Wednesday, August 14, 2019

La fantasmagoría del universo no se debe a su carácter efímero


El ego o persona individual es un fantasma narrativo. La individuación de la vida, sólo ocurre a nivel de esa narración de identidad, y ni siquiera es obra de un sólo individuo pues el lenguaje en el que la elabora no ha sido creado por él, es más expresa unos clichés comunicativos característicos de un espacio-tiempo determinado, unas estructuras mentales comunitarias y aprendidas (aparte del condicionamiento neurofisiológico de la especie). La vida-inteligencia no es nunca la acción de un individuo, precisamente el hecho de que el individuo es prescindible o recambiable permite la adaptación y la continuidad de esa vida-inteligencia.
No es la impermanencia espacio-temporal del individuo, el carácter pasajero de su existencia lo que hace del mundo una representación fantasmagórica, sino la unidimensionalidad y la inevitable fragmentación de la representación. La unidimensionalidad viene dada por la construcción mental de la representación: la mente es una función selectiva que deja fuera todo lo que está fuera del propósito general de la vida, su autoperpetuación. Por otro lado, es una representación fragmentada: la ciencia sólo puede proyectar sobre el apeiron los azarosos fragmentos de conocimiento que en el discurrir de los tiempos han ido alimentando sus teorías.
El carácter efímero de los objetos, su deterioro y cambio muestran su constitución mental. Aún no hemos encontrado objetos en el universo que puedan ser considerados permanentes (representaciones finales o exomórficas) por la simple razón de que cualquier construcción mental es una superposición fantasmagórica sobre un apeiron.



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