especie simbolizando,
y nuestras emociones son desarrollos simbólicos de los protocolos de
los mamíferos. El mundo y la existencia del hombre sólo tiene
sentido como símbolo, como narración interpretativa de identidad.
Así, en el relato de génesis de los Blackfoot, una vez que Hombre
Viejo viajando hacia el norte crea la orografía, y después, a la
mujer y su hijo, las primeras palabras de esta matriarca de la tribu
son cuestiones psicobiológicas básicas que suponen asimismo una
petición de fundamentación ontoepistemológica: ¿Cómo es?
¿Viviremos siempre? ¿La vida no tiene final?, a lo que el Hombre
Viejo responde: Nunca había pensado en ello, tendremos que
decidirlo7.
Y después, una vez que se opta por la mortalidad humana tras una
prueba de flotación con una madera y una piedra en un río cercano,
y antes de pasar a las cuestiones básicas de la supervivencia, la
narración trata el tema de la necesidad de que las leyes no cambien.
Las cuestiones de identidad preceden en este relato a las económicas.
Desde un punto de vista evolutivo, el orden es el inverso: primero se
vive y luego se descubre uno viviendo, en algún momento de ese
continuo de racionalidad que proporcionan las emociones. Pero el
orden humano es el orden mítico. Lo que reconocemos como
genuinamente humano, lo que da nuestra diferencia específica, es la
acción de despertar a nuestra identidad simbólica, sin la que el
mundo no es más que apeiron. El mito recoge la acción reflexiva y
liminoide, no la vital, que es toda urgencia e imprevisible, y con él
emerge la identidad humana. La acción mítica económica de
mantenimiento, en la que narramos una interpretación de nuestras
actividades fisiológicas y del mundo, no es independiente de la
fundacional. Fundar una comunidad humana requiere establecer lo más
básico, dar cuenta de lo más obvio y también de lo más
enigmático, explicar los principios sin olvidar el día a día. En
la pregunta fundacional sobre la mortalidad humana en el mito de los
Blackfoot, se encuentra una dimensión económica práctica y una
ontológica teórica, y ambas son indistinguibles, porque la
identidad como humano no es independiente de la acción de vivir, de
necesitar sustento, de actuar en el mundo. La definición que nos dan
en el relato de ser humano es la representación de una mujer y su
hijo con naturaleza mortal, la imagen mamífera biológica de una
célula social. El Hombre Viejo es el narrador ausente o causa
primera que exige la racionalidad humana, y como tal es la
determinación primitiva de la estructura mítico-ritual de los
Blackfoot. Análogamente, el mito de los Melanesios de Nueva
Britania, nos da cuenta de una figura primordial, al que llaman El
Primero que Estaba Ahí, quien crea dos hombres dibujándolos con su
propia sangre, To-Kabinana y To- Karvuvu, el segundo de los cuales
crea dos mujeres a partir de unos cocos8.
En el caso Maorí, después de que Maui separe de su abrazo sexual a
sus padres, los antepasados primordiales Rangi (Cielo) y Papa
(Tierra), su hermano Tawhrimatea, dios de la tormenta, que se opone a
la separación, inicia una guerra entre los dioses9.
Tumatuenga, antecesor de los humanos del presente, se come a sus
hermanos, ancestros de animales, en un acto de cobardía frente a
Tawhrimatea. En todos estos mitos, encontramos la misma estructura
fundacional a partir de un primer narrador (o pareja) ausente cuyas
andanzas narra la comunidad en el mito, y que genera la comunidad
mediante procesos mágico-biológicos con imágenes sexuales
mezcladas con procesos de nutrición, si bien, enarizadas en
representaciones de identidad. Algo similar encontramos en grupos
sociales que cuentan ya con ciudad y excedente agrícola, como en el
caso de los Quéchua, en los que Pachacamac da un hijo a la primera
mujer, y después lo mata y lo entierra, y de él crecen el maíz, la
manioca y otras plantas10.
O en los Maya, cuya pareja primordial Xpiyacoc y Xmucane crea los
primeros humanos de madera, y luego Huracán crea cuatro hombres y
cuatro mujeres a partir de pasta de maíz11.
Las
acciones míticas fundacionales tienen un doble contenido económico
y ontológico indisociable que establece el marco de referencia para
la estructuración del grupo y la ordenación de sus actividades. La
ontología juega aquí un papel funcional al estar vinculada a las
acciones económicas más básicas. La comida misma es sobrenatural,
relación que es explícita en los mitos de las sociedades cazadoras,
donde los animales representan diferentes espíritus vitales con
relevancia cosmológica, y que permanece de forma latente, cuando no
explícitamente (aunque con nuevos contenidos semánticos añadidos),
en las mitologías de las sociedades agrícolas: Brahman es la
comida12,
el Cristo es pan y vino13,
el hijo de la diosa, o a veces su consorte, es el propio cereal14.
Estas acciones económicas, narradas y actuadas en el ritual una y
otra vez, producen las memorias de la identidad, vinculadas a unos
objetos y escenarios específicos. El discurrir vital, los cambios
medioambientales, los desafíos de otros grupos humanos, o de otros
seres vivos, toman como referencia esa identidad, y tales cambios y
luchas contra los procesos entrópicos son valorados y objetivados en
las narraciones que llamamos heroicas, en las que la creación de la
memoria crea el objeto del nuevo equilibrio.
En
las sociedades estratificadas, el doble contenido económico y
ontológico es abordado desde una perspectiva narrativa de dominación
que se corresponde con el funcionamiento social. La identidad del
grupo la dan los dioses, es decir, las clases dominantes artífices
de las tecnologías de civilización. Tomemos como ejemplo el mito
fundacional babilónico Enuma Elish. Comienza como narración
cosmogónica y se cierra con la creación de los humanos y la
ciudad, en dos ciclos de acciones indisociables. En el primero,
ontoepistemológico, se relata el nacimiento de los dioses y del
mundo a partir de las aguas primordiales, Apsu (las dulces) y Tiamat
(las saladas), así como la batalla del más joven y poderoso de los
inmortales, Marduk, contra Tiamat, y el orden que se derivó de su
victoria. En estas primeras tablillas, se da cuenta de cómo eran las
cosas al principio, o, más precisamente, de cuáles fueron las
primeras cosas en aparecer y el orden en que lo hicieron, desde el
marco referencial de las élites dominantes. La ontología del Enuma
Elish incluye dos categorías de sujetos activos en su relato
cósmico, dioses y caos, y sólo después, con la aparición de una
segunda generación de dioses que vencerá a los primeros, entrarán
en consideración la creación del mundo y de los humanos. De hecho,
el mundo será creado a partir del cuerpo de Tiamat, y los hombres a
partir del cadáver de Kingu, el archidemonio aliado de Tiamat, ambos
despedazados por Marduk, lo que implica que el mundo y el humano
están hechos por la misma sustancia del caos, ahora ordenados a
partir de la acción del dios, quien crea las cosas creando la ley
que las sustenta. La acción cósmica iniciada por la diferenciación
primera de las aguas se completa con determinaciones precisas del
espacio-tiempo. Marduk fija las constelaciones en el cielo, divide el
firmamento en secciones y organiza el calendario lunar, explicitando
los días que determinan sus periodicidades, y fundamentando un ciclo
de seis que culmina en un séptimo día como medida de las semanas15.
En
el segundo ciclo de acciones fundacionales del Enuma Elish, que
completa a las cosmogónicas, asistimos a la creación de los seres
humanos y de la ciudad de Babilonia. El texto establece las
jerarquías sociales a partir de principios ontológicos establecidos
en la cosmogonía: los humanos, resultado pasivo de la acción bélica
de dioses y titanes caóticos, son criaturas cuyo único propósito
es servir a los dioses y a sus representantes en la tierra. Los
dioses más jóvenes, las nuevas élites dominantes, bajo el mando
del poderoso Marduk, son los instauradores de la nueva ley, la de la
creación, a la que se someten todos los demás dioses si quieren
vivir en el mundo que así toma forma, el mundo de la ciudad. Marduk
arrebata las Tablas del Destino a Kingu y pone sobre ellas su sello,
proclamándose como el único señor de la ley. Asimismo, se
establece una teodicea a partir de las jerarquías de los cuatro
elementos señalados: el sustrato de mundo y hombres es común,
divino sí, pero en su aspecto apeirónico y demonizado, algo
imperfecto, generador de caos si no se ajusta a la ley nueva de
Marduk16.
La ontología babilónica asienta también las bases de cualquier
teoría del conocimiento: conocer es comprender el orden nuevo del
rey-dios, sellado en las Tablas del Destino tras el resultado final
de la victoria sobre el caos. Conocer es saber cuál es la jerarquía
de las cosas tal y como viene expresada en las acciones míticas
fundacionales. Hay unas leyes objetivas que están ahí, que son obra
de una voluntad divina, y que son cognoscibles de manera memorística
y mecánica.
Si
comparamos la narración Blackfoot, o la Melanesia, con la del Enuma
Elish, observamos claras diferencias en las determinaciones
primitivas. Para empezar, las primeras mitologías no establecen
jerarquías ontológicas, ni entre los seres sobrenaturales ni entre
los humanos, sino que siguen un patrón antropológico y no
jerárquico, cuyo modelo ausente viene dado por un antepasado. Por
otro lado, en el caso Blackfoot, las leyes son un acuerdo tomado
entre Hombre Viejo y la mujer a partir de una prueba, y no un orden
sellado objetivamente en unas tablillas, un texto que narra
mecánicamente el orden de un triunfo guerrero. En el caso de las
sociedades frías, se está haciendo una narración de la comunidad
original, mientras que en el caso de Babilonia, se narra la victoria
sobre una comunidad anterior, representada por el rey Kingu, que ni
siquiera tiene el carácter de original, sino que funciona como
referente para el eje nuevo espacio-temporal de Marduk. Babilonia se
erige a partir de su precedente civilización sumerio-acadia, es una
ciudad que se levanta sobre otra ciudad anterior, y su mito
fundacional recoge la génesis como un conflicto, y no como un acto
sexual o nutricional. La emoción que predomina en el Enuma Elish es
la de autoestimulación, la voluntad de poder, la lucha por conseguir
territorio y recursos, escenificada teológicamente, como combate
entre estructuras mítico-rituales, como ocurrirá en la cultura
hitita, irania, india, griega, o los mitos nórdicos, entre otros. La
acción fundacional babilónica tiene que ser completa: crear la
nueva ciudad exige fundar toda su estructura mítico-ritual, no basta
con un relato sobre los orígenes. En Babilonia, los antepasados ya
no son de una única especie, los hay divinos y humanos, o lo que es
equivalente, dirigentes y dirigidos. En el mito chino de la pareja
primordial Fuxi y Nuwa17,
encontramos explícitamente esta división grupal en la que se
estructuran las sociedades más complejas, expresada en términos
meramente antropológicos, y justificada ontológicamente. Según el
relato, Fuxi y Nuwa crean a los hombres en dos grupos distintos y
desde materia diferente: a los ricos desde la arcilla amarilla, y a
los pobres desde el barro. La distinción de estas dos personas
sociales justifica las relaciones de dominación, a la par que
establece dos grupos generales de actividades económicas
complementarias que se subdividirán según las necesidades de la
praxis.
Las
acciones míticas son, entonces, el conjunto de acciones narrativas y
rituales humanas, de determinación funcional y de determinación
primitiva, que interpretan miméticamente la experiencia vital de un
grupo humano a partir de los protocolos basados en las emociones
humanas que se desarrollaron por racionalidad continua. Las acciones
míticas de una comunidad específica forman su eje mítico-ritual,
que representa una estructura dinámica compleja de interacción
narrativa que funciona como referente de sentido para esa comunidad.
Llamo plano mítico a un sistema de ejes mítico-rituales
equivalentes en sentido narrativo: aquellos que contienen acciones
míticas que muestran un grado similar de complejidad simbólica. Un
plano mítico es una estructura conceptual que construye un relato de
segundo orden con respecto a las acciones míticas, es una
metanarración que explicita procesos mitopoéticos. El
posicionamiento interpretativo del plano mítico viene condicionado,
como en cualquier otro mito, por las acciones previas de
determinación primitiva y sus determinaciones económicas. El
concepto de plano mítico viene condicionado por la narración
científico-filosófica constructiva de la racionalidad continua, que
constituye el punto de partida ontoepistemológico de este escrito.
Los
ejes mítico-rituales están formados por tres diferentes tipos de
narración. En su forma más básica, y condicionante de las otras
narraciones, se encuentra la narración prevalorativa emocional, que
ha quedado codificada en las emociones básicas, tal y como ya ha
sido suficientemente explicitada. En segundo lugar, tenemos las
narraciones de determinación funcional, o económicas, condicionadas
por las prevaloraciones emocionales de nuestra especie y en general
de los mamíferos. Por último, la acumulación de narraciones
funcionales (la memoria de la praxis vital interpretada) produce un
stock de narraciones de identidad desarrolladas a partir de las
narraciones funcionales, a las que hemos venido llamando de
determinación primitiva. Las narraciones de determinación
económica más sencillas tienen un alcance pragmático, y se
estructuran en relaciones simples semánticas de nombramiento de las
personas, los escenarios, los objetos y las acciones de la vida
cotidiana. Encontramos restos arqueológicos míticos en los procesos
de nombramiento de los antepasados, desde los aborígenes
australianos, pasando por las acciones de Ptah, Ra, Ahura Mazda,
Yaveh, Adán, Allah, Hermes-Noûs, Huracán o Bague, así como de sus
escenarios de acción y hábitats. Estas narraciones tienen un
contenido práctico epistemológico directo, de conocimiento del
medio. En las comunidades totémicas, el papel social del animal es
especialmente relevante como base nutridora de la estructura
simbólica del anima mundi. Así por ejemplo, la narración
australiana de Dinewan, el emú, y Goomblegubbon, la avutarda de los
llanos, nos familiariza con las dos aves, y en particular sirve para
conocer que las avutardas ponen sólo dos huevos, mientras que la de
Narahdarn, el murciélago, nos cuenta cómo encontrar miel, y otras
dan diversa información sobre la caza, la transformación de pieles
de animales en bolsas de agua, o sobre qué herramientas usar en qué
escenarios18.
Lo mismo se puede decir de las narraciones Tangu de Melanesia, de las
de los Blackfoot norteamericanos, o de las historias de animales de
diversos grupos africanos. La vinculación de estas narraciones con
el mundo animal es completa, el escenario del poblado aparece
ocasionalmente como referencia, pero se trata de ante todo de
escenarios naturales de supervivencia en los que además se integran
diversos protocolos de conducta. Fábulas como la australiana de las
abejas laboriosas que almacenan para el invierno mientras las moscas
ociosas juegan en la basura, equivalente a la fábula de Esopo19
de la cigarra y la hormiga, así como un gran número de relatos, con
protagonistas humanos y animales, dan las claves para el orden social
a partir de ejemplificaciones en escenarios específicos cotidianos,
y constituyen las primeras bases narrativas funcionales, que con el
transcurrir del tiempo se acumulan y objetivan en determinaciones
primitivas. Las viejas narraciones económicas explican cómo son las
cosas, pero también establecen qué objetos, de los muchos que
constituyen la experiencia humana, requieren ser explicados, cuáles
son traídos a la memoria colectiva del lenguaje, qué escenarios
constituirán el imaginario básico de la cultura. La memoria
implícita o procedimental es anterior evolutivamente a la narrativa
o explícita, a la memoria lingüística, lo que supone la
anterioridad de acciones de procedimientos funcionales de
supervivencia con respecto a la verbalización de estos, y en
general, la anterioridad de las acciones funcionales con respecto a
las que implican una narración sobre determinaciones
espacio-temporales y reflexiones lingüísticas sobre escenarios y
objetos ausentes. No debe sorprendernos pues, como en el caso de los
Blackfoot, que las primeras narraciones de determinación primitiva
incorporen cuestiones funcionales. Del eje formado por las primeras
narraciones económicas, prevaloradas por los protocolos emocionales,
y las primeras narraciones de determinación primitiva, se derivan un
nuevo grupo de narraciones económicas que son el resultado de la
interpretación de los nuevos escenarios de la experiencia desde el
eje ya consolidado temporalmente.
Tenemos
ejemplos en los pasos de sociedades cazadoras a agrícolas y
ganaderas, como en el caso ya tratado de Altai, donde Bai Ulgan, y su
familia de divinidades de la cosecha, ha desplazado a Tengri, un dios
del cielo más antiguo, que se ha hecho ocioso y no interviene en los
relatos económicos de la tribu. Con el transcurso del tiempo, las
nuevas determinaciones económicas darán lugar a una ampliación de
las acciones de determinación primitiva, con las que se formará un
nuevo eje mítico-ritual. Este modelo no tiene un tiempo uno, ya que
tanto la acción vital como las acciones míticas prevalorativas
comenzaron antes de nuestra especie. Las narraciones de
interpretación primitiva, a diferencia de las económicas, se
encuentran anidadas unas en otras, formando un agregado que crece
orgánicamente en complejidad con el paso del tiempo. Esto
simplemente representa la idea de que la identidad del grupo es
continua más allá de las discontinuidades de acciones económicas o
funcionales. Así, los Tangu melanesios, no menos que los pueblos
americanos, o los europeos, o los asiáticos y africanos que han
transformado sus acciones económicas con las revoluciones
industriales (o incluso con la revolución informática), han
mantenido un núcleo de creencias de determinación primitiva por las
que son capaces de trazar de manera continua su identidad. Por otro
lado, las determinaciones primitivas posteriores, retroceden en el
tiempo hacia estadios prehumanos que no están en las narraciones de
las sociedades frías. Mientras que en las sociedades igualitarias
todo comienza con seres antropomórficos y antepasados, bajados del
cielo, aparecidos en una cueva, o simplemente ya ahí (realizando
todo un conjunto de acciones narrativas económicas), en las
sociedades estratificadas se va hacia estadios anteriores a lo
humano, dioses y caos, en construcciones mitológicas mucho más
complejas que presuponen construcciones más simples sobre las que se
asientan. Dentro de las sociedades estratificadas, el proceso de
complejificación sigue en marcha sólo en aquellos casos en los que
las narraciones económicas fuercen a constituir un nuevo eje, ya sea
por un desafío del entorno o de otro grupo humano, pues de lo
contrario, la narración primitiva per se tiende a la inmovilidad, ya
que esa es precisamente su función, estabilizar el proceso de
construcción de los ejes mítico-rituales, objetivando los procesos
económicos en identidades. La relación entre los diferentes
estadios evolutivos de las narraciones funcionales no es de
inclusión, sino de transformación progresiva: no necesariamente se
mantienen las narraciones funcionales más antiguas, porque no
necesariamente se mantienen las mismas acciones vitales. Así por
ejemplo, las narraciones que tienen que ver con los sacrificios a los
dioses antes de un viaje comercial, o con un juicio, o una batalla,
no tienen una gran resonancia, por ejemplo, entre los pueblos
europeos del presente, mientras que hace dos mil años tenían una
función inequívoca y fundamental para garantizar resultados.
Igualmente, las narraciones sobre la cosecha de Atis u Osiris, tienen
poca relevancia económica en campos donde hay cultivos transgénicos.
No obstante, aunque las nuevas narraciones económicas suplantan a
las viejas, los ejes mítico-rituales no suplantan del todo los
elementos de determinación narrativa primitiva: un campesino
transgénico puede seguir dando crédito a los mitos que le hablan de
la resurrección de la vegetación, ya sea en mitos cristianos,
eslavos o mayas.
Por
otro lado, las narraciones económicas, que fueron condicionadas por
las prevaloraciones que están integradas en los protocolos
emocionales, afectan -a partir de un grado n de desarrollo- a tales
valoraciones. Un ejemplo de esto lo vemos en las prevaloraciones
emocionales que la mujer occidental hace hoy de sus condicionamientos
para ser madre, comparadas con las de hace mil o dos mil años. Las
nuevas narraciones económicas, que han liberado a la mujer (por lo
menos a la occidental) de sus viejas servidumbres sexuales como madre
de la especie, sostenidas en las nuevas estructuras mítico-rituales,
recondicionan las prioridades maternales, y reestructuran la unidad
familiar y social en general1.
Otro ejemplo lo encontramos en el crecimiento del individualismo que
propician las relaciones económicas complejas de las sociedades
modernas, en las que el desarrollo de la persona individual cambia
las condiciones de prevaloración que centraban la vida en la
identidad del grupo. Claro que en muchos aspectos básicos, las
prevaloraciones siguen siendo exactamente las mismas, como no podría
ser de otra forma, pues escenarios, objetos y personas tienen valor
fundado en criterios de supervivencia, individual o grupal. Estas
prevaloraciones no han cambiado con los códigos de valoración
moral más evolucionados, porque estos siguen subordinados a los
movimientos emocionales más básicos. Cuando Kant declara que el ser
humano individual es un fin en sí mismo, y que no puede ser
utilizado como un medio por nadie, ni siquiera por Dios2,
está revertiendo los valores fundamentales de las estructuras
mítico-rituales en las que se han basado las sociedades humanas
desde su principio, cuyo fin ha sido siempre el grupo, y el medio
para su estabilidad, el individuo. Por eso, la propuesta de la
individuación, que hace posible, entre otras cosas, las
determinaciones primitivas necesarias para que la mujer sea tratada
como individuo y no como género, encuentra una resistencia de facto,
cuando no de iure (en los viejos sistemas morales religiosos), cuya
no-argumentación hunde sus raíces en las narraciones vitales
prevalorativas que son los protocolos emocionales. Tanto las
narraciones de determinación primitiva como las económicas se
nutren de prevaloraciones emocionales, por lo que la inercia
prevalorativa no se limita al nivel económico. Es más, ya que las
narraciones de determinación primitiva cumplen una función de
estabilización de las económicas, en cuanto que registro de las
relaciones funcionales (reificadas) que han resultado efectivas para
el grupo, las prevaloraciones emocionales que forman parte de tales
narraciones presentan una mayor resistencia al cambio. Tenemos
ejemplos de esto en las sociedades islámicas en relación a la
función económica de la mujer, tratada aún como género y no como
individuo -debido a los mitos del pasado-, o en los grupos que se
niegan a reconocer las determinaciones primitivas de la mayoría, ya
sea por no creer en la existencia de seres sobrenaturales, o por
tener una orientación sexual no reproductiva (grupos a los que a
duras penas se reconoce de iure, y casi nunca de facto), o en
aquellos colectivos que no comparten las determinaciones primitivas
políticas de la sociedad general, las sacrosantas ideas de nación,
pueblo y constitución, en las formas fuertes de manifest destiny, o
en las más pragmáticas de orden social.
Un
plano mítico en su conjunto nos ofrece una imagen mimética de la
acción vital de un grupo humano en un contexto histórico
determinado. La imagen es siempre la de una proyección del pasado,
porque el presente, lo mismo que el futuro, es un presente recordado,
una construcción anticipativa hecha a partir de las viejas
narraciones, las memorias valorativas del grupo. El mundo humano es
un mundo narrativo endomórfico que reduce la incertidumbre vital a
una imagen liminoide mítico-ritual. Las experiencias vitales que
contradicen las estructuras de un plano mítico no tienen un impacto
directo: no es la experiencia lo que configura nuestros sistemas
mitológicos sino la interpretación que hacemos de ella. Las
acciones míticas acumulan lo que podríamos llamar una inercia de
orden que actúa como buffer de la experiencia adversa. Este
principio del cambio mínimo de las acciones míticas con respecto a
la experiencia ha sido tratado en diferentes contextos, de las
ciencias físicas y las sociales, en la hipótesis de Dunhem-Quine3,
en la estructura de las revoluciones científicas de Thomas Kuhn4,
o en la hipótesis de Habermas5
de la independencia de la cultura con respecto a las condiciones
externas. La tendencia a hacer que la historia de la ciencia parezca
una empresa acumulativa y sin rupturas es la misma que muestran las
estructuras mítico-rituales, haciendo desaparecer las asperezas y
contradicciones bajo relatos de autoidentidad en los que la actividad
teórica, o la ontoteológica sobrenatural, aparezca como un plan
maduro y completo que emana de la cabeza de un dios, o de un
principio de orden objetivo. Pero este trampeo mitológico se da por
muy buenas razones, pues, como argumentara Kuhn, cuando cambian los
paradigmas científicos, el mundo mismo cambia con ellos6,
y una comunidad histórica no puede elaborar un relato nuevo sobre su
identidad de manera repentina sin sufrir en el proceso un trauma de
muy peligrosas consecuencias, como observamos en los ejemplos
históricos de la colonización cristiana de Melanesia, Australia o
de las Américas. Las valoraciones no se producen exclusivamente como
contraste de aquellas acciones míticas directamente relevantes para
la experiencia particular sino que, de forma indirecta, se incluyen
otras acciones que tienen relación mimética con el escenario. Así
por ejemplo, los Tangu de Melanesia, en sus contactos con el mundo
occidental, primero contrastaron la efectividad de sus acciones
económicas en relación a las de sus invasores, pero al reevaluarlas
y menospreciar las propias a la vista de la supremacía material de
los colonizadores, cambiaron también las determinaciones primitivas,
en una refundación de su axis mítico a la que los antropólogos
llaman los cultos Cargo. Los Tangu llegaron a considerarse engañados
por sus antepasados, ya que bajo su punto de vista les habían dado
una cosmovisión falsa, si bien la crisis se solucionó con la
relaboración del mito primigenio en una versión en la que el héroe
antepasado crea coches, barcos y aviones por medios mágicos en un
despliegue de habilidad e inteligencia como la que se les había
asignado, en principio, a los europeos7.
La valoración que se hace no es tan sólo de las acciones míticas
conscientes, tal y como figuran en una narración particular, sino
que se incluye la narración vital prevalorativa de las emociones. El
contraste de las acciones míticas con la acción vital supone la
incorporación de las acciones nuevas de la experiencia a un conjunto
protocolario de acciones, ya valoradas y jerarquizadas a partir de
sus referencias con respecto a las emociones y la configuración
homeostática que propician, y tal incorporación tiene una dimensión
lingüística y vital, es una incorporación orgánica que ocurre a
diferentes niveles de racionalidad continua.
Podemos
precisar mejor la idea de la valoración interpretativa que suponen
los mitos a partir del concepto de Lebenswelt. Habermas interpretó
el concepto de Lebenswelt como un acervo de patrones de
interpretación transmitidos culturalmente y lingüísticamente
organizados8,
si bien obtenemos una imagen más clara a partir de lo que Durkheim
llamara el consciente colectivo, un tipo de conocimiento que se da
por sentado entre los miembros de una comunidad histórica, como un
saber qué y saber cómo que incluye tanto la experiencia más
espontánea de la vida cotidiana como las organizaciones de la
experiencia en su conjunto que se da en los saberes de la ciencia, la
religión y las artes. El concepto tiene un contenido más amplio que
el que le asigna Habermas, para quien Lebenswelt no incluye las
acciones que tratan con conceptos formales del mundo, sino meramente
las acciones comunicativas ordinarias en las que los participantes en
la comunicación social intercambian convicciones de fondo,
aproblemáticas, y de manera acrítica9.
Forzando la expresión de Husserl en los sentidos de la teoría de la
racionalidad continua, el concepto de Lebenswelt debe ser completado
por los de Unterlebenswelt e Überlebenswelt, para comprender las
formas en las que se produce la valoración mítica, o mimética, de
un grupo social. Por Unterlebenswelt designo un grupo de acciones
valorativas inconscientes, en el sentido de automatismo fisiológico,
un tipo de valoración vital liminal, mientras que con
Überlebenswelt, designo un grupo de acciones conscientes, que
podrían ser llamadas (sin hipóstasis) supraconscientes o
metaformales, acciones críticas de autoreflexión y constitución
sistémica. Lebenswelt, Überlebenswelt y Unterlebenswelt, de manera
conjunta, abarcarían el campo que he llamado interpretación
mimética narrativa. El Lebenswelt no es, como pretende Habermas,
constitutivo del entendimiento como tal (si es que una expresión así
significa algo) a partir de acciones no formalizadas, que dan la base
epistemológica para la posterior formalización10.
Es más, el Lebenswelt solo no da cuenta de las prevaloraciones y las
metavaloraciones que intervienen en la construcción de un plano
mítico, entendiendo por metavaloraciones las narraciones reflexivas
(sacerdotales) que ajustan las estructuras mítico-rituales con el
fin de darles más consistencia11.
La experiencia cotidiana, como muestra la teoría de las emociones,
ya está altamente formalizada y protocolizada en mitos y en ritos.
De hecho, la aproblematicidad y el contenido acrítico de una
comunicación de experiencia cotidiana es posible por su
formalización extrema, por su conversión en mero cliché, y no a la
inversa. El cliché, al no contener información semántica nueva,
funciona como un mero intercambio sintáctico que reafirma el propio
hecho de la comunicación y la autoidentidad, pero no un contenido
específico, sino más bien la del eje mítico al que pertenece la
narración-cliché. La formalización de teorías, en el sentido
estricto que utiliza la metamatemática a partir de David Hilbert12,
como procedimientos puramente sintácticos en los que se elimina toda
semántica para reducir la teoría objeto a meras cadenas de símbolos
sin interpretar, es de grado diferente a la que desarrolla la ciencia
en el sentido social kuhniano. Una teoría formal organiza, conforme
a ciertos principios y reglas, una parcela de la experiencia humana,
es decir, es una estructura intelectual de segundo orden (siendo el
primer orden la experiencia prevalorada). Una metateoría toma como
objeto dicha teoría formal y la reduce a símbolos sin significado,
pero esta reducción no puede ser formal, sino intuitiva, ya que de
lo contrario necesitaríamos otra estructura para formalizar la
anterior, y entraríamos en un regreso infinito. A mayor
formalización, menor contenido semántico y menor relevancia de la
crítica, pues esta es tanto una dilucidación semántica como una
exposición de las inconsistencias sintácticas. No obstante, hay un
límite mínimo para la pérdida de semanticidad de una acción
mítica, más allá del cual se cruza el umbral de la acción
fisiológica automática. Cualquier acción mítica, en cuanto que
elemento de una estructura mítico-ritual, tiene el sentido que tiene
esa estructura, no es una acción aislada y fuera de contexto. La
metateoría es una actividad de determinación primitiva, y como
otras ciencias que cubren tales acciones (por ejemplo la cosmología
o la genética) tiene un significado a partir de las acciones de
determinación funcional que las han originado, está vinculada con
la experiencia humana desde el momento que es una comunidad histórica
específica la que la lleva a cabo. Las ciencias de formalización de
primer grado –el resto de las ciencias no metateóricas-, ya sean
ciencias cuyo objeto es una determinación funcional o primitiva, son
saberes con significado, y por ello, reducibles de manera más o
menos directa al mundo de los sistemas emocionales, lo que hace que
su diferencia con el conocimiento del Lebenswelt, en el sentido de
Habermas, sea de grado. Bien es cierto que el acervo de saber del
Lebenswelt es acrítico, pero el discurso crítico no es
característico de la ciencia en sus fases normales en el sentido de
Kuhn, sino de la filosofía de la ciencia. La ciencia, en sus fases
normales, aplica el método científico de su paradigma de manera
mecánica, de hecho, el éxito de la ciencia -como en su momento lo
fue también el de las narraciones míticas sobre los orígenes- es
su aplicación mecánica, independiente de interpretaciones
particulares a los problemas de su campo de experiencia. El saber
formalizado de la ciencia normal sólo resuelve puzles, pero no se
vuelve a reflexionar sobre sus propios métodos, que acepta de forma
acrítica mientras no encuentre anomalías en su paradigma teórico.
El método científico es crítico con respecto a cualquier otro
método mitológico, como siempre lo fueron entre sí los distintos
relatos ontoepistemológicos de las diferentes tradiciones míticas,
pero acrítico con respecto a sí mismo en los momentos de ciencia
ordinaria (no revolucionaria). Los modelos teóricos cada vez más
formalizados obedecen a una exigencia creciente de precisión que
tiene base pragmática: un control más satisfactorio del entorno
vital. Las acciones míticas de un grupo social, en cuanto acciones
liminoides cuya semántica es reducible a las emociones básicas,
buscan la misma mecanización y protocolización que está presente
en las emociones que les dan el sentido, la repetición que busca el
organismo vivo en todas sus funciones.
La
distinción de Habermas entre saber formal y Lebenswelt es
inconsistente con la forma en la que organizamos el conocimiento y
llevamos a cabo las comunicaciones. Haciéndose eco de las ideas de
Karl Gabriel, Habermas distingue las sociedades arcaicas por tener
una visión del mundo socialmente objetivada cuyas estructuras de
sentido se corresponden, en alto grado, con las estructuras de
relevancia subjetivas de la vida personal13,
lo que contradice lo expresado más arriba sobre la estructura de las
emociones humanas (en lo que atañe al entorno biofísico) y el
proceso evolutivo de la racionalidad continua en relación a la
formación de la personalidad. La persona es una creación social,
una narración que se autoforma a partir de las narraciones
mítico-rituales de su comunidad, y sólo tiene sentido en relación
a estas. Una persona no puede narrarse fuera de sus mitos sociales,
salvo en procesos narrativos deconstructivos de la personalidad (no
tan sólo en el sentido derridiano14,
sino en el de todas las formas de autodeconstrucción psicológica
llevadas a cabo por las tradiciones místicas para mostrar la
ilusión de la persona social15);
pero esta narración es, precisamente, una negación del grupo social
y de la vida, lo que es contradictorio hecho desde un grupo social y
desde la vida. Cuando Habermas dice que las sociedades arcaicas (a
diferencia de las que no lo son) tienen estructuras de sentido que
mantienen una correspondencia alta con las estructuras de la vida
personal, pasa por alto que la llamada vida personal no es sino vida
social, pues está condicionada y definida desde los relatos de la
vida social, condicionamiento de base emocional. Aquí, Habermas
confunde el grado de alienación con respecto al grupo de las
personalidades creadas por las comunidades políticas del mundo
moderno, con respecto a la mayor armonía de tales personalidades con
su medio social que se da en las sociedades frías. La armonización
de las personas sociales entre sí es, obviamente, proporcional al
número de personas sociales que tiene el grupo. La antropología ha
mostrado que incluso en las sociedades frías, antes de la formación
de gremios y personalidades jurídicas, se producen junto a las
personas físicas algo así como personas-comunales, una
protodivisión natural en géneros y edades que determina intereses
generales en relación a la división del trabajo. Hombres, mujeres,
jóvenes y viejos, interactúan entre sí como grupo de la misma
manera que lo hacen las personalidades más o menos individuales que
se puedan formar. Estas tensiones y rivalidades son patentes en los
comos y los coros de la cultura griega clásica, pero son trazables
en todo tipo de ritos y mitos de las culturas de todo el mundo, como
muestran los distintos ritos de paso que corresponden a cada uno de
estos grupos, perfectamente delimitados.
La
escisión entre el mundo de lo social y Lebenswelt no se produce por
la diferencia entre el saber formalizado y el saber acrítico del
grupo, como prueba la pérdida de semanticidad de los procesos de
formalización científica metateórica. No se generan dos tipos de
saberes contrapuestos por una ruptura formal dentro del saber del
Lebenswelt, sino por la brecha que se abre entre las determinaciones
económicas y las primitivas, cuando las primeras cambian al cambiar
las fuerzas de producción. El experto, individual o institucional,
maneja un área pequeña de la experiencia que para ser puesta en
relación al resto del saber requiere un tipo de relato simplificador
inteligible por la mayoría social. Es ese mito el que se añade a
las otras acciones míticas del Lebenswelt, mientras que el mito
especializado queda como fundamento inconsciente del público, como
el fragmento del iceberg que permanece fuera de la vista, pero que se
sabe ahí. Las fórmulas del chamán no menos que las del sacerdote,
o las del científico moderno, a pesar de pertenecer a un lenguaje
privado, expresaban una estructura ontoepistemológica que estaba al
alcance de la comprensión externa, no como una acción científica,
pero sí como marco para la praxis que repercutía en las acciones de
toda la comunidad. Puede que alguien no entienda cómo funciona la
fisión atómica, o la estructura metafísica de la resurrección del
dios de la cosecha, pero se beneficia de la luz eléctrica producida
por la central nuclear, y de un sistema ideológico que le asegura
ser inmortal, como se ve perjudicado por un escape radioactivo o por
un sistema de valores que pospone el disfrute de la vida a otro
mundo.
Las
acciones míticas de una comunidad abarcan un campo
ontoepistemológico mayor que el que recoge el concepto de
Lebenswelt, al incorporar como inconsciente el saber formalizado del
especialista, pero activo y generador de otras acciones cuyos
sentidos sí forman parte del conocimiento general del que trata el
Lebenswelt. Obviamente este no es un concepto de inconsciente como
acción fisiológica automática y prelingüística, sino como acción
de ignorancia relativa, en la que el individuo muestra una
subordinación de facto con respecto al grupo, al que reconoce una
facultad ontoepistemológica mayor que la propia, como si fuera una
superconciencia que acumula el saber de los antepasados y el de los
individuos-civilizadores o héroes del presente que tienen acceso al
saber-poder simbólico, un conocimiento que supera sus propias
limitaciones de individuo. El concepto sería supraconsciente en
relación al saber común, en un sentido meramente sociológico y
estadístico, como perteneciente a un segmento no mayoritario de la
población, el de los sacerdotes o científicos, pero no-consciente
para quien sólo lo maneja como un mito simplificado. La teoría de
la relatividad es un saber no-consciente de este tipo para la mayor
parte de las sociedades occidentales que calculan con ella sus
destinos físicos, no menos de lo que la teología de Tomás de
Aquino lo fue para la cristiandad que vivió y murió bajo las
estructuras metafísicas de su Summa. Pero estas acciones de
determinación primitiva tienen efectos (miméticos) en el entramado
mítico-ritual de una comunidad histórica, por más que sean la
formalización, en un lenguaje privado, de un grupo de especialistas,
y es con este conjunto de acciones de interpretación con el que se
enfrenta aquella a la experiencia vital, y no meramente desde el
Lebenswelt.
Por
otro lado, el concepto de Lebenswelt tampoco recoge la relación
inconsciente, en el sentido psicológico de automatismos no
procesados con participación de la atención, que una estructura de
acciones míticas aporta a la experiencia de la acción vital. Esta
es una de las partes de lo que he llamado Unterlebenswelt, que
tendría un componente prevalorativo. El sistema emocional básico,
como estructura de sistemas neurales de adaptación al medio que se
extiende más allá de nuestra especie, se está exponiendo en su
conjunto de manera presistémica a cualquier configuración
mítico-ritual específica. Así por ejemplo, las acciones míticas
que interpretan la superpoblación y sobrexplotación de los recursos
desde los esquemas míticos del presente, y predicen un desastre, no
sólo exponen a la acción vital la estructura mítico-ritual
específica de la ciencia moderna y el liberalismo global, sino que
el test incluye las propias estructuras emocionales básicas, la
prueba y contraste alcanza a la capacidad de adaptación de nuestra
especie para regular de forma neocortical procesos de reproducción
que se repiten mecánicamente desde el sistema límbico. Y este test
es independiente de los mitos particulares que hemos elaborado para
interpretar la acción vital de un desastre civilizatorio, pues la
forma compulsiva de tener descendencia es común entre las especies
animales dominantes de un entorno de recursos, las cuales seguirán
con la explotación y la multiplicación hasta que el medio físico
imponga un límite. De forma análoga, cuando la civilización
cretense fue destruida por una explosión volcánica, el test de la
acción vital probó las nulas capacidades de su sistema
mítico-ritual para predecir el desastre, además de la precariedad
general de nuestra condición biológica para afrontar fenómenos
geodinámicos.
Asimismo,
un sistema mítico-ritual realiza narraciones reflexivas de
autocrítica que no corresponden a la actividad mitológica ordinaria
y que no corresponden al saber de un Lebenswelt, sino de una
reflexión conceptual metavalorativa, el Überlebenswelt. Estas
narraciones suponen una revisión de las determinaciones primitivas
que pueden ser relativamente independientes de las determinaciones
funcionales, aunque, inevitablemente siempre implican a estas.
Tenemos ejemplos en los debates teológicos del primer budismo que
llevó a la formación de diversas escuelas tras la muerte del
emperador Ashoka, o en los debates también teológicos de la
Reforma cristiana europea, o en las distintas reformas de la doctrina
marxista por las que atravesó la Unión Soviética, o las disputas
sobre la fundamentación de la matemática que llevó a la formación
de las tendencias, logicistas, formalistas e intuicionistas.
1Laurie
Chancey del Dept. of Sociology of Louisiana State University, en su
ensayo Voluntary
Childlesness in the United States: Recent trends by Cohort and
Period
(2001.Web.), da cifras del crecimiento de los porcentajes de mujeres
que pudiendo tener hijos no los tienen (2.2 % en 1973, 5.7% en
2002), por diferentes motivos que muestran una nueva valoración de
las emociones básicas, es decir, un cambio en las prevaloraciones
maternales del mamífero debidas a nuevos ejes mítico-rituales, y
que han sido propiciadas por las nuevas narraciones de determinación
económica.
2Inmanuel
Kant, Critique
of Practical Reason.
5:131-132.
3La
infradeterminación de una teoría por la experiencia, tal como la
expresa Quine, por ejemplo en su ensayo Two
Dogmas of Empiricism.
En From
a Logical Point of View.
Ed. Cit. p.41.
4En
T. Kuhn, Capítulo X de La
estructura de las revoluciones científicas.
Fondo de Cultura Económica. México. 1987. p. 176-211.
5En
J. Habermas, Teoría
de la acción comunicativa.
Ed. Cit. p. 633.
6Thomas
Kuhn. Op. Cit.Capítulo XI. p. 176.
7Véanse
los nuevos mitos en la obra de Kenelm Burridge, Mambu,
a Melanesian Millenium.
Ed. Cit. p.p.154-176.
8Cf.
Jurgen Habermas. Teoría
de la acción comunicativa.
Ed. Cit. p.602.
9Ibid.
p.604.
10Ibid.
p.605. La expresión entendimiento
como tal
es de Habermas.
11Piénsese
en la teología de Upanishads
y vedanta, en los escritos de los Padres de la Iglesia, en los
comentaristas El
Corán,
etc.
12Véase
la presentación que Stephen C. Kleene hizo sobre la formalización
metateórica en Introduction
to Metamathematics.Ed.
Cit.
13Cf.
K. Gabriel, Analysen
der Organisationsgesellschaft.
Frankfurt a M. 1979. p.151 s.; en Habermas, Teoría
de la acción comunicativa.
Ed. Cit. p.640.
14De
hecho el sentido derridiano en relación a la psicología no es sino
una extensión de los procesos nietzscheanos y psicoanalíticos, que
a su vez es la autoreflexión que las distintas tradiciones místicas
han emprendido desde por lo menos los Upanishads
y el budismo, aunque también se encuentra en Eleusis, para mostrar
el carácter ilusorio del ego.
15Como
en el vichar
del vedanta (Véase en Sankaracharia) o las diferentes prácticas
del budismo, citando sólo un par de ellas.
1Cf.
Max Weber. Objectivity
in social science.
(The
Methodology of the Social Sciences).
Recogido en Philosopies
of Social Science.
Ed. Cit. p.p. 107-120.
2Véase
el Apéndice E.
3Basado
en otros de la antropología de la década de los setentas del siglo
pasado,
entre ellos, el de Robert McC. Adams. Véase Redman, Charles L. The
Rise of Civilization.
W.H. Freeman and Company. San Francisco. 1978. p.229.
4Algo
que, como ya vimos en la Parte I, fue apuntado por Max Müller en
relación al contenido metafórico del lenguaje, aunque no
desarrollado psicológicamente, por las constricciones de su
psicología racional.
5Cf.
Roy Bashkar. Transcendental
realism and the problem of naturalism.
(En The
problem of naturalism).
En Philosophies
of Social Science.
Ed. Cit. p.447.
6Véanse
ejemplos de esto en las sociedades cazadoras que Eliade examina en
Shamanism.
Ed. Cit.
7Cf.
The
Blackfoot Genesis.
Recopilación de George Bird Grinnell en Blackfoot
Lodge Tales.
Ed. Cit. p.p. 138.
8Véase
la descripción del relato de Joseph Campbell en
The Hero with a Thousand Faces.
Ed. Cit. p.p. 292-293.
9Véase
Westervelt, W. D. Legends
of Maui.
BiblioBazaar. Charleston. South Carolina. 2008.
10Como
cuenta la leyenda local de la creación del Valle de Irma, según el
folklorista Lewis Spence. The
Myths of Mexico and Peru.
Dover Publications. New York.1995. p.p.258-259.
11Como
relata el Popol
Vuh.
12Como
dice el Taittiriya
Upanishad.
II.1. En Radhakrishnan, Sarvepalli and Charles A. Moore, Eds.
A Sourcebook in Indian Philosophy.
Ed. Cit. p.59. O la identificación en el Rigveda
I.187. de Soma
con la comida.
13En
la simbología cristiana de la Misa.
14Osiris,
Dummuzi (pastor y víctima sacrificial), Attis, Adonis, etc.
15Esto
ya ocurre en la tablilla V. Véase The
Creation Epic. The Ancient Near East. An Anthology of Texts and
pictures.
Volume I. Ed. Cit. p.35 y siguientes.
16Este
sustrato maligno del mundo y el hombre es también recogido en el
mito griego de la creación del hombre a partir de las cenizas de
los titanes y Dioniso.
17Para
una referencia sobre este mito y sus fuentes originales en la
literatura china véase Clásico
de las montañas y los mares.
(Shan
Hai Jing
S.IV. a.c.), y las Canciones
de Chou
en parte atribuido a Qu Yuan, aunque sus textos se extienden desde
IV-a.c-II d.c. (La colección: Las
cuestiones celestiales
de este libro, contiene múltiples relatos mitológicos.). Véase
Myth,
Art and Cosmos in Early China.
Sarah Allan. State University of New York Press. Albany. 1991.
18Véase
Langloh Parker, K. Australian
Legendary Tales.
Wordsworth Editions and The Folklore Society. London. 2001.
19De
los siglos VII-VI a.c., también recogida, por el autor indio
Sendabar (S.I a.c.), el latino Avianus (S.V d.c), diverso autores
renacentistas, y en el mundo moderno por Jean de La Fontaine
(S.XVII), Félix María de Samaniego (S.XVIII), además de las
versiones cinematográficas de dibujos animados del S.XX.
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